«Si el consenso no tiene un valor intrínseco (excepto que se trate de ese consenso del que hablaban Tönnies u Ortega, pero no es el caso), no se observa por qué debiera celebrarse que el ministro Arenas, reunido en la privacidad de la casa de Juan Andrés Fontaine, haya alcanzado ese acuerdo. ¿Desde cuándo los […]
«Si el consenso no tiene un valor intrínseco (excepto que se trate de ese consenso del que hablaban Tönnies u Ortega, pero no es el caso), no se observa por qué debiera celebrarse que el ministro Arenas, reunido en la privacidad de la casa de Juan Andrés Fontaine, haya alcanzado ese acuerdo. ¿Desde cuándo los ministros de la Nueva Mayoría discuten los asuntos públicos, a la hora del té, en el hogar de los asesores de la oposición y todos le aplauden?», explica.
El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, cuestionó el acuerdo logrado entre el gobierno de la Alianza sobre la reforma tributaria, colocando en duda que sea presentado como un logro de cultura cívica del país y criticando de paso al ministro de Hacienda, Alberto Arenas, por alcanzar este arreglo «mientras mascaban galletas, sin el control ni la presencia de las fuerzas políticas, lejos del escrutinio ciudadano, y sin explicar por qué la mayoría renunció a serlo».
En su habitual columna en El Mercurio, Peña explica sus motivos para disentir de lo valioso que pueda ser el acuerdo alcanzado entre el gobierno y la derecha, señalando que puede haber dos miradas sobre el tema: los que se alegran porque representa lo mejor de la cultura cívica y la otras que hace referencia a un retroceso y «la vuelta a la política del consenso con que las élites manejaron la democracia chilena luego de la dictadura».
«Presentar como un logro cívico un acuerdo alcanzado por el ministro, el subsecretario y el asesor de la minoría, en la casa de este último, mientras mascaban galletas, sin el control ni la presencia de las fuerzas políticas, lejos del escrutinio ciudadano, y sin explicar por qué la mayoría renunció a serlo, es simplemente incomprensible», sostiene.
El académico explica que quienes piensan que el acuerdo refleja lo mejor de la cultura cívica se equivocan, ya que a su juicio «el consenso es muy importante. Sin él, no habría sociedad, sino una simple yuxtaposición de individuos, cada uno persiguiendo lo que le apetece. La sociedad requiere algún núcleo compartido que funde la cooperación y ponga límite al conflicto».
Y agrega que «ese núcleo compartido casi nunca se hace explícito sino que subyace a las instituciones. Por eso, Ferdinand Tönnies afirma (en su famosa obra «Comunidad y sociedad») que el «consenso es silencioso: donde él existe la palabra se retira». Ortega y Gasset lo decía, incluso, mejor. Hay ideas, explicaba, y hay creencias. Las ideas se tienen; en las creencias se está. Todas las sociedades poseen creencias compartidas: supuestos sobre las que descansan sus instituciones y sus esfuerzos. Este tipo de consenso posee un valor intrínseco. Allí donde no lo hay, la sociedad está en riesgo».
En ese sentido, replica que no hay que aplaudir el consenso tributario, «porque ocurre que en las sociedades modernas -como la chilena-, el consenso que merece la pena está solo restringido a los derechos fundamentales. La sociedad chilena -como ocurre con todas las sociedades que se modernizan- tiene un amplio espacio para la diversidad, para el conflicto y para la disidencia, con la única condición de no lesionar el coto vedado de los derechos fundamentales».
Peña expone que en el caso de la reforma tributaria el mencionado núcleo mínimo no estaba en peligro como tampoco lo está en la reforma educacional, por lo que «no hay ninguna razón para buscar el consenso a ultranza, renunciar a la mayoría de la que se dispone y erigir eso en la máximo virtud cívica».
«En una democracia la mayoría no tiene ninguna obligación de respetar el contenido de las ideas o puntos de vista de la minoría. Su deber -cosa distinta- es respetar los derechos de las minorías, incluido, desde luego, su derecho a expresar esas ideas e intentar persuadir a los ciudadanos con ellas, pero la mayoría no tiene ningún deber de considerar valioso o digno de ser recogido el contenido de las ideas de las minorías (salvo que ella misma se dé cuenta de que está equivocada y que las ideas de la minoría son mejores)», sostiene.
Por tal razón, el rector de la UDP precisa que no existen razones para «aplaudir» el acuerdo tributario que se alcanzó en la casa de Juan Andrés Fontaine, «asesor de la minoría y hermano de Bernardo Fontaine, el filántropo cuya generosidad e intensa preocupación por el bien común lo movió a financiar los avisos de prensa contra la reforma».
«Si el consenso no tiene un valor intrínseco (excepto que se trate de ese consenso del que hablaban Tönnies u Ortega, pero no es el caso), no se observa por qué debiera celebrarse que el ministro Arenas, reunido en la privacidad de la casa de Juan Andrés Fontaine, haya alcanzado ese acuerdo. ¿Desde cuándo los ministros de la Nueva Mayoría discuten los asuntos públicos, a la hora del té, en el hogar de los asesores de la oposición y todos le aplauden?», explica.