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Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre "El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España" (VIII)

«Cambó hizo todo lo que supo por salvar la monarquía en 1930-1931; lideró el Front d’ordre en las elecciones de 1936; luego se puso a disposición de la sublevación militar»

Fuentes: Rebelión

Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. […]

Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. La Guerra civil a Catalunya, 1936-1937 (2012) y Territori capital. La Guerra civil a Catalunya, 1937-1939 (2015).

 

Seguimos comentando su libro El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España, Barcelona, Pasado&Presente, 2016

***

Estábamos en el capítulo IV del libro, «La victoria de la democracia». Te cito: 1. «A diferencia de lo anhelado por la derecha no republicana, el pacto del Frente Popular no persiguió una subversión del sistema, sino hacer posible un acuerdo ante la involución y el fascismo, sobre la base de un programa republicano de izquierdas, que había de ser gestionado por un gobierno republicano, integrado por los representantes de la parte republicana del pacto, con el apoyo parlamentario del resto de fuerzas». 2. «El programa del 15 de enero tiene otra lectura; representaba el punto histórico de encuentro político, que no se había llegado a producir por completo en 1931, entre clases trabajadoras, campesinado y clases medias en la defensa de un proyecto democrático que podían compartir, sustentando sobre este una resolución negociada de sus legítimos y contradictorios intereses». Si es un buen resumen, seguro que sí, no tengo ninguna duda, ¿esto que dices no significa una subordinación de los intereses de las clases trabajadoras a los de las clases medias? ¿No hay una cierta pérdida de lo que suele llamarse, solemos llamar incluso, autonomía de clase?

Compartir el proyecto común de la democracia no es necesariamente una subordinación, ni una pérdida de autonomía. Todo eso se ha de ver en sus términos concretos, si no nos perdemos en un juego de etiquetas y descalificaciones. No perdamos de vista lo que estaba en juego en ese momento: parar al fascismo y hacer posible un desarrollo democrático en el que pudiera imponerse el interés de la mayoría social. Cada uno podía considerar de manera diferente ese interés y en el pacto del Frente Popular ninguna organización renunciaba a sus objetivos. El PCE publicó en Mundo Obrero el programa del partido, no como programa electoral sino como énfasis de mantenimiento de la propia identidad; el PSOE y la UGT no paraban de insistir en que el acuerdo era «circunstancial» y que el objetivo final era el que era. Y los republicanos, en el mismo programa de enero dejaban claro que era lo que no aceptaban -el colectivismo- pero tampoco imponían a los partidos obreros su renuncia. Era un acuerdo complejo, y no sin contradicciones, sino reconociéndolas; pero aceptando que su resolución había de hacerse por vía democrática.

Puede ser que haya quien considere que la aceptación, la defensa, de la vía democrática supone una subordinación a las clases medias. Yo no. Y el hecho es que la reivindicación de la democracia no había sido propio de las clases medias -que reivindicaban, todo lo más, el liberalismo y el parlamentarismo- sino de las clases trabajadoras. La cuestión da para para un largo análisis y un más largo debate. De todas maneras quiero hacer un apunte final.

Adelante con él.

En el movimiento obrero de los años treinta se planteó la evidencia del ascenso del fascismo y de la base de masas que éste encontraba en las clases medias; lo sucedido en la República de Weimar, y las fracasadas insurrecciones obreras de España y Austria, de 1934, o la marea ascendente de la derecha en Francia, puso en evidencia que había de neutralizarse esa adhesión progresiva de las clases medias al fascismo y que una respuesta exclusivamente obrera no era suficiente. Era necesaria, imprescindible, una alianza social antifascista. Pero se concibió de dos maneras opuestas. El Partido Obrero Belga, una parte de la socialdemocracia europea, la concibió disponiéndose a abandonar para ello el principio fundamental de la cuestión de la propiedad y reduciendo el programa socialista a distributismo; en este caso se produjo la subordinación que señalas, y de aquellas lluvias los fangos presentes. La hegemonía de la alianza antifascista se puso en manos de la clase media y sus partidos. En la propuesta del Frente Popular no se hizo esa concesión de programa ni de hegemonía; el movimiento comunista, al tiempo que proponía el Frente Popular propugnaba el máximo desarrollo del frente único, con la unidad sindical (un acierto en los términos concretos en que se hizo) y la unidad política organizativa (un error, porque partía de un planteamiento de absorción, por parte de todos ya fueran los socialistas o los comunistas; sólo triunfó en Cataluña con el PSUC, porque, entre otras cosas, no había ese planteamiento de absorción). En el caso del Frente Popular no había subordinación, sino aceptación de una etapa transitoria en la que el movimiento obrero procuraría, a través de su unidad, mantener la hegemonía para avanzar hacia el desenlace favorable a las clases trabajadoras de las contradicciones existentes; contradicciones, pero no antinomias. La única contradicción irresoluble con los intereses de las clases trabajadoras eran la que representaba el fascismo; pero también al revés, de manera que sólo la hegemonía del movimiento obrero daba garantías de que la alianza social frentepopulista se resolviera claramente en contra del fascismo.

Por cierto, todo esto que explicas, ¿no recuerda un poco la idea de democracia social avanzada de los años setenta y parte de los ochenta del pasado siglo? Incluso un poco el eurocomunismo si me apuras.

Dejemos lo del eurocomunismo aparte, porque tengo mis dudas de que cuando hablamos de él estemos señalando una misma cosa y no varias agrupadas bajo una calificación fundamentalmente periodística.

De acuerdo, de acuerdo, dejemos aparte el «eurocomunismo».

En cuanto a lo de la democracia social avanzada, desde luego. El Frente Popular, que nace como opción defensiva y evoluciona en sentido propositivo cuando el fascismo rompe la legalidad y abandona el campo de las instituciones representativas, es un antecedente de esa propuesta de democracia social avanzada; el principio que subyace en ambas es el de la etapa transitoria y la consecución de una hegemonía por la transformación global de la sociedad.

¿Por qué separas con tanto cuidado e insistencia la derecha republicana y la no republicana? ¿No confluyeron en gran parte finalmente?

No, salvo minorías y excepciones, alguna importante como la de Lerroux y la parte del Partido Radical que le siguió. La mayor parte de la derecha republicana española que adoptó posiciones autoritarias o profascistas padecía de un republicanismo advenedizo, no democrático, de rechazo de la monarquía alfonsina y adhesión de oportunidad al republicanismo (el caso de Melquíades Álvarez, de Santiago Alba, de Miguel Maura). Caso aparte es el del Partido Radical, un partido en crisis y descomposición desde meses anteriores a la proclamación de la República. Éste, lo que iba quedando después de la separación de los radical-socialistas y otros, fue el que convergió con la derecha no republicana, anti-republicana de hecho, la CEDA, para un gobierno que se disponía a revisar en sentido autoritario la constitución de 1931. Pero incluso entonces una parte del Partido Radical, la que lideraba Martínez Barrio, se negó a seguir por ese camino, rompió con el Partido Radical y con su nueva formación, Unión Republicana, participó en el Frente Popular y en la defensa de la República durante la guerra; y Martínez Barrio no se situaba en la izquierda republicana. Al cabo de ese proceso de rupturas internas quedaba por ver a quién había ido siguiendo la base del republicanismo radical, si a Lerroux -artífice de la convergencia que señalas- o a sus antagonistas dentro del radicalismo. En las elecciones de febrero de 1936 buena parte del electorado radical de 1930-1931 votó las candidaturas del Frente Popular. Y hubo otra derecha republicana, Alcalá Zamora incluido, que no compartió la deriva hacia el fascismo.

Me estoy pasando, lo sé, no sigo abusando de tu tiempo y de tu generosidad. Una pregunta por apartado restante. ¿Por qué pones tanto énfasis, con tanto información, en los datos de las elecciones de febrero? ¿No está claro quién ganó?

Para mí si, y para muchos historiadores. Pero parece ser que para otros no y siguen negando la evidencia; ahí está Payne negándolo recientemente e invocando un trabajo de Álvarez Tardío que parece que va a publicarse pronto. Y, lamentablemente, en la memoria colectiva predomina lo que cuarenta años de dictadura franquista y otros cuarenta de olvido de la experiencia republicana han inculcado: que en febrero de 1936 el Frente Popular solo ganó por trampas. Falso, al menos por lo que empíricamente conocemos hasta ahora.

Me he olvidado antes, perdóname. En esta confrontación que señalabas, ¿dónde sitúas la Lliga?

En la derecha que va del no republicanismo al anti-republicanismo. La minoría republicana de la Lliga era grupuscular dentro de esa formación. Cambó hizo todo lo que supo por salvar la monarquía en 1930-1931; lideró el Front d’ordre en las elecciones de 1936; y meses después se puso a disposición de la sublevación militar.

¡Y tiene escultura y avenida propia en Barcelona, al ladito de Caixabank y la Catedral! Tras la victoria electoral, ¿hubo o no hubo desbordamiento popular del programa del Frente? ¿No querían más marcha la ciudadanía obrera y campesina? ¿Las huelgas obreras no jugaron su papel?

Lo explico en el libro. No hubo desbordamiento; si hubo presión desde abajo para que se cumpliera el programa pactado. ¿No es eso lo que pedimos a los gobiernos electos, que cumplan sus promesas?

Es eso.

Pero en ningún momento hubo ruptura entre el gobierno del Frente Popular y la ciudadanía obrera y campesina; eso es lo que más le dolió a la derecha golpista, que pensaba en esa ruptura como un factor de aceleración del golpe. La intensidad del movimiento huelguístico fue menor que en otros períodos, incluso de la etapa republicana; y de ninguna manera puede considerarse la huelga como un conflicto de desbordamiento en la sociedad contemporánea.

Aunque es sabido, ¿cuál fue la reacción de la Iglesia católica ante el triunfo popular? La derrota de la reacción, ¿era también su derrota?

La posición de la Iglesia católica fue de beligerancia activa contra el Frente Popular; despreciando, entre otras cosas, la propuesta frente-populista de aplicación pactada de la nueva legislación en materia educativa. Intervinieron los obispos con declaraciones, los púlpitos participando activamente en la campaña electoral, las organizaciones de laicos de la Iglesia…; hubo excepciones, pero se quedaron en eso, excepciones. No fue un comportamiento local. Hay que recordar cual era el posicionamiento de la Iglesia Católica en Europa frente al fascismo y en relación con los gobiernos fascistas; el del papa Pío XI, y el de su nuncio en Alemania Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. El nuncio del Vaticano en España, Tedeschini, representó una posición «moderada» apoyando a la CEDA en su intento de conseguir el poder, ¿cuáles serían las posiciones no consideradas «moderadas»? Son de sobras conocidas; en marzo de 1936 Tedeschini ya anunciaba la preparación de un golpe militar en España, e informaba al Vaticano que la única opción ante el golpe comunista -inexistente- era Calvo Sotelo. La derrota política de la reacción fue también su derrota política y después del 16 de febrero adoptó la misma respuesta que la mayoría de la reacción, la del golpismo.

¿Hubo o no hubo violencia en todo este período? En el detallado cuadro de las páginas 171 y 172 has calculado un 5% de municipios afectados. ¿Es o no es mucho? ¿Hubieron muertos? ¿Y qué pasó en las grandes ciudades? ¿Hubo más violencia de la reacción o violencia del frente? ¿En qué se concretaba la violencia de la reacción por ejemplo?

Esos datos se refieren a la violencia anticlerical y el 5% es un porcentaje muy bajo, sorprendentemente bajo teniendo en cuenta la importancia de las tensiones entre la Iglesia y la República. No hubo muertos. La violencia tuvo como objetivo las representaciones materiales de la Iglesia; el ataque directo a personas fue proporcionalmente irrelevante y respondió a dinámicas locales, y aún más reducidas. Y en las grandes ciudades esa violencia anticlerical resultó todavía menor que en las de menor dimensión o en el mundo campesino. En Cataluña -donde se producirá un importante estallido de violencia anticlerical como reacción al levantamiento militar- solo se produjeron incidentes en 8 del total de los mil municipios, en cifras redondas, del territorio; eso es menos de 1%.

Otra cosa fue la violencia social y política, en la que los objetivos principales fueron las personas. A estas alturas, y gracias a trabajos excelentes como los de Rafael Cruz y Eduardo González Calleja, ya sabemos que la mayor parte de las víctimas fueron trabajadores, campesinos, afiliados y simpatizantes o electores del Frente Popular; y, al revés, que la mayor parte de los que cometieron los actos de violencia fueron miembros de las fuerzas de orden público y de las fuerzas armadas -no en razón de aplicación de órdenes generales, sino de decisiones propias o de mandos locales; más que probablemente estimulados por el ambiente de conspiración de las casas-cuartel y de los cuartos de bandera-, propietarios o sus administradores, pistoleros de Falange. No hubo violencia ordenada desde el gobierno y sí intento por su parte de contrarrestarla. La estrategia de la violencia, la estrategia de la tensión, formó parte, deliberada o no, del proceso golpista.

Destaco lo que acabas de señalar por su importancia. Telegráficamente: ¿estuvo la patronal dividida durante la República?

La agraria fue claramente anti-republicana, la industrial con posiciones diversas. El mundo de las finanzas -léase Juan March y los banqueros- ya se sabe donde estuvieron. Pero no hubo un comportamiento político patronal organizado; hicieron lo mismo que la mayoría de la burguesía – a la que pertenecían-…

¿Qué hicieron pues?

Encomendarse a la derecha, muy mayoritariamente anti-republicana. Hicieron todo lo posible por ralentizar la ejecución de la amnistía laboral.

¿Tuvo relevancia en la situación el paro de aquellos años?

Aunque tuvo alguna importancia (sobre todo el paro en el mundo agrario) no fue directamente relevante en el proceso de movilización social y político. En el sentido de que no hubo un movimiento de parados específico, ni una consecuencia sustancial del paro ni sobre el incremento de la movilización, ni sobre su descenso. Estaba en el escenario, pero no en el primer término, ni como elemento mayor.

Nos queda poco. Vamos al capítulo V, su título lo dice todo: «Asalto a la República».

Cuando quieras, a tu disposición.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes