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Carta sobre un empresario europeo en un país en venta

Fuentes: Rebelión

Apreciado y respetado señor Stéphane Hessel: Un cordial saludo. Lo primero que debo expresarle es gratitud por su libro «¡Indignaos!» Como otros miles de seres en este destruido planeta, lo he leído y he aprendido gratamente de unas reflexiones valiosas. Con sinceridad considero suman mucho a la cultura política con la que tantos intelectuales que […]

Apreciado y respetado señor Stéphane Hessel:

Un cordial saludo.

Lo primero que debo expresarle es gratitud por su libro «¡Indignaos!» Como otros miles de seres en este destruido planeta, lo he leído y he aprendido gratamente de unas reflexiones valiosas. Con sinceridad considero suman mucho a la cultura política con la que tantos intelectuales que se dicen de izquierda están en deuda, al no atreverse a decir que ya es hora de rebelarse. Usted lo afirma y con ello enriquece desde Europa lo que en otros continentes como América Latina se ha producido, por ejemplo por Paulo Freire, quien no sólo elaboró pautas imborrables sobre la Pedagogía del oprimido, sino sobre la Pedagogía de la indignación, para mencionar apenas uno solo de los autores de nuestras ciencias humanas humanizantes. Uno de tantos que han puesto en el horizonte la opción de la insurrección desde los derechos de los empobrecidos contra los opresores y sus intereses, aportando a nuestro arsenal con ese verbo (indignarse), tan profundo como directamente proporcional a la dignidad defendida e irrenunciable de cada cual, y no a la falsa y formal dignidad común entre excluidos/as y dominadores.

Lo segundo es que deseo compartir con Usted algo ocurrido hoy. Francamente, he de decirle que esto que me pasó suele sucederme. Indica algo endémico. No sé si para bien. Como estoy seguro le acontece a millones de seres humanos a diario. No obstante, como tengo la posibilidad de escribir y de que me publiquen, independientemente de que me lean, definí en unos minutos que debía trasmitirle a Usted y a quien tenga acceso a esta nota abierta, lo que no pude contener en mi legítimo rumiar de una rabia, que trato ahora de racionalizar mientras la pongo en letras, al haber quedado comprometidas no sólo posibles fibras morales sino incluso hilos neurales y emocionales. Es decir -quizá le pase a Usted- escribo por desahogo, por salud, y por higiene.

Esto que le mando como anexo (ver abajo) fue el motivo de mi íntima explosión, no sé si primero cerebral que ética. Da igual pasadas unas horas del espasmo, el cual no busco aclarar. Quiero advertirle que no es extraño encontrar noticias y entrevistas como ésta. Es de todos los días. En decenas de países sometidos al mismo sistema. Pero hoy me halló así: débil, susceptible y necesitado de comunicarme, o mejor: decidido a comentar figuradamente algo breve con alguien de su estatura intelectual, al ser Usted un resistente reconocido que ha puesto, como otros lúcidos pensadores, el dedo en la llaga. Modestamente intento desde años algo parecido, en la dimensión liliputiense de alguien del común que aprendió de la Declaración de los Derechos Humanos, que Usted contribuyó a redactar. Por eso no olvido el Preámbulo de la misma, en el que se menciona el derecho a la rebelión, el cual defiendo abiertamente sea ejercido por los pueblos para su liberación. Y sé, como Usted, que la emancipación auténtica surge de que esa rebelión sea ética, por su propia fuerza y definición, es decir responsable con unos límites, sin dejar de batallar.

Cuando lea la noticia-entrevista, si llega a leerla, quizá me comprenda. Quizá no. Puede ser que sea nada o banal frente a tanta miseria moral, o mucho menos importante que los miles de hechos que a diario sí reflejan directa y crudamente la más injusta muerte de los más inocentes y humildes. Aunque en realidad no se trata de nada distinto a eso, pues es la injusta muerte de los más inocentes y humildes sobre la que escupe y pisotea el entrevistado, de quien no podemos decir que sea un ignorante, un trastornado, que no sepa leer o que sea manipulable.

Trata la noticia sobre un emisario de empresarios, el hijo de un ex presidente español. Adolfo Suárez. Padre e hijo se llaman igual. Le explicaré que no es de los más poderosos. Digamos que es segundón. Un simple intermediario, un asesor de la gente del mundo de los negocios. Habría mucho que decir sobre la mentalidad que él registra. Y nada o casi nada que decir sobre su corazón. Leo la entrevista. Y no puedo dejar de caer en cuenta que al final está justo una especie de metáfora, no aplicable al padre retirado de la vida pública, sino al vástago, abogado comerciante en pleno ejercicio corporativo, quien a todas luces ostenta no una degeneración mental, sino la normalidad de una degeneración moral, de quien hace dinero y se chulea elegante en un país saqueado. El dice de su padre, quien creo padece alzheimer, que tiene «una enfermedad degenerativa mental que lo mantiene en un mundo, digámoslo así, alejado del nuestro. No hay comunicación intelectual posible con él». Esa es la metáfora.

Suárez hijo afirma que Colombia en ocho años ha mejorado muchísimo, y que está en ebullición positiva tras el gobierno criminal de Álvaro Uribe Vélez y la actual administración de Juan Manuel Santos. Un país con salud democrática envidiable, un punto de inversión preferente. Es donde el agua está hirviendo, a juicio de quien después de 25 años de ir, por fin se digna a arriesgarse y puede caminar tranquilamente por una calle de Bogotá sin que nada le pase.

¡Qué lástima!, digo yo, contra cualquier metafísica, sin falso buenismo ni hipocresía, pues parte de mi indignación es sentir, desde esa fuente no neutral, lo injusto de la vida. Cómo es que a los más desvencijados les pase tanto tan malo -me pregunto o exclamo-, y los más blindados no conozcan, salvo excepciones, sino abundancia u opulencia objetiva y estructuralmente ofensivas. Igual agitación, no de venganza ni resentimiento, debo aclararlo, sino de asco, viví apenas hace cuatro días, al ver a otros de estos ejemplares, los directivos de Telefónica en España, que anunciaban botar a gente a la calle, al desempleo, mientras pocos ejecutivos notificaban grandes ganancias y el reparto de millones de euros en un puñado. Igual repugnancia, debo confesarlo, experimenté por esa masa social de la que hago parte, a la que da igual que esto pase. El mismo día que escuché sobre la estadística que cínicamente daba el Banco Mundial, acerca de los nuevos 44 millones de hambrientos, por los precios de los alimentos que precisamente esa institución junto con otras ha hecho encarecer por sus políticas globales.

En fin, mejor Usted que yo sabe de las sistemáticas injusticias que se cometen todos los días en todo el mundo. Y si llamo la atención sobre esa nota que apenas hace unas horas he leído en un diario colombiano, cuyo link le adjunto, no es por pretexto, sino por no poder más guardar silencio. Se supone que es parte del oficio nuestro. No incurrir en eso que Federico Mayor Zaragoza recientemente ha denunciado y calificado como tal: como delito de silencio.

Leo al apacible Suárez, y como él a otros, todos los días, sin manchas, sin barro, y sin uniformes militares, versados en la seducción mediática, acomodados en la poltrona acolchada con los dividendos del terrorismo de los de arriba. Leo y pienso en los de abajo y en la justicia que no llegará si no es de la mano de rebeliones, que alumbren con la indignación. Vuelvo a la metáfora y veo a este individuo, digámoslo así, más alejado del mundo, que muchos de los que por enfermedad están en él sin conciencia más o menos plena. Pero lo veo desde mi lugar. Y por eso lo veo desde abajo. Lo veo, digámoslo así, alejado de la estela de sangre de los más de 20.000 crímenes de lesa humanidad cometidos en el período Uribe y Santos que él elogia; digámoslo así: alejado del sufrimiento y del dolor de 5 millones de desplazados y desplazadas cuyo desgarramiento es la condición de posibilidad exitosa de múltiples negocios de expoliación en territorios despojados; digámoslo así: alejado de cualquier responsabilidad que según él no le incumbe, por la pobreza generada a más de 20 millones de personas, por voraces capitales y compañías, entre ellas las españolas, líderes en un modelo de explotación de pueblos y de recursos, de necesidades y de derechos; digámoslo así: alejado de la realidad de la guerra sucia. Alejado de las víctimas. Por supuesto. No creo que tan alejado de los victimarios, con quienes compartirá manteles, de quienes el hombre que se cree bueno y de mirada desprendida no sabe, o no ha querido enterarse.

Cuánta razón tiene Ricardo Ferrer en su libro y su título: nos matan y no es noticia. Imagino que el señor Suárez no tiene tiempo para reportes de derechos humanos. Para informarse de los «falsos positivos». Apenas le alcanzará el tiempo para los falsos positivos de la prosperidad económica expuestos en las cifras y análisis de las páginas salmón de los periódicos. Y con seres así, quizá haya que tomar en serio lo que él predica de las personas con alzheimer: no hay comunicación intelectual posible con él. ¿O sí? Tendría primero que leer, escuchar a las madres de las personas desaparecidas y asesinadas, y quizá luego pedir perdón. Tenemos que abonarle que es sincero, aunque tremendamente cínico. Que no se cubre con discursos de la responsabilidad social empresarial y otras falacias.

Siguiendo las orientaciones de su libro, pregunto cómo hacer para que seres como el entrevistado entiendan las razones de la insurrección, cuando ésta es pacífica antes de pasar a ser violenta en algún grado, al hallar cerradas las puertas de la más elemental justicia. ¿Cómo efectuar alguna comunicación intelectual y moral con sujetos así? ¿Bastará que entienda razones o hace falta que las tenga que aceptar? Y si no él algún día sus descendientes. Si es que antes no nos hemos cargado definitivamente el mundo, por rapacidades como las que Suárez hijo representa.

Sr. Hessel, Colombia vive ya una rebelión, nacida de la indignación de miles de hombres y mujeres, no sólo hace más de cuarenta años cuando brotaron las actuales organizaciones guerrilleras, sino a lo largo de esa historia de persecución y criminalización de las alternativas, hasta hoy. Cuando resisten en desventajas evidentes. Deplorablemente, las consecuencias de la confrontación social, política, económica y militar, las viven los más pobres, así como los soldados rasos del ejército gubernamental y también los/as combatientes alzados/as en armas o insurgentes. Como podrá ver, no las sufren los hombres de negocios cuya valentía está en el acto heroico de andar aparentemente como un transeúnte más por unos minutos: puedo decirle que llevo 25 años viniendo a este país y esta es la primera vez que piso una calle colombiana. Afirma el abogado Suárez, mientras confecciona el ingreso al país de más empresas dedicadas al pillaje.

Si concretamos su propuesta de indignarnos radicada en un libro espléndido, debemos ser leales en la irreverencia y la ruptura, tanto como fieles ante el sufrimiento injusto que desconocen y del que se burlan los que toman las decisiones de negocios inmediatos, de inversión inmediata, acelerada, aprovechando que la chusma está a raya, como lo confiesa con otras palabras el entrevistado de marras, quien además asevera que su estrategia está asegurada, una vez hecho el trabajo de acondicionamiento o de limpieza: ustedes -los colombianos (son)- los que crean las condiciones necesarias para que, desde fuera, desde el resto del mundo, se vea a Colombia como un país atractivo…

Maestro Hessel, su libro debemos cuidarlo de la mercantilización o de la compra-venta de las ideas si éstas son puestas como caparazones de los poderosos, y sacarla del fuego de la abstracción por la falta de contexto o por la confusión de términos que ya inducen los que ven en sus páginas una peligrosa herramienta. Trato de hacer con respeto referencia a su obra, al valerme de su lección para pensar que podemos superar lo que ya viene siendo hace años la fetichización de la indignación, palabra hermosa en la verborrea de tanto fariseo que condena como terrorista al que desde abajo lucha por la dignidad y la humanidad. Salvar una obra valiente por su valor, como debemos forjar por su valor y necesidad las rebeliones y sus medios inevitables, cuando no sólo se cosifican y colonizan por los errores en los abusos cometidos, sino por los errores en las omisiones, por no hacer lo que hace falta hacer ante verdaderos enemigos.

Hace dos días, el 18 de abril, se cumplieron 13 años del asesinato de un abogado, ese sí honesto, Eduardo Umaña Mendoza, quien trabajó toda su vida al servicio de las clases populares y del proceso de transformación en Colombia. Fue asesinado por la maquinaria del terrorismo de Estado a cuya cabeza estuvo hasta hace pocos meses Uribe Vélez y hoy Juan Manuel Santos. Eduardo dejó escrito sobre las responsabilidades de los rebeldes: «obligaciones que podríamos pensar en dos sentidos: no hacer lo que no es necesario y lo que además está prohibido en el derecho internacional, y hacer lo que en esa normatividad es permitido y que corresponde hacer en el contexto de los antagonismos» («Entre la degradación y la regulación de la guerra». Asamblea por la Paz, agosto de 1996).

Sr. Hessel, de nuevo gracias por su coraje e inteligencia.

¡Ah! Un sencillo regalo de una canción española de la Guerra Civil:

«Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día.
Si cantara el gallo rojo
¡Otro gallo cantaría!

Salud.

(*) Carlos Alberto Ruiz Socha es Doctor en Derecho, autor de «La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión» (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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ANEXO: ENTREVISTA A ADOLFO SUÁREZ PUBLICADA EN EL DIARIO «EL TIEMPO» (AUTOR: EDULFO PEÑA)

Colombia, país atractivo para inversionistas, en especial, españoles

Eso cree Adolfo Suárez, que lleva el nombre de su padre, el ex presidente del gobierno español. Le contó a EL TIEMPO que Colombia es un destino en ebullición para los negocios. Aunque lleva 25 años visitando al país para vincular inversionistas europeos a negocios nacionales, solo hasta hace pocos días pisó una calle bogotana, porque ya no hay temor, porque la inseguridad ha desaparecido.

¿Qué tanto interés hay entre los inversionistas españoles de venir a Colombia?



Entre España y los países suramericanos hay un vínculo permanente, yo me atrevería a decir que indeleble, con independencia de las coyunturas económicas. Lo hay desde un punto de vista político y personal, familiar entre todos estos países.
Respecto de Colombia, puedo decirle que llevo 25 años viniendo a este país y esta es la primera vez que piso una calle colombiana.

Hasta hace muy poquito, cada vez que venía era recogido en el aeropuerto en un carro blindado, me llevaban de un sitio a otro, tenía reuniones cerradas y prácticamente no me dejaban salir a ningún lado.

Acabo de venir caminando desde un edificio donde hemos tenido una reunión, muy cerca de aquí, y no pasa nada, hay una enorme normalidad. Uno se pasea por las calles de Bogotá un sábado, un viernes y observa un bullicio de gente entrando y saliendo de negocios, comercios, restaurantes, de todo lado. Colombia ha tenido un cambio brutal, yo diría que radical, en los últimos ocho años.



¿Qué cree que ha cambiado?



Esa toma de conciencia de que se pueden retomar las riendas del país, de que se puede dar un giro copernicano a la situación, unida a la gran formación del colombiano medio, ha hecho que Colombia sea un país tremendamente atractivo para cualquier inversor, y especialmente para los españoles.

De hecho aquí están las grandes empresas españolas: los bancos, las comunicaciones, las editoriales, y eso hace que las demás que prestamos servicios, como hacemos los abogados, vayamos detrás de ellos. Los despachos de abogados son un cruce de caminos, de información que nos marca una dirección y, sin duda, Colombia, para todas las empresas españolas, es un punto de inversión preferente.



¿Sabe usted de más empresas españolas o europeas que quieran venir a Colombia?



Muchas. El secreto profesional no me permite dar nombres, pero el hecho de que yo esté aquí asociándome con un despacho colombiano, que esté invirtiendo desde mi empresa aquí, es porque estamos viendo que estamos siendo demandados por muchos clientes para acompañarlos en esa aventura americana. 
Le aseguro que no es ni una, ni dos, ni tres, sino muchas más, y de una gran importancia, las que están llamadas a venir hacia acá.



¿Ven ustedes, como empresarios, nuevas y buenas oportunidades de negocio en Colombia en estos momentos?



Absolutamente. Y negocios inmediatos. No es gente que, por ahí, está esperando… ¡No, no! Son empresarios que nos han pedido que organicemos su llegada. Tenemos que constituir una sociedad aquí, tenemos que tomar el control de sociedades allí, llévenos, ayúdenos, en fin…

¿En qué áreas están las inversiones más atractivas?

Grandes constructoras, empresas de servicios, infraestructura, servicios, comunicaciones… La banca ya está aquí, pero está ampliando su negocio. Le aseguro que Colombia es prioritaria desde el punto de vista nuestro.

En este momento, además de las empresas que ya están asentadas, hay muchas perspectivas de nueva inversión inmediata. Hay empresas españolas importantes que no están aquí, que no tienen ningún tipo de representación aquí, y que nos piden que empecemos a constituir la estructura jurídica para venir ya.



¿Cuál es ese elemento que está surgiendo aquí en Colombia para que empresarios españoles tengan ese afán de venir a invertir?



Ni más ni menos que ustedes los colombianos. Son ustedes los que crean las condiciones necesarias para que, desde fuera, desde el resto del mundo, se vea a Colombia como un país atractivo para los que nos hemos casi criado en América, los que hemos vivido la mayor parte de la vida profesional en América. 
Hubo momentos en los que era difícil vender a Colombia.

Ahora, Colombia se está desprendiendo de una etiqueta, de una vestimenta francamente incómoda, que era el narcotráfico, las Farc, los paramilitares, la guerrilla, todo eso está empezando a caerse, y no era nada fácil.

Eso ha propiciado que haya más confianza en Colombia…

¡Claro! Se está viendo una nueva Colombia, una Colombia potente, una Colombia capaz de generar inversión. Hay que tener en cuenta que Colombia es uno de los países más grandes de toda la región, con 47 millones de habitantes, un país absolutamente comparable en proporción y en mercado a España, y eso hace que se tenga muy en cuenta a este país.

Y si no se ha venido antes es precisamente por ese lastre que ha tenido adosado. En la medida en que está mostrando que efectivamente es capaz de desprenderse de eso, la inversión es absolutamente lógica: llega. No podría darle cifras, pero son realmente importantes.

¿Sabe de otros países distintos a España, de la Comunidad Europea, que estén interesados en esta aventura española, como usted la llama?

Francia tiene empresas deseando entrar aquí, con encargos para abrir mercado. También, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, por lo menos que me conste a mí, pero estoy convencido de que habrá muchas otras interesadas.

¿Qué aspectos pudieron ser los causantes de ese despertar?

Por cualquier plaza financiera importante del mundo que uno pase, ni qué decir España, se oye hablar de Colombia como un punto realmente atractivo. Me encantaría decirle todavía más, pero no hace falta tener el oído muy afilado para escuchar estas noticias. 
Sinceramente, creo que el gobierno de Álvaro Uribe y la línea que está marcando el actual gobierno de Juan Manuel Santos son tremendamente positivos. Yo siempre digo que, por mucho liderazgo que tenga un país, es necesaria una base social para que ese liderazgo pueda consolidarse y pueda venderse al mundo, y Colombia, la verdad, sorprende a cualquier visitante.



¿Qué destacaría de ese nuevo clima de negocios?



Me llama la atención (y no quiero meterme en problemas políticos) la independencia de los poderes judiciales respecto del poder político; ese cambio en la seguridad que se ha producido aquí; y sinceramente creo que es fundamental, porque si en algo ha pecado América Latina es por falta de seguridad, tanto personal como jurídica; sobre todo desde el punto de vista de la inversión.

Sobre esto último, he tenido la oportunidad de estar en la Corte Constitucional, he visto a rectores de universidad, profesores de derecho, despachos de abogados, todo dentro de mi rama profesional y la verdad es que, con independencia de las opiniones que puedan tener, ya personales, políticas o de alguna tendencia, lo cierto es que la discusión jurídica es profesional, no hay injerencia política. Es decir, la Corte Suprema decide con absoluta libertad e independencia; la Corte Constitucional, hemos visto cómo ha tumbado medidas ahora mismo al Ejecutivo; no entro y no quiero entrar como extranjero en si tiene razón o no, pero lo cierto es que se da y eso simplemente indica una independencia, todo esto revela una salud democrática envidiable.



¿Desde cuándo empezó a marcarse esa nueva tendencia?



Hay muchas empresas, especialmente españolas y en el mundo de las editoriales, que llevan aquí funcionando mucho tiempo. No podría decir cuándo se produjo ese punto de inflexión, pero lo cierto es que ahora mismo, si tuviera que decir cuál es ese punto de ebullición, no le puedo decir cuándo, pero lo que sí sé es que el agua está hirviendo.

¿Se está colocando Colombia a la cabeza del su vecindario latinoamericano como atractivo para inversión?

Yo no quiero hacer malas comparaciones con los vecinos, pero lo cierto es que los dos más cercanos, que son Venezuela y Panamá (incluso siendo Panamá un país tremendamente interesante), Colombia ahora mismo aglutina o lidera este foco de inversión, las condiciones son tremendamente favorables.



¿Cómo sigue la salud de su padre, el ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez?



Me gustaría mucho decir que está muy bien, pero, como todo el mundo sabe, él tiene una enfermedad degenerativa mental que lo mantiene en un mundo, digámoslo así, alejado del nuestro. No hay comunicación intelectual posible con él, pero sí hay una relación afectiva muy viva, muy amable: es tremendamente sensible al cariño, con la mirada se expresa muchísimo, sigue manteniendo una mirada viva, picarona incluso, agradable. Yo le sigo hablando todos los días que estoy a su lado, que son los días cuando estoy en España, y (actúa) como si me estuviera entendiendo plenamente. Y diciendo que me encantaría tenerlo de otra forma, sigo dándole gracias a Dios por tenerlo cerca y de una manera tan amable y tan cariñosa.

http://www.eltiempo.com/politica/colombia-pais-atractivo-para-inversionistas-en-especial-espanoles_9191813-4