La doctora socialista Michele Bachelet, presidenta electa de Chile, madre y jefa de hogar (separada), no sólo es un fenómeno distinto por ser la primera mujer que alcanza este alto cargo. Sin duda su elección marca un formidable cambio cultural, que una actriz llamó festivamente «el enmujeramiento», y ha traído alegría y esperanza a vastos […]
La doctora socialista Michele Bachelet, presidenta electa de Chile, madre y jefa de hogar (separada), no sólo es un fenómeno distinto por ser la primera mujer que alcanza este alto cargo. Sin duda su elección marca un formidable cambio cultural, que una actriz llamó festivamente «el enmujeramiento», y ha traído alegría y esperanza a vastos sectores de mujeres. Durante la transición a la democracia, la mujer ha permanecido mayoritariamente excluida del poder político, asistiendo a la consolidación de un modelo económico que afecta con más dureza a las mujeres con menores ingresos y la discrimina en salarios, oportunidades y acceso a las instancias de decisión. En Chile hay enormes desigualdades sociales, y la contienda electoral fue dirimida por las zonas populares y los votos de la izquierda, actuando como bloque de contención contra el candidato de la derecha -coalición Alianza por Chile- el magnate Sebastián Piñera, un émulo de Berlusconi o Gustavo Cisneros, ávido de concentrar en sus manos no sólo el poder económico sino el político.
Dotado de un blanqueado discurso democrático, Piñera tenía como jefes de campaña a ex altos funcionarios del régimen pinochetista El mediático candidato de la Alianza derechista agregó el pasado año un canal de televisión a sus rentables negocios, entre los cuales está el de las tarjetas de crédito, herramienta de dominación por el consumo y la deuda, de una enorme mayoría de ciudadanos (as) chilenos. Piñera exhibía como un mérito haber votado No en el plebiscito que Augusto Pinochet perdió en 1989 y ocultó su apoyo de entonces a Büchi, candidato del ex dictador, derrotado por Patricio Aylwin.
En la resistencia contra Pinochet
Por su parte, Michelle Bachelet luchó en la clandestinidad hasta 1975, año de la Operación Colombo, un episodio represivo por el cual el ex dictador fue prontuariado apenas días antes de la elección, como responsable de la desaparición de 119 miembros de la resistencia. La doctora socialista, entonces estudiante, fue detenida junto a su madre y sobrevivió a la tortura y prisión en Villa Grimaldi, exiliándose posteriormente en la ex República Democrática Alemana. Retornó desde allí en los años 80 para trabajar profesionalmente en una ONG de derechos humanos y de la infancia, en plena dictadura.
Ninguno de los tres presidentes que han encabezado la transición, los demócrata cristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei, y el socialista Ricardo Lagos exhibe un historial semejante. Sin embargo, es imperativo tener presente que con esa fortaleza ética Bachelet ha establecido puentes de comunicación con la llamada «familia militar», comparte con Lagos el discurso del llamado «socialismo renovado» y lo considera el mejor presidente que Chile ha tenido. Ella no cuestiona el fondo del modelo neoliberal vigente, heredado de la dictadura y administrado por la Concertación por la Democracia (centro izquierda, integrada por los partidos Demócrata Cristiano, Partido Radical, Socialista y Partido por la Democracia, todos los cuales afines a la social democracia más allá de sus llamativos nombres). El bloque político lleva en el gobierno 17 años, la misma extensión de tiempo que tuvo la dictadura para arrasar con las organizaciones populares e implantar el modelo asumido desde entonces por la Concertación.
Fin de la transición
En su primer discurso, a la hora del triunfo, recordó a su padre, Alberto Bachelet general de la Fuerza Aérea , que murió en prisión, agregando que hará un gobierno de unidad como Presidenta de todos los chilenos. La elección de Michele Bachelet simboliza el tan esperado fin de la transición, por este conjunto de factores, entre los cuales resalta el hecho de que el modelo se puede dar el lujo de tener esta Presidenta/símbolo, pues sus bases ya están consolidadas y nada amenaza al sistema ni a su gobernabilidad. No es casual que la presidenta electa no haya hecho hasta ahora referencia alguna a los procesos que viven los pueblos de Venezuela y Bolivia, restando su presencia a la asunción de Evo Morales. Priorizó por las relaciones con Argentina, con cuyo presidente parece tener una mayor afinidad.
Madre de tres hijos, separada, agnóstica, de profesión médico pediatra y experta en salud pública, durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos, se desempeñó como ministro de las carteras de Salud y Defensa. Con un estilo sencillo y familiar, fue ganando popularidad y demostrando su capacidad para sortear situaciones complejas. La candidata electa del bloque político que ha gobernado Chile desde 1989, la Concertación por la Democracia Cristiana comenzará a gobernar con un respaldo sin precedentes en Chile desde el inicio de la transición. Se lo otorgaron ciudadanos y ciudadanas que en la segunda vuelta le entregaron 53,69% (ellos) y un 53,32% (ellas) de sus votos. La presidenta contará con mayoría en un Congreso que también por primera vez, tendrá entre sus miembros sólo a parlamentarios electos, ya que las reformas constitucionales aprobadas recientemente barrieron con los senadores designados, incluidos en la constitución que rige el país, también heredada de Pinochet.
Comunistas al parlamento
Sin embargo, si la Presidenta quiere devolverle la mano al Partido Comunista, que entre las demandas previas a su apoyo en la segunda vuelta, incluyó el fin del sistema electoral binominal y su reemplazo por uno proporcional, deberá negociar el tema con la oposición. Esta deseada Reforma Constitucional requiere de un quórum especial no alcanzable por la Concertación. El sistema imperante ha impedido hasta ahora que las fuerzas de izquierda -o cualquier minoría- accedan al Parlamento, un espacio que los comunistas consideran fundamental en la perspectiva de lograr reformas a las leyes laborales y provisionales, entre otras. Si bien Michele Bachelet en su discurso inaugural saludó los votos provenientes de la coalición «Juntos Podemos», no hubo una mención expresa al Partido Comunista que llamó oficialmente a respaldarla en la segunda vuelta, y peor aún, igualó en una frase de saludo a «los votos de Hirsch y Lavín».
Lavin era el segundo candidato derechista, presente en la primera vuelta, y sus votos fueron mayoritariamente a Piñera. También saludó la presidenta electa esa noche de domingo, en el mismo párrafo, a quienes votaron por Piñera, de quienes, dijo, recogería sus sueños.
Durante la campaña electoral, en la segunda vuelta, la candidata socialista no tuvo tiempo para ser entrevistada por Punto Final, revista de izquierda independiente.
Una sociedad enferma
La sociedad chilena, permeada por el individualismo y en la cual el miedo es un factor que opera fuertemente en los sectores populares a la hora de las opciones políticas, se ha mostrado mayoritariamente partidaria de «la doctora» socialista, evidenciando quizás su condición de enferma, y avizorando en los valores de género una salida a las profundas contradicciones que la atraviesan. Chile tiene uno de los más elevados índices de depresión y enfermedades mentales y las masivas cadenas de farmacias son uno de los negocios más florecientes en el país. No en vano la candidata vistió casi siempre una impecable y sencilla tenida blanca y ofreció contención a los postergados al terminar su discurso de reconocimiento de la victoria.
El conjunto de la izquierda chilena, que comparte un cerrado rechazo al modelo neoliberal, no logra transmitir a la sociedad una propuesta alternativa de «sanación» del mercado, y parece estar hoy al margen de los acontecimientos. La coalición que con magra votación debutó en estas elecciones, «Juntos Podemos Más» (integrada por el Partido Comunista, el Partido Humanista y otros sectores menores) tuvo serios problemas pre-electorales que le restaron fuerza y credibilidad, los que se acentuaron cuando el candidato de la coalición, el humanista Tomás Hirsch, se enfrentó con el PC al hacer campaña por el voto nulo en la segunda vuelta.
La otra izquierda
La autodenominada «izquierda desconfiada», nucleada en débiles colectivos socio-políticos, permaneció al margen de la coyuntura eleccionaria, entre otras razones por apreciaciones diferentes respecto de la importancia de acceder al Parlamento en el marco de un Estado despojado de sus antiguas atribuciones y recursos, que hoy están en manos del mercado.
Ni la negociación llevada a cabo por el Partido Comunista, ni el voto nulo propiciado sin acogida popular por los humanistas y otros sectores, dan cuenta del dilema planteado por el avance de la Alianza derechista en la primera vuelta, percibido efectivamente por los electores que rechazaron el viraje a la derecha con un razonamiento en que pesa decisivamente el inconsciente colectivo histórico. Ese razonamiento va más allá de las orientaciones entregadas por los líderes comunistas o el ex candidato Hirsch y tiene que ver con una lógica de conciencia política básica de reconocimiento del enemigo y de constatación de las nulas posibilidades de hacer pesar el descontento antisistémico.
El ambiente de alegría, alivio y también esperanza que se vivía en las calles el día del triunfo de Bachelet, fue descrito por participantes en los festejos como «similar al del triunfo del No». Familias completas se volcaron a las calles, donde niños y jóvenes o mujeres ¡luciendo la banda presidencial! bailaban y gritaban consignas sin importarles el contenido de un discurso inaudible por fallas en el equipo de sonido. En el mundo de derechos humanos, una sobreviviente sostuvo: «Michele es una de nosotros» y Carmen Herz, respetada abogada en causas como el juicio a Pinochet y la Caravana de la Muerte, emplazó de inmediato a la futura Presidenta a utilizar el Estado para luchar contra la impunidad. Meses atrás, Bachelet rechazó los indultos concedidos a un ex uniformado criminal por el Presidente Lagos, aunque en la oportunidad, ella precisó que esas materias no deberían abordarse en coyunturas electorales.
Mandato ciudadano
En sus primeras declaraciones, la Presidenta electa marcó distancia de los partidos de su propia coalición, expresando que respetaría su opinión pero tomaría ella misma las decisiones respecto a su gabinete. Asimismo recalcó que su mandato provenía de los ciudadanos y que ella sólo era «primera mandataria», sosteniendo que buscaría mayor participación y diálogo. Hizo un guiño hacia los ambientalistas expresando que buscaría un crecimiento que no contaminara el aire ni el agua. Sectores de la sociedad civil dan fe de su disposición para escuchar planteamientos alternativos, y aseguran que Michele Bachelet está consciente de la crisis de representación de los partidos, por lo que podría apostar por la sociedad civil organizada. Todo un desafío, considerando el historial de indiferencia de la Concertación respecto de las aspiraciones y propuestas de las organizaciones sociales, y su férrea alianza con los sostenedores del modelo, empresarios que vieron con buenos ojos la elección pues los valores de la bolsa no sufrieron alteración alguna en estos días.
Por ahora los movimientos sociales no son un gran desafío para el nuevo gobierno de la Concertación, que prometió «mayor protección» a los desheredados del sistema. Con incipiente desarrollo, fragmentados y con avances que no se sostienen en el tiempo, estos sectores, así como los centenares de colectivos de izquierda en construcción en el país, tienen sin duda las mismas tareas que antes de la elección en términos de fortalecerse para incidir en la vida política del país. Pero en el nuevo período que se abre con la asunción de la presidenta Bachelet el próximo 11 de marzo, las condiciones y los espacios en que se podrán desarrollar esas construcciones son más propicios, como intuyen fundamentalmente las mujeres. El modelo y sus bases seguirán intactos en el corto plazo. Pero habrá menos miedo, más esperanza y más congéneres «empoderadas».