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«Camila Vallejo apuesta su capital político»

Fuentes: Rebelión

El diario electrónico El Mostrador presenta hoy, 26 de Agosto, una de sus columnas bajo este titular «Camila Vallejo apuesta su capital político apoyando a los líderes de la CUT«. La columna está firmada por Claudia Urquieta, pero su director, Mirko Makari, ha expresado el mismo punto de vista a través de diversos medios. La […]

El diario electrónico El Mostrador presenta hoy, 26 de Agosto, una de sus columnas bajo este titular «Camila Vallejo apuesta su capital político apoyando a los líderes de la CUT«. La columna está firmada por Claudia Urquieta, pero su director, Mirko Makari, ha expresado el mismo punto de vista a través de diversos medios. La idea es que hasta el momento el movimiento estudiantil contaba con las simpatías de «la gente» debido a «su frescura, su creatividad, su alegría», y que ese «capital político» se pone en riesgo al aparecer junto a líderes sindicales agotados y desprestigiados. Una idea que ya se había formulado respecto de Jaime Gajardo, y que parece más verosímil ahora respecto de Arturo Martínez. La columna citada aparece de algún modo reemplazando a otra, del día anterior, cuyo título dice «Camila Vallejo se saca la foto con Martínez y Gajardo y embarca al movimiento estudiantil en la agenda de cambio de modelo». Una nota en cuya bajada de título se dice «Giorgio Jackson no estuvo en el balance de los convocantes al paro de la CUT«. Estos titulares, mucho más expresivos, aparecen firmados como columna editorial, por El Mostrador.

Lo que me interesa comentar aquí no es la manipulación periodística del movimiento. Sobre eso se pueden dar abundantes ejemplos, algunos tan repetidos y triviales que se hacen cada vez menos creíbles, otros simplemente rayanos en el absurdo. Como CNN Chile, que durante la mayor pare de la entrevista a Marcel Claude muestra en pantalla bajadas de título que dicen «¿Estatizar la educación?«, y «Universitarios y secundarios exigen la estatización de la educación«, incitando los terrores de los propietarios privados ante una eventual marea de estatizaciones. Me interesa más bien el imaginario político que tales estimaciones representan, y la relación del movimiento estudiantil con el movimiento sindical establecido.

La primera constatación es la curiosa idea de que es Camila Vallejo la que involucra al movimiento estudiantil en esto o en aquello. En El Mostrador TV, un par de periodistas algo faranduleros le preguntan «¿cuál es el legado de Camilla Vallejo al movimiento estudiantil?«. Ella, por supuesto, simplemente se ríe. A veces es Camila Vallejo la que, con sus poderes de «endemoniada» arrastra a todo el mundo para allá o para acá. A veces ella misma es arrastrada por oscuras fuerzas, más demoníacas aún: la Jota, Gajardo, el PC. Una imagen del movimiento social en que son los líderes los que cuentan, en que son los partidos los que tienen poderes absolutos, en que la masa se limita simplemente a seguir instrucciones.

Frente a eso dos constataciones inversas se imponen. Una es el tragicómico esfuerzo de los dirigentes de la Concertación por subirse al carro, sin otro resultado de ser enrostrados e insultados cada vez que se atreven a aparecer por las marchas o tomas. Otra es la notable claridad con que todos los entrevistados, sean dirigentes o no, sean militantes políticos o no, explican los objetivos del movimiento. Una estudiante secundaria que ha estado más de treinta días en huelga de hambre, que explica claramente porqué y bajo qué condiciones se baja, que explica con toda claridad que el Ministro de Salud es un mentiroso. Los estudiantes que eran entrevistados en las marchas para mostrar que asistían «arrastrados», que le explican claramente a los periodistas no sólo por qué están marchando, sino el hecho flagrante de la manipulación periodística de la violencia.

Se trata de una manera de presentar los conflictos sociales sacada del cine norteamericano: relatar lo que ocurre a través de personajes índices, a través de héroes y villanos individuales, con un trasfondo de masas indiferenciadas, meramente indicativas. Se trata de un relato basado en las famosas cuñas, frases para el bronce que no duran más allá del día, en el abuso de escenas índice, que se repiten una y otra vez, de lugares comunes simples que, en este caso, provienen de los temores incubados en la época de la guerra fría. Un estilo periodístico fuertemente ideologizado, que se da por obvio, que se impone sobre los hechos, más propio de asesores de imagen y estudios de marketing, que de alguna forma razonable de acercarse a los fenómenos y tratar de entenderlos en su propia lógica. Un estilo que transita fácilmente desde los espacios aparentemente dedicados a algún nivel de análisis hasta los otros dedicados franca y directamente a la farándula meramente mercantil.

Pero un estilo que es también compartido por los «analistas políticos», frecuentes en programas que serían, aparentemente, dedicados a examinar la contingencia con mayor profundidad, y que le dan apariencia académica a opiniones que escasamente superan el nivel de los comentarios periodísticos. Y, mucho peor aún, una forma de abordar los problemas sociales que ha llegado a ser común entre los propios analistas que asesoran a los políticos, que se han convertido en meros fabricantes de imagen, en fabricantes de cuñas para los medios, en fabricantes de «agendas» que sirven sólo para momentos de opresión consolidada, pero que fallan de manera catastrófica ante la más mínima agitación social.

Un ejemplo patético de esto es el asesor, para nosotros anónimo, que aconsejó al señor Presidente poner el tema del acuerdo de vida en común en la «agenda» como una manera de desviar la atención del movimiento estudiantil y ganar apoyo entre los elementos más progresistas, con el único resultado de restar apoyo en su propio sector, y la relativa indiferencia de la mayor parte de la ciudadanía.

Otro elemento importante es la idea de que los estudiantes serían una fuerza «pura», «fresca», «creativa», cuyos intereses son meramente sectoriales. Y esto frente a unos dirigentes «viejos», «políticos», «interesados», que insisten en cambiar el modelo sólo porque estarían pegados en la demagogia.

Desde luego, la primera constatación que se impone, delicadamente obviada por los medios de comunicación dominantes, es que los estudiantes secundarios han insistido desde el inicio de sus protestas en la renacionalización del cobre. La constatación de que todos los actores del movimiento relacionaron desde el principio sus demandas con el cambio constitucional, con una radical reforma tributaria, con el fin del modelo neoliberal en la salud y en el transporte. Los secundarios, aparentemente los más «jóvenes y puros», han sido señalados reiteradamente como los más radicales. Justamente los políticos, los más «viejos y demagógicos», han mantenido la política de llegar desde atrás, con salidas que son rebasadas una y otra vez por las bases estudiantiles.

Por supuesto esto podría deberse a que estos niños se han educado en hogares sin familias constituidas de manera católica, lo que los ha llevado a actuar sin valores, y a tendencias anarquistas. También podría deberse a que hay toda una generación de jóvenes que ya no están dispuestos a dejarse engañar por politiqueros y mercachifles, por cómplices convenientes y manipuladores profesionales. Podría ocurrir que todo esto no sea sino rebeldía inorgánica, psicológica, en contra de toda autoridad. O podría ocurrir que los niveles de información disponible, que los niveles de abuso experimentado, hayan producido una generación precoz, con elementos de análisis en la mano, con la decisión radical de protestar por fuera de la política corrupta establecida.

Asistimos a una asombrosa falta de perspectiva de los supuestos «analistas políticos». O a una jungla de pillos que calculan para sí mismos, y para sus empleadores los escenarios de su sobrevivencia. Asistimos a cálculos interesadamente pequeños, a estimaciones meramente mediáticas, al doble estándar tradicional en la acción y el análisis. Los asesores fallan lamentablemente, o se hacen abiertamente sospechosos. Los políticos del sistema muestran su mediocridad galopante. Tal como las «evaluadoras de riesgo» les mintieron a los accionistas minoritarios de La Polar, ahora los «evaluadores del riesgo político» se aprestan a la gran operación que permitirá hundir a sus aliados más débiles con tal de salvar a sus mecenas más poderosos.

Frente a este panorama de ratas que se apresuran a abandonar el barco, y que pesarán sobre cualquier navegación futura, es necesario afirmar una vez más cuál es el núcleo que hace poderoso a este movimiento, y que se prolongará en los que surjan a partir de él, sea cual sea el estado de administración a través del que se crea diluirlo o desarticularlo.

Es necesario constatar que sí, que es cierto que los dirigentes sindicales actuales no están a la altura de lo que el movimiento social requiere. Que están marcados por un amplio pasado de complicidad política con la Concertación y, por eso, con el modelo neoliberal que la Concertación mantuvo e hizo prosperar. Que están marcados por el cuoteo politiquero, por la corrupción franca y abierta. Que se han eternizado en los cargos más altos a través de elecciones indirectas, a través de organizaciones escasamente representativas.

Pero es necesario recordar también que el nivel de sindicalización en Chile apenas alcanza al 10% de la fuerza laboral. Es necesario recordar que los dirigentes sindicales corruptos son posibles por la política sistemática de parte de los «departamentos de personal» en las grandes empresas, que compran la «lealtad» de los trabajadores para aumentar la productividad. Es necesario recordar que esas políticas de «valorización del recurso humano» están apoyadas en una consistente legislación laboral que hace convenientemente fácil despedir a los que no acepten ser «valorizados» en función de los intereses de la empresa. Es necesario recordar que uno de los grandes amarres del modelo, que hace posible su inmovilización política, es la profunda precarización del empleo, que tiene a los trabajadores atados de manos, puestos en la disyuntiva trágica de adherir al movimiento social simplemente al precio de perder el empleo.

Frente a estos amarres, tolerados y ampliados durante los veinte años de la Concertación sí, es cierto, los estudiantes tienen un margen mayor de posibilidades de protesta. Pero es necesario considerar la profundidad política de las movilizaciones que han emprendido. Su carácter radical, global, su aspiración a remover las claves del modelo imperante. No se trata acá de un «capital político», no se trata de futuros candidatos a diputados, aunque lleguen a serlo. Se trata de que los estudiantes levantan las banderas que hasta ahora los trabajadores se han visto impedidos de levantar, tanto por sus dirigentes sindicales corruptos, como por el carácter represivo que conlleva la precarización del empleo.

Por eso el paso actual, el que se da en estos momentos, es esencial. Que los trabajadores retomen la confianza y la fuerza que deben mantener ante el saqueo y la precarización. Que la ciudadanía ejerza sus deberes como conjunto, estudiantes y trabajadores. Trabajadores como apoderados, trabajadores en su calidad de vecinos, trabajadores a través de sus sindicatos, de sus colectivos informales allí donde la sindicalización está fuertemente impedida.

Es por eso que los secundarios han llamado desde el principio a sus propios Centros de Padres a apoyarlos. Este es un movimiento en que la penosa psicologización, trivial, errónea, que contrapone «jóvenes rebeldes» a «adultos que no los comprenden» simplemente no se observa por ningún lado. Los estudiantes no están indignados con sus padres, o con sus mayores, están indignados con los políticos corruptos, con los gobiernos que los manipulan, con las comisiones de expertos que hablan y hablan y dejan todo igual. La estudiante que lanzó un vaso de agua a la cara de una ministra de educación manipuladora en 2006 no era una «joven rebelde», era más bien una ciudadana que con extrema claridad presentía lo que estaba en juego. Y hoy lo sabemos perfectamente. Una ciudadana que tenía razones perfectamente válidas para estar indignada.

Es por eso que los universitarios han preferido trabajar mano a mano con el Colegio de Profesores, y no con el Consejo de Rectores, cuyos intereses resultan bastante mezquinos comparados con la amplitud de las demandas. Un Consejo de Rectores que estuvo dispuesto a aceptar un ofertón de 4000 millones de dólares, que en su petitorio pedía que se permitiera el endeudamiento directo de las universidades públicas en el extranjero, que no ha hecho la menor mención de las situaciones de lucro enquistadas en las propias universidades que son de todos los chilenos.

Los grandes temores de los sectores dominantes de este país van saliendo a flote con extrema claridad, y los cómplices de siempre, sus asesores periodísticos y académicos ya lo advierten: que los estudiantes logren convertir su movimiento en un gran movimiento social, que las demandas vayan más allá de la educación y se extiendan a todo el modelo económico, que surjan nuevos dirigentes sociales ante los cuales palidecen los dirigentes enquistados, que surjan nuevas formas de movilización que no sean manipulables por los intermediarios que han permitido hasta hoy la «gobernabilidad» de la sobre explotación y el saqueo.

Más allá de los liderazgos mediáticos, más allá de la aparición para las cámaras de los que cuidaron el modelo por más de veinte años, más allá del despiste periodístico o académico, de los asesores de imagen, de los que calculan el escenario de las próximas elecciones, más allá del populismo de última hora de los ministros fascistoides, el horizonte del movimiento es claramente especificable: educación gratuita para todos los que la demanden, en todos los niveles. Y las condiciones bajo las cuales eso es posible son más claras aún: renacionalizar el cobre, una profunda reforma tributaria, un plebiscito que devuelva a los ciudadanos el control sobre el sistema político que se supone debe representarlos.

Cada marcha, cada foro, cada toma, las grandes y las pequeñas, las que aparecen en los medios y las que son convenientemente omitidas, cada discusión entre vecinos y amigos, contribuye a una gran tarea que no debemos ni podemos dejar abandonada a lo que nos dicen desde la tele: aumentar, reforzar, la claridad con que los ciudadanos han empezado a abordar los contenidos de esta gran movilización social. Un gran movimiento de todos, que es y debe ser mantenido por todos. Somos más, ya no les creemos, hemos empezado a liberarnos de los que han administrado nuestros sueños.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.