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Café con el arquitecto de las «revoluciones 2.0»

Fuentes: Rebelión

Para El Libertador/ Belgrado (Serbia)

Belgrado es una ciudad hermosa pero gris, en la cual aún se pueden advertir las heridas abiertas por los bombardeos de la OTAN. Demasiado alejada de Rusia para encontrar cobijo en brazos de su gran hermano eslavo, y marginada por una Unión Europea de hegemonía germana, Serbia está hoy aislada. Desde el desmembramiento de Yugoslavia y los posteriores años del nefasto presidente Slodoban Milosevic, la nación no acaba de ubicarse políticamente en la Europa actual. Los problemas socioeconómicos no se han corregido desde el cese de la floreciente era socialista del Mariscal Tito, ni tampoco tras los últimos conflictos étnicos de la población serbokosovar arrinconada al norte de la proalbanesa República de Kosovo.

Fruto de esta larga zozobra y con las condiciones objetivas listas para precipitar un cambio, en el año 2000 nació el movimiento estudiantil OTPOR («resistencia» en serbio), el cual fue artífice, en gran medida, de la caída del presidente Milosevic. Con cacerolas, rodeando el parlamento y cerrando las calles del centro de Belgrado, miles de jóvenes articulados por universitarios de clase media como Srdja Popovic, pasaron a la primera plana internacional como «los chicos que pueden tumbar un gobierno». Captados de forma flagrante por los tentáculos de las agencias de inteligencia estadounidenses, se dedicaron a exportar aquello que hoy se conoce como «golpe suave» o «revolución de colores».

Si bien los «opositores» de Venezuela, Hong Kong y varios de los «activistas» que protagonizaron las llamadas «primaveras árabes» forman ya parte de su haber como «experiencias de apoyo a los activistas revolucionarios», el mayor interés de Popovic y su nuevo sello, CANVAS (Centro para las Estrategias de No Violencia Aplicada), se encuentra en la esfera de los estados que rodean a la actual Federación Rusa.

Cauteloso, pero abierto a la confrontación verbal, Popovic tuvo a bien recibirme en su oficina de Belgrado. Con tres secretarias como únicas empleadas pero con una gran presencia en el mundo del activismo liberal, la nueva organización guarda nexos importantes con universidades de Estados Unidos interesadas en sus técnicas de «guerra psicológica», las cuales vienen heredadas de su mentor, el profesor estadounidense Gene Sharp, quien dirige junto al coronel retirado Robert Helvey el Instituto Albert Einstein en la ciudad de Boston (Estados Unidos).

Muy a pesar de que unas nuevas informaciones vertidas por WikiLeaks volvían a poner el descubierto que Popovic y sus «revoluciones» cuentan con el apoyo de empresas de inteligencia estadounidenses que proveen «servicios especiales» a la CIA, el director de CANVAS sigue participando como ejemplo del buen hacer democrático en docenas de foros «por los derechos humanos» celebrados en países occidentales. Del mismo modo, continúa siendo laureado por toda esa industria de los «derechos humanos» que, a través de organizaciones no gubernamentales y fundaciones, da cuerpo «humanitario» a los intereses geoestratégicos de la OTAN en el mundo entero.

Enjuto, con camisa y sorbiendo café latte, Popovic es atento y quiere agradar. Se diría que una de las formas de romper con lo opaco de su financiación y motivaciones es desplegar -inocentemente- cantidad de papeles y cuadernos de notas abiertos por todos los rincones de este laboratorio sociopolítico en el que se decide, de alguna manera, cómo alterar el destino de los pueblos que caen su diana. «¿Has descargado alguno de nuestros manuales gratuitos?», pregunta curioso. «Los tenemos en multitud de idiomas», afirma satisfecho haciendo gala de sus recursos.

Ya centrado en su butaca, pues no para quieto ni un instante, Popovic disculpa su «etapa política», aquella que inició terminada su campaña contra el Gobierno de Milosevic. «Fue mi aventura», y sonríe, en referencia a sus años como diputado en la Asamblea Nacional por el Partido Demócrata, relevo social-liberal del socialdemócrata Partido Democrático, en auge durante el periodo de entreguerras. «Tras esa etapa y algunos viajes, decidí volver a aquello que sabía hacer mejor. Pensé que exportar todas las técnicas que aprendí durante el derrocamiento de Milosevic sería una buena forma de contribuir a la democracia global». Bielorrusia fue una de sus primeras paradas, «aunque no funcionó». Pero sí resultó todo un éxito la que vino después: Georgia.

El Gobierno del corrupto Eduard Shevardnadze sufrió «un desplazamiento de Poder» en el año 2003, o dicho más claramente, un golpe de Estado. Popovic y sus asesores formaron cuadros locales en el país caucásico, y mediante la «revolución de las rosas» no sólo tumbaron el Gobierno, sino que gracias a la llegada del nuevo presidente Mikheil Saakashvili, incluyeron a Georgia en la órbita atlantista, alejándola definitivamente de su vecina Rusia.

Preguntado por su (¿casual?) fijación en los países de la antigua Unión Soviética, Popovic pone tierra de por medio, asegurando que ellos han formado «a grupos» en varios continentes, no sólo alrededor de los países de población eslava, aunque sí admite que «tras la caída de la URSS, la población de esas repúblicas ha demandado sistemas democráticos y nosotros sólo hemos ido a ayudarles en esa labor. Nunca obligamos a nadie a hacer nada que no quiera».

Popovic y su instituto CANVAS (oficialmente codirigido con Slobodan Dinovic, prócer de las telecomunicaciones serbias) tienen como referentes ideológicos (que él prefiere llamar «éticos») al sudafricano Nelson Mandela (en su etapa de preso y presidente, no en la de dirigente del combativo Umkhonto we Sizwe ), al estadounidense Martin Luther King, y al polaco Lech Walesa, de quien recuerda que «distanció a los rusos del país y acercó Polonia a la Unión Europea». También, y como no podría ser de otra manera, Gandhi es otro de sus grandes referentes pacifistas, aunque en relación a éste le recuerdo que el abogado nacionalista indio sí facilitaba la violencia de varias formas. Por ejemplo, mediante su estoica pasividad permitía que las fuerzas coloniales británicas infligieran una brutal violencia sobre su cuerpo y el de sus acólitos. «Sí, es verdad», responde, «pero nos quedamos con su idea de ser muy activos en la protesta sin ser activamente violentos en esta», y esgrime como prueba de su efectividad un estudio académico llevado a cabo por dos investigadoras estadounidenses, Erica Chenoweth y Maria Stephan. En dicho trabajo analizaron 323 campañas militares llevadas a cabo de principios del Siglo XX a esta parte, y la conclusión, tanto para ellas como para el serbio, «revela que los conflictos llevados a cabo tanto por métodos de resistencia no violenta han sido mucho más duraderos y efectivos que los violentos o de guerra».

Respecto al «método de lucha no violenta», los activistas de CANVAS aplican «un plan de tres niveles» al que con inspiración cristiana llaman, «la santísima trinidad». Tal y como explica Popovic valiéndose de sus ágiles manos, «en el primer nivel se encuentra la unidad», recalcando que en países donde la fe es importante los de CANVAS han hecho uso de la religión «como elemento cohesionador del colectivo de activistas». En segundo lugar, habla de «la movilización» con dos estrategias diferentes. «En el caso de los países democráticos pero corruptos la apatía es lo que hace a la gente inactiva, y en las dictaduras es el miedo lo que inmoviliza». Se busca, como plantea su maestro estadounidense Gene Sharp, «cambiar el referente de autoridad», sea en una democracia como la de Venezuela o sea en una dictadura como la egipcia.

Para romper los límites establecidos por la Ley y la idiosincrasia propia de cada país, se altera o reemplaza la «piedra de toque» que designa lo que es correcto o no. De este modo, la protesta en sí, junto a sus protagonistas, se convierte en el nuevo actor fundamental, liderando acontecimientos, engendrando un nuevo orden y forzando una narrativa de los hechos que precipita el debilitamiento del Estado y las normas de conducta social dadas hasta la fecha. Así, venido el caso, se presentan valores religiosos indeterminados frente a valores constitucionales no desarrollados o fallidos. También se presenta una ilusión de mayoría a través de las redes sociales y calles frente a la percepción de minoría que en sentido estético tiene un solo mandatario o parlamento, sea electo o no. De alguna forma, Gene Sharp y su discípulo Srdja Popovic, han aprendido de las revoluciones de la izquierda y han subvertido su naturaleza, reproduciendo y simulando aspectos de los movimientos populares pero cambiando el contenido por sus ideas neoliberales. Y a menudo funciona. «Usados correctamente, son mas eficaces que un escuadrón de bombarderos», advierte uno de los correos de Stratfor filtrados por WikiLeaks.

Si bien es cierto que Twitter y Facebook han sido canales fundamentales para la puesta en práctica de estas revueltas, también lo es que sus métodos funcionaron antes de la aparición de estas herramientas. Sea hoy a través de las redes sociales, o antes gracias al «boca a boca» en los círculos de estudiantes, el caso es que nos encontramos a ante un movimiento que hace suya la máxima de «el medio es el mensaje», ya que de Libia a Ucrania, pasando por Venezuela o Serbia, se han dedicado a tratar de tumbar gobiernos sin presentar una propuesta política mínimamente concretada. Desde los megáfonos, en convocatorias o sosteniendo pancartas, se han mostrado vagas ideas de justicia e interés por «un futuro mejor», pero siempre sin programa concreto. «Se trata de sumar al máximo número de gente». Emociones y espectáculo colectivo, pero, ¿hacia qué modelo de estado?.

«We want freedom«, clama una muchacha ucraniana, hongkonesa o venezolana en Youtube. «Esos videos en la red son muy poderosos», resalta Popovic. No cabe duda. ¿Quién puede estar en contra de un angelical discurso a favor de la paz y justicia en boca de una entrañable muchacha?. Es la esencia de la doctrina norteamericana de Edward Bernays en pos de la guerra mundial. Se trata de dejar de lado los hechos y asaltar lo más intimo de nuestras emociones. Más coacción que convicción.

Pero estos videos son parte de la narrativa exterior, y no para la población del lugar donde se dan las protestas. Fabricados ad hoc para la opinión pública occidental, por medio de estas producciones audiovisuales se espera que los Gobiernos de los países influyentes muevan ficha, bien a través de la industria «humanitaria», bien a través de diplomacia. Para Popovic la valoración que en las potencias atlantistas tengan de esas «revoluciones» es un factor decisivo, porque sin esos estados de lo que él llama «el mundo libre» no se puede dar el consenso sociopolítico necesario para llevar a cabo «cambios radicales», los cuales -aunque él no lo diga- hoy son tristemente conocidos: intervenciones políticas, castigos económicos o soluciones militares.

En esto, Venezuela es presentado como «un país donde hay elecciones pero la gente ya no confía en elites políticas», por lo que los activistas formados por CANVAS allí «son gente que quiere actuar por sí misma y sin duda va a seguir adelante». Escuchándole, me viene a la memoria una imagen que vi recientemente durante un viaje a Caracas, en la que se podía apreciar a un manifestante «opositor» luciendo una camiseta con el símbolo de Otpor y un cóctel molotov prendido en la mano. Pero el gurú serbio se desentiende de los actos violentos llevados a cabo por la oposición golpista durante todo el año pasado. «La prueba no es concluyente», y continúa, eludiendo decir qué hacen exactamente en Venezuela.

La luz del día va cayendo y con ésta el tiempo de nuestra cita. Por la relevancia que tiene su gran despacho frente al pequeño espacio que tienen sus asistentes, se deduce que esta organización es en realidad sólo él, y bueno, quienes le financian. En Serbia la economía está bajo mínimos, tanto en las arcas públicas como en el sector privado. Sin embargo, coincidir ingenuamente con los intereses del capital atlantista ayuda a prosperar. Tal y como -en tono jocoso- señala otro de los correos de Stratfor filtrados por WikiLeaks, los de CANVAS «intervienen justamente allá donde tiene intereses el departamento de Estado. Están enganchados a su financiación». En realidad esta conclusión no necesita recurrir a secretos revelados por ningún whistlerblower. Uno de los padres de la estrategia de las fundaciones iniciada por Ronald Reagan en los ochenta, reconoció sin complejos que «mucho de lo que hacemos ahora abiertamente antes lo hacia la CIA clandestinamente». A Popovic tampoco le ruboriza reconocer quien se ha ocupado de cubrir muchos gastos. «Recibimos financiación de Estados Unidos, no veo problema en ello». Es más, la pregunta le ha debido de parecer indignante. «¡La gente no sabe lo caro que resulta mantener una estrategia de no violencia por diez años!»· Y de un sorbo se termina la visita y su café latte. Popovic se despide cordialmente. Él siempre sonríe, es atento, un gran comunicador y educado. Quizás sólo veamos fantasmas donde no los hay. Quizás algún día organice una revolución a favor de los negros en Estados Unidos, de los oprimidos de México, Honduras y Palestina. Quién sabe.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.