Los resultados del Simce Tecnológico, dados a conocer la semana pasada, resultan elocuentes del estado lamentable en que se encuentra la educación chilena y delatan la llamada «Brecha Digital». Lo primero que habría que decir es que este concepto es nuevo y viejo al mismo tiempo: La «Brecha Digital» es una más de las muchas […]
Los resultados del Simce Tecnológico, dados a conocer la semana pasada, resultan elocuentes del estado lamentable en que se encuentra la educación chilena y delatan la llamada «Brecha Digital». Lo primero que habría que decir es que este concepto es nuevo y viejo al mismo tiempo: La «Brecha Digital» es una más de las muchas que hemos conocido en nuestra historia, brechas económicas, sociales, científicas y tecnológicas. Las brechas, en definitiva, son el síntoma inequívoco de una falta de desarrollo y, peor todavía, una carencia grave de equidad y justicia social en el seno de una sociedad.
El 73% de estudiantes de estratos bajos apenas se empina en un precario nivel inicial en el uso de las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), un porcentaje que contrasta con el 8.3% en la misma condición en los estratos altos de la sociedad. Es claro que existe una clara correlación entre las variables socio económicas y el acceso a los dispositivos informacionales de redes y equipos. Sin embargo, el problema es más serio, pues otras variables a considerar son la educación y la cultura, esto es, las competencias propiamente comunicacionales. Los resultados insinúan también desigualdades relacionadas con las diversas regiones del país.
La «Brecha Digital» pone en evidencia que no es lo mismo estudiar en un colegio municipal de alguna alejada región que en un colegio particular en la capital del país. Esto en un país que exhibe altos grados de penetración de Internet en América Latina, alrededor del 55% sobre un promedio de 40.7% para la región sudamericana. La única explicación radica en la profunda desigualdad que se constata en la estratificación social y económica, además de un marcado centralismo.
Desde una perspectiva política y cultural amplia, estos resultados constituyen un balde agua fría para los afiebrados sueños de llevar a Chile a los umbrales de un país desarrollado. Lo cierto es que, más allá del delirio neoliberal imperante, nuestro país no posee fundamentos consistentes para aproximarse siquiera al Modo Informacional de Desarrollo que caracteriza al mundo actual. Una sociedad profundamente injusta, incapaz de ofrecer un sistema educacional de calidad y gratuito para las nuevas generaciones no puede aspirar al desarrollo tecno científico que exhiben otras naciones.
No cabe duda alguna que las TIC’s son una de las componentes de lo educacional en el futuro inmediato. No se trata, tan solo, de garantizar el acceso a las redes y equipos, sino de generar las competencias en estudiantes y profesores. El primer paso en el desafío educacional es la creación de «inteligencia pedagógica» , modelos pedagógicos y computacionales capaces de sistematizar la información para transformarla en conocimiento y el conocimiento en acción. Se trata, desde luego, de una empresa de largo aliento que requiere inversiones, capacitación a gran escala. El desafío educacional, finalmente, se mide en décadas y no admite medidas de parche ni produce dividendos políticos inmediatos.
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