El pasado 31 de octubre se llevó a cabo las elecciones a alcaldía en la histórica ciudad de Cartagena, bello puerto del Caribe que sirvió de penetración a la brutal colonización del imperio español del XVI. Se han cumplido cual ritual que se repite en medio de la mayor abstención que se conozca en la […]
El pasado 31 de octubre se llevó a cabo las elecciones a alcaldía en la histórica ciudad de Cartagena, bello puerto del Caribe que sirvió de penetración a la brutal colonización del imperio español del XVI. Se han cumplido cual ritual que se repite en medio de la mayor abstención que se conozca en la historia de las elecciones en la ciudad y el país. De 549.000 electores habilitados para votar, solo votaron 122.182 (o sea el 22,25%), y 426.818 se negaron a hacerlo a través de la abrumadora abstención (es decir el 78%). Una prueba más del estado agónico de un Estado y su sociedad política que va muriendo a empellones. Los resultados así lo demuestran.
En estas elecciones a alcaldía, la aplastante abstención y el voto en blanco (40.683 sufragios) no solo fueron los ganadores, sino que sirvieron para dar un certero golpe al viejo y corrupto modelo político que ha imperado en el país por décadas. Es decir, a la oligarquía y su maquinaria electoral. Maquinaria por medio de la cual corrompe, compra conciencia, reparte beneficios entre amigos, roba las arcas del Estado, privatiza los bienes públicos, manipula la opinión y amenaza a quienes se le oponen. Sin lugar a dudas, ha quedado herida de muerte una institución esencial a la democracia como son las elecciones. Ya que éstas se han convertido en mero ejercicio rutinario, inservible andamiaje que no logra ya echar a andar los engranajes sobre los que descansa el Estado. Indudablemente, el castigo también fue para los dos instrumentos predilectos de dominio como son los partidos tradicionales liberal y conservador, lo cual sirve para constatar que cada vez está más cerca el hundimiento de todo el proyecto de la derecha del país.
¿Cuál fue la posición de la izquierda, comprometida con el cambio radical que requiere con urgencia el país para la construcción de un proyecto político, social y económico nuevo, en las elecciones de Cartagena? Usó una táctica que sirvió más para demorar la muerte de lo viejo que una que sirviera para dar nacimiento a lo nuevo: en lugar de llamar a votar en blanco, apoyó la candidata del Polo Democrático quien sacó 13.729 votos. Votos que de haberse podido sumar a los del blanco, 40.683, habrían alcanzado, así sea por una pequeña fracción, para inclinar la balanza a favor de una nueva convocatoria a elecciones sin los candidatos que participaron de esta farsa electoral. Hubiera significado, en otras palabras, la derrota del viejo sistema y modelo político. La izquierda, tal como lo enseña éstas elecciones, está ante la disyuntiva de ser, con el pueblo, la enterradora del decadente sistema político, o hundirse junto al mismo.
Si la candidata del Polo Democrático, Mery Luz Londoño, se hubiera sumado a la campaña decidida y comprometida del voto en blanco, hubiéramos podido derrotar la estrategia de los mismos con lo mismo y enviado una señal contundente al resto del país, hoy en plena campaña electoral. En cambio, el Polo Democrático en Cartagena, desaprovechó esta única oportunidad de cambiar radicalmente el modelo político.
El candidato de la derecha, de la decadencia y de lo mismo, el ex alcalde Nicolás Curi, quien en 1.999 fue obligado a abandonar el cargo acusado de corrupción, sacó un mínimo de votos, 54.583, que le alcanzarán para asumir el cargo de alcalde de la ciudad. Con dicho apoyo, que escasamente alcanza a representar el 10% de la población legalmente habilitada para votar (549.000), estamos ante un gobierno técnicamente legal, pero políticamente ilegítimo. He ahí la gran contradicción, la gran debacle del momento que vive Colombia. Porque en efecto, estamos presenciando la muerte política de la vieja democracia colombiana, la «más antigua del continente» como suele ufanarse la oligarquía y sus defensores de turno. Todo lo cual nos permite afirmar, que Cartagena va a ser gobernada por un alcalde cuyo respaldo político es tan ínfimo que es un exabrupto y hasta ridículo pensarlo.
El ejemplo de Cartagena, con la histórica abstención y la amplia participación del voto en blanco como las grandes triunfadoras de la jornada, se convierten en un campanazo de alerta de lo que nos debatimos en la actual coyuntura política. Es bajo estas nuevas condiciones y ambiente que se llevará a cabo la actual campaña política que ya toma fuerza en todo el país. Dicho planteamiento adquiere mayor importancia, no solo por el estado de crisis general del Estado y sus instituciones políticas, sino por el descrédito de las nuevas formas de gestionar y administrar el poder que también se vive en ciudades como Cali o Medellín. Ciudades donde la corrupción y el desencanto que reina entre sus habitantes es tan grande, que terminó por enterrar las esperanzas que depositaron las gentes que creyeron en las promesas de transparencia y honestidad de sus administraciones. La apatía y desengaño de sus habitantes con unos alcaldes que prometieron hacer gobiernos transparentes y alejados de la tradicional política oligárquica, es profunda y extensa. Como dice el refrán popular, el mismo perro con distinta guasca (guasca es cuerda). Han seguido el mismo modelo de gestión burocrática y clientelista que distingue también a nuestro «viejo sistema democrático».
No hay duda que las administraciones de los alcaldes Sergio Fajardo y Apolinar Salcedo, de Medellín y Cali respectivamente, acabaron por traicionar las promesas de no permitir la privatización del patrimonio público y luchar contra la corrupción. En el caso de las Empresas Públicas de Medellín, el alcalde Fajardo fue impulsor y promotor activo de la escisión de la empresa. Escisión que apunta a que los grupos financieros más poderosos del país junto a las transnacionales de las telecomunicaciones se apropien, disfrazada de fusión, de la empresa pública, ya que el negocio de telecomunicaciones es y promete ser de los más rentables. Y los capitalistas como abejas, no desaprovecharán la oportunidad de hartarse tan dulce néctar!
El estado de falsedad e ilegitimidad actual de la res publica en Colombia nos obliga a pensar en las respuestas que tenemos que dar desde una posición de izquierda revolucionaria. Y ello exige un compromiso que va mucho más allá de tener candidatos a elecciones, como tampoco basta con que manifestemos que el objetivo es «derrotar» políticamente el proyecto de derecha, neoliberal y entreguísta que encabeza el actual presidente. Por eso es imprescindible la construcción de un programa y plataforma con el pueblo excluido (70% de la población) del poder político, y trabajar en todos los espacios, foros, asambleas, movilizaciones por que la derrota de la derecha conlleve la ejecución de un programa radicalmente diferente al que ella ha ejecutado a lo largo de la historia reciente de la nación. Un programa y unos candidatos ligados a las bases que sirva, repetimos, no solo para derrotar políticamente la oligarquía, sino que sea la antesala de una forma radical y nueva de asumir la política y el poder en Colombia. Por eso insistimos que no hay que casarse de antemano con una campaña que esté centrada únicamente en candidatos(as) y en llamar a votar por éste o aquel, sino que contemple la posibilidad de barrerlo todo hasta con el voto en blanco. Si bien hoy no se trata de la vieja consigna: abstención activa y beligerante, no podemos tampoco descartar de plano que el voto en blanco masivo sea la nueva herramienta que ayude al lento entierro de un sistema caduco y descompuesto. En lo que si podríamos estar de acuerdo, es en encontrar la forma de no prolongar su agonía! Para que no solamente se vayan todos, sino que con ellos se vaya al tarro de la basura su viejo y caduco sistema y así contribuyamos al nacimiento de uno nuevo!