Abolicionista, porque el abolicionismo es la revolución del feminismo como último ideal universalista.
No toques a mis putas, así titularon su manifiesto algunos intelectuales y académicos franceses ante la posibilidad de que la Asamblea Nacional francesa aprobara una ley de abolición de la prostitución y de penalización de puteros y proxenetas. Abolir el puterío, sería como derogar la lluvia, decían, equiparando la importancia irrenunciable de sus deseos con lo inevitable de un fenómeno natural.
También exigían su derecho a disfrutar de todo aquello que pudieran costearse con dinero. Muy a su pesar la ley fue aprobada el 13 de abril de 2016. Fue una victoria abolicionista que puso fin a la criminalización de las mujeres prostituidas, eliminando el delito de racolage (solicitación) impuesto por Sarkozy mediante sus políticas neoliberales, represivas y punitivas con las mujeres en prostitución.
Los intelectuales y académicos franceses jamás hicieron manifiesto alguno contra la represión y el acoso de las mujeres en prostitución o para que mejorara su situación. Lo único imprescindible en esta cuestión era su reivindicación de hombres con dinero, exigiendo satisfacer sus deseos, los que fueran, porque ellos pagaban. La aprobación de la ley vino precedida por el llamado caso Carlton en el que grandes prohombres del Estado Francés y sus élites fueron juzgados y acusados de proxenetas, entre ellos el entonces director del FMI. El caso levantó ampollas en la ciudadanía y sobre todo, revolvió muchos estómagos cuando se hicieron públicos los resultados de la investigación que duró más de tres años y consiguió las declaraciones de escorts y prostitutas.
A partir de los detallados relatos se dieron a conocer el embrutecimiento y la violencia de las orgias colectivas montadas por algunos de los que dirigen el mundo y su influyente muchachada y también cómo estas fiestas de la salvajada se organizaban en diferentes ciudades, porque sus organizadores además de ricos y sin escrúpulos, son muy cosmopolitas. Después de este asunto Berlusconi y su bunga bunga, sonaba a fiesta de fin de curso de guardería infantil. Francia aprobó una ley abolicionista y se sumó a la lista, cada vez más larga, de países y estados que eligen abolir la prostitución como la violencia más extrema contra las mujeres.
Entre estos, figuran Suecia, Islandia, Noruega, Irlanda, Singapur, Corea del Sur, Israel, Canadá y Francia, los países que están debatiendo la penalización de los puteros son; Bélgica, Finlandia, Escocia, New York y varios estados más de EEUU a los que se suman Grecia y Sudáfrica que ya aplican dicha penalización.
Pero estas cosas aquí no pasan, no tenemos macrofiestas puteriles y nuestros proxenetas y puteros son tipos tan discretos que siempre utilizan a sus prostitutas para que den la cara por ellos. Qué son cuatro países de chichinabo frente a nuestros dos millones de puteros, nuestra marca como país destino de turismo sexual, su consumo reflejado en el 1% del PIB y subiendo, nuestro ranking de máximos consumidores… y las inmensas colas de proxenetas que colapsan las oficinas de hacienda para pagar sus impuestos.
Esto último lo he puesto para captar la atención de los lectores, todos sabemos que esto no pasa. Lo que sí pasa es que diversas entidades y movimientos de la ciudad, de afinidad institucional, han puesto en marcha una campaña bajo el eslogan poco inocente de Barcelona ciutat proderechos. Y como dos noticias se entienden mejor si van juntas, la salida a las calles del eslogan ha coincidido en titulares con la salida a los medios del interés de Salvini por legalizar la prostitución en Italia. Los prohombres del mundo baten palmas. Si en algún lugar se cuestiona el sistema prostitucional, siempre hay un fascista a mano que te resuelve la papeleta y pone coños a la disposición de todos, en un arrebato de fraternidad masculina, para que siga la fiesta y no dé tiempo a pensar.
El eslogan no es inocente porque coincide con el planteamiento del lobby proxeneta de imponernos la prostitución como un trabajo cualquiera y el derecho a prostituirse (de ahí el eslogan proderechos), esto no se puede obviar. Mediante una campaña de apariencia justa, solidaria y a favor de las mujeres en prostitución, se disfraza y oculta lo que Zygmunt Bauman denomina un acto de maldad líquida consistente en la claudicación ante el prejuicio y el juicio de parte, además de la falta de escucha de todos y cada uno de los actores sociales, la negación a un análisis multidisciplinar y la imposición del reduccionismo y la superficialidad para la comprensión de una realidad compleja.
Encarar la realidad de una maldad líquida es un previo ineludible para intervenir con acierto en una sociedad apestada de determinismo en la que impera la industria del derrotismo, y se exhorta a la aceptación de lo injusto y su horror en cómodas píldoras conceptuales de palabras vacías que son compartidas en comunidad de pares y lucidas como estandartes en camisetas y discursos, negando toda posibilidad de alternativas.
Esta maldad líquida alcanza su máxima expresión en el acatamiento sumiso de los mandatos de los mercados y sus élites mafiosas. En palabras de Bauman es una estrategia sin estrategia, pues toda ella termina siendo un mero juego de lenguaje donde la alternativa queda prohibida y solo impera el fatalismo del mercado. Un mercado en el que las mujeres en situación vulnerable y las que son atrapadas por grupos y corporaciones mafiosas, solo pueden salir a venderse. La sociedad y su ciudadanía solo existen para el consumo, jamás para el cuestionamiento, desamparadas por unas instituciones doblegadas y a veces instigadoras.
El individuo es solo consumidor y consumible, único responsable de su situación y se impone la neutralidad de los valores como el mejor mecanismo de desentendimiento y de elusión de la responsabilidad institucional. En un discurso llano la maldad líquida, subyacente en una comunidad de posmodernidad también líquida, es una maldad idiota en términos políticos, además de estúpida y delirante, disfrazada de libertad y democracia.
El acatamiento de esta campaña como algo bueno para toda la sociedad y las mujeres, deja vía libre a los verdaderos protagonistas del sistema prostitucional para que puedan seguir libremente con su actividad delictiva y todos, absolutamente todos, tendrán categoría de empresarios y señores respetables. Individuos claramente antisociales que no aceptan responsabilidad social alguna, podrán coludir para fijar precios, eludir al fisco o presentarse a cargo político y manejar las cuentas de municipios, incluso del Estado. Las críticas aficionadas pueden decir que esto ya sucede, pero no es verdad.
Nuestra vida política no es completa y totalmente corrupta, pero puede llegar a serlo con la incorporación normalizada de estos individuos. Repasar las campañas del lobby es componer un retablo de las que han sido sus incursiones o búsqueda de alianzas; de la inicial del empoderamiento para infiltrase en el movimiento feminista a la del glamur, lujo y dinero fácil para conquistar los medios. Desde el desmontado mito de la libre elección, de la superficial universidad postacadémica, al actual proderechos como disolvente emocional de la movilización social.
Qué derechos promueve la campaña ¿El de los proxenetas a prostituir y enriquecerse a costa de las mujeres y niñas que dejan rotas? ¿El de que estos no asuman responsabilidad alguna sobre las consecuencias sociales de la prostitución para la sociedad o para las mujeres? ¿El derecho a vender, comprar y traspasarse, después del uso y extraídos beneficios, mujeres, niños y niñas? ¿El derecho de los puteros a violar, demandar y exigir todo lo que puedan pagar? ¿El derecho a fomentar y multiplicar el negocio y sus multimillonarias ganancias mediante pornografía sin límites? La respuesta a todos estos interrogantes es afirmativa, porque todo lo anterior es parte constituyente del propio sistema prostitucional.
Pero todo queda oculto bajo la falacia envilecida del derecho de las mujeres a prostituirse (sic). La elección de este eslogan de campaña escoge un componente simbólico importante donde las palabras han sido seleccionadas para ocultar, desvirtuar, vaciar y disolver el significado. Es el estilo hueco de la denominada nueva política que dice ser una nueva izquierda, donde prima la performance como espectáculo gratuito y participado y en su mercado de la diversidad todo cabe si queda bonito en una estampación o hace juego con la palabra fetiche, libertad. En cambio para el feminismo que no puede ser otra cosa que de izquierdas y abolicionista. La libertad máxima es poder decir NO y para ello contar con instituciones que lo garanticen y políticas que lo hagan posible. El pensamiento de izquierdas está en los valores que representa y no en la identidad que cada cual oportunamente se autoatribuye. Aviso para personas que se puedan sentir muy ofendidas, no digo que las entidades que avalan la campaña sean el lobby proxeneta.
Digo que el sistema prostitucional, como todo sistema, se extiende como mancha de aceite a todas aquellas personas que colaboran consciente o inconscientemente difundiendo sus falacias, principios e intereses y contribuyen a crear, avalar, fijar y naturalizar una cultura que es la cultura putera, de consumo de mujeres, niños y niñas, sin pensar en sus consecuencias. Es así como se crean las culturas de consumo y es así como se extienden y mantienen los sistemas para el consumo.
Por otro lado solo se me ocurre tildar de fascista a quien presume de serlo, por eso cito a Salvini. Mi intención es hacer ver cómo suena la misma propuesta, de naturalizar y normalizar la prostitución, en otras bocas, como por ejemplo en la del señor Trump reconocido putero o su amigo Berlusconi y por supuesto en toda la abundante casposidad patria que reclama putas en volquetes a la primera de cambio.
Aclarado lo anterior la mencionada campaña ha sido orquestada como contraataque al despertar abolicionista de la sociedad y a la visibilidad que le van otorgando los medios. Los responsables institucionales necesitan comprender y reconocer la realidad para poder cambiarla, no pueden empezar por negarla, pues acabarán levitando sobre su propio engaño.
Quien quiera acercarse a la palabra verdad no debe sentirse nunca en posesión de la verdad, sino procurar no mentirse, no acordar mentiras, estas son palabras de Luis García Montero y son muy apropiadas para explicar la belicosidad y el autoritarismo desdeñoso de aquellas supuestas nuevas izquierdas que llegaron al poder mediante la movilización y el escrache. Y que desafían con su mascarada cínica, ahora llamada postureo, a toda la sociedad que no está dispuesta a aceptar la imposición de su supuesta superioridad moral, su tolerancia colaboracionista a veces y su indiferencia despectiva casi siempre, con respecto a esta cuestión.
La causa abolicionista ha sido negada en todos los espacios institucionales durante años, la excusa siempre era la misma; en la próxima asamblea, encuentro, reunión… pero jamás aparecía en el orden del día. En alguna ocasión tuvo asomo parlamentario y fue recibida con pancartas, gritos y risas estúpidas de alguna representante.
En cualquier concentración feminista el abolicionismo era la causa negada y deslegitimada la presencia de quienes lo apoyaban. Llegaron a imponer un consenso, pactado por no sé quiénes, en no sé qué lugar y no sé qué momento, sobre la imposibilidad de mencionar la palabra abolicionista y sus políticas o leyes desarrolladas. Dicho consenso solo necesitó para su imposición de la obediencia debida, cual dóciles corderos, de todas aquellas personas en cercanía o aspiraciones a los círculos de poder y la nueva política.
Con su complicidad, a lo largo de los años han tejido un muro infranqueable a la comunicación para un debate que ahora dicen reclamar. Diferentes movimientos abolicionistas de dentro y fuera de Cataluña prepararon (y siguen en pie) marchas, encuentros, foros de discusión y debate, campañas en redes… el objetivo de todas ha sido plantear la prostitución como un problema social, dar a conocer el funcionamiento del sistema prostituciona, centrar la responsabilidad en la demanda del putero y en el interés del proxeneta, extender la conciencia abolicionista como posicionamiento político y exigir políticas a favor de las mujeres que son prostituidas, así como para la erradicación de la prostitución.
Hasta el momento la única respuesta institucional que ha encontrado el abolicionismo ha sido no darle audiencia y de ahí a las campañas de descrédito, mentirosas, insultantes y siempre la puerta en los morros. El abolicionismo es una causa política legítima y justa en una sociedad democrática que acata los Derechos Humanos y que ha abolido la esclavitud y por eso no puede aceptar alegremente la imposición del mercado sobre los cuerpos de las mujeres, niños y niñas. Las mujeres abolicionistas no podemos aceptar sin rebelarnos una metafísica de la prostitución como elección libre cuando es una imposición de los mercados, sus élites y un sistema de expropiación criminal.
No me canso de repetir en palabras de Beatriz Ranea que la sociedad es abolicionista aunque no tenga conciencia de ello. Es algo obvio que millones de mujeres a pesar de la precariedad no corremos libremente a los burdeles, decir lo contrario es una patraña. Es obvio también que los puteros desprecian a sus putas y es algo que no quieren para sus mujeres más apreciadas. Tampoco hay movimiento alguno que reivindique su derecho a ser puta con la verdadera intención de dedicarse, salvo las representantes del sistema que se dedican al marketing.
Esta campaña de afinidad institucional intenta fijar en el imaginario social que entre los derechos humanos está el de ser prostituta. Si tenemos derechos y cada uno se corresponde con un deber ¿Quién se supone debe garantizar dicho derecho? ¿El Estado? ¿Debe el Estado o el municipio garantizar prostitutas para todos? ¿O garantizar que las mujeres puedan prostituirse? Su lógica estupidizada reclama también la prostitución como un trabajo cualquiera.
Por lo tanto sumando ambas lógicas, cualquier Estado o ayuntamiento acabarían garantizando que todas las mujeres trabajáramos de putas. Y otro de los objetivos es también, imponer un modelo de prostitución que deje satisfechas a las propias prostitutas. Algo imposible dado que ninguna mujer lo desea y en todos los estudios realizados las entrevistadas contestan que harían otra actividad si pudieran.
La prostitución no es un trabajo como tampoco lo es mendigar. Nadie dice que un mendigo es un trabajador, de ser así nadie, nunca, se plantearía políticas de erradicación de la pobreza y llevamos intentándolo desde el siglo XVI. Por otro lado las mafias de la mendicidad cuando los organizan los envían a trabajar, ese es el término que utilizan porque esa es la forma de legitimar su actividad criminal que consiste en esclavizar a otros y extraerles todo el beneficio posible. Solo las mafias que viven de los mendigos dicen que mendigar es un trabajo. Solo las mafias de proxenetas que viven de la prostitución dicen que la prostitución es un trabajo para legitimar su crimen.
No hay modelos apropiados, buenos y aceptables de prostitución como tampoco hay modelos buenos y aceptables de pobreza. Las idealizaciones de gente guapa que vive en una burbuja de narcisismos, ausentes de toda realidad que arañe sus creencias, reparando tan solo en su ombligo, les incapacita para la escucha y la posibilidad de poder contemplar el punto de vista de otra persona. Detrás de cada eufemismo que se inventan se esconden y protegen de la realidad que les molesta y también de las palabras que las retratan y descolocan sus fantasías. De paso se guardan de todo aquel que no sea un adulador. Piensan que a fuerza de insistencia la sociedad entera va a aceptar lo inaceptable, que nos intentan imponer y que además nuestra obligación es acatar de buenas maneras y en silencio.
En un artículo encargado para la campaña su autor se pregunta y preocupa del porqué la cuestión del trabajo sexual ya no forma parte de la agenda política de nuestros movimientos, lo cierto es que suena a advertencia amenazante. Pero más preocupante es que no sea capaz de reconocer y aceptar que ya nadie cree en semejante barbaridad por más que se la impongan. La campaña proderechos está a favor de un sistema prostituyente que antes se refugió en el regulacionismo y ahora que es desechado, se inventa un modelo de prostitución neozelandes inexistente porque es lo mismo que proponen siempre; que la prostitución sea considerada un trabajo como cualquier otro.
Los países que han caído en su trampa no han mejorado en absoluto la situación de las mujeres en prostitución y han visto como aumentaban las cifras de mujeres y niños y niñas prostituidas. Han visto como aumentaba la trata, la sociedad se embrutecía en las cifras de violencia contra las mujeres a pesar de su ocultación y sobre todo se han visto acorralados por el aumento de la criminalidad hasta el extremo de estar planteándose la restricción de la actividad (Ámsterdam) y admitir que la legalización ha sido un fracaso (Alemania).
En todos el lobby proxeneta se fortalece y al igual que los cárteles de la droga crea sistemas de control e influencia política capaces de desafiar las instituciones y el propio Estado. Todos los candidatos a las municipales en Barcelona han manifestado su preocupación por el turismo, su calidad y efectos y sabemos que ambos sectores de actividad son vasos comunicantes.
También han señalado la precariedad de los trabajos en el sector turístico. ¿Hay alguien que pueda afirmar sin sonrojo, que en el supuesto de reconocer la prostitución como un trabajo cualquiera, sus condiciones laborales serían mejores que las de dicho sector? En cambio cualquiera puede deducir que el trabajo sexual asumiría mayores riesgos en salud física, psíquica y adicciones, así como una mayor peligrosidad. Básicamente porque la peligrosidad de la prostitución, su morbilidad y violencia constituyen la propia activad tanto como el temor o el asco que manifiestan las propias mujeres prostituidas en cualquier estudio, entrevista o conversación.
Por último, desde hace tiempo se percibe en la ciudadanía una preocupación por la seguridad, como ya he dicho más arriba la naturalización de la prostitución aumenta la criminalidad en su entorno. Quiero añadir que la dignidad que un sistema social otorga a su ciudadanía incide en la conflictividad social, cuando la vida de mujeres, niños y niñas no vale nada, la convivencia se degrada y el sistema social se embrutece. Las izquierdas, decía antes, se han caracterizado por sus valores, algo concreto con contenido y fondo. A veces los grandes valores (justicia, igualdad, solidaridad…) pesan mucho y son difíciles de sostener en el tiempo.
Su machismo y misoginia son épicos y solo en los últimos tiempos se han abierto a un feminismo que a veces les escuece. Entre sus valores está la superación de un orden social que considera injusto, lo que a veces le otorga una conciencia de superioridad moral. La supuesta nueva izquierda, ha hecho de ello su marca identitaria, al mismo tiempo que abrazaba sin ambages la religiosidad devota del neoliberalismo, sus dogmas de fe en el mercado y su mantra derrotista del no hay alternativa.
Cada vez adopta posturas más autoritarias y fanáticas. Deben dejar la autocomplacencia y la soberbia porque anulan la capacidad crítica e incapacitan para el ajuste de la realidad. Cuando despierten de sus sueños embelesados de onanismo mental, las feministas seguiremos ahí y las abolicionistas también.
Porque somos las mismas, somos muchas y cada vez somos más. Deben preguntarse si se han equivocado, deberían extender la duda y la sospecha sobre sus propios dogmas, todos son revisables. Revisar y desterrar el dogma de la libertad en el acto de prostituirse es en estos momentos un acto político radical y transgresor.
La revolución es la abolición de la prostitución, como en su momento fue la abolición de la esclavitud. Reconocer la dignidad de un ser humano, de una mujer, un niño, una niña es una esperanza de humanidad que nadie nos puede arrebatar y es tarea de la ética feminista y no una metafísica alucinada de gente sin empatía.
En palabras de Amartya Sen, cuando la gente se movilizó a favor de la abolición (de la esclavitud) en los siglos XVIII Y XIX no tenían la ilusión de que dicha reforma hiciera el mundo perfectamente justo. Su reivindicación es que la esclavitud era injusta e intolerable lo que hizo de su abolición una prioridad arrolladora.