Para un observador de la economía chilena el cierre de Bellavista Oveja Tomé, la empresa textil más antigua del país y primera lanera latinoamericana, es un paso más en el proceso de globalización y acomodación al sistema productivo mundial. Para los trabajadores y los habitantes de Tomé, que padecen el mayor índice de desempleo del […]
Para un observador de la economía chilena el cierre de Bellavista Oveja Tomé, la empresa textil más antigua del país y primera lanera latinoamericana, es un paso más en el proceso de globalización y acomodación al sistema productivo mundial. Para los trabajadores y los habitantes de Tomé, que padecen el mayor índice de desempleo del país en una zona de altos niveles de pobreza, es una tragedia. Y para el gobierno, es un asunto propio del mercado: como decir, es parte de la naturaleza.
Los casi mil trabajadores que han quedado en la calle han sido víctimas de un discurso y un plan de acción, han sido mártires de la «sólida economía blindada de un país en la senda del desarrollo», como vaticina Andrés Velasco, el hombre de Expansiva instalado en el Ministerio de Hacienda. Han sido otra de las piezas que la Concertación sacrifica periódicamente para calmar las iras de su dios, el mercado, y satisfacer la abismal codicia de la gran empresa exportadora de recursos naturales.
Lo que no relaciona ni asume el gobierno es la responsabilidad que le cabe en la quiebra de Bellavista. ¿Cómo? ¿No se trata del mercado? Sí, empujados al libre mercado. Ha sido la Concertación la que ha desregulado y abierto todos los mercados, la que ha dedicado por más de diez años, con dedicada fruición, su política exterior a suscribir acuerdos y tratados de libre comercio, como si en el intercambio comercial se hallara el objetivo último de todas las políticas y el sentido de la sociedad.
Pero hay más: cada vez que se ha suscrito un tratado comercial se lo anuncia como la gran oportunidad, el ingreso a las grandes ligas, un nuevo paso al desarrollo. Así lo decía Soledad Alvear, la otrora canciller durante el gobierno de Ricardo Lagos y hoy presidenta de la Democracia Cristiana, y también el mismo Lagos. Y aún más. Durante las negociaciones del TLC con Estados Unidos el entonces presidente de Chile anunció complacido las ventajas que traería ese convenio para el sector textil chileno, que tendría las puertas abiertas de un gigantesco mercado. Durante una reunión con empresarios en el ex Hotel Carrera, este cronista fue testigo de un apasionado Lagos que aseguraba a los industriales textiles nacionales la posibilidad de exportar trajes para los millonarios estadounidenses de 500 a mil dólares cada uno.
El entusiasmo llevó a Lagos, en noviembre de 2003 -el TLC con EE.UU. se inició en enero de 2004-, a la inauguración de la nueva empresa Linos Tomé -ex Paños Tomé, quebrada un par de años antes-, con nuevos propietarios con capitales estadounidenses. Un proyecto que dio empleo a unas 400 personas y cuyos productos se destinarían en forma primordial al mercado norteamericano, alentando a los atribulados actores de ese sector.
Pero el mercado norteamericano no ha cumplido esas expectativas, ni Lagos estuvo a la altura de sus promesas. Para ello basta mirar también al Transantiago. Al TLC con Estados Unidos le siguieron otros, entre los que destacan el suscrito con China. Chile, se dijo entonces con orgullo desde la Cancillería y la Direcon, era el primer país del mundo no asiático en firmar este tipo de protocolo con los chinos y con India (Acuerdo de Alcance Parcial), ambos portentos en los negocios de textiles y confecciones, entre un universo de otras manufacturas a precio de huevo.
EL FACTOR CHINO
El TLC con China será el ingreso en el mundo real para muchos pequeños industriales chilenos, como la industria metalmecánica, los textiles, calzados y plástico. Aun cuando se negociaron listas de desgravación escalonada, que llegarán a arancel cero en diez años, es un hecho que los bienes procedentes de China e India han terminado por inundar el mercado chileno y sacar de la competencia no sólo a los más débiles. Otra importante industria del sector, como es Textiles Pollak, pasa por un momento financiero más que complicado.
Hay que considerar que sin acuerdo bilateral de comercio, el arancel promedio efectivo que la aduana chilena cobra a un producto es de poco más del uno por ciento. Por tanto, no es mucho lo que altera el volumen de importaciones un tratado de libre comercio. Los gobiernos de la Concertación los han negociado y suscrito pensando en las exportaciones, las que están compuestas básicamente por recursos naturales y operadas por grandes empresas. La política de la Concertación es la virtual eliminación unilateral de los aranceles, que es parte del fundamentalismo neoliberal, lo que llevaría, como efecto recíproco, a la rebaja de la contraparte. De no hacerlo, para ello están los TLC.
Antes de firmar el acuerdo con China, el mercado chileno ya estaba saturado de productos de ese origen. Las importaciones de textiles chinos ya habían crecido durante los últimos años a una tasa del diez por ciento y constituían, por lo general, importaciones de insumos para la industria nacional de la confección. Cabe destacar -señalan estudios sectoriales- que China tiene una participación superior al 50 por ciento en más de 60 productos del sector. Un TLC, decían los negociadores, incrementaría las importaciones de este rubro en sólo un diez por ciento.
En el sector confección, la importación de productos procedentes de China había tenido un crecimiento del 15 por ciento en los últimos años, tasa de expansión que ha superado a las importaciones de productos similares de otras procedencias. Un TLC, decían, aumentaría las importaciones entre seis y ocho por ciento, ritmo de expansión que sería, sin embargo, inferior al registrado con anterioridad.
Con el calzado chino había sucedido algo similar. Las importaciones habían aumentado en un diez por ciento durante los últimos años. Con un TLC, sin embargo, las estimaciones oficiales esperaban que las importaciones crecieran sólo un cinco por ciento.
El TLC con China entró en vigencia en octubre del año pasado, por tanto es difícil evaluar sus efectos en la industria textil chilena. Y a la vista de la experiencia, es poco lo que ha variado y también, a la luz de la letra del tratado, será poco lo que alterará. El trance que vive esta industria nacional no podrá ser mucho peor (si llega a sobrevivir diez años más).
INDUSTRIA EN CAIDA LIBRE
La Sofofa elabora algunas estadísticas sectoriales y da señales de cómo se hunde la industria textil. La producción cayó en 28,6 por ciento en octubre pasado, un descalabro presionado por mayores importaciones y por el efecto de Bellavista Oveja Tomé. Y entre enero y octubre, el sector textil ha mermado su producción en 23 por ciento. Un proceso que también se expresó en las ventas, que cayeron en 23 por ciento en el período. Estas caídas, por cierto, han tenido y tendrán en el corto plazo su referente en una fuerte disminución de empleo en el sector.
La piedra angular para sacar al sector textil del marasmo era la exportación de productos de alta calidad a mercados exigentes. Si vemos las cifras de la Sofofa, el proyecto elaborado por los economistas y negociadores comerciales de la Concertación más bien parece un delirio. Aun cuando han aumentado sus exportaciones, en un 15 por ciento entre enero y septiembre, los montos son ridículamente bajos en comparación con otros sectores industriales: sólo el 1,2 por ciento del total de las exportaciones industriales corresponden a textiles. En manufacturas, el modelo chileno está ya consolidado: salmón, vinos, maderas aserradas, harina de pescado… todos recursos naturales con muy bajo valor agregado y todos, también, generadores de empleos de ínfima calidad.
El volumen exportado tampoco tiene ninguna relación con lo importado. En una relación uno a diez, entre las exportaciones y las importaciones, es imposible que esta industria salga a flote. Del total importado, el 70 por ciento corresponde a productos terminados, como confecciones y calzado, rubros que han crecido con especial fuerza durante el último año, a una tasa de 20 y 19 por ciento, respectivamente. Y si atendemos al crecimiento de las exportaciones textiles, no sólo los volúmenes son muy pequeños, sino que la tasa de expansión es menor al ritmo con que aumentan las importaciones. A la luz de estos números, el futuro, si es que existe algún futuro para la industria, es más que oscuro.
¡EL FUTURO ESTA AQUI!
Para los trabajadores de Bellavista Tomé el futuro ha llegado. Los grandilocuentes anuncios del paso a la modernidad, del ingreso a las «ligas mayores» significa, en Tomé, desempleo masivo y más pobreza. A septiembre, según el INE, la comuna de Tomé tenía una tasa de desempleo del 13,1 por ciento, superada solamente por otras comunas pobres como Curanilahue (18) y La Unión (15,2). Tenía un índice de cesantía que prácticamente duplica la media nacional de 7,7 por ciento y que aumentará muy probablemente en los próximos meses.
En cuánto a los niveles de pobreza la situación es aún peor. La comuna de Tomé, de 55 mil habitantes, tiene un índice de pobreza del 27,2 por ciento, muy alto respecto a la media nacional, que Mideplán estima en 13,7 por ciento, y respecto a la región del Bío Bío, de 20,7 por ciento.
La quiebra de Bellavista Tomé tiene relación directa con las políticas económicas del gobierno, con su discurso e, incluso, con sus promesas fallidas. Esta empresa textil, creada en 1865, soslayó y enfrentó numerosas crisis a lo largo de su historia, pasó por diversos propietarios -fue, incluso, una cooperativa gestionada por sus trabajadores durante el gobierno de Salvador Allende- , pero no pudo hacer frente a las «ligas mayores». Aun cuando el 80 por ciento de su producción actual se destinaba a mercados internacionales, la empresa sucumbió no sólo por deudas impagas, sino por la caída del dólar (actualmente en torno a los 500 pesos) y, según informó en un comunicado, por la rescisión de un importante contrato con la firma estadounidense Brooks Brothers, que representaría el 20 por ciento de sus ventas.
UN OSCURO FINAL
El cierre de Bellavista Tomé tiene espacios oscuros que no han sido contados. Los trabajadores han dicho que el contrato con Brooks Brothers no representaba ni el diez por ciento de las ventas, por lo que la industria podría haber seguido su curso. Pero hay más opacidades.
Los propietarios, el industrial Gabriel Berczely, el ex senador de Renovación Nacional Miguel Otero y Cristóbal Kaufmann, que compraron la industria en 2002 a la familia Ascuí, comenzaron a hacer noticia a partir de 2006, cuando se desató una crisis financiera que recayó en los trabajadores. La empresa amenazó con cerrar si los empleados no aceptaban un recorte salarial del diez por ciento. Los trabajadores, sin otra opción laboral, tuvieron que acatar la propuesta. Pero la amenaza de cierre se mantuvo en el aire desde entonces.
Según informaciones radiales, las deudas de Bellavista suman aproximadamente 25 millones de dólares, principalmente a los bancos BBVA, de Chile, BancoEstado y Santander, a proveedores extranjeros y al accionista Cristóbal Kaufmann. Un pasivo que, según esa misma fuente, no comprometía necesariamente la viabilidad de la empresa, evaluada en unos 50 millones de dólares.
La última esperanza de los trabajadores para mantener su fuente laboral fue un compromiso adquirido hacia finales de noviembre por los accionistas para realizar un aporte de capital de 27 millones de dólares. De este volumen, seis millones procedían de los mismos dueños y algunos proveedores, en tanto el resto provendría de un financiamiento que organizaría el Banco de Chile, a través de negociaciones con los otros bancos acreedores. El plan era hacer un crédito sindicado.
¿Qué sucedió entonces? Los trabajadores apuntan a los accionistas, que de cierta manera han preferido la quiebra a mantener a flote la industria. Otros acusan a los bancos, al mantener este nuevo crédito en condiciones draconianas para la empresa.
Hacia finales de noviembre los trabajadores lideraron una serie de protestas contra el entonces casi inminente cierre de la industria. Pocos días más tarde, el BancoEstado emitió un misterioso comunicado en el cual se desligaba de responsabilidad (¿qué responsabilidad le cabía para emitir el comunicado?), la que cargaba a los dueños de Bellavista.
El «mundo de oportunidades» ha resultado ser una ilusión, un discurso cercano al fundamentalismo del mercado, más cercano a la demagogia de la «racionalidad económica» que de la realidad. Porque en los hechos tenemos no sólo una empresa que sale del mercado, sino bestiales efectos sociales en una de las zonas más maltratadas del país.
Llegará la hora de la «reconversión laboral», tal como los gobiernos de la Concertación han hecho en Lota y Coronel, otra de las zonas más golpeadas por la apertura económica y los mercados. Pese a la evaluación favorable que han hecho los gobiernos sobre los planes de rescate y reciclaje laboral, hay estadísticas sobre las que no puede haber ninguna duda: Lota registra, con un 32,8 por ciento, tal vez el mayor índice comunal de pobreza en Chile, lo que también tiene su referencia en el alto desempleo que marca, un 15 por ciento: el más alto del país.
Si hay alguna luz en esta oscuridad, ¿será sobre el futuro que tendrá Tomé?