Primero llegó el Papa bueno, recordado como Juan XXIII, quien alzó la voz por la dignidad humana y convocó a todos a luchar por ella, incluidos los revolucionarios socialistas. Así nació el diálogo entre cristianos y marxistas. Enseguida, surgió Camilo cargado de amor al prójimo, de una visión crítica nacida en las ciencias sociales, y […]
Primero llegó el Papa bueno, recordado como Juan XXIII, quien alzó la voz por la dignidad humana y convocó a todos a luchar por ella, incluidos los revolucionarios socialistas. Así nació el diálogo entre cristianos y marxistas.
Enseguida, surgió Camilo cargado de amor al prójimo, de una visión crítica nacida en las ciencias sociales, y de compromiso con la lucha por el poder para las mayorías empobrecidas y excluidas.
Aquí están las raíces de la opción por los pobres, la visión crítica, la lucha política y el compromiso radical, que años después dieron origen a la Teología de la liberación.
En esos años maravillosos, florecieron otras escuelas que también buscaron la emancipación, como la reivindicación afro descendiente hecha por Franz Fanon, la Pedagogía del oprimido, la Teoría de la dependencia y el resurgir de la literatura latinoamericana, donde el Realismo mágico del maestro García Márquez tiene un lugar destacado.
En respuesta, sobrevino la oscurana del capitalismo neoliberal y con ella, intentaron ahogar las luchas liberadoras e imponer un pensamiento único; el de ellos, la minoría dominante.
Cuatro décadas después, «cesó la horrible noche» y una parte de los perseguidos de ayer, se convierten en los reivindicados de hoy.
Llegó el Papa Francisco y el 23 de mayo de 2015, colocó a Monseñor Romero como prototipo de Santo, a quien hay que aprenderle su entrega hasta la muerte a la causa de los pobres, la verdad, la paz y la justicia social.
El pasado 9 de julio, en charla con los movimientos sociales, en Santa Cruz, Bolivia, el Papa latinoamericano reiteró sus postulados liberadores:
«Se está castigando a la tierra, a los pueblos y las personas de un modo casi salvaje (…) el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos (…) (en) un sistema que se ha hecho global».
«Poner la economía al servicio de los pueblos, unir nuestros pueblos en el camino de la paz y defender la Madre Tierra».
«La globalización que nace de los pueblos crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia».
Lo que sigue es una lucha por el Buen Vivir para los pueblos del mundo, que pase la página de los desastres, que deja el modo de vida occidental capitalista; en medio de una Guerra mundial que se combate por partes, como lo denuncia el Papa Francisco.
Perennes siguen siendo, el «ver, juzgar, actuar», empuñado por los cristianos liberadores; como vigente es su testimonio de compromiso y entrega hasta las últimas consecuencias, a la causa noble de las mayorías empobrecidas y excluidas.
Si Camilo, el Cura guerrillero, regresara hoy 50 años después de su partida en Patio Cemento, volvería a increpar a la minoría dominante, para que entregara el poder al pueblo y para que escogiera, por cuál vía lo haría.
Y si a Camilo le preguntaran por la ruta a seguir, no dudaría en afirmar, que la apropiada es la trazada en Bolivia, en julio pasado, por el Papa Bergoglio.
Como Camilo y el Papa Francisco, el sardo Antonio Gramsci, llama al compromiso con las mejores causas de la humanidad:
«Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no debe dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes».