«Hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales. Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los […]
Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado año.
Son vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.
Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.
Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas» (Koldo Campos Sagaseta).
La de Santi Brouard es una de éstas.
Veinticinco aniversario del asesinato del pediatra vasco, Santi, mientras auscultaba a un niño en su consulta perpetrado por el gobierno de Felipe González y su partido del PSOE en retaguardia con pasamontañas y cubriendo las espaldas de los autores materiales. Bodas de plata del asesinato de un independentista vasco. Y bodas de plata de un silencio colaborador, encubridor y de guerra por parte del aparato represivo y judicial. El español. Entre nosotros el asesinato, las desapariciones, la tortura y los malos tratos cuentan desde años con cómplices sin los cuales serían inviables. A su alrededor se teje una red de silencio y mentira pero, lo que es más grave, también de impunidad. En el estado español se ampara al verdugo y se trata de deslegitimar la denuncia de la víctima, imposible sin la colaboración activa del aparato judicial. Es, no cabe duda, una lección amarga la enviada desde el gobierno y sus aparatos: impunidad, la misma que se envía desde los campos de concentración del mundo: ¡perder toda esperanza en la justicia y en los derechos humanos, vosotros, humanos ilusos!
«En el Laberinto: diario de interior, 1994-1996» Fernando López Agudín, director general de Relaciones Informativas y Sociales del Ministerio de Justicia e Interior -de los que era titular Juan Alberto Belloch-, cuenta que asistió a una reunión antiterrorista en Gasteiz, que «giraba en torno al dilema de si es posible o no seguir trabajando con red» o, con otras palabras, si se iba a seguir o no practicando la tortura. La decisión, como lo demuestran las reiteradas denuncias de la víctimas, de Amnistía Internacional y del relator especial de la ONU para los Derechos Humanos y la Lucha Antiterrorista, fue la de proseguir practicando la tortura. Ni que decir tiene que ante esta grave confesión la justicia ni se inmutó. Ningún juez llamó a declarar al autor. Celebramos las bodas de plata de un asesinato gubernamental al tiempo que también celebramos las bodas de oro y sangre del amén de los tribunales españoles a la tortura. Vieja lacra judicial, como revelan las fosas del franquismo.
No se puede olvidar que el grupo terrorista GAL lleva sello y cuño del PSOE y del gobierno español, y hoy entre nosotros son pocos los que dudan que el ya hace meses desaparecido Jon Anza fue nuevamente secuestrado y posiblemente torturado y asesinado cruel e impunemente por los aparatos del estado en las bodas de plata del de Santi. De un gobierno dirigido de nuevo por el PSOE y al frente del ministerio de Interior de Zapatero el portavoz del galoso Felipe González: Alfredo Pérez Rubalcaba. Todo un mensaje y un augurio de muerte.
Aquel 20 de noviembre de 1984, hace ya veinticinco años, también era otoño y hojas de mil colores se arrastraban perezosas por los suelos de la villa de Bilbo. Eran las seis y unos minutos cuando en la Alameda de Recalde 12, en la consulta del pediatra Santi Brouard, sonaron tiros de metralleta italiana y de pistola checoslovaca. A las armas dos matones a sueldo, un Ocaña y el Morcillo, en la recámaras fuerzas militares y el criminal puño del gobierno del PSOE. En la calle, el otoño hecho noche y el corazón roto y doliente de mucha gente. Y un grito unánime: `PSOE, GAL, berdin da’.
Y de nuevo el recuerdo y las palabras de Koldo Campos Sagaseta: «Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos».
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