A Cecilita (1925-2005) in memoriam, por avivar en mí, como Isabelita en Camilo, simientes germinales. A mis hijos, Santiago & Valentina, por saber recogerlas, sin mi ayuda. A Luis Jorge, El Gatico, mi padre, gaitanista/camilista convencido. A Marthica y a María del Rosario. Los que hacen imposible la revolución pacífica, harán inevitable la revolución violenta. […]
por avivar en mí, como Isabelita en Camilo, simientes germinales.
A mis hijos, Santiago & Valentina, por saber recogerlas, sin mi ayuda.
A Luis Jorge, El Gatico, mi padre, gaitanista/camilista convencido.
A Marthica y a María del Rosario.
Los que hacen imposible la revolución pacífica, harán inevitable la revolución violenta.
John Fitzgerald Kennedy
La más noble manifestación cultural del hambre es la violencia.
Glauber Rocha
El alcohol, la religión, las sonrisas, la ley y la gentileza son parte de las herramientas que posee el sistema para disciplinar y dominar a los hombres.
Miguel Littín
Se le llamó Ex sacerdote, Padrecito; Honesto pero equivocado, Profeta; Camiloco, Chiflado, «Por ahí sí es»; Bandolero, Revolucionario; Predicador del odio, Apóstol de los pobres. Apodos, todos ellos, impregnados de un innegable tufo peyorativo, como si se hablara de cualquier loquito de barrio… cuando se trataba de una de las mentes más lúcidas que ha tenido esta desdichada república, uno de los cerebros más abiertos, tolerantes y respetuosos de la diferencia en y de su generación, uno de los seres más brillantes que ha tenido un país por tradición desdeñoso con sus talentos y envidioso e hipócrita para tratarlos, acogerlos y respetarlos. Un convencido de algo difícil de refutar por tener el argumento como fuerza y no la fuerza como argumento: «El deber de todo cristiano es ser revolucionario», tesis que, como se verá, el hoy comandante del ELN, Nicolás Rodríguez B., Gabino, demuestra en un documental de los españoles Francisco Palacios, dirección, y Yolanda Liesa, realización, al sostener, frente al postulado de Camilo en el sentido de que «el amor debe ser eficaz», que «ese ser eficaz quiere decir que el amor tiene que dar resultados» y eso se logra a través de un acto revolucionario.
Así, lo primero, Camilo Torres R. fue un cura guerrillero más por la fuerza de las circunstancias que por una honda convicción personal, un auténtico sacerdote revolucionario que a nadie quiso joderle la vida: sólo pretendió remediársela a todos. Pero, esto, ante la probable inminencia de su logro, puso alerta a la oligarquía nacional, a la aparentemente inofensiva Iglesia oficial, a un ejército que les dispara a sus compatriotas y a la policía, a una policía que hace lo propio con sus colegas del ejército y con sus compatriotas, a unos liberales que no lo son tanto, a unos conservadores que son mucho más conservadores, a unos medios que no son tanto ni mucho(s) más… Y a los defensores del statu quo, enemigos a ultranza, por ejemplo, de la objeción de conciencia, la que el 10 de mayo de 1964 llevó al Ministro de Guerra, general Alberto Ruiz N. (principal responsable, por contraste, del bombardeo a Marquetalia), a declarar en rueda de prensa: «…es urgente modificar las estructuras de nuestra sociedad, el gobierno está frenado por los sectores y por las personas influyentes.» Pero, claro, al General, según quienes lo observaban (sus colegas y el Gobierno), se le fueron las luces: estaba hablando como cualquier John Lenin de la U. Nacional, cualquier sociólogo, cualquier Camilo Torres. Y por ello sería obligado a renunciar el 27 de enero de 1965: a lo «peligroso de sus tesis» se sumó la acusación de haber fraguado un golpe de Estado a su favor aprovechando el paro cívico de dos días antes, que no se realizó.
Enemigos a ultranza de una verdadera reforma agraria como la que pregonó Camilo y no de un tibio fomento agrícola que sólo favoreció a quienes no debía hacerlo: a los terratenientes (defendidos por un godo al que la derecha veía a la izquierda, Álvaro Gómez). Y no a quienes deben ser los verdaderos usufructuarios de la tierra, los que la trabajan: campesinos, negros e indios. Hoy contra la pared, como lo previó Camilo, acorralados y perseguidos por las sombras siniestras y no de película del glifosato, las armas de verdad de los paracos, la furia ciega pero real de parte de la guerrilla, la soberbia real pero ciega de ciertos presidentes y gobernadores, los desmanes del ejército que les secuestra sus víveres, la inocultable desidia del Estado. Porque, así no parezca, la indiferencia es otra forma de persecución y esta la forma más terrible de marcar diferencia, o sea, de no reconocer la diferencia. Lo que por consiguiente y en la práctica hace inútil la tan cacareada tolerancia: nada más que otra entelequia, como democracia.
Enemigos a ultranza, en fin, de la libertad de expresión, disensión y crítica, como lo fueron en su momento los representantes de la Gran Prensa frente a las declaraciones de Ruiz Novoa y desde luego a las del propio Torres. Gran Prensa (léase El Tiempo ) responsable de la persecución desatada contra éste por los organismos de seguridad, como cuando tras enviar su Mensaje a los militares , dice Guzmán: Al punto, la gran prensa acusó a Camilo de incitar al Ejército a la rebelión (1) ; responsable también, diría El Espectador muchos años después de causado ya el irreparable daño, eso sí, junto a la Iglesia, del «exacerbamiento que alcanzó Colombia entre 1946 y 60»: o sea, de la Violencia. Violencia que entre otras cosas empezó mucho antes, primero, con la llegada de los españoles, que hoy se atreven a reclamar el mítico galeón San José; luego, con las nueve guerras civiles del siglo XIX, y, no más tarde, hacia 1930, con el fin de la hegemonía conservadora (surgida en 1886); fue mucho más una lucha de clases que otra partidista; y fue promovida de forma premeditada, sistemática y generalizada, desde el mismo Estado, entre otros, por Virgilio Barco (bisabuelo del presidente 1986-90, gobierno en el que, curioso, fueron asesinados cuatro candidatos presidenciales), como señala Gloria Gaitán en carta al pueblo colombiano y dirigida a Juan M. Santos, a Rodrigo Londoño, de las FARC-EP, a Gabino Rodríguez, del ELN (18/oct./12): «… el jefe de la Policía de aquel entonces, el Coronel Virgilio Barco, contrató sicarios en la vereda Chulavita para generar el conflicto; coronel cuyas fechorías también figuran en el expediente del asesinato de mi padre, desaparecido de los archivos oficiales, pero del cual mi familia conserva copia integral autenticada. Premeditadamente a esos sicarios los enviaban a las veredas y municipios liberales y, al grito de ‘Viva el Partido Conservador’, sacrificaban liberales indefensos. Luego, los mismos sujetos, viajaban a las veredas y municipios conservadores para, al grito de ‘Viva el Partido Liberal’, arremeter contra la vida y los bienes de inocentes ciudadanos conservadores. Mi padre recorrió el territorio nacional denunciando este maquiavélico montaje oficial, que buscaba encender la hoguera del odio entre compatriotas. En la colección del periódico Jornada, que mi familia guarda celosamente, se lee en el ejemplar del día 13 de abril de 1947: ‘Pueblo de todos los partidos: ¡os están engañando las oligarquías! Ellas crean deliberadamente el odio y el rencor a través de sus gentes, asesinando y persiguiendo a los humildes, mientras la sangre del pueblo les facilita la repartición de los beneficios económicos y políticos que genera tan monstruosa política’. No habla mi padre, como han pretendido quienes quieren responsabilizar al pueblo de la Violencia de la mitad del siglo XX, que se trató de una guerra partidista. ¡No! En todas sus intervenciones, […], insistirá en que es una violencia oficial, desatada de forma premeditada, sistemática y generalizada por el Estado colombiano.» (2)
Como lo pensó, sintió y creyó siempre Camilo Torres. A través de este ensayo, se tratará de ponerlo en su sitio, el que le corresponde históricamente, sin prejuicios, dobleces o sesgos, y no desde una perspectiva histórica que no fue la suya, la de hoy. Sitio que se forjó por su propio quehacer, no el que hasta ahora se le ha negado. Siempre respetando el contexto histórico en que vivió y dejando en claro que se comparte su visión revolucionaria pero no su visión cristiana, aunque él haya hecho una sensible e inteligente amalgama de ambas posturas, como lo evidencia su libro póstumo Cristianismo y Revolución. Él no necesita defensores ni apologistas sobre su vida y su obra. Apenas, que lo dejen hablar. Aunque sea cuando ya está muerto y ha pasado tanto tiempo. La tesis central de este ensayo: a Camilo se le mató antes de ser asesinado por el ejército en el monte y, en tal sentido, habría que hacer un juicio a ciertas instituciones y personas, por tratarse de un crimen represivo. Asunto sobre el cual nunca se ha hablado, quizás por lo que significa la postura política e ideológica del propio Camilo y todo lo que pueda caerse de ella frente a los intereses de la Iglesia y del Estado. Por otra parte, el papel de Camilo no puede reducirse al concepto de «reformador social», es decir, al de cura guerrillero: ha de ampliarse al de cristiano revolucionario, como se verá al final.
¿Qué es un reformador social? Para no tergiversar ni, mucho menos, desfigurar las cosas, al respecto vale la pena traer a colación a quien, para mí, es el último revolucionario romántico, y uno de los numerosos guerrilleros decentes, Ernesto Che Guevara, a quien Jean-Paul Sartre llamó el ser humano más completo de nuestra época:
«¿Por qué combate el guerrillero? El guerrillero es un reformador social. El guerrillero toma las armas en furiosa protesta contra el sistema social que mantiene a sus hermanos desarmados en el oprobio y la miseria. Ataca las condiciones especiales del orden establecido en un momento dado y se dedica a romper los moldes de ese orden con todo el vigor que permiten las circunstancias.» (3)
Para entender a Camilo Torres, basta ubicarse en el contexto histórico en que se formó y en el que surgió su voz diáfana, disidente y, sin embargo, tremendamente propositiva. No se trata de elaborar una hagiografía, el relato hablado o escrito de un héroe o de un santo: aunque en tanto alter ego del Sachka Yegulev, de Andréiev, es más bien un héroe. Tras el triunfo de la Revolución Cubana, EE.UU entró en un estado de paranoia similar a la que desató luego del auto tumbe de las Torres Gemelas, el 11/sept./ 2001. Así, a través del llamado Plan Laso (Latin American Security Operation), en plena era del demócrata John F. Kennedy, EE.UU volcó sobre América Latina la tristemente célebre Alianza para el Progreso, supuesto plan de ayuda económica para estos países pero que en realidad contenía, como el Plan Colombia de hoy (vendido al inicio con la máscara de combate contra el narcotráfico cuando era y es contra la guerrilla y por ahí derecho contra campesinos, negros e indios a los que se ha desplazado, y, además, no es ayuda sino préstamo, al servicio de multinacionales, megaproyectos y hurtos como el de Isagén, empresa regalada a la canadiense Brookfield), una descarada invasión militar, mostrada como una discreta intervención en un «conflicto de baja intensidad» en la región y que hoy demanda su entierro o, al menos, entraña el fracaso de la fórmula militar (4), así como las FARC piden responsabilidad de los EE.UU en el fin del conflicto. La guerrilla, a través de su vocero en La Habana, comandante Pastor Alape, sostiene que el «país que estuvo comprometido en el conflicto [EE.UU] debe comprometerse en participar de la nueva era con recursos para la paz, la reconciliación y la prosperidad de todos los que sufrieron, con énfasis en las víctimas.» Y «resaltó que el Plan Colombia fue un ‘fracaso’ porque ni alcanzó su ‘objetivo público’: erradicar el narcotráfico; ni su ‘objetivo no público y verdadera esencia’: aniquilar los movimientos insurgentes de Colombia.» (5). Por último, a comienzos de 2014, la Unidad de Víctimas de la Fiscalía General de la Nación, entidad inclinada a adjudicar a la guerrilla el mayor porcentaje de crímenes posible por cuenta de la guerra, publicó sus cifras sobre las víctimas del conflicto colombiano en el período comprendido entre 1984 y 2013. En dicho período, de mayoritaria ejecución del Plan Colombia, la entidad registraba 5.368.138 casos de desplazamiento forzado, 636.184 homicidios, 93.165 desapariciones forzadas, entre otra larga lista de horrores que los gobiernos de EE.UU y Colombia seguramente habrán festejado el 4 de feb. [2016] como uno de sus mayores éxitos (6).
Conflicto de baja intensidad no es sino un eufemismo para lo que Harold Pinter, Nobel 2005, definió así:
«La invasión directa de un estado soberano nunca ha sido el método favorito de Estados Unidos. En la mayoría de los casos, han preferido lo que ellos han descrito como ‘conflicto de baja intensidad’. Conflicto de baja intensidad significa que miles de personas mueren pero más lentamente que si lanzases una bomba sobre ellas de una sola vez. Significa que infectas el corazón del país, que estableces un tumor maligno y observas el desarrollo de la gangrena. Cuando el pueblo ha sido sometido -o molido a palos, que viene a ser lo mismo- y tus propios amigos, los militares y las grandes corporaciones, se sientan confortablemente en el poder, tú te pones frente a la cámara y dices que la democracia ha prevalecido. Esto fue lo normal en la política exterior de Estados Unidos durante los años de los que estoy hablando.» (7)
A continuación, el lector encontrará una serie de temas en la voz del propio Camilo, temas que permiten inferir lo esencial de su pensamiento y que han sido extraídos del libro Cristianismo y Revolución (Prólogo, edición y notas de Óscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala. México, Ediciones Era, 1972). Las citas son textuales, es decir, no han sido alteradas. Quien las lea o escuche podrá inferir libremente su significado y sacar sus propias conclusiones…
Democracia:
«Se ha constituido en un slogan que, a fuerza de ser empleado, a fuerza de ser usado, ha venido a desvirtuarse. Todos los dirigentes políticos quieren ser los grandes patrocinadores de la democracia y por eso es importante penetrar un poco en el contenido de la idea de democracia, en su desarrollo social y económico, para saber a qué atenernos cuando se habla de democracia. […] La palabra misma tiene un origen griego que significa el gobierno del pueblo.»
Burocracia:
«La burocracia es, en los países subdesarrollados, el medio más común para trabajar. En ella encontramos el porcentaje proporcionalmente más fuerte de inversiones del presupuesto nacional y la menor exigencia de calificación profesional.»
Clase dominante & fuerzas militares:
«La función de las instituciones militares es la de la conservación del orden establecido. En los países subdesarrollados es la élite minoritaria la más interesada en conservar ese orden del cual dependen sus privilegios. Por otra parte, la vida económica del ejército depende del presupuesto oficial aprobado por el parlamento y en ocasiones, como en Colombia, los grados más altos son conferidos o aprobados también por este. En esta forma las fuerzas armadas también dependen del grupo dominante y éste a su vez del ejército para el mantenimiento del orden. (…) Los militares harán respetar la clase dominante hasta el punto de que sus privilegios sean otorgados en forma proporcional a la urgencia que haya de su intervención. En caso de guerra internacional o civil, en caso de recrudecimiento de la violencia en el país, estos privilegios tendrán que ser mayores que los otorgados en casos normales. Si no aumentan proporcionalmente, habrá un conflicto que podrá culminar en un golpe militar.»
Canales de movilidad social ascendente:
«En los países subdesarrollados, en los latinoamericanos y en Colombia en particular, los canales de movilidad social ascendente están estructuralmente obstruidos para la mayoría de la población. El factor que condiciona en forma más determinante la oclusión y control de los demás canales, es el económico. La minoría de la población que controla la movilidad social ascendente está interesada en mantener la obstrucción de los canales sociales de ascenso y por eso el conformismo es una condición indispensable para que ella se efectúe. La movilidad social ascendente es más de tipo minoritario que masivo, más material que socio-cultural y, por tanto, sin efectos a corto plazo, sobre el cambio social. Las estructuras del ascenso anormal establecidas por la violencia cambiaron las actitudes del campesinado colombiano, transformando al campesinado en un grupo mayoritario de presión.»
Grupos de presión:
«…las mayorías no están constituidas en grupos de presión porque falta conciencia de grupo, conciencia de clase, porque les falta una actividad, una cierta seguridad colectiva, una organización de tipo nacional, y porque les faltan, también, fines políticos que vayan a aglutinar esos grupos que deberían ser organizados, tener conciencia de actividad. Si logramos que, a largo plazo, las mayorías sean grupos de presión no nos importa el régimen que venga, que venga una dictadura castrista, que venga una dictadura militar, que venga un presidente elegido normalmente, que venga una monarquía o lo que queramos, si tenemos las masas organizadas para ejercer presión y que esa presión sea efectiva, naturalmente vamos a lograr una democracia. Naturalmente que, hoy en día, no existen esos canales institucionales y las primeras presiones que se deben ejercer y la dirección de estos movimientos populares tienen que ser para crear canales institucionales porque de lo contrario tendremos desbordamientos por fuera de las instituciones, como los que tenemos con las huelgas, con el fenómeno de la violencia, el que fundamentalmente para mí es un desbordamiento de ese deseo de la masa de progresar, del deseo de cambio que no ha encontrado canales institucionales de ascenso y por eso ha buscado canales patológicos.»
Violencia (¿cómo eliminarla? Mediante la creación de canales de promoción en los campos económico, social, cultural y político):
«En el económico, con una reforma agraria que reestructure la posesión de la tierra con base en la mayor productividad y dentro de la libertad, naturalmente. En el social, por medio de una Acción Comunal bien orientada, que devuelva al país el sentido de la solidaridad. En el cultural, consagrando mayor parte del presupuesto a la formación de técnicos y a campañas de alfabetización. Y en el campo político, resultante de los anteriores, mediante la participación real de la masa en la dirección del país.»
Y para quienes aún puedan pensar que Camilo Torres era un patrocinador oculto de la violencia y no un verdadero y pacífico revolucionario («de tiempo completo»), quizás sirva recordarles lo que el 21 de agosto de 1965 sostuvo en Villavicencio: «Nosotros no predicamos la revolución violenta, creemos que la revolución es fundamentalmente el cambio de la estructura de la propiedad, de la propiedad de la tierra, de las casas, que es el cambio de la política de inversiones, que ya no podrán salir capitales del país sino que tendrán que ser invertidos en aquellos sectores que produzcan trabajo para el pueblo, que se tendrán que abrir las relaciones internacionales con todos los países del mundo, que las FF.AA serán bien remuneradas pero consagradas a trabajos de progreso socio-económico y no se les obligará a matar a sus compatriotas». (…)
Revolucionario: ¿Por qué en el ámbito universitario se le tilda a usted de revolucionario?
«Si soy un auténtico seguidor de Cristo es imposible no ser revolucionario, como lo fue Él. Yo quisiera ser un auténtico seguidor de Cristo. ¿Qué entiende usted por ser revolucionario? El tratar de reformar las estructuras humanas y sociales, en el campo natural y sobrenatural, en vista a lograr una mayor justicia para la mayoría de los hombres».
Cristianismo y Revolución: «Lo principal del catolicismo es el amor al prójimo». El que ama a su prójimo cumple con la ley (8).
«Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar la eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado ‘la caridad’, no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías. Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país, en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos los días, los que tienen dinero y tienen el poder nunca van a prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la devaluación. Es necesario, entonces, quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, vista al desnudo, enseñe al que no sabe, cumpla con las obras de caridad, dé amor al prójimo no solamente en forma ocasional y transitoria, no sólo para unos pocos sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que no hay autoridad sino de parte de Dios […]. Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.» […] «Yo he dejado los deberes y privilegios del clero, pero no de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer la misa si Dios me lo permite». [] «…Sentí una profunda repugnancia de trabajar con la estructura clerical de nuestra Iglesia. Cuando pensé en la posibilidad de trabajar en la Curia, haciendo una investigación, sentí la seguridad de que se me separaba del mundo y de los pobres para incluirme en un grupo cerrado de una organización perteneciente a los poderosos de este mundo. [] El peor lastre de la Iglesia colombiana es tener bienes y tener poder político. [] El clero colombiano es el más retrógrado del mundo. Más aún que el de España. Es evidente que las únicas iglesias progresistas de la tierra son las iglesias pobres… Yo soy partidario de la expropiación de los bienes de la Iglesia, aun en el caso de que no se diera ninguna clase de revolución.»
Como dice el también sacerdote y estudioso de Camilo, Mario Calderón (asesinado junto a su esposa, Elsa Alvarado, y a su suegro el 19 de mayo de 1997, en Bogotá, por paramilitares actuando a nombre de una política de Estado, como en el caso de los mal llamados falsos positivos), en su tesis de doctorado como sociólogo en París, el conflicto entre Camilo y la Iglesia oficial se salda con una ruptura pues los principios doctrinales y la postura política del primero ponen en tela de juicio el modelo de relación entre la segunda y la sociedad a través del Estado: la nueva cristiandad frentenacionalista. Y es que en ese reparto de cargos públicos y botines presupuestales denominado Frente Nacional, la alianza liberal-conservadora se identificó con los jerarcas de la Iglesia oficial en su política contra la modernización del estado y el desarrollo de la sociedad, para oponerse de manera radical a la formación de organizaciones laicas, es decir, las que prescinden de la instrucción religiosa, al contrario de lo que ocurrió en Brasil, Chile, Perú y Uruguay, donde dichos organismos airearon y permitieron la renovación de las caducas instituciones religiosas. Razón de más para sostener, como lo hacía Camilo Torres, que el clero colombiano es el más retrógrado del mundo y al que sin embargo obligó a ceder, al filo del tiempo, e incluso a abrirse hacia la modernidad, de por sí uno de los mayores logros en su breve carrera política. A propósito de Mario Calderón, en 2002, sus amigos publicaron el libro que recoge su tesis doctoral: Conflictos en el Catolicismo Colombiano, la que ahonda en el pensamiento de Camilo y en las probables causas de su muerte. Muerte que, al igual que otros grandes hombres de la historia como Malcolm X, Che Guevara, Martin Luther King, Roger Casement, Patrice Lumumba, Camilo advirtió de modo cuasi-profético:
«Ustedes saben lo que pasó con Uribe Uribe, con Gaitán, y entonces no vamos a repetir los errores que ya se cometieron. Yo estoy dispuesto a seguir la revolución hasta las últimas consecuencias, es decir, aspiro a que ustedes me exijan, me lleven y que, si llego a tener momentos de cobardía, de desfallecimiento, me empujen. No quiero que entiendan que es porque yo quiero echarme para atrás ni desfallecer. Yo quiero ir adelante y si es necesario correr la misma suerte de los anteriores, la corro; pero no me gustaría que, si llego a morir, esa muerte sea infructuosa para la revolución. Por eso es importante que tratemos de mirar cada vez más al aparato político, a las ideas, a los equipos de gente, a las publicaciones; que se cree una realidad independiente de mi persona, para que si me descartan a mí, esté otro, y si descartan a ese otro, esté otro y tengamos un relevo contra el cual nada podrá hacer la clase dirigente.»
Habría que hacer un juicio de responsabilidad histórica, a la Iglesia oficial, en cabeza del Cardenal Concha, por perseguir, acosar e intentar callar, para Lyotard otra forma de matar, la voz de Camilo que no es otra que la de su clara posición política e ideológica; al Ejército, por responder a las provocaciones persecutoras de la Iglesia y desatar él mismo las suyas, cerrándole, de paso, a Camilo todos los caminos del bien (al decir de un sacerdote franciscano), lo que tipifica un crimen represivo: el que «se comete para la preservación, fortalecimiento o, sobre todo, defensa de posiciones privilegiadas, en particular las de poder y propiedad» (9); y a los señores Fabio Vásquez y Víctor Medina, del ELN, por confundir el rol ideológico de Camilo con la actividad guerrillera y, sobre todo, por haber arrojado así al abismo a uno de los mayores (y uno de los pocos) tesoros políticos que ha tenido Colombia: Camilo Torres, cristiano revolucionario para quien se debe propiciar la toma del poder por las mayorías, para que realicen las reformas estructurales económicas, sociales, políticas, a favor de esas mismas mayorías:
«Esto se llama revolución y, si es necesario para realizar el amor al prójimo, para un cristiano es necesario ser revolucionario. Pretendo que todos los hombres obren de acuerdo con su conciencia, busquen sinceramente la verdad y amen a su prójimo en forma eficaz. […] Cuando la clase popular se tome el poder, gracias a la colaboración de todos los revolucionarios, nuestro pueblo discutirá sobre su orientación religiosa.»
A propósito de lo anterior, quizás no haya postura más clara frente a los postulados de Camilo Torres, en tanto en un solo concepto, marxista o no, en todo caso dialéctico, une teoría y práctica, para sostener la tesis de que para ser cristiano hay que ser revolucionario, como la que expuso el hoy comandante del ELN, Nicolás Rodríguez, Gabino, en el documental Liberación o muerte. Tres curas aragoneses en la guerrilla colombiana (2013), de los españoles Francisco Palacios, en la dirección, y Yolanda Liesa, en la realización. Allí, Gabino, con la lucidez que sólo la da una certera ideología y una militancia justa, se refiere a la llegada de los curas José Antonio Jiménez, Domingo Laín y Manuel Pérez, cómo se ven afectados por la plenitud de la acción revolucionaria de Camilo, cómo les sirve de inspiración, cómo, cuando ellos desarrollan su actitud sacerdotal y guerrillera, funden eso en el postulado que había desarrollado Camilo respecto a que «el deber de todo cristiano es ser revolucionario». Gabino: «La llegada de los tres sacerdotes al ELN, de Manuel, José A. y Domingo, se da a 4 o 5 años de la plenitud de la acción revolucionaria de Camilo. Pienso yo que ese elemento de Camilo Torres como inspiración, para ellos es muy profunda y por eso ellos cuando desarrollan su actitud sacerdotal y guerrillera, funden eso en un postulado que había planteado Camilo: el postulado de que el amor debe ser eficaz y ese ser eficaz quiere decir que el amor tiene que dar resultados; y ellos, también en su postura sacerdotal y humanista y de evangelio, lo asumen como los resultados de una transformación de la vida, de la sociedad, de la superación de la explotación, de la superación de la dominación y la conversión de todo eso en justicia, en libertad, en plenitud.» (10)
Vásquez y Medina jamás comprendieron la frase homenaje a Camilo ni al autor de ella misma, R. H. Moreno Durán (referida por éste unos días antes de morir, a propósito de Gabo y Camilo, quien en 1959 bautizó a su hijo Rodrigo): «No hay alianza más peligrosa que la de la utopía y las armas». Si a esa alianza se suma la de la Iglesia oficial y el Partido Conservador, ¿adónde más que en los tristes aposentos de la muerte, podría ir a parar (que no acabar) el proyecto político, por demás vital, cristiano y revolucionario, de Camilo Torres? Sin embargo, a todas estas, en medio de lo que él dijo, ¿qué fue lo que pudo molestar tanto a la Iglesia, al Gobierno y a los defensores del statu quo, como para recurrir a su eliminación? ¿No se habla acaso de un país abierto, plural y tolerante y con la democracia más antigua de América? No es difícil inferir acá quién ha mentido históricamente. Por ej., el General Álvaro Valencia T., quien le aseguró a Fernando Torres que el cadáver de su hermano le sería entregado a su familia para cumplir, este deber de consideración y amistad. La historia y sobre todo su familia aún esperan el traslado del cadáver. Y el pueblo, que los generales cumplan su palabra pues el lugar preciso donde Camilo fue enterrado es, hasta hoy, «un secreto de Estado». El general Violencia Tovar le mintió doblemente al país: 1. Al sostener en un foro en la U. Javeriana, con motivo del estreno del documental Gaitán, el Bogotazo, la historia de una ilusión, de M. Acosta, con guion de Carlos J. Reyes, que el caudillo desató los desmanes del 9 de abril; 2. Al decir que le había entregado el cadáver de Camilo a Fernando, siendo que éste ya había muerto. Cuando quien escribe tomó el micrófono de Caracol para retar al Gral. Valencia Tovar a decir la verdad guardó sepulcral silencio.
Como prueba de ello, se refieren los artículos más recientes en los que se habla de la «directriz» del presidente Santos (2010-2018) en el sentido de «exhumar los restos que serían de Camilo Torres» como «un gesto simbólico para iniciar los diálogos de paz con el ELN», a propósito de los que se llevan en La Habana para el fin del conflicto en Colombia, primero, publicados en El Espectador (11); y luego el artículo del padre Javier Giraldo, publicado en Internet por Colombia Informa, en el que se confirma lo que aquí se sostiene en cuanto a que Fernando Torres jamás recibió los restos de su hermano Camilo, por parte del general Valencia Tovar (1923-2014). El Padre Giraldo aclaró que no es seguro que los restos hallados sean los de Camilo, a la vez que recordó lo dicho por Valencia Tovar: «El General dijo públicamente que él había entregado los restos al hermano de Camilo, Fernando Torres, un médico que siempre vivió en Estados Unidos. Ciertamente hubo un carteo, una correspondencia entre el general Valencia y Fernando, pero también hay indicios de que el general quiso convencer al país de que él había entregado los restos. Eso no es cierto, hay una carta del mismo Fernando del año 2001 en la que, después de las declaraciones del General, Fernando lo desmiente». Ahora, el paradero real de los restos de Camilo es un secreto que el Padre Giraldo calificó de ilegal: «En la petición que se hizo se citaron tratados internacionales que han sido violados como, por ejemplo, los convenios de Ginebra de 1949, firmados por Colombia en 1960. Hay toda una jurisprudencia del Comité del Pacto de las Naciones Unidas, que es la entidad que vela por el cumplimiento del pacto internacional de derechos civiles y políticos y que ha examinado las denuncias de otros países en donde se presentó el ocultamiento de restos y produjo sentencias en donde se condenó a esos países. En ellas, se asegura que el ocultamiento de restos es equivalente a la tortura, que está proscrita en el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos.» (12).
Por su parte, el ELN, a comienzos de enero de 2016, le pidió al Gobierno ubicar y entregar los restos del sacerdote: «Llamamos al gobierno para que los restos físicos de Camilo Torres sean entregados y se les brinde debida sepultura», dijo el grupo guerrillero, que se encuentra en conversaciones preliminares desde 2014 con el Gobierno para iniciar un proceso de paz. «Es nuestro deseo para este 2016 lograr avances en la paz de Colombia», agregaron sus cuadros en un texto difundido en el sitio ELN Voces, en el que solicitó la entrega de los restos del cura guerrillero como un gesto para que el gobierno muestre su disposición de avanzar hacia los diálogos (13).
Por fortuna, siempre queda el inefable e infalible recurso de la justicia poética… En efecto, quienes sigan haciendo imposible la revolución pacífica, gestarán la revolución violenta: gobernantes y políticos en general deberían recordar que los hombres de toda nación y en particular sus artistas saben que un país con hambre es un país injusto y proclive a la violencia, que la opresión prolongada sólo puede conducir a soluciones extremas, que en cualquier momento y por más diferido que parezca, un sueño colectivo puede estallar… ¡Ah!, y que no hay que creer en caricias del sistema pues su signo es la dominación, no el afecto, o sea el engaño para someter al pueblo hasta el cansancio o la obediencia, jamás para tender puentes comunes de acercamiento, diálogos entre iguales y no entre aquéllos que siempre se han sentido más iguales y que en su profunda soberbia y arrogancia no saben otra cosa que despreciar a los demás: a los que llaman enemigos u opositores y a quienes terminan calificando como guerrilleros o narcoterroristas, especie de desnaturalizados que entrañan lo peor de la especie humana.
Camilo Torres entendió algo inevitable y que hoy produce urticaria entre Iglesia, oligarquía, Estado, fuerzas militares e imperialismo gringo: que la ancestral, silenciosa y estoica paciencia de los pobres no ha sido más que el producto de un engaño. Ahora, cuando los jóvenes están conociendo o reconociendo tal engaño, así como el alcance de su poder, su rebelión metafísica no admite más dilaciones. Como señala Guzmán, el postulado principal de Camilo era una revolución del, por, con y para el pueblo. Sin embargo, no tenía posturas soberbias ni actitudes mesiánicas, tan caras a estos tiempos, sólo atesoraba la verdad que tanto enfurece, más que duele, a esos oscuros explotadores de la oligarquía que ciegamente obedecen las órdenes tácitas del Imperio, pero que al oír los términos, oligarquía e imperialismo, se escandalizan más por esa nimiedad que, obvio, por todos los crímenes que a plena luz han cometido en sus turbias existencias:
«Yo no me considero representante de la clase colombiana, ni jefe del Frente Unido, ni líder de la revolución colombiana, porque no he sido elegido por el pueblo. Aspiro a ser aceptado por éste como un servidor de la revolución». Lo que en efecto fue hasta ser asesinado en Patio Cemento, corregimiento El Carmen, municipio San Vicente de Chucurí, Santander, el 15 de febrero de 1966. En su Proclama a los colombianos (7.I.66), sostuvo: «Yo me he incorporado a la lucha armada. Me he incorporado al ELN porque en él encontré los mismos ideales del Frente Unido. Encontré el deseo y la realización de una unidad por la base, de base campesina, sin diferencias religiosas ni de partidos tradicionales. Sin ningún ánimo de combatir a los elementos revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido. Sin caudillismos. Que busca liberar al pueblo de la explotación de las oligarquías y del imperialismo. Que no depondrá las armas mientras el poder no esté totalmente en manos del pueblo.»
Respecto al engaño histórico citado, sería injusto, con el pensamiento y ante todo con la valentía de Camilo, omitir lo que consignó en el Frente Unido, Edición Extraordinaria, 9/dic/1965, texto conocido por Mensaje a la Oligarquía, borrado del mapa de la historia oficial para gozo de los siervos de los amos de la guerra:
«Dirigir un mensaje a los que no quieren ni pueden oír es un deber penoso. Sin embargo, es un deber, y un deber histórico, en el momento que la oligarquía colombiana quiere llegar a hacer culminar su iniquidad en contra de la patria y de los colombianos. Durante más de 150 años la casta económica, las pocas familias que tienen casi toda la riqueza colombiana, ha usurpado el poder político en su propio provecho. Ha usado todas las artimañas y trampas para conservar ese poder engañando al pueblo. Inventaron la división entre liberales y conservadores. Esta división, que no comprendía el pueblo, sirvió para sembrar el odio entre los mismos elementos de la clase popular. Esos odios ancestrales transmitidos de padres a hijos han servido únicamente a la oligarquía. Mientras los pobres pelean, los ricos gobiernan en su propio provecho. […] Lo único que dividía a los oligarcas liberales de los oligarcas conservadores era el problema de la repartición del presupuesto y de los puestos públicos. […] Cuando apareció Jorge Eliécer Gaitán enarbolando la bandera de la restauración moral de la República, lo hizo tanto en contra de la oligarquía liberal como de la conservadora. Por eso las dos oligarquías fueron antigaitanistas. La oligarquía liberal se volvió gaitanista después de que la oligarquía conservadora mató a Gaitán en las calles de Bogotá. Ya iniciada en el camino de la violencia para conservar el poder, la oligarquía no parará en el uso de esa violencia. Puso a los campesinos liberales a que se mataran con los conservadores. Cuando la agresividad, el odio y el rencor de los pobres se desbordaron en una lucha entre los necesitados de Colombia, la oligarquía se asustó y propició el golpe militar. El gobierno militar tampoco sirvió en forma suficientemente eficaz a los intereses de la oligarquía. Entonces el jefe de la oligarquía liberal, doctor Alberto Lleras Camargo, y el jefe de la oligarquía conservadora, doctor Laureano Gómez, se reunieron para hacer un examen de conciencia y se dijeron: ‘Por estar peleando por el reparto del presupuesto y del botín burocrático, casi perdemos el poder para la oligarquía. Dejémonos de pelear por eso haciendo un contrato, dividiéndonos el país como quien se divide una hacienda, por mitad, entre las dos oligarquías. La paridad y la alternación nos permiten un reparto equitativo y así podemos formar un partido nuevo, el partido de la oligarquía’. Así nació el Frente Nacional como el primer partido de clase, el de la oligarquía colombiana. El pueblo vuelve a ser engañado y concurre a las elecciones a votar el plebiscito, a votar por Alberto Lleras, por el Frente Nacional. El resultado, naturalmente, fue peor: ahora era la oligarquía unida la que gobernaba en contra del pueblo. El Frente Nacional dijo que remediaría la situación financiera, y duplicó la deuda externa produciendo tres devaluaciones (hasta ahora) y con ellas la miseria del pueblo por varias generaciones. El Frente Nacional dijo que haría la reforma agraria, y no hizo sino dictar una ley que garantiza los intereses de los ricos en contra de los derechos de los pobres. El Frente Nacional logró la mayor abstención electoral de nuestra historia y ahora, ante su fracaso total, ¿qué está haciendo la oligarquía? Vuelve a recurrir a la violencia. Declara el estado de sitio. Legisla por decreto. Vende el país a los EE.UU. Se reúne en un lujoso hotel y decide sobre el próximo presidente. Desde los salones resuelven sobre el país entero. Están completamente ciegos. Señores oligarcas, el Pueblo ya no les cree nada a ustedes. El Pueblo no quiere votar por ustedes. El Pueblo está harto y desesperado. El Pueblo no quiere ir a las elecciones que ustedes organicen. […] El Pueblo está sufriendo y resuelto a todo.»
Después de esto, quizás por ello no sorprenda lo que el propio Camilo Torres declaró en su Mensaje a los campesinos y en vísperas de su muerte (7.X.65):
«Estamos apostando una carrera con la oligarquía. Es posible que esta me asesine antes de haber logrado una sólida organización entre los no alineados. Creo que sería demasiado torpe que me encarcelaran o me inventaran un proceso de guerra verbal… Por eso creo más en el asesinato. Lo importante es que el pueblo colombiano tenga consignas precisas si esto llega a ocurrir. La primera es replegarse al campo y no librar la batalla en la ciudad…» (1987: 67)
En conclusión, Camilo Torres jamás quiso molestar a nadie; sólo, ayudar a resolverle la vida a la mayoría. Su figura, la de un auténtico sacerdote revolucionario, fue desvirtuada no sólo por las balas del enemigo en Patio Cemento sino por la paciencia basada en la ignominia del Estado represor para acabar con cualquier foco de oposición, la que, de hecho, no le hace daño a ningún país: por el contrario, ayuda a entender la necesidad de aceptar la diferencia, de tolerar a los demás, de crecer en la diversidad. Para, de paso, eliminar de un tajo la tesis según la cual hay que acabar con el pensamiento complejo, a partir de la imposición del pensamiento único. Torres fue una de las mentes más lúcidas que tuvo este país, uno de los seres más brillantes en un país que desdeña a sus talentos y que es envidioso e hipócrita a la hora de tratarlos. Por eso, se le señaló y persiguió desde el momento en que presentó su modelo de reforma agraria: nadie, o pocos, como él, Gaitán entre ellos, entendió que el asunto neural de Colombia, y de cualquier país, es el problema de la tierra, que va desde el trabajo hasta el usufructo pasando por la explotación y que, precisamente, la lucha por la tierra es la principal causa de la guerra. Así que es válido hablar en su caso de crimen represivo, aquel que no deja salida a la víctima ante la persecución estatal y de otros sectores sociales. Víctima a su vez de los enemigos a ultranza de la libertad de expresión, disensión y crítica, como lo fueron los representantes de la Gran Prensa frente a sus declaraciones. La que lo acusó, primero, de incitar al Ejército a la rebelión; luego, diría El Espectador, del «exacerbamiento que alcanzó Colombia entre 1946 y 60»: la Violencia. Que obedeció mucho más a una lucha de clases que a otra de partidos y que empezó mucho antes: los que en realidad la promovieron, junto a los medios masivos y a la Iglesia, de forma deliberada y sistemática, desde el mismo Estado. Por Virgilio Barco (bisabuelo del presidente), entre otros, quien según Gloria Gaitán fue el responsable de la creación de los chulavitas, así llamados por ser de la vereda Chulavita, los primeros en conformar el grupo.
A Camilo se le mató antes de ser asesinado en el monte: en tal sentido, habría que enjuiciar a ciertas instituciones y personas, por dicho crimen. Asunto sobre el cual no se habla quizás por lo que significa la postura de Torres y lo que pueda desprenderse de ella frente a los intereses de Iglesia y Estado. A aquél hay que entenderlo en su contexto y por eso se expone su visión revolucionaria y cristiana, aunque no se comparta esta última, de las que hizo, eso sí, una sensible e inteligente amalgama. Él no necesita defensores ni apologistas de su vida y obra; apenas, que dejen leer esta como sea que ya no puede hablar. Él fue guerrillero en tanto reformador: tomó las armas en protesta contra el sistema que mantenía, y mantiene, a sus hermanos inermes entre el oprobio, la indignidad y la miseria y atacó el orden establecido de su época para romper sus moldes con todos los medios y la fuerza requeridos. En su ruta a reformador social, articuló teoría y praxis, pensamiento y acción, lenguaje e historia, para configurar un mapa socio-político como el que sólo antes que él concretó Gaitán, otra víctima del crimen represivo. Pocas veces en la historia del país se encuentra una correspondencia tan coherente entre el significado, asignado por él, y la puesta en práctica de temas como democracia, burocracia, clase dominante, FF.MM, canales de movilidad, grupos de presión, violencia, cristianismo y revolución, como la que logró Camilo Torres R.
Lo único positivo del despilfarro cultural e ideológico generado con su crimen, radica en la magnitud del legado que dejó y que apenas hoy comienza a rescatarse de entre los miles de muertos de la guerra, para a su vez recobrar vida entre los miles de sobrevivientes de una hecatombe que ya no permite más dilaciones en cuanto a la consecución de la paz: no la de las banderas o la de las palomas o la de la Carta del 91, mucho menos la que proyecta la sombra de un caminante por el cine, sino la que responde a justicia, verdad y reparación previas. Todo lo demás es paja que sigue ardiendo en la carreta de la malograda historia nacional, atizada, cómo no, por los políticos, la Iglesia y sus bufones, los medios masivos, autistas si no lacayos de la funesta por corrupta herencia de Rojas, Lleras Camargo, Valencia, Lleras Restrepo, M. Pastrana, López, Turbay, Betancur, Barco, Gaviria, Samper, A. Pastrana y, cómo no, la herencia uribestial y santosturrona, detentadora de una mentira histórica tan descomunal como la verdad que por décadas se ha querido ocultar. Si las demandas del movimiento agrario de Marquetalia y las repúblicas independientes (origen de las FARC) hubieran sido atendidas, como lo pidió Camilo, otro quizás hubiera sido el rumbo de Colombia. ¿Será el fin del conflicto por la tierra una mera coincidencia con la conmemoración de los 50 años de su asesinato? ¿O, más bien, de acuerdo con el poeta, que «mi palabra no se perderá» como tal vez jamás se perdieron las palabras ni la sangre del cura guerrillero, del cristiano revolucionario Camilo Torres R.? Ojalá amanezca y podamos ver el fin de la guerra, como él lo soñó: como todos lo queremos.
Declaraciones en torno a la figura de Camilo Torres
A Camilo no hay que mitificarlo ni singularizarlo. Ni envolverlo en banderas oportunistas. La única bandera digna de cubrirlo es la de su exacta dimensión, la de su propia grandeza. (Germán Guzmán Campos, Pbro.)
Queremos presentar al verdadero Camilo, el luchador social, rescatándolo de las difamaciones y manipulaciones a las que se le ha sometido, pero no idealizarlo. Tampoco es nuestra intención convocar a la reedición de su Plataforma y del Frente Unido, pero sí a revivir el espíritu del Camilo de su tiempo, dilucidando lo que tiene validez y distinguiendo lo esencial de lo coyuntural, de los años 60, que dependía de las circunstancias históricas concretas de Colombia y valorando la apremiante actualidad de su testimonio profético que sigue vigente. (CAMILO TORRES RESTREPO Profeta para nuestro tiempo. Gustavo Pérez Ramírez, Cinep, 1996)
Yo soy un hombre profundamente religioso, un cristiano ferviente y convencido. Por eso, cuando se supo que Camilo se había sumado al ELN y me preguntaron cuál era la situación, yo contesté sin vacilar: un cura menos, un bandolero más. (Guillermo L. Valencia, presidente de Colombia 1962-66)
Sólo Dios juzga… Siendo sacerdote, intervino en política que es asunto temporal. Se quitó la sotana y empezó a trabajar en política. Poco a poco todos lo iban abandonando. Desilusionado, resolvió irse a los campos para conspirar ya directamente con armas. Se colocó, así, fuera de la ley… tuvo su consecuencia lógica como fue la de llegar a la muerte porque las fuerzas legítimas no le podían tolerar su manera de proceder. Es de pensar que por muchas dificultades que tuvo en su vida de hogar y en su vida social, el señor Camilo Torres haya llegado a experimentar un desequilibrio mental que lo condujo al fracaso… (Monseñor Víctor Wiedeman, vicario Arquidiócesis de Medellín)
Las intervenciones políticas de la iglesia católica oficial, cuando tienen el tenor adecuado, son bien recibidas por el Estado, como aporte necesario para su apuntalamiento ideológico. Si la intervención, en cambio, viene de un sector no oficial, como es el caso de Camilo, no sólo son inaceptables sino condenables. (Mario Calderón, sacerdote, filósofo y Magíster en Teología)
El estudio de la vida de Camilo revela, además de la sorprendente, aunque lógica, evolución de su carácter, el contexto en el cual tuvo lugar: la servidumbre económica de su país, las intrigas de su voraz oligarquía y, por consiguiente, la triste suerte de su pueblo. (Walter Joe Broderick, biógrafo)
Otras fuentes consultadas: Germán Guzmán Campos. Camilo, presencia y destino. Bogotá, Antares Tercer Mundo, 1967. Walter Joe Broderick. Camilo Torres, el cura guerrillero. Bogotá, Círculo de Lectores, 1977. Francisco J. Trujillo. Camilo y el Frente Unido. Bogotá, 1987. Gustavo Pérez Ramírez. Camilo Torres Restrepo – Profeta para nuestro tiempo. Bogotá, Cinep, 1996. Mario Calderón Villegas. Conflictos en el Catolicismo Colombiano. Bogotá, Ediciones Antropos, 2002.
Bogotá, D. C., 15 febrero 2017
NOTAS:
(1) El Tiempo, Bogotá, 10.IX.65.
(3) Lee Anderson, Jon. Che, una vida revolucionaria, Bs. Aires, Emecé Editores, 1997: p. 408.
(5)http://operamundi.uol.com.br/conteudo/noticias/43113/15+anos+do+plano+colombia+farc+cobram+responsabilidade+dos+eua+no+fim+do+conflito.shtml?utm_source=akna&utm_medium=email&utm_campaign=Boletim_OM_030216 (Traducción de LCMS para este ensayo).
(7) Revista Número, 48, marzo/abril/mayo 2006.
(8) Tomado de la Biblia: San Pablo, Romanos XIII, 8 y Romanos XIII, 1, citado por Camilo Torres.
(9) Hess, Henner. Mafia , Akal, 1976: p. 9.
(10) https://vimeo.com/113163718?from=outro-embed
(11) http://www.elespectador.com/noticias/paz/cementerio-de-bucaramanga-exhuman-restos-serian-del-cur-articulo-612627 http://www.elespectador.com/noticias/judicial/eln-pide-al-gobierno-ubicar-restos-de-camilo-torres-ges-articulo-609624
Luis Carlos Muñoz Sarmiento: (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros Ocho minutos y otros cuentos, El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Hoy, autor, traductor y coautor, con LES, de ensayos para Rebelión.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.