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Sobre el OPUS y la enseñanza privada

Camino

Fuentes: Rebelión

He oído decir que en algunas homilías de los domingos se está pidiendo a los feligreses que no vayan a ver la película «Camino» de Javier Fesser. Yo también quiero lanzar mi propia homilía: la recomiendo muchísimo. En primer lugar, porque es una excelente película. Desde que vi «El milagro de P. Tinto» no había […]


He oído decir que en algunas homilías de los domingos se está pidiendo a los feligreses que no vayan a ver la película «Camino» de Javier Fesser. Yo también quiero lanzar mi propia homilía: la recomiendo muchísimo. En primer lugar, porque es una excelente película. Desde que vi «El milagro de P. Tinto» no había visto una película española tan buena. Creo que, en general, no es lo que está diciendo la crítica. Pero no hay quien entienda a la crítica del cine español, siempre riéndole las gracias a Almodóvar y premiando sus tediosos pestiños. Parece, en cambio, que con «Camino» andan un poco vacilantes: no es que la película sea mala, eso creo que nadie lo ha dicho, pero ya he leído varias veces que, por ejemplo, hay un cura joven que resulta una mera caricatura… Caricaturas exactas a esa conocí yo a tres o cuatro en mi infancia. Otra cosa es que la realidad sea, ella misma, una caricatura. Vivimos en un mundo tan disparatado y surrealista que ya no hay manera de hacer un chiste que no se haya hecho, mientras tanto, realidad. A este paso, Roto y Miguel Brieva acabarán en el paro. Lo que se cuenta en Camino es, ciertamente, increíble, pero, desdichadamente, muy real.

La película es, además, muy instructiva. Nos hace recordar una evidencia: no podemos conformarnos con defender la enseñanza y la sanidad publicas. Hay que exigir también la prohibición terminante de la enseñanza y la medicina privadas. Prohibir, mediante legislaciones implacables, cualquier posibilidad de que sectas criminales utilicen a los niños o a los enfermos en su provecho. La idea de un Estado de Derecho es una vana quimera si no hay una protección legal de los menores de edad y de los ciudadanos que tienen su autonomía suspendida a causa de una enfermedad.

Por supuesto, a los niños hay que protegerlos, en primer lugar, de sus padres. Solo pensar que uno podría haber tenido unos padres del OPUS eriza los cabellos. La ciudadanía no puede correr el riesgo de dejar a los niños (o a los enfermos) en manos de la irresponsabilidad o el capricho de los progenitores. Ningún ciudadano debe de cargar (sin ayuda ni protección estatal en los momentos en que por la edad es más vulnerable) con la mala suerte de tener unos padres del OPUS. Un adulto puede tomar la decisión de ingresar en el OPUS o en Al Qaeda y luego, por supuesto, cargar con las consecuencias. Pero ningún adulto debe tener el derecho de decidir hasta ese punto la vida de sus hijos.

Ahora bien, la enseñanza privada es un cheque en blanco brindado a los progenitores para decidir la vida de sus hijos incluso según criterios irresponsables o aberrantes. Es un cáncer de la vida ciudadanía que debería ser castigado como un delito muy grave, lo mismo que la pederastia o los malos tratos. Nadie debe encontrarse con su vida destrozada a causa de lo que sus padres hicieron con él en su infancia. El caso de la sanidad privada es peor, porque supone tanto como depositar en manos de la mafia la salud de las personas. O de algo peor que la mafia: de las compañías de seguros. Nadie que haya visto la película «Sicko» de Michael Moore discutirá que eso es intolerable.

Los hijos tienen derecho a gozar de sus progenitores. Pero el Estado tiene la obligación de protegerlos de la arbitrariedad, brindando a los menores de edad instrumentos suficientes para no tener que cargar con los delirios morales, los vicios o los delitos de sus padres. Para eso se inventó la educación pública, la educación laica y republicana. Para que la familia no pudiera imponerse sobre la sociedad. Para impedir que se convirtiera en un Estado dentro del Estado. El ejercicio de la ciudadanía no es posible bajo el imperio de las sectas.

Esto es algo muy de sentido común, una cuestión -podríamos decir- de principios. Otra cosa es que el OPUS debería de una vez ser juzgado en los tribunales por su colaboración activa en no pocas dictaduras y crímenes políticos horrendos. Con tan solo repasar la historia del franquismo ya habría motivos más que suficientes para su ilegalización.