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Carlos Berger o el compromiso con el socialismo

Fuentes: Rebelión

«Carlos era un fiel representante de las mejores virtudes de la generación de los 60. Era muy inteligente y esto era muy característico de quienes se dedicaban a la política entonces. El asumió ese compromiso con la sociedad y con los demás, con un proyecto colectivo. Pertenecía a una familia de intelectuales judíos, su madre […]


«Carlos era un fiel representante de las mejores virtudes de la generación de los 60. Era muy inteligente y esto era muy característico de quienes se dedicaban a la política entonces. El asumió ese compromiso con la sociedad y con los demás, con un proyecto colectivo. Pertenecía a una familia de intelectuales judíos, su madre era comunista; el suyo fue siempre un ambiente progresista, culto, muy cercano al pensamiento crítico, a la tradición antifascista».

Treinta años después de que la caravana de la muerte de Pinochet y Arellano masacrara en Calama a 26 prisioneros de la guerra que jamás existió, entre ellos Carlos Berger, Carmen Hertz ha logrado por fin rescatar los recuerdos de su esposo del terror de aquel maldito 19 de octubre de 1973 y del sufrimiento de tantos años, ahondado por las dramáticas muertes de don Julio y doña Dora, sus suegros, por el dolor de dos exilios y por el cruel asesinato de Sofía Yáñez, la empleada de su casa, como represalia por su compromiso con la defensa de los derechos humanos. El procesamiento de los responsables de aquella comitiva, con Pinochet y Arellano a la cabeza, y la exhaustiva investigación del juez Juan Guzmán han constituido una suerte de mínima reparación y han contrarrestado la angustia que oprimió su memoria durante un cuarto de siglo.

Carlos Berger y Carmen Hertz se conocieron en 1963 en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, un centro de estudios muy conservador en el que él ya era dirigente estudiantil. Militante de las Juventudes Comunistas desde los 14 años, Carlos sucumbió a la pasión del periodismo y entró a trabajar en El Siglo, diario en el que con 24 años ejercía de jefe de redacción y elaboraba los editoriales. A finales de los años 60 fue secretario en el Senado de Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista, quien le recuerda así en sus memorias: «Un hombre joven, inteligente y bondadoso, que se había consagrado por entero a la lucha por el socialismo».

Carmen regresa a aquella histórica noche del 4 de septiembre de 1970, en la Alameda, cuando celebraron la victoria de Salvador Allende en un mar de personas llegadas de los sectores obreros y de las humildes poblaciones de Santiago. El amanecer les sorprendió en la casa de Carlos, donde continuaron festejando con varios compañeros el principio de la utopía conquistada por el movimiento popular que en los albores del siglo naciera de las entrañas de la explotación en la pampa salitrera.

Meses después, cuando Carlos regresó de una estancia de formación política en la Unión Soviética, contrajeron matrimonio y el 12 de noviembre de 1972 un «enanito rubio» llamado Germán acabó por llenar sus vidas. Carlos fue el primer director de la revista juvenil Ramona y a partir de mediados de 1972 trabajó como jefe de prensa de los ministros comunistas Orlando Millas (Hacienda) y José Cademártori (Economía).

En 1990, desde su exilio en Holanda, Millas remitió esta carta a Carmen a través de María Maluenda: «No sólo los periodistas del sector económico, sino la generalidad de la gente de prensa, radio y televisión de 1972 y 1973 puede recordar el talento, el dinamismo y la creatividad de Carlos Berger para que el país supiera y apreciase a conciencia lo que estábamos haciendo. Hubo grandes pruebas, como el paro patronal de octubre de 1972, desarrollamos campañas de la magnitud de la ‘batalla de la producción’ y Berger las afrontó unas y otras de manera memorable. (…) Considero a Carlos Berger uno de los seres humanos más meritorios que he conocido…» Fueron tres años entregados a la causa de un proceso revolucionario que despertó esperanzas en muchos otros países. Carlos Berger se entregó de lleno, como periodista, al avance de aquella revolución que se construía en «democracia, pluralismo y libertad» y así, por ejemplo, entregaba la mayor parte de sus elevados salarios en los ministerios o en la CORFO a su Partido, al igual que el resto de sus funcionarios públicos. «Entonces la vida tenía sentido en función de ese proyecto colectivo, más que de los intereses personales. Aquella generación no se equivocó», asegura Carmen.

La alegría es otra de las características que destaca de su esposo. «Era una persona muy alegre, tenía una gran simpatía personal, no era una persona grave.

Por eso tenía muchos amigos en todos lados y la gente le quería mucho». Precisamente Martín Ruiz, compañero suyo en El Siglo, recordó en Araucaria que su «risa estruendosa a veces era más fuerte que el tecleo de las máquinas de escribir en las horas más agitadas de despacho del diario».

En agosto de 1973 Carlos aceptó la propuesta de marcharse a Calama junto con su familia para hacerse cargo del área de comunicación y de la radio El Loa de Chuquicamata porque este mineral era uno de los frentes claves de la economía nacional. No dudó en aceptar aquel trabajo, a pesar de que podía ser una «ratonera» en el caso de producirse el golpe de estado que ya anunciaban las amenazas de Patria y Libertad.

Porque como tantas personas de reconocida filiación izquierdista, Carlos había recibido en su domicilio tarjetas con la terrible expresión «Yakarta se acerca». «Uno mira para atrás -precisa Carmen- y ve estas amenazas, las cosas que ocurrían, el marco en que nos desarrollamos durante el gobierno de la Unidad Popular y ve nuestro tremendo candor. Estábamos tan dispuestos a defender al Gobierno, a hacer cualquier cosa a partir de la división de las Fuerzas Armadas. Fue tremendo, no nos dimos cuenta del carácter de lo que llegó. La resistencia mayor se dio en La Moneda, el resto fue una apisonadora que lo inmovilizó todo. Vivíamos con tal fervor, con tal compromiso, creyendo en lo que hacíamos, con tanta felicidad…» Cuando fue asesinado, Carlos Berger tenía 30 años, la misma edad que tiene hoy Germán. «Siempre he estado muy orgulloso de quien soy hijo -afirma Germán Berger-. Su compromiso con la sociedad más justa que pensaba construir me llena de orgullo. Hubo mucha gente que creyó y luchó y por eso las generaciones más jóvenes tenemos ciertos valores que son importantes, como defender un mundo más justo, no caer en el individualismo y tratar de ver más allá de uno mismo. El valor de mis padres me ha servido mucho en mi crecimiento, en mirar la vida desde esa óptica. Pero evidentemente no sé lo que significa crecer con un padre, compartir con él los momentos cotidianos, las penas y las alegrías; me lo impidieron los militares. Para quienes perdimos a nuestro padre de niños es muy difícil construir su imagen, lo hacemos con recuerdos, experiencias y mucha imaginería. La posibilidad de imaginar sus gestos, su alegría, su manera de ser es un enigma para mí».

Germán asegura que optó por afrontar el inmenso dolor de la ausencia de su padre porque considera que «para salir adelante, para vivir sanamente, hay que evitar los odios». Hace unos años incluso tuvo el valor de viajar a Calama. «No sabía bien a lo que iba. Partí solo, lo primero fue como romper la fantasía de verle en algún lugar, de encontrarle. La soledad del desierto, la absoluta carencia de vida, fueron muy elocuentes para mí. Era una manera de buscar cuanto pudiera haber quedado de él en ese lugar, fue un viaje muy personal, muy íntimo. Fue bastante bueno ir, compartir con otros familiares de allí, hijos de obreros, con las señoras que han buscado los restos durante años, para entender el lugar donde estaba él, una realidad mucho más obrera». Su dedicación al cine (acaba de estrenar su primer documental, Viaje a Narragonia, en un importante festival de Praga), su pasión por la pintura, también le han ayudado mucho.

Germán Berger ha heredado el compromiso de sus padres con una sociedad más democrática y justa, de ahí su visión crítica sobre su país: «En general la Concertación ha administrado un país que está dominado y gobernado por los poderosos que se enriquecieron con Pinochet y que son gente muy conservadora y de derechas. Además, tenemos una Constitución nefasta y una ley electoral antidemocrática. Los políticos de la Concertación están muy cómodos en el poder, ignoran los temas que llaman conflictivos. Muchos socialistas ven los años de la Unidad Popular como pecados de juventud. Ante el tema de los derechos humanos, los gobiernos de la Concertación han tenido una actitud nula, no han sido favorables a esclarecer los crímenes, lo consideraron un tema secundario para evitar conflictos».

Carmen Hertz subraya que una de las asignaturas pendientes de la sociedad chilena es la reivindicación de «una memoria muy pisoteada, escamoteada y satanizada», en este Chile donde la derecha y la Concertación conceden un poder taumatúrgico a esa clase empresarial que se enriqueció con el hambre y el dolor del pueblo durante los 17 años de la ignominia pinochetista.

Carlos Berger forma parte de nuestra memoria, también de la de quienes no le conocimos porque nacimos en agosto de 1973 en un país muy lejano. Forma parte de nuestra memoria porque nos devuelve los sueños y las esperanzas de un pueblo que luchó por su derecho a ser libre, a construir un socialismo democrático y revolucionario. Forma parte de nuestra memoria porque alienta nuestros ideales.