Si viven en la ciudad de Salvat-Papasseit o en sus alrededores; si están de viaje o, si viviendo algo apartados, usan transporte público y quieren acercarse esta semana a esta ciudad de los prodigios que supo parar el golpe fascista en los primeros días de julio de 1936, tomen nota de […]
Si viven en la ciudad de Salvat-Papasseit o en sus alrededores; si están de viaje o, si viviendo algo apartados, usan transporte público y quieren acercarse esta semana a esta ciudad de los prodigios que supo parar el golpe fascista en los primeros días de julio de 1936, tomen nota de un acontecimiento cultural que no debería pasarles desapercibido. El próximo 29 de enero, martes, en el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB), a las 19h, se presenta el último libro de Francisco Fernández Buey, Utopías e ilusiones naturales, ensayo que el autor ha tenido buen cuidado en abrir con una hermosa cita de Leopardi:
El placer más sólido de esta vida es el vano placer de las ilusiones. Considero las ilusiones como algo en cierto modo real teniendo en cuenta que son ingredientes esenciales del sistema de la naturaleza humana, otorgadas por la Naturaleza a todos y cada uno de los seres humanos; de manera que no es lícito entenderlas como sueño particular sino como propias del ser humano y queridas por la Naturaleza. Sin las ilusiones nuestra vida sería la más mísera y bárbara de las cosas.
Parece un absurdo, pero es exactamente verdadero que, siento todo lo real una nada, no hay cosa más real ni sustancial en el mundo que las ilusiones.
Francisco Fernández Buey es, como saben, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Pero el autor de Leyendo a Gramsci es, como ustedes también saben, muchas más cosas. Autor de una larga docena de libros, traductor, conferenciante solicitado, colaborador habitual de estas páginas y de cuantas revistas de izquierda y académicas puedan imaginarse, Materiales, El Viejo Topo y mientras tanto de forma destacada, profesor reconocido y admirado (tendrían que ver cómo se prepara sus clases) y, se lo confieso, maestro mío. Pero, además, y no en orden de menor importancia, es -digámoslo así porque hay que decirlo así- un revolucionario, alguien que desde siempre ha estado, pagando por ello el correspondiente recibo, en el lado de las causas nobles, socialistas, comunistas, antifranquistas, al lado de los desfavorecidos y desfavorecidas (recuerden su buena costumbre de presentarse en las ocasiones donde la situación así lo requiere -presencia masculina aplastante- como Paca Fernández Buey). En definitiva, alguien de quienes muchos, somos legión, legión pacífica desde luego, hemos aprendido, admirado y molestado en numerosas ocasiones. Difícilmente olvidaré la larga tarde que nos dedicó a un amigo y a mi mismo -rojos poco reciclados que seguíamos creyendo entonces que, con sus defectos, la URSS era la verdadera patria del socialismo- para explicarnos, calmarnos y apuntarnos algunas claves para comprender, que no para justificar claro está, la invasión de Afganistán por el Ejército Soviético a inicios de los ochenta (Desde entonces, se lo confieso, siempre que me piden un currículum, entrego una hoja con mis datos básicos y en otra, en lugar destacado, señalo que he pasado tres tardes con FFB, una hablando de la política internacional de la URSS; la otra hablando, mejor dicho, dejándole hablar de Gramsci y de su Leyendo a Gramsci, y la otra, con mis dos ojos fuera de órbitas, junto con Pere de la Fuente, oyéndole explicar, con detalle, con profundidad, con amplitud, con la devoción a él debida, sin papanatismo y con el máximo rigor la obra filosófica y política de su amigo y maestro Manuel Sacristán)
Pues bien, acaso esta ocasión, la presentación en Barcelona de Utopías e ilusiones naturales (El Viejo Topo, Barcelona, 2007), sea una buena ocasión para dispensarle el reconocimiento ciudadano que Francisco, que Paco Fernández Buey se merece sin ámbito imaginable para la duda. ¿Nos animamos? ¿Hacemos lo que hace tiempo deberíamos haber hecho?
Además, por si este no fuera motivo suficiente, la presentación del libro contará, aparte de con los buenos y siempre excelentes oficios del trabajador cultural Iñaki Vázquez Álvarez cuya labor en la sombra de encuentros y ediciones merece un foco alumbrador destacado, con las intervenciones de Josep Ramoneda, el director del CCCB, quien convendrán conmigo que es uno de los intelectuales socialistas que merece más atención; de Miguel Riera, aquel joven químico devenido el Feltrinell catalán, el director de El Viejo Topo, una figura emblemática de la izquierda catalana y española; de Antoni Doménech, catedrático de Metodología de las Ciencias Sociales en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, amigo y compañero de Fernández Buey desde hace más de 30 años, y autor de El eclipse de la fraternidad, en mi opinión, uno de los libros de filosofía política más importantes que se han publicado en España en estas últimas décadas, y, por si faltara algo, contaremos con la presencia del propio autor. Cuatro en uno, sin prisas, sin urgencias, y con la posibilidad de preguntar e intervenir si así lo estiman. Si tienen hijos o amigos jóvenes, ofrézcanles la posibilidad de estar presentes. Valdrá la pena. Si ustedes son jóvenes, a no ser que tengan alguna asamblea o alguna manifestación imprescindible, no se pierdan el encuentro. La memoria, decía Borges, no acuña siempre su moneda, pero a veces sí. Y éste será el caso.
Fernández Buey finaliza la «Introducción» de Utopías señalando que en el capítulo que cierra el libro ha abordado el discutido el asunto del final de la utopía. Apunta que el tema que nos dejó en herencia Herbert Marcuse en 1967-1968, cuyo libro del mismo título fue traducido por Sacristán para la colección Ariel quincenal en 1968, y que desde 1990 se ha planteado en numerosas ocasiones aunque con una orientación muy diferente de la marcusiana. Una veces, siguiendo a Popper, desde la perspectiva de la ingeniería social fragmentaria y otras, en una determinada e interesada lectura de Hanna Arendt, desde la consideración de que utopía social y totalitarismo son necesariamente sinónimos. De ahí que
[…] se ha venido manteniendo en los últimos tiempos que el único campo que quedaría libre para la expresión de la utopía en el siglo XXI es el estético. Para mí, eso es una verdad a medias que oculta una parte importante de la verdad y choca con hechos cada vez más sólidos. La reflexión sobre el sentido socio-político de la utopía ha vuelto en los comienzos del siglo XXI, sin que se la esperara. Y ha vuelto de la mano de lo que hoy se llama movimiento de movimientos. De manera que tal vez se pueda decir que después de los desastres del siglo XX la utopía ha perdido su inocencia, pero no su vigencia.
Argumentarlo con detalle es uno de los temas centrales de Utopías e ilusiones naturales. Déjenme dar una breve presentación de lo señalado en el último capítulo del volumen: «La utopía después de la utopía».
Fernández Buey recuerda un tópico que ha circulado en estos últimos años a diestra e incluso (¡ay!)a siniestra: se acabó para siempre la era de las utopías modernas que se ha prolongado durante estos tres últimos siglos. La difusión del tópico no ha sido inocente: la afirmación exagera, por una parte y de forma intencionada, la supuesta intención antisocialista de las antiutopías o contrautopías literarias anteriores a 1980 (1984, Un mundo feliz) y sugiere de paso, y como si el tren pasara sólo por Úbeda, que no hay alternativa al capitalismo bélico neoliberal realmente existente, ni tan siquiera en el plano de las ideas. Para los hechos, con Monsanto, Microsoft, los B-52 y la CIA y afines ya tienen suficiente.
Fernández Buey señala que este tópico no es sólo parte de la ideología neo-liberal sino de la concepción periodística y trivializadora de la historia. Frente a esta última, el autor no tiene reparo alguno en citar unas palabras de Octavio Paz, no siempre crítico con el neoliberalismo cultural e ideológico, en la entrega del Premio Nobel en 1990, palabras que acaso presupongan una concepción humanista demasiado optimista, algo trasnochada incluso, mirando acaso en demasía hacia sólo unas líneas del espectro político olvidándose de otras de no menor grosor:
¿Fin de las utopías? Más bien: fin de la idea de la historia como un fenómeno cuyo desarrollo se conoce de antemano. El determinismo histórico ha sido una costosa y sangrienta fantasía. La historia es imprevisible porque su agente, el hombre, es la indeterminación en persona.
Pues bien, en este capítulo que cierra el volumen Fernández Buey argumenta:
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Que no es cierto que las distopías o contra-utopías de carácter negativo hayan deslazado por completo a las utopías con una intención social positiva antes de 1980.
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Que la afirmación de que se ha llegado al final de las utopías es, de hecho, un contrafáctico, es decir, una afirmación contraria a los hechos conocidos.
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Que ni siquiera es cierta la afirmación que sitúa la utopía en el ámbito de la estética abandonando toda dimensión social.
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Que últimamente, desde 2000, hemos entrado en una fase de revalorización de la utopía cuya clave viene a ser de nuevo la discusión acerca del concepto que hay detrás de la palabra (¿En qué están pensando? ¿En los movimientos alterglobalizadores, en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador? Piensan bien entonces).
Francisco Fernández Buey acaba el capítulo citando algunas aportaciones recientes que le parecen especialmente relevantes, cierra el libro con una cita de su admirado Stanislaw Lem (igualmente admirado por el científico, amigo del autor, Eduard Rodríguez Farré) y recuerda antes una reflexión de Leopardi, netamente consistente desde luego con las aficiones e intereses intelectuales y políticos de un marxista leopardiano como es él:
Sin ilusiones casi nunca hay grandeza de pensamiento ni grandes acciones (…) El filósofo demediado combate las ilusiones precisamente porque es iluso; el verdadero filósofo las ama y predica porque no es iluso. Cuántas grandes ilusiones concebidas en un momento de entusiasmo, de desesperación e incluso de exaltación son, efectivamente, las verdades más reales y sublimes o precursoras de éstas.
Es sensato, parece razonable. Verdades sublimes o precursoras de éstas.
De hecho, bien mirado vindicar la utopía informada es vindicar la puesta a punto, la concreción histórica de una racionalidad ampliada y con ánimo universalista. Seamos, pues, hegelianos por una vez y hagamos o intentemos que lo real sea racional en la medida de lo posible y en ámbitos adecuados, parece decirnos y recomendarnos el autor.
Me olvidaba. ¿Es necesario que les señale que Fernández Buey no es ningún filósofo demediado sino un verdadero filósofo y por eso ama y predica, sin predicar, las ilusiones que están en la mente y en el corazón de todos y todas? Me lo imaginaba, no es necesario.
En síntesis: no se lo pierdan. Nos vemos, el 29, a las 19, en el CCCB. Valdrá la pena. ¡Visca la Barcelona utòpica!