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Bombardear menores ejemplifica la lucha de clases

Fuentes: Remap

Hablamos de esa misma clase social que induce al pacifismo estéril, con un lenguaje de sometimiento que habla de “formas correctas de protestar” solo para adormecer la indignación y luchas de quienes enfrentan al Gobierno con acciones de hecho y rebeldía en calles y carreteras del país.

El reclutamiento de menores para la guerra no afecta a familias poderosas de Colombia como la Sarmiento Angulo, la Santos, la Santo Domingo, y menos a la del expresidente Uribe o el ministro de Defensa Diego Molano que, al igual que su antecesor Guillermo Botero, bombardea campamentos guerrilleros sin importar que en éstos haya niños y niñas.

Dentro de sus métodos de propaganda para justificar la barbarie, el Gobierno nunca pierde. “Reclutamiento forzado de menores”, dice, con voz quebrada, cuando de responsabilizar a la guerrilla se trata. “Máquinas de guerra”, balbucea, en tono militar, cuando de arrojar toneladas de explosivos contra niños y niñas en campamentos guerrilleros es la tarea.

Lanzan bombas a la par que obsequian dineros del Estado a la banca privada durante la pandemia. Muerte y sangre para unos, y prebendas y arrodillamiento frente a otros. Así mientras una niñez desamparada es condenada al fuego y metralla de sus aviones y fusiles, una clase económica privilegiada recibe, a modo de saqueo, el dinero que pertenece al pueblo colombiano.  

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Es una clase monstruosa en el poder que masacra a través del paramilitarismo, que ha decapitado y jugado futbol con las cabezas de sus víctimas, que ha utilizado hornos crematorios para desaparecer cuerpos, historias de vida y luchas, que ha asesinado a personas humiles para luego uniformarlas y hacerlas parecer combatientes de la guerrilla, y que ha matado miles de líderes y lideresas sociales y militantes de partidos como la Unión Patriótica para apropiarse de territorios, del Gobierno, y mantener un modelo económico que favorece los intereses de una clase criminal.

Son una minoría privilegiada, a la fuerza, que solo obra y habla de acuerdo a sus intereses, sed de poder y acumulación de capital. Por ello las palabras del ministro de Defensa Diego Molano que cataloga a niñas y niños bombardeados como “máquinas de guerra”, al tiempo que afirma que sus expresiones son producto de “la realidad de la guerra”, son solo el vómito que esconde una verdad, un trasfondo: todo su accionar obedece a la realidad de la clase que defiende, y que está en guerra contra el pueblo, contra una clase humilde y oprimida.

Hablamos de esa misma clase social que induce al pacifismo estéril, con un lenguaje de sometimiento que habla de “formas correctas de protestar” solo para adormecer la indignación y luchas de quienes enfrentan al Gobierno con acciones de hecho y rebeldía en calles y carreteras del país.

Es una clase social que manipula para que se castigue y excluya a quienes cuestionan su poder y denuncian sus atrocidades en las paredes, mientras quedan libres para bombardear menores que pertenecen a una clase humilde, sin escuelas, hospitales y trabajo digno en cientos de territorios de la Colombia profunda.

Porque cuando bombardean, no bombardean a “maquinas de guerra”, como quieren hacerlo parecer. No. Lo que bombardean es la cotidianidad de la niña que iba de casa en casa tratando de conseguir conexión a internet para asistir a clases y realizar las tareas del colegio, el día a día del niño que debió salir a trabajar recogiendo coca para dar alimento a su abuela enferma y sus hermanos menores, la angustia de la menor que huyó de casa para evitar ser abusada sexualmente por su padrastro o algún familiar.

Están bombardeando una clase humilde que no les importa, puesto que sus hijas e hijos no padecen necesidades materiales, y tampoco viven las realidades de la niñez que termina en las filas de la guerrilla, que además incluye el peso de un Acuerdo de Paz incumplido, traicionado, que no trajo el fin de la guerra a sus territorios, que tampoco llevó justicia social, y donde excombatientes están siendo asesinados luego de dejar las armas.

Es una clase que usa su poder para bombardear a otra y, de paso, bajo la excusa de combatir “máquinas de guerra”, tratar de esconder toda la iniquidad provocada durante décadas que se han perpetuado en el poder a sangre y fuego.

Es una clase social monstruosa y criminal, que niega su existencia para evitar ser incriminada, para evitar ser objetivo de la ingenuidad de una clase humilde, que no se reconoce a sí misma, que piensa que hablar de lucha de clases es algo caduco, sin sentido, que promueve el odio.

Hablar de lucha de clases es desenredar cómo nos han explotado, asesinado y masacrado a lo largo de la historia. Es incluir con dignidad discusiones para enfrentar a una clase criminal cuyo grado de barbarie despliega su crudeza, de forma abierta y sin ninguna vergüenza, catalogando a nuestra niñez como “máquinas de guerra”, so pretexto para bombardearles y masacrarles.

Debemos recordar que hay una clase monstruosa y criminal que nos ve como cosas, objetos desechables. Del mismo modo que utilizó a comunidades indígenas y afrodescendientes para esclavizarles disponiendo de sus vidas a su antojo, ahora llama a nuestros niños y niñas “máquinas de guerra” para deshumanizarles y asesinarles.