Señores Oficiales y sub – oficiales del ejército y la policía retenidos por las FARC – EP como prisioneros de guerra: Cordial saludo. La presente tiene por objeto, darles a conocer algunas opiniones de los guerrilleros que integramos las FARC – EP y escuchar las de ustedes: Ante todo, déjennos decirles que ustedes, en lo […]
Señores Oficiales y sub – oficiales del ejército y la policía retenidos por las FARC – EP como prisioneros de guerra:
Cordial saludo. La presente tiene por objeto, darles a conocer algunas opiniones de los guerrilleros que integramos las FARC – EP y escuchar las de ustedes:
Ante todo, déjennos decirles que ustedes, en lo personal no son nuestros enemigos, pues no escapa a nuestra comprensión la situación personal y familiar que atraviesan, como la de centenares de guerrilleros presos actualmente en distintas cárceles, en su condición de prisioneros de guerra, porque esta guerra ha tocado muy hondo el alma de todos los colombianos.
No hay pues, nada personal en esto. Tal vez ni nos conocíamos, y a lo mejor, en otras circunstancias, hasta pudiéramos haber sido amigos, pues somos compatriotas; solo que hasta ahora, estamos enfrentados, porque militamos en bandos diferentes y defendemos intereses opuestos en esta guerra que le han declarado los distintos gobiernos de la oligarquía al pueblo colombiano.
En nuestra opinión, ustedes están defendiendo unas instituciones corruptas y a una clase dirigente, responsable de las peores tragedias de nuestro pueblo, y con eso creen estar defendiendo la patria. Y en su opinión, seguramente nosotros merecemos los peores epítetos, pues estamos subvirtiendo el orden público que a ustedes les obligan defender.
Paradójicamente, ustedes y nosotros pertenecemos a la misma clase social, y, junto a una inmensa mayoría de colombianos, padecemos las consecuencias de una política anti popular y despiadada contra los intereses de las mayorías, practicada por los sucesivos gobiernos que representan los intereses de las clases dominantes.
Los invitamos a reflexionar sobre los siguientes puntos:
Colombia, a pesar de ser una nación privilegiada en recursos naturales y humanos tiene uno de los índices más altos de pobreza, corrupción, represión y desigualdad que hay en el mundo. A eso hemos llegado, porque la casta política en el poder, plutocrática y latifundista, ha sido incapaz de resolver la condición de miseria y desigualdad que vive el país, porque su mezquindad ha impedido la construcción de un proyecto de nación en que quepamos todos, que unifique el sentimiento patriótico y recoja los anhelos de igualdad, soberanía y dignidad que nos legaron los fundadores de esta nación y los verdaderos padres de la patria.
En vez de eso, lo que tenemos es un país en el que una inmensa masa de ciudadanos trabaja, sufre y padece, al servicio de una pequeña cúpula de privilegiados, políticos corruptos, mafiosos, banqueros desalmados, terratenientes retrógrados y, codiciosos empresarios, ligados al capital extranjero.
Para garantizar sus privilegios y mantener intacto todo ese injusto estado de cosas, quienes detentan el poder, le han cambiado el carácter y la naturaleza a las Fuerzas Armadas de la nación, cuya razón de ser, según el apotegma que nos legara El Libertador, es la defensa de la vida y honra de todos los colombianos, así como de la soberanía patria, para trocarlo en un vergonzoso instrumento clasista de represión contra sus propios hermanos nacionales, y defensoras a ultranza de intereses extranjeros y de en el poder, al extremo de llegar a considerar a sus propios hermanos nacionales como enemigos a vencer en una «guerra interna».
Como expertos sofistas han hecho repetir hasta volverlo artículo de fe, que este ejército manchado de sangre del pueblo y paramilitar que tenemos, es dizque de la patria. Obrar con «patriotismo» sería, entonces, defender los intereses y los valores de las clases dominantes.
La Patria, en la acepción oligárquica, son las clases dominantes, lo que ellas poseen y lo que las representa. Obrar con patriotismo seria entonces, defender los intereses y la escala de valores de las clases en el poder. La oligarquía confunde la patria con su Capital.
Por eso, cuando a la Fuerza pública le toca intervenir en un conflicto laboral, van derecho a reprimir a los obreros o a los campesinos. Nunca a los patrones. Con las manifestaciones pasa lo mismo. En ocasiones, infiltran provocadores, y cuando se crea el pretexto, están listos a aplastar con violencia la protesta.
Pero, si se trata de un reclamo que está organizado por la burguesía, saben que no pueden reprimir. La Fuerza Pública ha sido educada para hacer esta distinción, soldados y policías saben, sin que se lo repitan, que con los de arriba no hay que meterse, o mejor, que les deben sumisión y respeto, hagan lo que hagan.
Se ha llegado hasta el extremo de afirmar que tal ejército clasista es la encarnación de la «Patria». Y por el camino de estos exabruptos hemos llegado a ver la «Patria» dizque «encarnada» en personajes siniestros, verdaderos truhanes como Rito Alejo del Río, Iván Ramírez o Mario Montoya y hasta por Uribe y Juan Manuel Santos. Así pues, el mito de que tenemos un Ejército «nacional», que nada tendría que ver con intereses de clase o partidistas, y que solo estaría comprometido con «la Patria» es una fábula que se cae sola, pues está más que comprobada la participación directa de la Fuerza Pública en masacres y asesinatos contra la gente humilde. El escándalo de los mal llamados «falsos positivos» no es más que la punta del iceberg de un genocidio contra el pueblo que se viene cometiendo hace décadas. Está probada su complicidad con los crímenes de los paramilitares para permitirles impunemente la apropiación de tierras.
Desde luego, esta realidad no va a desaparecer con «explicaciones» cínicas, que pretenden tapar la política delictiva de las Fuerzas Armadas con el «argumento» de que se trata de «casos aislados». Miles de casos comprobados conspiran contra esta falacia.
En contra posición, para nosotros y la mayoría de colombianos la Patria es ante todo, el territorio de la Nación, con su biodiversidad y con sus riquezas naturales. La Patria es también la población y la cultura, que con sus manos y su inteligencia han creado las gentes de nuestro pueblo.
De tal modo que los 45 millones de colombianos somos parte integrante de la Patria. Por eso, cuando las cifras hablan de 34 millones de compatriotas viviendo en la pobreza absoluta, es la Patria la que está empobrecida.
Y cuando hay millones de compatriotas que viven en tugurios, es la Patria la que no tiene techo. Y los miles que mueren por falta de asistencia médica? Y los niños que se quedan sin escuela? Y los millones de campesinos desplazados por el terror oficial y paramilitar? Será que esos no hacen parte de la Patria?
Por eso decimos que ceder la dirección del ejército al Pentágono o convertir la policía en apéndice de la DEA o entregarle el petróleo, el carbón o nuestra biodiversidad, etc., a compañías extranjeras, son actos antipatrióticos, y los que lo hacen, auténticos apátridas.
No estamos inventando nada. Desde sus orígenes, Colombia es un país que ha sido gobernado por sus clases dominantes bajo la retrograda divisa de: a sangre y fuego.
La Violencia ha sido el modus operandi de nuestros gobernantes. Las llamadas «guerras civiles» en el siglo XIX se sucedieron una tras otra, impuestas a capricho de uno y otro gamonal, con una regularidad casi natural. Pero, fue a partir de los gobiernos del conservador Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez (1946 – 1953), cuando esa violencia asumió formas dantescas. Los chulavitas y los pájaros sembraron de muerte todo el territorio nacional. La destrucción total de pueblos y veredas, el desplazamiento forzado de miles de campesinos, el imperio del miedo en las ciudades y la Violencia, fue como un huracán que lo asolaba todo y no dejaba nada a su paso.
Jamás ha habido en nuestra patria democracia real, porque un Estado que hace de la violencia, el asesinato sistemático de sus opositores y de la impunidad, su principal ejercicio político, jamás podrá ser democrático.
Así fue como llegamos a esta guerra que libramos actualmente, porque hubo algunos que no soportamos más tanta iniquidad y en defensa propia, de la vida y de nuestro pueblo, nos alzamos en armas.
Como verán, ni nuestro alzamiento ni esta guerra que nos impusieron, surgió por dogmatismos ni generación espontanea. Una larga historia la precede.
Y es así, como luego de duros y cruentos combates librados a lo largo y ancho de la geografía patria, como sucede en todas las guerras, -y en Colombia hay una guerra- ustedes fueron hechos prisioneros. Muchos de los nuestros también lo fueron.
Hemos respetado, según está establecido en nuestras normas y principios, su integridad y su dignidad, sin torturas, sin vejámenes ni interrogatorios denigrantes, y si hemos tenido que recurrir a cadenas es solo porque en las condiciones de una guerrilla móvil, que lucha en la selva, que no posee estructuras carcelarias y en medio de un asedio permanente, no existe otro medio que garantice su aseguramiento.
Las FARC – EP no tienen ni tendrán en el desenvolvimiento de la resistencia y lucha de emancipación, el historial de crueldad que en cuanto al trato a prisioneros, pretenden establecer sus enemigos. Lo que sí existen son evidencias de la forma como se manipula información falsa para desprestigiar en este campo a la insurgencia.
Muy al contrario del trato que se da a los guerrilleros presos en las prisiones del régimen como ocurre por ejemplo, con el digno Simón Trinidad, a quien mantienen en una cárcel de alta seguridad, durante hace mas de 6 años, las 24 horas del día en un cajón de concreto, con las luces encendidas, con vista a nada diferente que las cuatro paredes de la gaveta en que suele estar y encadenado de pies y manos, sin que se pueda alegar en este caso razones de seguridad, sino de sevicia con el prisionero.
En toda guerra, en todos los tiempos y en todos los lugares del mundo cuando como resultado de la confrontación las partes capturan prisioneros, se procede al intercambio.
No obstante, esta oligarquía no quiere ahora mover ni un solo dedo para aprobar la Ley de Canje que permita la liberación de sus prisioneros, así como de los guerrilleros, recurriendo a métodos arteros y de baja estofa, al sofisma de la traición y del engaño, prolongando innecesariamente el tiempo de retención de esos oficiales y sub-oficiales, que ellos mismos enviaron a la guerra y que vieron morir sus compañeros en el combate, arriesgando la vida, para defender los intereses económicos de unos plutócratas insensibles y las instituciones podridas de un Estado mafioso.
Poco les importa porque no es la oligarquía la que sobrelleva el peso de la guerra, ni los hijos de los grandes capitalistas, terratenientes o politiqueros, sino los hijos de los pobres los que sirven de carne de cañón para su guerra. A todas estas vale la pena preguntarnos: por qué en Colombia los hijos de los ricos no pagan servicio militar? Si son ellos los que se benefician de la guerra? O será que en las selvas de Colombia habrán quedado algún a vez, los restos de algún hijo de los linajudos Santo Domingo, los Sarmiento Angulo, de Ardila Lule, de los fantoches Santos o del bravucón de Uribe?
Qué va! Los unos están disfrutando las canonjías de alguna embajada del primer mundo, otros, pasando el año sabático en universidades europeas y los más, entregados a la dolcevita, porque nuestra clase dominante solo practica el único patriotismo que conoce: el patriotismo hedonista, bocón y sibarita.
Así las cosas, qué interés pueden tener en que se le ponga fin al cautiverio de unos hombre de armas? Ninguno!
El sueño de las clases dominantes, en Colombia, siempre ha sido el de ponerle fin al crónico conflicto armado, sin ninguna consecuencia política que afecte sus egoístas privilegios. Esto es, que los pobres agachemos la cerviz, y que el statu quo no sufra la más mínima modificación que los perturbe. Según ellos, los guerrilleros, simplemente, entregarían sus armas e ipso facto quedarían reinsertados, o si lo prefieren, según propuesta del autócrata de turno, podrían irse a vivir a Paris, a los Campos Elíseos.