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Balance de sueños y resurrección en La Habana

Fuentes:

1994 no fue para Cuba un año feliz. La catástrofe del estalinismo amenazó sordamente la existencia de la revolución cubana. Una vez más resistíamos repartiendo entre todos los habitantes aquellos pocos productos que lográbamos adquirir. El exilio más traidor del mundo no cejó en provocaciones, y gritaba en alaridos cobardes el retorno a la Isla […]

1994 no fue para Cuba un año feliz. La catástrofe del estalinismo amenazó sordamente la existencia de la revolución cubana. Una vez más resistíamos repartiendo entre todos los habitantes aquellos pocos productos que lográbamos adquirir. El exilio más traidor del mundo no cejó en provocaciones, y gritaba en alaridos cobardes el retorno a la Isla con ansias explícitas de matar, asentadas en cientos de leyes escritas en el peor inglés.

Bajo la consigna de «socialismo o muerte» defendíamos el proyecto inédito, contra cualquier comentario, de una revolución socialista en las narices del imperialismo. Esta consigna sostuvo nuestra necedad, que a decir precisamente en esos años Silvio Rodríguez, era la «necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio».

Nos acostumbramos a los continuos apagones, a la limitada alimentación, a la pesadilla de la neuritis epidémica. A pesar de toda esa calamidad seguíamos siendo el país más justo del mundo, los índices de salud y educación eran ¡aún así! envidiados por naciones desarrolladas.

El imperialismo y sus lacayos de la Florida se ensañaron por supuesto, y sacando una estúpida cuenta aritmética, pronosticaron el fin de la revolución. Provocaron seriamente nuestra seguridad territorial con la espantosa crisis de los balseros. Recibían a todo cubano, y tan sólo cubano que lograse arribar a las costas norteamericanas de forma ilegal. De tal suerte que aquel verano constituyó uno de los instantes más desolados del llamado período especial. Veíamos a muchos compatriotas creyendo que alcanzarían la dicha en brazos del monstruo imperialista. Terminaban muchos de ellos ahogados o en las mandíbulas de los tiburones que infestaban el estrecho de la Florida.

Y aún así no fue lo peor: Ya se había tomado la medida dramática de la despenalización del dólar. Conoció mi pueblo esa sutil injusticia económica y medular que es la injusticia del mundo. El que tiene y el que no tiene. El que es dueño y el que no lo es. La pequeña propiedad privada se apoderaba con sus extraños resortes de las esperanzas familiares y de pronto parecían triunfadores los más hábiles en contar dinero, y pobres los médicos y los maestros. Si hubo de ser fuerte la revolución cubana alguna vez; si exhibió su mayoría de edad y se ganó el título de decana de las revoluciones, fue por saber llorar en silencio estas medidas, en saber explicarlas al pueblo, y engendrar de manera inmediata los antídotos especiales para la mordida de esta vieja serpiente.

El costo de encender las luces en las ciudades cubanas fue la desigualdad por vez primera, estableciéndose dentro de la isla elementos de ese sistema oprobioso y mutilador de esperanzas del cual creímos habernos librado para siempre: el capitalismo.

La grandeza de Fidel en esos años sobrepasó con creces cualquier episodio anterior y fue recompensado.

Ocurrió algo en aquel año justo antes de navidad. Como si la providencia le concediera una pequeña esperanza a esta revolución socialista que es sin dudas ya la más duradera de la historia: Fidel Castro recibía con honores de jefe de estado a un joven militar que llegaba desde Caracas después de ser liberado, por haber promovido una rebelión contra una democracia establecida. Nada más y nada menos que la democracia de Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez, aquel teniente coronel, jefe de un batallón de paracaidistas, había decidido formar el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200; y usar las armas del ejército para librar al pueblo de Bolívar de aquella farsa corrupta. Esa misma democracia que quisieron imponer los imperialistas en mi patria en esos mismos años al verse apoyados por el fenecido muro de Berlín.

Una revolución verdadera como es la revolución cubana se concibe precisamente con estos vínculos. Donde parece terminar es… donde está empezando. Y mi revolución continuó en el despertar de aquellos hechos poco difundidos del 4 de febrero de 1992. En Venezuela fue reeditado el Moncada tan solo un año después del bicentenario del natalicio de Simón Bolívar. La solución de la revolución cubana misteriosamente se nos develó en aquella apagada navidad de 1994. ¡Sí! estábamos en lo correcto. ¡Sí! Fidel no se equivocaba al ser el único hombre en el mundo que decidió comprometerse so pena de errar con aquel soldado que tal como él recurrió a la vía armada para encontrar justicia. Tal como él hacía 50 años atrás fracasó en el intento. Tal como él a los pocos años era el presidente de una verdadera revolución.

Fidel y lo mejor de la juventud cubana salvaron a José Martí en 1953, justo en el año de su Centenario, asaltando con viejas escopetas de caza al segundo cuartel de la tiranía de Batista. Chávez y los mejores oficiales de Venezuela salvaron a Bolívar apenas un año antes de su Bicentenario.

Chávez era aquel joven soldado que en un cerro cerca de Caracas, a través de un viejo equipo de radio había escuchado decir al Comandante Fidel en 1973 que de haber entregado las armas a los obreros y campesinos en Chile no habría fracasado la revolución que Salvador Allende pretendía hacer.

No entendieron muchos que Fidel recibiera a Chávez aquel diciembre en plena escalerilla del avión. Hugo Chávez era para muchos apenas un expresidiario. Pero siempre no sucede lo mismo con Fidel. Se nos adelanta irremisiblemente Y es porque la sinapsis de sus neuronas es más veloz que la luz y nos somete al efecto de la relatividad del tiempo. Supo ver en aquel hombre lo que hoy boquiabiertos a todos nos cuesta aceptar. La imagen de un presidente que contrasta con el sinnúmero de alfeñiques que pueblan de un lado y otro del espectro político a nuestro infeliz planeta.

Le bastó a Fidel leer su trayectoria, le bastó escuchar su conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana para saber que de nuevo se volvían a fundir los arados de Bolívar, volvía la América Nuestra de José Martí a pensar en su segunda y verdadera independencia y volvía el Che a contar cadenciosamente: «dos, tres… muchos Viet Nam».

Y llegó entonces Hugo Chávez a celebrar el décimo aniversario en que fuera recibido personalmente por Fidel, cuando en medio de las penalidades del verano y los inicios de la circulación del dólar, no sabíamos que hacía nuestro Comandante recibiendo a un soldado que diera un golpe militar. Nosotros no. Pero Fidel sí lo supo. Sabía que las contradicciones que sufrió nuestro pueblo con las medidas tomadas por las vicisitudes que atravesó el mundo en la década del noventa serían ampliamente recompensadas por aquella venturosa resurrección de Bolívar.

Hoy, después de mil misiones acá y allá, nos es muy familiar el Presidente Chávez. Nos ha visitado más de diez veces. Pero esta vez sería distinta. Era una visita oficial. Algo grande estaban pensando aquellos dos hombres.

Y descendió finalmente, el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, vestido con una camisa turquesa y camiseta negra interior. Este hombre todavía no se acostumbra a la presencia de Fidel. Baja corriendo las escalerillas del avión con una sonrisa esplendida y abre los brazos como si fuera a crucificarse en aquel cuerpo verde que con cierta dificultad todavía le esperaba en la pista. Allí terminan abrazados. Quién esté habituado a ver el rostro de Fidel por las cámaras como es el caso del pueblo de Cuba, se da cuenta que la presencia del Comandante Chávez lo llena de una alegría incontenible. Desde hace mucho no se le ve a Fidel reírse de igual manera.

Y llega el día 14 de diciembre, y el teatro Karl .Marx será esta vez testigo de una verdadera resurrección. Frente a Chávez adquiere Fidel una compostura no habitual… Su mirada es de orgullo con una placentera sonrisa como diciendo: «Caramba, ahí anda el relevo». Es sintomático que el relevo del comunista que más ha logrado vivir sea un extranjero. Esto amerita un análisis: los llamados relevos siempre son nacionales. El extremo de esto son los reyes cuyos herederos son sus hijos, como si la sangre tuviera algo que ver con la continuidad. Luego los grandes caudillos, personalidades y guerreros buscan su continuidad en compatriotas. Es natural que así sea. Pero uno de los grandes descubrimientos de la teoría socialista es que el futuro de una revolución no está tan sólo en las fronteras nacionales. No hay quien no vea hoy que Chávez es el mejor discípulo de Fidel Castro. Claro que de Bolívar y Martí. Por supuesto, una ligazón sazonada con la cumbre más alta del comunismo en Latinoamérica: el Che Guevara.

El instante en que vivimos se nos presenta como un nuevo parto. Vuelve la historia de Cuba a estar entrelazada con la del mundo. Fue Máximo Gómez, fue el Che. Ahora y en estos cruciales momentos de la vida de Fidel y mi revolución aparece un venezolano. La revolución cubana esta maravillosamente condenada a ser internacional… o a perecer.

Y quiso Dios que fuera este encuentro de milagros precisamente en el Teatro Karl Marx, donde se fundieron en una sola la juventud venezolana y cubana y a los gritos de ¡Viva Chávez! y ¡Viva Fidel! se dieron los toques silenciosos del primer canto para la unidad continental. Esa misma unidad que reclamaba el gran alemán en su manifiesto. Unidad con los únicos que pueden unirse. Los que no tienen nada que perder excepto sus cadenas.

Chávez dijo en La Habana que si Bolívar hubiese vivido tanto como Fidel se hubiese hecho socialista. Podrá parecer exagerado. Más el sentido está claro: Bolívar hubiera tratado de hacer lo imprescindible para América en cualquier época. Habrá que estudiar con mucho cuidado y pasión los roces circunstanciales de todos estos hombres. Bolívar no llegó a entender quizás el papel de las diferencias de clases desde el punto de vista económico. ¿Y eso que interesa? Estaba enfrascado en misiones distintas. Por su parte, Carlos Marx no entendió tampoco el papel último del la subjetividad y el heroísmo que hizo de estas tierras nuevas su razón de ser. No en balde el marxista José Carlos Mariátegui señalara que en nuestras tierras el socialismo debería ser creación heroica. Marx por supuesto no entiende como es posible que Charles Dana, director del New York Daily Tribune, quien lo invitase en 1857 para colaborar sobre temas de historia militar, biografías y otros varios en la New American Cyclopaedia, le exigiese las fuentes de donde extrajo su extrema criticidad sobre Bolívar. Al respecto le cuenta a su entrañable compañero Federico Engels: «Dana me pone reparos a causa de un artículo más largo sobre ‘Bolívar’, porque estaría escrito en un tono prejuiciado y exige mis fuentes. Estas se las puedo proporcionar, naturalmente, aunque la exigencia es extraña. En lo que toca al estilo prejuiciado, ciertamente me he salido algo del tono enciclopédico. Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque.» (emperador de Haití en 1850)

No pudo entender Marx el fuerte papel subjetivo que envuelve necesariamente la historia en esta parte del Atlántico. En menos de tres siglos se conformó la historia de nuestros pueblos. Concentrando lustros en meses se fundó América. Crisol de culturas, costumbres y sueños que le llegaban del resto de los continentes. De seguro Karl Marx que a decir de José Martí «no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas», sometió al caudillo militar a las mismas críticas que le ameritaban los caudillos europeos. Quizás no alcanzó a sentir, más que a saber la leyenda de la historia americana. En América se luchó contra la esclavitud bajo los colores jacobinos de la revolución francesa. Mientras Europa apuntalaba las fronteras, los mejores hijos de América luchaban por disolverlas. Sin esa carga de subjetividad, sin creación heroica no habrá jamás en América revolución socialista.

Sucedieron muchas cosas en América: El proletariado de Europa, por ejemplo, no explotó en revolución por el sumidero de Norteamérica. Estados Unidos en muy poco tiempo pasó de ser colonia a ser imperio más poderoso del mundo. Por eso Martí entendió mejor que ninguno el naciente imperialismo.

Para nada quita esta envoltura la pertinencia de los descubrimientos de Karl Marx en América. La lucha de clases es el motor de la historia en todas partes. Tan sólo el descubridor de la causa de la explotación no logró en América deslindar el lenguaje epopéyico en que se manifiestan los conflictos.

Martí nos dice: «Karl Marx ha muerto. Como estuvo al lado de los humildes merece honor. (…) Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa.»

Las yerros de los grandes pensadores son también fuente de conocimiento: José Martí se consideró hijo de Bolívar. Fue sin duda alguna su primogénito y no se midió en señalar sus faltas. Es más: se las explicó a los niños americanos en La Edad de Oro:

«Bolívar no defendió con el mismo fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre.»

«Los hombres no puede ser más perfectos que el Sol. El Sol quema con la misma luz con que calienta. El Sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.»

Y es precisamente a eso que tenemos que remitirnos. Si de verdad tenemos ansias de entender veremos que Carlos Marx tuvo también derecho a no entender otras realidades, incluso con los propios instrumentos que él descubrió.

En La Habana Chávez se apareció con un gran libro de Bolívar y nos leyó sorprendentes ideas revolucionarias del Libertador. Ha sostenido Chávez recientemente que Bolívar fue el primer antiimperialista. Es mucho decir quizás, pero al menos fue el primero en señalar «que los Estados Unidos de América estaban llamados por la Providencia a colmar nuestros pueblos de miseria en nombre de la Libertad» ¡Y sí que la Providencia cumplió su llamado!

Sépase que considero al marxismo como una ciencia, la mejor ciencia de la práctica revolucionaria. Tan sólo hay que aplicarlo de manera correcta a cada sistema analizado, inclusive Carlos Marx pudo equivocarse en saber utilizar sus propias herramientas.

Y no es que lo piense tan sólo yo:

Ernesto Che Guevara fue según mi opinión el comunista más completo de la historia. Son pocas las banderas rojas que no evoquen esas tres letras que bautizaron aquella lejana década del 60. Figura sublime que recorrió América y sintió en sus sufrimientos el verdadero marxismo como única alternativa. En menos de nada decidió su vida al lado de Fidel., y sin quitarse su uniforme de guerrillero implementó las verdaderas contribuciones a la teoría de aquellos europeos. Estudió marxismo como ningún cubano, admiraba a esos pensadores más que nadie. En el impresionante trabajo «Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana» señala lo siguiente:

«A Marx como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieron Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y éstas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento. Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural y científico de los pueblos y lo tomamos con la naturalidad que nos da algo que ya no necesita discusión.».

Transcribo esta cita completa con toda intención. Estos comentarios del Comandante Guevara no van a poder encontrarlas en las obras que están disponibles en la red sencillamente porque la edición cubana de las obras del Che que se ha tomado como referencia ha sido al parecer la de Ciencias Sociales editada por primera vez en 1972. Y en esta edición, la que sin dudas ha sido la base para las versiones digitalizadas, no está este comentario.

Todavía no puedo entender como es posible que algún revolucionario cubano o del mundo ose censurar al Che. Tiemblo al pensar que en los libros que me dejó mi madre no estuviera la edición que realizara, para suerte de todos nosotros el compañero Orlando Borrego, donde hube de hallar estos párrafos que de manera imperdonable han sido separados en la citada edición, o cuando menos se trata de un error tipográfico

Censurar al Che es censurar la idea misma de la revolución y si es un error es realmente lamentable. Esta edición de las obras del Che sale en este instante de mi biblioteca personal y la considero como un insulto o al menos una gran irresponsabilidad para con los revolucionarios del mundo. Si no es un error, entonces no hay disculpas: Todavía me dicen que no me alegre por la caída del muro de Berlín. No quiero pensar que otras censuras tendríamos que tolerar de haberse prolongado aquel «socialismo».

Mas no importa. A pesar de las agresiones del imperialismo y el sórdido estalinismo que hubo de acosarnos sin piedad, la revolución cubana ha triunfado. Y ha triunfado precisamente por entender las ideas del socialismo a la perfección. Por no tener que interponer a José Martí o a Simón Bolívar con Carlos Marx o Vladimir IIlich Lenin. Todos cobran espacio y se sostienen mutuamente. Y también porque hemos tenido la suerte que dos de los mejores comunistas del mundo hayas protagonizado nuestra revolución. Esta revolución que encuentra en la revolución bolivariana continuidad asombrosa.

Y así fue como estos dos mandatarios firmaron el acuerdo conjunto para implementar el ALBA como respuesta a esa neocolonización alambicada que es el Área de Libe Comercio para las Américas (ALCA). La Alternativa Bolivariana para América Latina (ALBA), la cual comienza precisamente por lo que el ALCA desprecia. Este engendro que según Chávez está muerto, independientemente que nos siga acosando su fantasma.

Declaran los presidentes Hugo Chávez y Fidel Castro:

«Subrayamos que el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) es la expresión más acabada de los apetitos de dominación sobre la región y que, de entrar en vigor, constituiría una profundización del neoliberalismo y crearía niveles de dependencia y subordinación sin precedentes.

«Afirmamos que el principio cardinal que debe guiar el ALBA es la solidaridad más amplia entre los pueblos de la América Latina y el Caribe, que se sustenta en el pensamiento de Bolívar, Martí, Sucre, O’Higgins, San Martín, Hidalgo, Petion, Morazán, Sandino y tantos otros próceres, sin nacionalismos egoístas ni políticas nacionales restrictivas que nieguen el objetivo de construir una Patria Grande en la América Latina, según la soñaron los héroes de nuestras luchas emancipadoras.

«En tal sentido, coincidimos plenamente en que el ALBA no se hará realidad con criterios mercantilistas ni intereses egoístas de ganancia empresarial o beneficio nacional en perjuicio de otros pueblos. Solo una amplia visión latinoamericanista, que reconozca la imposibilidad de que nuestros países se desarrollen y sean verdaderamente independientes de forma aislada, será capaz de lograr lo que Bolívar llamó «(..) formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria», y que Martí concibiera como la «América Nuestra», para diferenciarla de la otra América, expansionista y de apetitos imperiales.

«Expresamos asimismo que el ALBA tiene por objetivo la transformación de las sociedades latinoamericanas, haciéndolas más justas, cultas, participativas y solidarias y que, por ello, está concebida como un proceso integral que asegure la eliminación de las desigualdades sociales y fomente la calidad de vida y una participación efectiva de los pueblos en la conformación de su propio destino.»

¡Ahí está! Las primeras pinceladas de la formación de un pueblo nuevo. El ALBA no sólo es diametralmente opuesta al ALCA, sino que a diferencia de la Unión Europea que comienza a integrarse por intereses tan sólo económicos, el ALBA comienza a integrarse por la historia, por los pueblos, donde la integración económica es el medio y no el fin. Pero no sólo a la Unión Europea. Nada tiene que ver con el extinto CAME donde formábamos parte con el resto del «campo socialista». En el ALBA se integran pueblos semejantes, pueblos que se besan las fronteras, pueblos que fueron colonia de las mismas metrópolis, han sufrido al mismo imperio, tienen el mismo origen de clase y tienen el mismo corazón. Será una integración de nuevo tipo. Dice Zbigniew Kowalewski en su ponencia presentada en el evento «La utopía que necesitamos» efectuada en la Habana recientemente refiriéndose a la fragmentación estatal del subcontinente: «En esta anomalía se materializa la condición de América Latina en tanto que una periferia dependiente, explotada y subdesarrollada en el sistema capitalista mundial. Nada más natural que, como sucede también en el mundo árabe, donde existe algo así como el nacionalismo panárabe, en América Latina resurja periódicamente la idea de que la patria es la América.»

¿Y cuál es la única forma que conocemos para lograr estos milagros de nuestras sociedades? El socialismo. Y no importa que le cambien el nombre, sólo este sistema social permitirá que se borren las fronteras. Y para esto no sólo necesitaremos a nuestros padres fundadores, sin los cuales es imposible soñar con una América unida y justa… Tendremos que apelar también a los fundadores de la única teoría científica que permite aspirar a la redención humana. Simón Bolívar y Carlos Marx a pesar de aquellos desencuentros se darán la mano y juntos nos ayudaran a este proceso de fundación. No podremos prescindir del uno ni del otro. No va a ser difícil; tenemos de nuestro lado al interprete perfecto. Al mejor de los latinoamericanos y al mejor de los comunistas. El Che Guevara.

Las enseñanzas del Che, donde se mezclan de manera única el mito americano y la ciencia del socialismo serán las que más nos apoyen en esta contienda, que como decía el comandante Chávez debemos empezar a hacer realidad.

En 1959, al producirse una compleja discusión en el joven gabinete de Fidel Castro, Armando Hart, que ocupaba el cargo de Ministro de Educación, señaló: «Para entender a Fidel hay que tener muy presente que está promoviendo la revolución socialista a partir de la historia de Cuba, América Latina y del pensamiento antiimperialista de José Martí.»

Pudiera pensarse que era o un poco precipitado para aquellos momentos. Pero Armando Hart tenía razón. Fidel no hizo cualquier revolución socialista: promovió la única viable, la que integraba la tradición martiana, sin la cual es absolutamente imposible cualquier empresa social en Cuba que aspire a ser exitosa. Y viceversa: si no era socialista la revolución no cumpliríamos con José Martí

Parafraseando a Armando Hart, yo digo que para que entendamos a Chávez hay que tener presente que está promoviendo una revolución socialista a partir de la historia de Gran Colombia y del pensamiento integrador de Simón Bolívar ¡y viceversa!

Chávez, si aspira a tener éxito, no podrá prescindir de Bolívar, tendrá que avanzar por el camino de una revolución socialista definitivamente y además si definitivamente transitará los causes de una revolución socialista, tendrá que contar para su realización práctica con un análisis actualizado sobre el fracaso del socialismo real.. Esta vez no será posible evadirlo.

Este empeño lo hará sin dudas la clase social más revolucionaria, que no es sin dudas la extrapolación barata del proletariado de la Europa decimonónica. El proletariado del siglo XXI en América Latina está estrechamente relacionado con aquel grito de Fidel Castro en la II Declaración de la Habana: «Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de foete y mayoral no se ha contado o se ha contado poco. Desde los albores de la independencia sus destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la «patria» que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de sus metrópolis para la burguesía, esa que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalón de los beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda.»

«Porque esta gran humanidad ha dicho: » ¡Basta!» y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia.

Esta independencia, la única y verdadera es… el socialismo. La única bandera frente a la que es posible la unidad. No en balde son Chávez y Fidel quienes proponen la unidad de Nuestra América, los únicos presidentes que tienen vocación socialista. Si algún color no deberá faltar en nuestra nueva bandera será el rojo.

No sólo nos uniremos los americanos. Con América se une el mundo.