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Explicación (no pedida) sobre ciertas conductas de los pies, las caderas y los hombros

¿Bailamos?

Fuentes: Fundación Federico Engels

Hay algo en la danza deliciosamente subversivo. Algo que trepa centrífugo y se adueña del cuerpo. Especie de coartada mágica con vocación de rito. Memoria dinámica de ciertas pulsiones que hierven en el perol de las caderas, los pies… los hombros. Quien baila hace sacerdocio del espacio. La danza no es otra cosa que la […]

Hay algo en la danza deliciosamente subversivo. Algo que trepa centrífugo y se adueña del cuerpo. Especie de coartada mágica con vocación de rito. Memoria dinámica de ciertas pulsiones que hierven en el perol de las caderas, los pies… los hombros. Quien baila hace sacerdocio del espacio. La danza no es otra cosa que la sensibilidad del tiempo. Emanación de placeres terrenos que es imagen de la fertilidad tarde o temprano. La vida misma.

Bailamos siempre para el cultivo de algo. Para ordenar nuestra intimidad entre certezas o incertidumbres. Solos o acompañados, algunos más inhibidos que otros. Sofisticados, cursis o desgarbados. Místicos, mediáticos, guapachosos, cascabeleros o cosquilleantes. Lo que bailamos habla por nosotros, nos desnuda, corporiza la totalidad de nuestras ideas y nos interroga. Querámoslo o no. Bailamos desde siempre para cultivar la tierra, la vanidad, la seducción… la comunidad. Técnica y espíritu. Un poco de primitivo otro tanto de civilizado. Mezcla peligrosa (dijeron algunos).
Hay una lucha de clases encarnada en la historia del bailongo. «Los ricos también bailan». Lucha ideológica, económica y política. Lucha de estilos, ritmos y movimientos de clase pautados, por un lado por la «moral» del patrón, las «buenas costumbres» y el «buen gusto». Encarnado, desde otra parte como lenguaje movilizado no exento de prisiones alienantes. Y es que cuando se trata de que el cuerpo exprese, sobrevienen los sobresaltos. Buena parte de las «reglas» de baile inventadas a lo largo de la historia, son ocurrencias con moraleja estética para dominar a la bestia sensual y hedonista que nos mueve al baile. Y eso involucra muchísimas intenciones de todo orden.
Elegancias, refinamientos, vestuarios, maquillajes, orquestaciones y demás parafernalia, contribuyen, y contribuyeron siempre, a profundizar la inefable diferencia clasista entre LA «celebración» y la «pachanga». Lo peligroso es que en medio está el cuerpo con sus deseos y sus energías… apetentes de comunidad, exteriorización, liberación y comunicación divertida, reconfortante… fortalecedora de las emociones. Demasiado peligroso para cualquier sistema de esclavitud.
Al danzar (a cierto danzar) se le impone toda suerte de rigideces estilísticas, morales, publicitarias. La inmensa mayoría de los bailadores (o bailarines pues) reproduce estereotipos generalmente subordinados por la industria musical de la época. Eso incluye a lo «clásico» y a la «quebradita», al «danzón, al «cha cha cha», o al rock and roll. Estereotipos para los pasos refinados y para los acrobáticos. Desde el «lago de los cisnes» hasta «fiebre del sábado por la noche». Estereotipos para rendir culto a la superficie, a la forma y a la apariencia vaciando el contenido lúdico, poético y político del baile que es popular, comunitario por antonomasia. Social, pues.
Las «Danzas elegantes» son, normalmente, eufemismos de represión. Todo cuanto denota o connota sensualidad y sexualidad en el baile se encierra en tergiversaciones de la expresión corporal. Igual que la moral judeocristiana. De la cintura para arriba es espiritual la cosa… de la cintura para abajo la carne dicta sus designios del pecado. Y aunque la fórmula es francamente estúpida por maniquea, lo cierto es que tiene adeptos muy creativos en todo el mundo. La verdad profunda de la danza se ha quedado arrinconada y amenazada. Un dos tres, un dos tres… El baile queda arrinconado primero entre definiciones de especialistas para quienes la danza es casi exclusivamente coreografía para espectáculo culto; amenazado con fundamentalismos populacheros propietarios de disqueras, radiodifusoras, salones de baile, discoteques, grupos bailanteros, ídolos. Y la sociedad entera a bailar, al son que le toquen. (Mientras pague)
Bailan los que se lo proponen y los que no. Hay miles de coreografías sociales involuntarias. Unas más odiosas que otras. Hay coreografía en el fútbol, en el metro, en la alameda. Hay coreografía en las casas de los barrios más depauperados y en las casas de los ricos. Los cuerpos se desplazan sobre un espacio determinado para expresar sus tramas emocionales en una estrategia dramática que rebasa los muros de la farándula. Incluida la intelectual. El ritmo lo ponen otros. La historia inyecta su guión descarnado para hacerse coreografía cruel del neoliberalismo salvaje. Los cuerpos se expresan, es decir, la expresión corporal se adueña de las calles y vemos, aunque no observemos, el peso del cansancio en los hombros de quienes pagan con su trabajo el bienestar de los patrones y los impuestos para la desolación corrupta de un sistema decadente. Vemos a los bailarines cotidianos bailar al son de la crisis. Ahí van con el peso en los hombros que no es sólo cansancio, es desesperanza, es depresión. No son todos por suerte, dicen algunos para ponerse a salvo… pero son muchos. El cuerpo agarrotado entre tensiones musculares y tensiones económicas. Agarrotado entre calambres desnutridos y calambres de quiebres psicológicos. El cuerpo en pleno agobiado por las inhibiciones y amaestrado con cumbias, tropicales, norteñas, rancheras. El templo del cuerpo invadido por los mercaderes mediáticos. Saquen los fuetes.
Danza social que también se las ingenia para subvertir el orden de los factores. He ahí nuestra esperanza. Porque hay otra danza que también fortifica y reconcilia. Escasa y todo, incipiente en sus revueltas, está y se expande desde la interioridad lúdica para transformar, así sea por un instante, el esperpento de la realidad neoliberal… y de pronto, escampar un nicho de goces donde el cuerpo hace de las suyas. Gira, gana el espacio, se desdobla, salta. Tiempo, espacio, ritmo. Magnificencia donde la danza propia, la íntima, florece en las caderas y los hombros. Trance lúdico del baile interior callado potente. Que no necesita público, aplausos, carteleras ni crónicas periodísticas. Danza íntima, diálogo pleno, delicioso, con uno mismo y con otro. No importa si salió bien el pasito tun tun… no importa lo que le importa al canon. Importa el trance, el proceso no el producto. El lenguaje del cuerpo en libertad. Y si fuese con música menos mala… cuánto mejor. Así comienzan los movimientos más grandes y vamos bien. No ha sido fácil.
A la potencia socializante de la danza corresponde siempre una reconciliación profunda con la intimidad de los grupos. Lo sabían Tintan, Resortes, Cantinflas y Martha Graham, Isadora Duncan… Lo saben Alicia Alonso y los soneros huastecos o veracruzanos. Y lo bailado nadie nos lo quita. Pero cuidado con las falsificaciones de las obras dancísticas. Esta postmodernidad no ha dejado títere con cabeza. Son sospechosas las «Danzas del venado» tanto como los jarabes de Amalia, si sólo sirven para hacérsela de tos a los turistas. Son sospechosas las «danzas de concheros» en el zócalo y en el museo de antropología, si han de servir para la demagogia política de los que ahora, sin cumplir los acuerdos, resultaron benefactores de los indios y de «La Familia». Son sospechosos los festivales, muestras y encuentros, si han de servir sólo para festicholas de nenes burócratas con cargo al gobierno; si han de servir para la vanidad de los que nunca hacen nada (pero ponen su firma en los informes de actividades); si han de servir para el rito coctelero, el ligue de galanas y galanes, el olvido del público y la industria hotelera… si han de servir, en suma, para lo que casi siempre han servido. ¿Hace falta decir nombres, o ahorramos espacio, por las dudas?
Son sospechosos los grupos de danza que rinden culto a la expresión corporal (de ellos). Que se conforman con becas, que suspenden la investigación y la divulgación, que les encanta la técnica por la técnica misma. Que se duermen en sus laureles vencidos por la inercia de burocracias universitarias, gubernamentales y privadas. Son sospechosos de poseer armas revolucionarias fantásticas y no usarlas como se debe, es decir, en la construcción de una realidad distinta. Derrotar al capitalismo.
Son sospechosos los críticos que viven de la calumnia periodístico-farandulera al calor de acostones y tráfico de influencias. Sospechosos de hablar bien sobre lo que no entienden y hablar mal sobre lo que no es su cómplice. Sospechosos de vender impunemente su ignorancia tuerta y rentable en el país de los ciegos. La danza está en otra parte. No en la añoranza reaccionaria del rescatismo antropologista. No en los cenáculos snobistas del ecenarismo esteticista. No en el tutú. Tampoco en la borrachera tropicosa y burbujeante. O quizá esté ahí agazapada esperando el momento para asaltarnos y sacudir toda la estructura de este esperpento que inhibe la expresión corporal y el baile.
Lo saben por ejemplo los tangueros y los danzoneros, que entre giros y apretones se cargan tantos misterios. Lo saben los trovadores en Cuba y Venezuela, lo sabe el mar caribe y lo saben los barrios bravos de toda Latinoamérica, donde se baila sabroso y donde le espíritu se expande. Barrios que de tarde en tarde se juntan, en algún salón, a velar armas en espera del asalto fenomenal que mueve en un dos por tres cataratas de pálpitos dueños del espacio y del tiempo. Lo saben quienes ensayan una y otra vez regateándole al vació ese instante himno de lo efímero en las vueltas de los cuerpos, las entrepiernas al roce, las caderas ondulantes y el repiqueteo de los deseos. Lo saben los que hicieron fiestas de aquellas, festivales de aquellos, romances de aquellos.
El bailarín tiene siempre algo de ofrendante. Algo de militante que pone el cuerpo-corazón para un sacrificio suyo y nuestro que no termina en lágrimas o en melodrama. Desde la «Danza de los viejitos» hasta el cha cha cha, el rap y el slam. «Sacrificio» dicho, claro, sin sublimaciones metafísicas a la hora en que siguen sin resolverse los derechos laborales de la mayoría de los bailarines y bailarinas. Que siguen en suspenso las coberturas médicas, la profesionalización y los apoyos a la investigación artística. Cuando faltan foros, talleres, escuelas, clubes, difusión y expansión liberadora de la danza. Porque además de mover el cuerpo con libertad hay que moverlo desde las ideas para que las ideas también se muevan. Cosa por cierto menos aburrida que muchas políticas culturales golondrinas. Con un poco de gracia y otra cosita.
Eso que en la danza es fundamento, potencia y acto para la expresión corporal, deviene de una reconciliación íntima. Reducto inexcusable desde donde se construyen todas las imágenes dancísticas. Porque la danza es imagen en acto de síntesis que se devuelve así misma espectros de imágenes emanadas del movimiento y el ritmo. El bailarín hace de su cuerpo escenario donde bailan nuestros propios deseos el rito dialéctico del de regreso hacia nuestro propio cuerpo colectivo. El bailarín hace con el espacio diálogos de imágenes que juegan con la realidad el juego ancestral de reinventar (recrear) el mundo… el universo. Hacer que pertenezca a todos y pertenecerse a sí mismo. Todo lo de adentro exteriorizado entre instantes secuenciados tras esa armonía caprichosa que husmea su estilo en el devenir de sus ritos propios. Toma tiempo y vidas enteras. Ocupa la totalidad de la voluntad y de las energías. Ocupa la totalidad de la apuesta y se lanza sobre la intimidad de los demás tras una dialéctica fantástica donde se reparan las heridas de las refriegas diarias y se repotencian las mejores prendas de la felicidad posible. El baile tiene secretos bien fincados en esos territorios. Años de refriegas. Callos, ampollas, torceduras, sudores, raspones… contracturas (¿cuánto más?) para hallar el instante… los instantes que se hacen historia totalizante. Revuelta contra el quietismo y el tedio. Alquimia de lo efímero vuelto oro.
La danza es romance con lo que es fértil. Enamoramiento inmediato de los cuerpos con sus pulsaciones fundamentales. Narrativa de la vida desentrañada desde los músculos, la piel, los movimientos. El cuerpo todo con sus partes ensambladas sobre la acción. Conmoción en grupo sobre una espiral que siempre toca al individuo sin repetirlo. La vida de nuevo, descargando sobre la realidad esas imágenes poderosas e inexplicables que cada cual se lleva tras la coreografía magnífica de alguien que, conectado con zonas de emocionalidad salvaje, vuelve armado entre movimientos, matices, carreras, saltos, inclinaciones y extensiones bien pegaditas a la libertad y al placer. Y uno no puede… (no debe) quedarse como tabla. Para los inhibidos y para los no tanto. La danza es una estrategia humana y conciencia del tiempo entre las coordenadas del espacio. Tácticas para modelar la materia entre movimientos divertidos. Hay que mover el bote… bailar, pues, que, después de todo, el cuerpo es la prenda más íntima que nos queda.