No es una carta íntima, que para eso existe el correo del espíritu, por lo que ella puede ojearla cualquier militante que alguna vez compartió los ideales socialistas de mi padre. Sólo basta tener honestidad ideológica para leerla. Me incita a escribirla la degradación galopante del partido que mi padre concibió como revolucionario. Ese partido […]
No es una carta íntima, que para eso existe el correo del espíritu, por lo que ella puede ojearla cualquier militante que alguna vez compartió los ideales socialistas de mi padre. Sólo basta tener honestidad ideológica para leerla.
Me incita a escribirla la degradación galopante del partido que mi padre concibió como revolucionario. Ese partido que en estos días ha mostrado los niveles a que ha llegado su degradación ideológica frente a los acontecimientos cada vez más dramáticos que amenazan la esperanza socialista que está renaciendo en la patria de Bolívar y Bello.
Parafraseando el himno, contra este presente vergonzante el socialismo debe volver a surgir… mientras quede tiempo. Y es aquí donde el número de destinatarios comienza a reducirse.
En estos últimos días, camarada padre, habrás notado tú que, no obstante la burbuja con que la derecha y la Concertación han pretendido aislar a la opinión pública chilena, las noticias provenientes de la caldera efervescente en que se ha transformado la lucha social en América Latina, sobre todo en Venezuela donde te tocara vivir tu exilio, ha llegado a traspasar la barrera de los canales informativos hasta llegar a tus oídos allá en lo que tu poesía llamó «tu reino de raíces», en el subsuelo siempre húmedo de un cementerio de Temuco.
Las noticias urgentes que llegan del país de Bolívar y Bello te traerán, sin duda, el recuerdo nostálgico de la permanente zozobra, a veces limitando en la angustia, que provocaba en toda la masa socialista y de los partidos populares, el peligro inminente en que vivía la patria del socialismo en América Latina, la Cuba de Fidel Castro en los años negros de la guerra fría que te tocó vivir.
Recordarás también que el fervor revolucionario de las ideas sustentadas por tu partido, te llevó muchas veces a enarbolar en esos mismos años, junto con el color rojo de tu principios, el nombre de Ho Chi Minh en aquellas memorables marchas pidiendo detener la mano homicida del imperialismo descargada sobre el Vietnam heroico.
En fin, ya ganado el Gobierno Popular en 1970, tu alma junto a la de millones, se llenó de esperanzas que después de años de lucha continua y sin claudicaciones, comenzaría a plasmarse en una sociedad nueva, más justa y equitativa, que sería legada, no para provecho tuyo, sino para tus hijos y quizás tus nietos que probablemente, según tus esperanzas, llegarían alguna vez a integrar el partido en el que militabas tú y tu presidente socialista.
Tu formación marxista, sin embargo, te dejaba claro que para que ello cristalizara, había que recorrer un arduo camino; había que arrancar de las manos de la oligarquía preglobalizada no sólo el poder económico, que es la base de su supremacía, no sólo la nacionalización de la banca, de las riqueza naturales en manos del capital foráneo, sino también los instrumentos de dominio ideológico que han sido tradicionalmente el mecanismo con el cual la clase de los plutócratas ha sometido al pueblo.
Esa era la gran tarea que, estabas seguro, el pueblo chileno con tu partido a la cabeza iban a plasmar en una realidad, como está ocurriendo hoy en la Venezuela socialista y bolivariana.
Gramsci y el socialismo del siglo XXI
Seguramente te habrás enterado también que este domingo se realizó en Caracas una de las manifestaciones más multitudinarias que ha conocido esa capital en apoyo al gobierno socialista de Chávez, tu camarada Chávez, el líder del Partido Socialista Unificado de Venezuela, ese partido que ya alcanza la cifra record de más de cinco millones de militantes y que debiera ser el hermano natural del Partido Socialista de Chile. En el discurso de fondo, al estilo de los memorables discursos de Fidel y Allende que alguna vez te hicieron estremecer de fervor revolucionario, el presidente Chávez fue explicando paso a paso, en el idioma que entiende su pueblo, las medidas que la revolución bolivariana ha ido tomando para consolidar el Poder Popular, así con mayúsculas, amenazado por la conspiración del fascismo nacional e internacional.
Perdona que sea majadero, viejo, pero se trata del mismo «poder popular» por el cual gritabas tú en las calles de Chile antes del golpe, marchando codo a codo con los Escalona, los Naranjo, y otros especimenes que ya entonces llevaban el puñal debajo del poncho. ¿Te acuerdas de la consigna, viejo querido? «¡Crear, crear, poder popular!».
(Y usted, camarada Escalona, que aprueba hoy resoluciones para que el gobierno socialista de Chile condene a su camarada Chávez por «atropellar la libertad de prensa» ¿acaso la recuerda también?)
Pero volvamos al discurso del líder caraqueño. Además de su lenguaje coloquial y didáctico, Chávez se permitió un pequeño lujo: citó textos de Antonio Gramsci, ese Gramsci que no trabaja en ninguna de las teleseries que noche a noche le impone la televisión «libre» de nuestro país a todos los chilenos, que no juega por el Colo Colo ni tampoco se robó las platas de Chile Deportes, sino que es uno de los más brillantes teóricos marxistas del siglo XX.
Se trata de ese mismo Gramsci cuyo pensamiento junto al de Marx, al de Engels, al de Fidel, al de Allende y otros grandes de la lucha socialista revolucionaria, fue borrado de los principios de tu organización, querido padre, por la comparsa más lastimosa y claudicante que alguna vez pensaste tú que pudiera encaramarse en al dirección de tu partido.
Chávez habló de la superestructura, un concepto magníficamente desarrollado por Gramsci, esa entelequia social que se instala como soporte de la base económica que rige una sociedad determinada. Nombró algunos de los estamentos de esa superestructura, entre ellas, el poder judicial, obviamente la forma de gobierno con sus diferentes ramas, las fuerzas armadas, la Iglesia y los medios de comunicación, todos los cuales están siempre al servicio del modelo económico imperante asegurando el dominio de la clase social que usufructúa de ese modelo.
Era exactamente lo que tu partido te enseñaba a ti en la belle époque, cuando la preparación ideológica formaba parte del bagaje fundamental del militante. En ese entonces te dijeron que El Mercurio mentía. Te dijeron que la SIP a nivel internacional, que la Archi a nivel local eran grandes conglomerados preparados y entrenados para complementar esa superestructura que permitía la miseria y el dolor de nuestros pueblos en América Latina. Te dijeron que estatizar los medios de comunicación más fundamentales, era asegurar la revolución; pero te dijeron también que no intervenirlos era entregar un arma poderosa al complot fascista que se preparaba para derrocar al gobierno de los trabajadores.
La práctica implacable demostró, por desgracia con dolor y sangre, la verdad del pensamiento gramsciano y de lo que tu partido te enseñaba, pero que a la luz de lo que hoy ocurre, ha servido también para demostrar la honda dimensión del fraude en que se ha convertido ese partido que dejaste sólo por el imperativo ineludible que te impuso la muerte.
El color de la traición
El Partido Socialista, según sus ideólogos actuales se ha «aggiornato», es decir, se ha modernizado. En otras palabras, se ha adaptado a los nuevos tiempos, que es el color con el cual se barniza hoy a la traición. ¿Cuáles son esos nuevos tiempos que justifican que hoy el partido socialista marche de la mano de lo más selecto de la burguesía neoliberal y globalizada, la que sigue manejando sin variaciones la superestructura de la que nos hablaba Gramsci y que Chávez recordó a su pueblo?
Veamos qué ocurrió en el mundo para que los dirigentes del Partido Socialista con Camilo Escalona a la cabeza, se confabulen con la UDI, Renovación Nacional y, por su puesto, con la Democracia Cristiana, para defender la «libertad de prensa» amenazada en Venezuela porque no se concede la prolongación de las trasmisiones a un canal abiertamente golpista, comprobadamente golpista, un canal que preparó y trasmitió por 48 horas la asonada contra el Presidente Chávez el 11 de abril de 2002. Un canal que continúa hasta hoy complotando desde el cable y a través de otros medios televisivos que siguen en el aire convertidos en la voz pública de la sedición.
Lo que ocurrió en el mundo y que ha servido de justificación al vergonzoso viraje ideológico de la dirigencia socialista local, fue el desmoronamiento del sistema socialista de naciones, de aquellos regímenes que, en efecto, fueron siendo ganados por dictadores y partidos corrompidos que se valieron del poder que les entregaron sus pueblos para minar desde dentro la gran esperanza que habían ido construyendo las masas de desposeídos en el mundo.
Si aceptáramos así, a priori, sin discutir el fondo de este revés mundial, y desecháramos al socialismo marxista como una alternativa frente al destino cruel que el imperialismo sigue reservando al mundo, ¿justifica esto el alinearse con lo más retrógrado del capital mundial y convertir al Partido Socialista en Chile en coadministrador del neoliberalismo y en instrumento internacional de la campaña contrarrevolucionaria en Venezuela, en Bolivia, en Nicaragua y, por supuesto, en Cuba ahora que se acerca un nuevo intento de Estados Unidos por lograr una condena mundial contra Fidel?
No se justifica, es cierto, aun si este negro análisis respecto del socialismo fuera cierto. Pero no lo es. El marxismo aprende de la práctica, y aprende incluso más de sus propios errores que de las virtudes que pretenden enarbolar hoy los socialistas «renovados». Lo demuestra el camino nuevo que toma la revolución bolivariana conservando la esencia emancipadora de la ideología. Es un camino difícil aquel de renacer entre lo que el imperialismo creyó que serían las cenizas del socialismo.
El Partido Socialista chileno prefirió, en cambio, tomar el camino fácil de la claudicación. Cumplirán veinte años gobernando a Chile, diez de los cuales serán de presidentes socialistas.
Pero la diferencia implacable que hay entre la consecuencia revolucionaria y la claudicación señala que, aunque a Allende le costara toda una vida para alcanzar apenas tres años de gobierno socialista, en ellos, sin embargo, hizo cien veces más que lo que la traición de la dirigencia socialista actual ha hecho por las clases desposeídas en 20 años de alianza con la burguesía capitalista más retrógrada del país. Por el contrario, jamás en la historia de Chile, los capitalistas nacionales y sus aliados internacionales han ganado más dinero que en los gobiernos de la Concertación.
Jamás en la historia de este país el abismo que separa a ricos y pobres ha sido más profundo que en estos 20 años de la Concertación.
Un partido sin principios
Pero incluso así, aun habiendo abjurado de los principios ideológicos que tu conociste, viejo querido, cuando participaste en su fundación como joven idealista, cabría esperar que ellos hubieran sido reemplazados, si no por una ideología, al menos por un camino propio hacia un objetivo final.
Hasta el momento en que el Partido Socialista entra en alianza con la centroderecha, supuestamente una maniobra táctica para desplazar a la dictadura, todavía el objetivo estratégico del Partido Socialista chileno era la construcción de una sociedad socialista revolucionaria, con una economía basada en la propiedad pública de los medios de producción, arrebatando el poder económico a la burguesía para ponerlo al servicio de una sociedad sin clases, libre de explotación y de miseria.
En cambio, ¿sabes tu, padre mío allá debajo de la tierra, cuál es la «línea» que ahora tiene tu Partido? ¿Has oído hablar alguna vez de cuál es la sociedad ideal que se propone conquistar este partido que renunció a la ideología revolucionaria? Pero lo más importante: ¿le han vuelto a hablar a la militancia del momento en que el partido desenfunde el hacha simbólica, como lo hiciste tú, para desbrozar la maleza del «pulpo imperialista» como dice el himno, que «a los pueblos desea atrapar»?
En resumen, ¿pueden las masas populares que siguieron al partido socialista de Allende esperar una sociedad justa para cuando el socialismo renovado conquiste el poder?
¡Claro que no porque ya llevarán 20 años en el poder, diez de los cuales, insisto, ha tenido a un glorioso militante socialista de presidente de la República! ¿Tan glorioso como Allende dirás tú?
El asunto es simplemente desolador, mi querido camarada padre, porque el partido que tu dejaste al abandonar este mundo, es hoy un circo de conciliábulos, de claudicaciones vergonzosas con el gran capital, es el principal sostén de neoliberalismo del siglo XXI contra el cual se comienza a levantar hoy América Latina y el mundo.
Finalmente, padre, tu que participaste en cuanta lucha interna sacudía el andamiaje socialista, que junto a Almeida, a Palestro, a Oscar Waiss, a Raúl Ampuero, más tarde a Carlos Altamirano, a Carlos Lorca y tantos otros memorables socialistas, que fraccionaron, reunieron, volvieron a fraccionar y volvieron a reunir al viejo tronco socialista, sabes bien que la esperanza continuará depositada en la militancia que es la que debe barrer la hojarasca interna antes que sea demasiado tarde.
Será ella, la militancia, la que deberá «superar este momento gris amargo en que la traición pretende imponerse». Que no quede duda: es un llamado a la rebelión de las bases, a volver al viejo estilo de los socialistas, a complotar, como lo hacías tú, en cada núcleo, en cada seccional, en cada estamento, para reunir una mayoría que permitiera ganar el próximo congreso. Aquellas prácticas del viejo partido, que alguna vez se estigmatizaron como dañinas, fueron las que mantuvieron la dinámica revolucionaria de un partido que se maleó precisamente cuando la camarilla de la actual dirigencia impuso el estilo tradicional, ese de hacer del partido un instrumento de lucro y acomodo personal, único objetivo de la lucha por el poder.
A pesar que nunca milité en tu partido, sino en otros que, al menos, conservan la consecuencia socialista no obstante sus propios errores, yo, junto a muchos quijotes que hoy se multiplican, te prometemos «jamás desertar», más aun ahora que, una vez más como en tus años de gloria, es desde el Caribe que vuelve a surgir la esperanza en esos principios que, afortunadamente, no te llevaste a la tumba.
Post Data: Viejo, si algún día llegara hasta tu lecho eterno uno de estos renovados para prometerte esa sociedad ideal cuando los socialistas lleguen al poder, no levantes el puño como en los años fervorosos de la lucha revolucionaria: levántale el dedo del medio de tu mano descarnada. Será mucho más simbólico.
N. de la R. Eulogio Joel Sánchez Otárola, militante socialista, periodista, poeta y en lo fundamental un hombre bueno, vivió su exilio en Caracas. Falleció en Santiago poco después de iniciada la ‘transición a la democracia’; como muchos otros, pobre, solo y sin arriar las banderas por las que luchó toda su vida.
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