Recomiendo:
0

Base y superestructura en el Estado Español

Fuentes: Rebelión

Texto modificado a partir de mis trabajos en la revista Nómadas, a la que deseo mostrar mi gratitud.

La base y la superestructura de una sociedad son, respectivamente:

a) Sistemas de relaciones entre los hombres. Esto equivale a decir que no son sustancias, no son «cosas». La base económica de una formación social no es asimilable, en modo alguno, a la Naturaleza, la Tecnología, la Ecología. La base no es ningún «factor» o conjunto de «factores» que, residualmente se toman como no-humanos o no-espirituales, o sencillamente «impersonales. La base económica de una sociedad es un conjunto de relaciones humanas directamente implicadas en la producción de aquello que los miembros de una sociedad precisan para vivir. Toda formación social, capitalista u otra cualquiera, debe tener una base material sobre la cual estructurarse y vivir. Pero por «base» entendemos, ante todo, relaciones humanas productivas.

Otro tanto se dirá de las superestructuras. La Ideología, el Derecho, la Religión, el Estado, se resuelven tras un análisis materialista, en un conjunto de relaciones entre seres humanos. No son «espíritu», sino relaciones entre hombres cuya vida se ha estructurado de una determinada manera para producir y reproducirse, y de cuya estructura relacional surgen nuevos órganos y diferenciaciones estructurales que pasan a formar parte de la estructura básica. Estas relaciones superestructurales guardan, como conjunto, como sistema, unas dependencias funcionales o causales con las relaciones inmediatamente productivas, pero éstas también las guardan de aquellas. Esta conexión causal recíproca se ha disfrazado a menudo con la apelación a la «autonomía» (relativa) de lo superestructural con respecto a lo básico (Althusser, Poulantzas). Pero en este punto soy partidario de tomar uno a uno cada elemento o componente superestructural inmerso en el medio material, sin arrancarle de su contexto, de su medio envolvente. Así, en lugar de conexiones externas entre, digamos el Derecho tomado in toto y la base productiva, estudiaremos la lógica material que preside y contextualiza la relación contractual entre dos «iguales» (en el sentido formal, ficción jurídica), patrono y obrero, respectivamente, y las necesidades objetivas que la mercancía tiene en el capitalismo para circular sin trabas (incluyendo la misma esfera del trabajo), como tan brillantemente se revela en el análisis de Pasukanis. La trabazón genética entre una superestructura jurídica y un modo de producción deberá estudiarse como una serie circular y «constructiva» de concatenaciones, en la que no se descarta que uno de los elementos «evolucionados» llegue a romper o absorber a su elemento recíproco (igualmente evolucionado o incluso degenerado). En cualquier caso, cuando se hace la crítica a la distinción de Marx entre base y superestructura basándose en su carácter abstracto debería tenerse en cuenta que esta distinción lo es por necesidad. Si unas ciertas morfologías superestructurales se incorporan a un marco básico de relaciones de producción, este es ya un proceso dinámico, que se da en el tiempo y que comporta una transformación (un cambio esencial) tanto de las bases como de los elementos que esta base incorpora. Se puede decir, entonces que la economía se apodera de formas jurídicas, tanto como estas formas vigilan, sancionan, «engrasan» o impulsan determinadas relaciones económicas. Lo mismo ha de decirse de la Religión y del Estado. La Iglesia Católica tanto como el Estado Español levanta sus edificios o restaura los que tienen, mantiene a sus funcionarios, dispensa unos «servicios», recaudan impuestos, redistribuyen recursos y ejecutan un sinfín de acciones todas ellas de un carácter económico en su misma raíz, acoplándose a los marcos jurídicos y al tipo de relaciones productivas del momento, y además contribuyendo a dichos marcos, dándoles forma y contenido. Preguntarse si somos capaces de vivir sin la Iglesia y sin el Estado ya es, paradójicamente, una pregunta política, que tiene como presupuesto una sociedad civil que ha perdido su «autonomía» frente a una superestructuras colosales, hipertrofiadas. No puedo evitar una sonrisa cuando escucho referencias hacia la «autonomía relativa» de las superestructuras. ¡Es la misma sociedad civil la que ya ha perdido hace tiempo toda su autonomía! !Esa es la cuestión realmente importante!

Es un todo social, el fenómeno que encubre las contradicciones sociales, aquello de lo que se sirve actualmente de una base capitalista para perpetuarse.

b) Las relaciones correspondientes a la base y las correspondientes a la estructura se han desprendido a efectos puramente analíticos. Se trata de una desconexión abstracta.

«[Porque] el cuerpo organizado es más fácil de estudiar que las células del cuerpo. Además, para analizar las formas económicas no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suprimir a ambos. Ahora bien, para la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma valor de la mercancía son formas económicas celulares. A los espíritus poco cultivados les parece que analizar estas formas significa aquilatar y perderse en minucias, pero de minucias como las que son objeto de la anatomía microscópica». (Prólogo a la 1ª edic. alemana del 1er tomo de El Capital, en Obras Escogidas, t. 1. p. 467, Akal, Madrid, 1975.)

En cada fenómeno de la vida social se dan relaciones entre los hombres de muy diversa naturaleza. Pero si queremos trazar la anatomía global de una sociedad hay que dar con una unidades -necesariamente abstractas- a partir de las cuales seamos capaces de reconstruir -analizar– la totalidad. Para ello, Marx dio en la forma mercancía. Esta «célula», entrando en relación con otros términos o componentes de un sistema social, reproduciéndose, multiplicándose y llegando a constituirse en un «poder externo» frente a sus productores es la historia misma del capital. Habiendo dado con la célula, el organismo social puede empezar a ser reconstruido (entendido). Pero un organismo no resulta simplemente de una mera replicación de la misma célula. Decir organismo es decir diferenciación de partes (de tejidos, de órganos, de sistemas) en el cuerpo animal. Es una referencia también a la división del trabajo, de órganos políticos, de clases e instituciones, desgranándose en el cuerpo social. La célula, en sí misma, comporta un contraste en cantidad proporcional y en cualidad, frente a otros tipos de células. Y los sujetos humanos, orbitando siempre en torno a las mercancías, dotándoles de vida tanto en su producción como en su cambio, se estructuran de diversos modos a lo largo del desarrollo (puede decirse que producen a su vez las estructuras de esa producción y cambio de mercancías, pero sin ser conscientes de ese proceso histórico). La célula, multiplicada según un «plan» no previsto, conoce un «desarrollo» que la distingue de una colonia o un agregado. Aparece como unidad constitutiva del organismo al objeto de asignar mejor recursos ante la escasez y garantizar la reproducción de la sociedad a escala ampliada, y así en una espiral de acciones y reacciones recíprocas que van dando el «plan» no previsto de crecimiento y diferenciación del organismo. Por seguir con la metáfora biológica, en los genes de la célula mercancía sólo hay «instrucciones» que se ejecutan ante cambios dados en su medio, pero nunca figura un plan previsto y pre-acabado.

Las superestructuras envolventes de un modo de producción determinado llegan a dominarlo (causalmente) por medio a su incorporación a la ontología germinal misma, la presunta sociedad civil, la base productiva concreta (en el capitalismo, la producción para el mercado), buscando al fin una perpetuación política de un todo tal como ha llegado a crecer y tomar forma en un momento dado: siglo XX. Y esto ocurre de dos formas: hacia el exterior de un marco nacional dado, por medio del imperialismo. Hacia el interior, por medio de un fascismo más o menos disfrazado. Por lo que respecta a la tercera dimensión de los marcos nacionales, la esfera inter-nacional, la forma que reviste el «organismo hipertrofiado» no suele ser otra que la guerra, el neocolonialismo y el intervencionismo «en nombre de la humanidad» (o de las «naciones unidas»).

La base es la causa de la totalidad, pero esta totalidad es fenoménica y por ende no reducible a la base concreta de relaciones productivas. Una formación económico social, actual o pretérita, es o ha sido una totalidad concreta, que se nos presenta bajo determinados rasgos, bajo múltiples determinaciones. Tras estas manifestaciones hay que urgar para dar con la base: cómo producen los individuos corpóreos que se constituyen en sociedad, y por tanto, que producen su ser social al través de esas relaciones. Tras una visión del paisaje factual, pero que ya es una mirada hecha con una inteligencia «materialista», que no se impresiona por cualesquiera otras manifestaciones, sólo entonces inicia su labor el anatomista. Funciona el microscopio de Marx. Primero, abarcamos lo concreto (pero no de cualquier modo, sino en un marco materialista: producción y reproducción). Segundo, acudimos a lo abstracto: ¿cuáles son las células, las unidades? Las mercancías producidas (bienes y servicios) que constituyen la estructura del capitalismo y que sirven de mampara a unas relaciones entre seres humanos, para las que el valor de uso de dichas mercancías ha pasado a un segundo plano, subordinado ante el aspecto del valor de cambio, donde rigen las leyes económicas del capitalismo ya las que se subordina la sociedad entera. El economicismo puro, no el que se le achaca a Marx con tanta insistencia, es el que rige las relaciones sociales actuales con independencia de sus apoyos materiales reales, de sus expresiones políticas, etc. El economicismo es en este sentido ya clásico, marxista, una ideología, la ideología de nuestro modo de producción predominante. Hoy, más que nunca, el predominio de la base económica sobre los demás aspectos de la vida social cae dentro del plano de los fenómenos, es contingencia histórica y disimulo propagado desde las superestructuras. Criticar a Marx por su énfasis las leyes de la economía capitalista como rectoras del funcionamiento de la sociedad como un todo, es como retirarle la licencia a un médico que ha descubierto la causa, por ejemplo un virus, de una enfermedad y se dedica a estudiarla a fondo. También es confundir el virus con la enfermedad, esto es, el efecto alterado en todo el organismo. El economicismo es ideología en el sentido realista de la palabra; no se trata de una realidad representada ilusoriamente, un error, un sueño. Es la historia real, la historia de las sociedades que se está abriendo camino y cambia las proporciones de la base, pero como también cambia la altura de la figura, si entendemos la sociedad total como una figura volumétrica (cono, pirámide, cilindro, etc.). Hoy, la base se ha ensanchado en el capitalismo tecnológico, con unas dimensiones productivas que le habrían dejado desmayado a Marx. Pero ¿qué decir de la envergadura de las superestructuras? Ahora bien, la metáfora volumétrica (afín a la arquitectónica del propio Marx) falla por completo si tomamos en cuenta el movimiento real de la materia, y sus contradicciones propias, acaecidas en el curso de los cambios. Ahora veremos que la envergadura, la altura del bloque alzado sobre esa base «se apodera» de ella, la rige, se mete por sus poros y aprisiona a la sociedad como una tupida red (aquí hago paráfrasis de Marx, quien ya vio esto en el estado francés de Luis Bonaparte, con toda su policía y burocracia, y demás aspectos altamente intervencionistas, aspectos que hoy ya se han reconocido casi todos los estados modernos). La sociedad civil en el sentido de Hegel ya contenía para su propio autosostén una serie de órganos «civiles» correctores, saneadores. Estos eran más «civiles» que políticos (justicia, «policía» administrativa, corporaciones) y precisamente por serlo, podían considerarse Estado en algún sentido, pero en un sentido en todo caso subordinado al Estado político por antonomasia, el imperio de la razón y de la idea, que además tenía que asumir como funciones propias las relaciones exteriores, la defensa de colonias y la guerra. La sociedad civil hegeliana es pues, una abstracción tomada de una tradición liberal que brillaba con luz propia en aquellos tiempos, habiendo iluminado a Locke, Hume, Smith, Montesquieu y a los economistas clásicos. Pero era una abstracción contradictoria: por un lado quería ser asimilable a la república romana, a la polis griega, la real identificación formal entre ciudadanía y estado, como en efecto sucedía en aquella Antigüedad desde el punto de vista formalista, vale decir, sin contar con toda una «materia» productora (esclavos, mujeres). Por otro lado, de esa sociedad civil habían crecido unos órganos defensivos, represivos, burocráticos, etc., cuyas dimensiones desbordaban a la mera «atomística» de ciudadanos. La industria había aumentado el número de la «plebe», vale decir aquellos «súbditos» de un reino o imperio, que por su carencia de bienes, de instrucción, o de cualquier otro atributo, les impedía llegar al rasero de una ciudadanía real (en el sentido clásico de «hombres libres», no disminuidos en sus capacidades morales, materiales, de subsistencia, etc.

Pero el todo social es abigarrado. Además de «ciudadanos», contenía «súbditos», por no hablar ya de los esclavos. Las contradicciones entre estas diversas condiciones fueron básicas por ejemplo en el Imperio Romano, con su inflación de esclavos a los que hubo de extenderse la ciudadanía. Pero en las monarquías e imperios, además había «barbaros», inmigrantes, minorías étnicas y religiosas, etc. De tal manera que la democracia directa y horizontal, como modelo político extraído de la Antigüedad clásica, sólo continuaba existiendo en las cabezas de los eruditos y tratadistas de la Política.

El todo social es abigarrado, no sólo en cuanto a las morfologías sociales en él contenidas, en las clases y los grupos diversos que abarca, sino también abigarrado en los mismos modos de producción que le caracterizan. Toda formación contiene dos o más modos de producción. En perspectiva dinámica, se podrá ver que algunos modos están en declive, otros en auge. Además siempre existe la posibilidad de hallar bolsas o islotes de ciertos modos productivos que, al margen de la marcha histórica, se resisten a influencias externas. El todo social -en el ámbito de los países «desarrollados»- contiene bolsas enormes de parados, estudiantes, amas de casa, jubilados, prostitutas y un sinfín de trabajadores «improductivos», que en absoluto armonizan con aquella concepción clásica de la sociedad civil (ya fuera la antigua-grecorromana ya la moderna-liberal). Estos son seres a los que no se les puede negar ciertos derechos «formales», por más que figuren materialmente en la sociedad, a menudo como una especie de ciudadanía disminuida. En esta condición disminuida se encuentra la raíz del concepto, que en absoluto podemos abarcar aquí, de «Estado del Bienestar», con todas sus concomitancias superestructurales: paternalismo, «narcotización» ideológica, caridad generalizada, ensanchamiento del «consumo colectivo». Aquí el Estado es intervencionista «ético», y no simplemente «jurídico». Es decir, su actividad se extiende mucho más allá de la dirección o apropiación de empresas públicas más o menos estratégicas, mucho más allá de una relativa planificación nacional de la economía. La estrecha imbricación del Estado con los medios de comunicación, con las instituciones pedagógicas, con los intelectuales orgánicos, le convierte un verdadero y eficaz productor de mensajes y consignas para uso de sus súbditos, un agente ético que lucha por mantener la cohesión del todo fenoménico a través de una ideología («democrática», «solidaria», «tolerante» y otras pamplinas) integradora en lo social siempre y cuando no toque ni un ápice de los fundamentos básicos -del orden vigente: el capitalismo, la propiedad privada

En la ciencia ideológica, la historia es la historia de la lucha de clases. Antes de dar fin a esta exposición, debemos dar unas pinceladas al concepto esencial de «clase social». Por supuesto, en este terreno sólo hay una de dos opciones: el científico es marxista o es un sociólogo empírico. No hay posibilidad de reconciliación de las perspectivas. ¿Qué criterios definen una clase social de tal manera que resulten «operativizables» para luego correlacionar con otros datos o hechos? -Se pregunta el sociólogo antes de embarcarse en sus encuestas y en sus análisis factoriales. Niveles de renta, preferencias de consumo, ocupación…Los conceptos esenciales del marxismo han pasado muchas veces bajo la «trituradora» estadística de la sociología y la economía empíricas y neopositivistas. El razonamiento que siguen es de este jaez: «el concepto de clase social no es operativizable, luego el marxismo no sirve, no es científico, etc.»

Ahora bien, prefiero la expresión más amplia de «morfología social», en este asunto de las clases, porque me parece evidente que la pertenencia a clases sociales es cuestión de grados, de sombreados y matices diversos, lógicamente difusa, y sin duda alguna existen multipertenencias de cada inviduo a diversos grupos, categorías comunidades, etc., cuyo criterio de consolidación no es propiamente su control sobre los medios de producción. El concepto marxista de clase social está pensado exclusivamente en términos de control o ausencia de control de esos medios. Con respecto de muchos otros criterios, este concepto es una abstracción. Y debe seguir siéndolo.

En el Estado español –y en toda Europa– se ha efectuado un proceso de diferenciación social y un aumento de la multipertenencia del sujeto en grupos, estamentos y en demás categorías sociológicas fabricadas sin relación alguna con la esfera de la producción. Estas categorías de los sociólogos constituyen una abstracción de los aspectos materiales de la sociedad, son abstracciones huidizas, evasivas, de esa especie que nos aleja de la realidad de los fenómenos para quedarse en taxonomías de puras apariencias. Muy distintas son las abstracciones científicas, como las practicadas por Marx, construidas para «acercarnos» a la realidad fenoménica, para dar con la esencia material de la sociedad.

Al emplear la expresión «morfología social» deseo tener en cuenta los tres aspectos o momentos que se dan en el proceso de conocimiento de una sociedad: apariencias, fenómenos reales y procesos esenciales. Tras las primeras operaciones intelectuales, una serie de saliencias, prominencias, relieves y texturas diversas. Abarcando la sociedad en su dinámica, en su desarrollo, se observan procesos de diferenciación, reproducción etc. Pero todavía resta la búsqueda de procesos esenciales que dan cuenta de todas esas formas, de las trans-formaciones. Por seguir con analogías biológicas, valga el ejemplo de una biocenosis. Unas cuantas especies ocupan un biotopo. Observemos ese lugar varios siglos más tarde, dejando intactas las condiciones físico-químicas definitorias de un biotopo. La biocenosis ha podido cambiar drásticamente. Otras especies han desplazado, por competición, a sus rivales. Algunas se han quedado, en mayor o menor número…Ahora cambiemos el término «especie» por el de «clase social» ¿Qué es lo que más nos importa en una ciencia dinámica de la sociedad (caso del materialismo histórico)? Sabemos que un mero inventariado de estas «especies» (e incluso de subespecies y variedades), sólo es una parte de la búsqueda verdaderamente científica de las relaciones funcionales, causales, que han originado los desplazamientos, extinciones, o escasez o abundancia, e incluso de las trasformaciones filogenéticas ocurridas al cabo de un tiempo. El sociólogo no marxista hace sus inventarios y nos dice: ya no existe el proletariado. Pero en el Estado español ¿no forman los trabajadores asalariados, empleados precarios y los parados la masa ineluctablemente oprimida de la sociedad? Analicemos las relaciones de explotación, que a su vez cambian drásticamente a resultas de los procesos crecientes de concentración y acumulación de los capitales. En tiempos de Marx y de Engels, ya había «grupos» aparentemente ambiguos respecto a los medios de producción, anomalías respecto a la teoría dual de la lucha de clases: tenderos, artesanos, campesinos con tierras, y toda una serie de «productores de servicios» cuya existencia se debe más a los procesos ocurridos en la esfera de la distribución que en la de la producción. La polarización (trabajo contra capital) es el método marxista empleado para explicar las revoluciones. La masa de los obreros, militante y subversiva, arrastrará a todos aquellos grupos subalternos en relación con la esfera productiva. Quienes no se unen al proletariado, se le enfrentan o quedan complemente al margen de la acción histórica. Esta era la teoría marxista. ¿Y en nuestros días? ¿Puede negarse la posibilidad de una lucha dual, polarizada, del capital contra el trabajo? No mediante argumentos a priori, ni tampoco mediante «críticas conceptuales». Yo sólo veo masas de asalariados cada vez mayores, y sólo veo que el capital está en manos de muy pocos. Yo sólo veo que las operaciones especulativas y financieras se hacen sin la menor transparencia en una época que, paradójicamente se denomina «era de la información». Todos podemos ver que al Estado se le arrancan progresivamente sus fuentes seguras de beneficio para repartirlas en una tómbola de accionistas rapaces. Yo sólo veo que tras esta «democracia» se nos esconde una dictadura económica.

Es harto evidente que un aumento del nivel de vida de un asalariado con respecto a épocas anteriores no significa una «universalización» de la clase media. Un trabajador es un proletario si no controla los medios de producción, ya sea en términos de propiedad jurídica o en términos de una más genérica apropiación. Y la masa de los trabajadores sigue siendo la masa de la sociedad, la mayoría que le da consistencia y es su motor, su vida.

La teoría dual de la lucha de clases, la burguesía y el proletariado enfrentados, es la síntesis de los aspectos estáticos y dinámicos de la formación social. Estáticamente, la sociedad oculta los procesos básicos de la producción y ofrece, en cambio, ricas y variadas floraciones. Uno se deja embaucar por aspectos externos y por diferenciaciones existentes en la superficie. Pero dinámicamente se puede ver cómo las clases engendran subclases, y grados intermedios o difusos en lo que atañe función de pertenencia. La situación es análoga a la que media entre la biología taxonomista de Linneo, y su teoría de los géneros fijos e invariables, frente a la biología evolucionista de Darwin. Tal y como señalaba en el ejemplo de la biocenosis, es importante estudiar el espacio «funcional» que ocupa una especie en su medio, en competición con algunas especies, siempre listas a ocupar ese mismo «espacio» (que no es sólo un territorio físico, sino un espacio abstracto que Darwin comparaba significativamente con los oficios humanos. En la naturaleza, pues, nos e da una mera lucha contra las «condiciones externas», fisico-químicas, sino una lucha inmanente contra rivales vivientes en la que dichas condiciones se dan ya por supuestas (ceteris paribus) a modo de parámetros. En la vida, de lo que se trata es de incorporarse a una compleja cadena adaptativa. Otro tanto se diga de una «clase social». ¿No será que la aparente complejidad social, la multipertenecia a categorías sociológicas, la abundancia de modas, estilos de vida y agrupaciones responde, en lo superestructural, a una efectiva homogeneización que el capitalismo tardío está desarrollando? La masa social, en su aplastante mayoría, ha sido aplastada por capitales unidos para fabricar esos estilos de vida y de consumo, para fabricar esas consignas propias de la ideología moderna y «democrática». El Estado como capitalista, primero entre iguales, es la gran apisonadora que produce una aparente y lujuriante floración social (empezando por la división artificial del trabajo y el especialismo académico, igualmente artificial) porque la masa social es cada vez más homogénea: asalariados o perceptores de subsidios, e igualmente es cada día más homogénea en los consumos, que también se están socializando: (grandes almacenes y superficies comerciales, consumos colectivos y, por ende, «forzados», como por ejemplo los gastos destinados a Cultura, Animación Social, Programas Preventivos de lo que sea, etc.)


N O T A S

(1) En realidad, no conozco un significado unívoco para este vocablo «complejidad» y, en realidad, tengo serias dudas acerca de su utilidad como criterio demarcacional entre clases de ciencias, y menos aún como criterio de imposibilidad a priori de cientificidad en un determinado campo. Puede entenderse «complejidad» en el sentido genérico de la teoría de la información, esto es en un sentido cuantitativo, como una medida. También puede entenderse en el sentido algorítmico o computacional, esto es, como una medida del número de pasos necesarios para resolver un determinado problema, lo que es también una significación genérica. Concluyamos, pues, diciendo que los campos de las ciencias sociales son, por lo menos, tan complejos (no necesariamente más ni menos) que los campos de las ciencias físicas, químicas, naturales, etc.

(2) Así exponía H. Lefebvre este punto («Marx», De. Guadarrama, Madrid, 1974): «La contradicción dialéctica es más poderosa que la noción de totalidad. (…)Nosotros no podemos partir de la totalidad como de una forma vacía, anterior y superior lógica y ontológicamente al movimiento de las contradicciones dialécticas. El pensamiento teórico no puede y mantener en adelante la idea de una totalidad acabada . ¿Qué es una totalidad? Un momento en el desarrollo de las contradicciones, aquel en el que se manifiesta la unidad de las contradicciones -la esencia que ellas despliegan–, aquel, por consiguiente, en el que la coherencia saca provisionalmente ventaja al devenir, en que el equilibrio prima sobre la movilidad, y la lógica formal sobre la dialéctica ¿Qué es una estructura? Una cohesión momentánea, destinada a disolver o a saltar en pedazos y que hasta contiene ya en í las razones de su estallido o disolución (desestructuración)», p. 55}

Si el tratamiento conceptual de una realidad implica habérselas con totalidades, desde el mismo punto de partida ya ha ocurrido una síntesis, una integración conceptual. Ante los materiales abigarrados que, en conjunción, forman la experiencia social de vivir en una totalidad social, se emprende un paso más allá, el paso del análisis dialéctico, la fase que implica disolver las totalidades en fuerzas y en elementos que se oponen, y de cuyo fragor resulta nuevamente una especie de polvareda, la totalidad social que reaparece pero comprendida bajo nuevos aspectos. Pues en esos extraños objetos que llamamos «formaciones sociales» ocurre que, antes de proceder científicamente contra ellas, ya las hemos concebido, ya las hemos abarcado de alguna manera empírica. Antes de proceder científicamente, todo ser racional es miembro de alguna formación social. Por lo tanto, ya ha emprendido operaciones intelectuales sobre ella a lo largo de su vida, entre ellas las que desembocan en su totalización, en algunos análisis acerca del relieve o morfología (¿a qué clase social pertenezco? ¿Cómo veo a los miembros de las otras clases?, etc.). Estos análisis y estas totalizaciones espontáneas son parte constitutiva del ser social, desde la infancia de cada individuo. La conciencia científica de una sociedad tiene que partir, necesariamente, de estas conformaciones ideológicas, de estas otras formas de conciencia que se desarrollan en cada momento de la producción y reproducción del sistema social. Tiene que partir de ellas, para destruirlas.