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Bogotá, del caos diario al estallido social del 21N

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Bogotá siempre es un caos, una jungla de cemento donde se vive o se muere (…), en cualquier esquina te atracan, nunca llegas a tiempo por los trancones, pero cuando ese caos se transforma en estallido social, los medios lo banalizan y lo satanizan. Debo confesar que soy del gran grupo colombianos que no se […]

Bogotá siempre es un caos, una jungla de cemento donde se vive o se muere (…), en cualquier esquina te atracan, nunca llegas a tiempo por los trancones, pero cuando ese caos se transforma en estallido social, los medios lo banalizan y lo satanizan.

Debo confesar que soy del gran grupo colombianos que no se integra a las marchas, no por apatía o falta de conciencia, sino porque el miedo es más fuerte. Cuando en octubre anunciaron el Paro Nacional estaba convencida que ésta sería una marcha más y no estaba dispuesta a participar, pero cuando el cinismo estatal empezó con las mentiras y el amedrentamiento, guardé el miedo en el cuarto de San Alejo y decidí marchar.

El jueves 21 muy temprano me calcé mis botas y en una mochila alisté ropa, leche, vinagre, crema dental, en fin un kit para la manifestación, no porque fuera con intenciones de causar disturbios; sino por que la alta militarización de la Capital en los días anteriores, y el sadismo característico de la policía militarizada del ESMAD, indicaba que Duque soltaría estos perros de la guerra con más ganas de sangre de lo habitual.

Un Combo de varias locas inexpertas, pero con coraje y muchas ganas de hacer sentir nuestro descontento contra el mal Gobierno, nos embarcamos rumbo a uno de los sitios de concentración; a las 9 am llegamos la carrera séptima con calle 39, el cotidianamente lugar solitario que suele ser el Parque Nacional, ahora era un mar multicolor lleno de matices, aromas y sobre todo de ímpetu y rebeldía.

Luego de un tiempo la manifestación que semejaba dragón humano bajó por la Carrera Séptima, como un tren al sur, cuyo destino era llegar a la avenida Jiménez y de ahí a la mítica Plaza de Bolívar, donde haríamos sentir nuestro clamor a una sola voz. En medio de la marcha había que estar con el ojo abierto, sabíamos que en cualquier momento aparecerían los infiltrados a causar disturbios, a cada paso de la marcha nos seguían los Robocop’s, siempre intimidándonos y provocándonos, pero al paso salía un eco que decía «no se dejen provocar, ésta es una movilización pacífica».

Cerca de la una de la tarde, bajo una leve llovizna arribamos a la Plaza de Bolívar, donde fuimos recibidos por arengas de todo tipo, «Uribe paraco el pueblo esta verraco», «Fuera Duque». Era una manifestación diversa y multicolor que a medida que pasó el tiempo fue atiborrando la Plaza Mayor de la Capital.

El tiempo trascurrió, todo estaba tranquilo, pese a la lluvia el fervor continuaba en el aire, las arengas no paraban, hasta que surgió el grito de «Paro indefinido hasta que caiga Duque»; en medio del fervor nos dimos cuenta que ya no cabía la gente en la Plaza, el río de gente llegaba hasta más allá de donde el ojo alcanza.

» Fuera Duque, fuera Duque, fuera Duque» era el clamor de la manifestación, pero en medio de jubilo sonó un estallido disonante y acto seguido empecé ha sentir picazón en la nariz y ardor en los ojos, sin aún entender qué me pasaba, una amiga grito «¡Marica los tombos están echando gas!»; se escuchaban los gritos «¡Sin violencia!», gritaba la gente, «¡Sin violencia!»; ya no había nada que hacer, llegó el momento de defenderse, porque Duque nos había echado encima sus perros de la guerra.

Tratamos de sostener nuestra posición en la Plaza, pero el ambiente era una gran nube de gas, donde sólo se escuchaban gritos, estallidos y de manera difusa apenas veía sombras multicolores moviéndose; en medio de la algarabía sentí un intenso dolor que me tumbó al piso, Paty me gritó «¡Marica te dieron!», en efecto un cilindro de gas lacrimógeno me había impactado.

En medio de la trifulca, del humo y de los chorros de agua, mi combo y yo empapadas, estábamos emputadas con los Robocop’s por su agresión contra nosotros y el grueso de manifestantes, que pacíficamente reclamábamos transformaciones legítimas. Terminamos el día contentas, felices y dichosas, nos embargó un éxtasis de haber hecho lo correcto, algo sólo comparable con un orgasmo.

Golpeada, gaseada y literalmente muerta de cansancio, quedé feliz por expresar mi indignación con un Gobierno elegido por muchos, pero que apenas gobierna para Sarmiento y su cuadrilla. Cuando estaba lista para ducharme y dormir profundamente, el silencio de mi casa lo interrumpió un tac, tac, tac, tac en la puerta.

El tac, tac, tac, tac fue creciendo como un efecto dominó que se extendió por toda el conjunto residencial, ese sonido metálico fue un bálsamo revitalizador, el cansancio se me fue y aprisa saqué la primera Cacerola y cuchara que encontré, rápidamente me integré a la multitud, durante 35 minutos prolongados el tac, tac, tac, tac, sonido aturdidor que seguramente no llegó a los oídos sordos de un Gobierno al que no le interesa el pueblo, pero tengo la plena certeza que sí se instaló en la sangre de los colombianos asfixiados diariamente con impuestos.

El Cacerolazo, fue espontáneo, surgió del descontento popular, fue un sonido insoportable para quienes nunca estuvieron de acuerdo con este Paro Nacional, el eco del metal reivindicó lo mejor de toda la jornada, un sonido hermoso que al unísono dice «¡lucharemos en las calles por un cambio social!».