No te preocupes, solo quiero que recuerdes que pueden cortar todas las flores pero no podrán detener el regreso de la primavera. Esas fueron la últimas palabras que Winston Dwight Cabellos Bravo le dijo a Zita al interior de una de las cárceles de la dictadura en la ciudad nortina de Copiapo. Treinta y seis […]
No te preocupes, solo quiero que recuerdes que pueden cortar todas las flores pero no podrán detener el regreso de la primavera. Esas fueron la últimas palabras que Winston Dwight Cabellos Bravo le dijo a Zita al interior de una de las cárceles de la dictadura en la ciudad nortina de Copiapo. Treinta y seis días después Winston fue asesinado. Hoy, su hermana Zita Cabello-Barrueto lanza un conmovedor libro en donde detalla su peregrinar por la verdad y la justicia.
Winston, 28, fue un economista y jefe provincial de la Oficina de Planificación Naciona l(ODEPLAN) del gobierno de Allende y militante del Partido Socialista. El libro de 300 páginas se titula En búsqueda de la primavera / In Search of Spring y fue publicado en inglés por la editorial The Berkeley Publishing Group de la ciudad de Berkeley, California.
Un día después del golpe militar, el 12 de septiembre 1973, el comandante Oscar Haag, el hombre «mas poderoso de Copiapo» convocó a todos los trabajadores del gobierno a una reunión. Después de la amenazante reunión todos fueron dejados en libertad con la excepción de Winston quién se convirtió en el primer preso de político de la región. Winston fue asesinado junto a otros doce prisioneros, víctimas de la infame Caravana de la Muerte.
Años mas tarde, Zita se enteró que el hombre directamente responsable del asesinato, Armando Fernández Larios, vivía libre en Miami, Florida. Después de cientos de entrevistas y arriesgadas investigaciones, Zita presentó una demanda civil y en el 2003 por unanimidad , un jurado federal encontró culpable a Fernández Larios por tortura y ejecución sumaria de Winston. El caso sentó un precedente histórico: el primer veredicto de un jurado en los Estados Unidos por crímenes de lesa humanidad. A pesar de la indemnización que fue obligado a pagar, Fernandez continua libre y a la fecha, los Estados Unidos todavía no responden a una petición legal del gobierno chileno para su extradición.
La noche de los cuchillos largos
«No habrá piedad con los extremistas». Esta no solo fue una célebre frase del dictador Pinochet si no una determinante orden al general Sergio Arellano Stark para que un helicóptero recorriera el país asesinando a dirigentes y trabajadores que apoyaban al gobierno que acaba de derribar.
Con un documento en la mano que lo acreditaba como «oficial delegado del Comandante en Jefe del Ejército y Presidente de la Junta de Gobierno» y con la orden precisa de «acelerar procesos y uniformar criterios» Arellano Stark comenzó, el 30 de septiembre de 1973, la carnicería que mancharía la historia como la fatídica Caravana de la Muerte o como se le nombró en otras partes del país: La noche de los cuchillos largos.
Borrachos, militares ejecutaban a prisioneros políticos en forma despiadada para luego enterrarlos en fosas clandestinas. El Jefe de la Zona en Estado de Sitio en Antofagasta general Joaquín Lagos Osorio dijo años mas tarde que no se habían entregado los cuerpos a sus familiares porque le avergonzaba la barbarie con que se asesinaron a los prisioneros.
El número total de asesinados nunca se sabrá fehacientemente. En el sur del país la caravana dejó 26 personas muertas y en el norte fueron 71 las víctimas. En Copiapo fueron trece, entre ellas Winston.
Zita se enteró que el cuerpo de su hermano no presentaba heridas de balas. Informes forenses y testigos aseguraron que Winston – cuando se negó bajar de la camioneta minutos antes de la matanza – fue asesinado por Armando Fernández Larios con un corvo, un cuchillo curvado de doble filo, que causa mucho mas daño que una cuchilla corriente: la muerte es mas lenta y dolorosa, y que fue utilizado por el ejercito chileno durante la Guerra del Pacífico. Por mucho tiempo el corvo fue un orgulloso símbolo de los comandos chilenos.
Armando Fernandez Larios, Asesino en serie y colaborador ejemplar
Fernández Larios nació en Washington, DC, de una familia militar. Parte de su entrenamiento lo realizó
en el Fort Gullick de la Escuela de las Américas, Panamá, comandada por los Estados Unidos. Después de su participación en el asalto al palacio presidencial de La Moneda formó parte de la Caravana de la Muerte.
Ha sido requerido por la justicia chilena por variados crímenes. Entre otros, participó en el asesinato del general Carlos Prats y su esposa, de Manuel Sanhueza Mellado y David Silberman. En 1987, en los Estados Unidos, fue sentenciado a siete años de prisión por el asesinato del canciller Orlando Letelier en Washington, DC – el primer ataque terrorista en suelo estadounidense – pero solo cumplió cinco meses en una prisión federal. Un juez lo dejó libre por considerarlo un colaborador ejemplar. Un detallado prontuario de Fernandez Larios se encuentra en el sitio .Memoria Viva
Varios de los famosos asesinos en serie, hoy presos de por vida, han declarado por escrito su arrepentimiento. David Berkowitz’s (Hijo de Sam) escribió en su página de internet desde la cárcel: » Estoy profundamente apenado por el dolor, el sufrimiento y el dolor que he traído sobre las víctimas de mis crímenes… Me arrepiento de lo que he hecho». Dennis Rader, El Asesino BTK (Atar, Torturar, Matar), escribió también desde su encierro: «»Nunca podré reemplazar a sus seres queridos… La gente como yo, tiene que ser entendida, para conocer mejor la mentalidad criminal. Esa sería mi forma de ayudar con esta deuda a la sociedad».
Sin embargo y según testigos, durante su procesamiento, Fernandez Larios no mostró remordimiento ni humildad: «se reía, fue irónico y agresivo». Una sonrisa casi sarcástica fue lo único que su rostro pudo revelar. A pesar de haber reconocido complicidad en el asesinato de Letelier – uno de sus mas famosos crímenes – Fernandez Larios no ha mostrado arrepentimiento alguno. D esde 1987 vive libre en Miami bajo un acuerdo de protección; un programa legal que premia la delación y la confesión y que obtuvo después de declararse cómplice del asesinato de Letelier en 1976 en Washington.
El impresionante y detallado relato de Zita, es un testimonio personal que bien refleja la peregrinación de cientos de familias chilenas que buscaron y continúan buscando afanosamente respuesta y justicia para sus familiares víctimas de la dictadura. A partir del profundo dolor, Zita concluye otro impresionante registro y contribución para la memoria histórica de un país que aún no logra reconciliarse con su pasado.
«Escribir este libro ha sido difícil», revela Zita. «Por casi cuarenta años he tratado de entender por qué mi hermano Winston fue asesinado».
En 1948, cuando Winston cumplia tres años de edad, su padre Manuel le escribió unos conmovedores y premonitorios versos:
A mi hijo,
Hijo mío! Cada día que nace, y, al depositar otro beso en tu carita angelical, me siento más feliz de tenerte a mi lado; y, a cada nueva aurora que despunta, se apretuja mi espíritu al verte entretejido en la mísera humanidad que los hombres han forjado, como producto de su infinita mezquindad.
Las flores más lozanas de mi huerto espiritual, derramarán siempre sus esencias fecundas, para prodigarte, por sobre todas las cosas, el calor más excelso que contribuya a hacerte menos pesada esta vida que solo abriga esperanzas de maldades.
Pero, presiento lo finito del tiempo, y mi tarea emprendida será acallada por la extinción de mi materialidad. Y tú, hijito mío, seguirás adelante en la revelación de los ideales que contribuyan a la paz espiritual.
Tu pecado, no, hijito! mi pecado consiste en no haberte traído a la vida en épocas más risueñas. Sin embargo, has llegado en el momento más oportuno. Tus hermosas pupilas celestes grabarán para siempre en tu alma, el cuadro que los hombres nos presenta, y, como producto de esa visión de horrores, miserias y espantos, se hará carne en tu espíritu el ideal de renovación y elevación de sentimientos.
Así, hijito, pagarás en parte tu tributo a la vida; y así también la esencia de mi espíritu seguirá espolvoreándose por todos los caminos que deseé y no alcanzaré a recorrer.
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