En memoria del maestro, compañero y amigo Aníbal Quijano El desarrollo, «un término de azarosa biografía (…). Desde la Segunda Guerra Mundial ha cambiado muchas veces de identidad y de apellido, tironeado entre un consistente reduccionismo economicista y los insistentes reclamos de todas las otras dimensiones de la existencia social. Es decir, entre muy diferentes […]
En memoria del maestro, compañero y amigo Aníbal Quijano
El desarrollo, «un término de azarosa biografía (…). Desde la Segunda Guerra Mundial ha cambiado muchas veces de identidad y de apellido, tironeado entre un consistente reduccionismo economicista y los insistentes reclamos de todas las otras dimensiones de la existencia social. Es decir, entre muy diferentes intereses de poder. Y ha sido acogido con muy desigual fortuna de un tiempo a otro de nuestra cambiante historia. Al comienzo sin duda fue una de las más movilizadoras propuestas de este medio siglo que corre hacia su fin. Sus promesas arrastraron a todos los sectores de la sociedad y de algún modo encendieron uno de los más densos y ricos debates de toda nuestra historia, pero fueron eclipsándose en un horizonte cada vez más esquivo y sus abanderados y seguidores fueron enjaulados por el desencanto». Aníbal Quijano (1928-2018).
Un jueves 20 de enero de 1949 el entonces presidente norteamericano Harry Truman daría un discurso que despertó inusitadas fuerzas e ilusiones. Truman, en el Punto Cuarto de su alocución, propuso un objetivo: el «desarrollo», sintetizado en el american way of life, una imagen repleta de valores propios de la ilustración europea. Pero también puso nombre a todo desvío de aquel paradigma: el «subdesarrollo», un estado atrasado a ser superado que -según Truman- estaba presente en varios rincones del planeta. Así la Humanidad desató una de sus cruzadas más amplias y sostenidas: conseguir el «desarrollo», pensándolo desde posturas estado-céntricas, donde el mercado serviría como gran institución organizadora de la economía y de la misma sociedad.
Aunque los cuestionamientos surgieron casi al inicio mismo de dicha cruzada, y se intensificaron en años recientes, la búsqueda del «desarrollo» aún es incesante y hasta desesperada. Se oscila desde las versiones más economicistas que igualan «desarrollo» con crecimiento económico a las más complejas en donde el «desarrollo» recibe apellidos múltiples (como «a escala humana» o «sustentable», por citar apenas un par). Incluso habría «desarrollismos» tanto de derechas como de izquierdas, tanto neoliberales como progresistas, todos impulsados por un mismo anhelo occidental: el «progreso».
Paradójicamente, el ansia de «progreso» ha llevado a que varios países «desarrollados» en realidad terminen mal desarrollados. Además de que éstos se han enriquecido en gran medida explotando a muchas regiones dependientes -transformadas mayormente en fuentes de materias primas- son inocultables los varios problemas, conflictos y contradicciones graves que vive el mundo «desarrollado», entre otros:
– Las crecientes brechas ricos-pobres [2] reflejadas, por ejemplo, en una intolerable pobreza de la niñez y la juventud en medio de la opulencia (en EEUU hay grupos donde la pobreza infantil supera el 30%, según UNICEF [3] y en Alemania, un 21% según la Fundación Berstelman ).
– La insatisfacción incluso entre los beneficiarios de una mayor acumulación material.
– La creciente violencia multi-dimensional (que va desde la segregación racial hasta el neofascismo, pasando por la creciente criminalidad, la soledad y los suicidios).
– La incapacidad de las herramientas tradicionales para afrontar un desempleo crítico.
– La destrucción -aún imparable- de la naturaleza.
Hasta aquellos países «exitosos» de los últimos años, transitan la misma senda maldesarrolladora; por ejemplo, China, al efectivizar «su derecho al desarrollo», ha incrementado la inequidad social, está arrasando con los recursos naturales del planeta y se ha vuelto el mayor emisor de gases de efecto invernadero [4] . Justamente el ascenso de China hace recordar otro problema grave: el «desarrollo» es irrepetible a nivel mundial, pues si todos los habitantes del planeta alcanzaran los mismos productivismo y consumismo que el estadounidense promedio serían necesarios 5,1 planetas.
Ahora, ciertamente el maldesarrollo golpea más notoriamente en la periferia que en las metrópolis capitalistas. En particular, aún los países empobrecidos dependen de las lógicas de acumulación del capital transnacional, lógicas que condenan a estos países a encadenarse a extractivismos -mineros, petroleros, agrarios, forestales, pesqueros, etc.-, cada vez más violentos y voraces. Para colmo, los gobiernos del mundo empobrecido son presas fáciles de un gran ejercicio de hegemonía: siguen atados a la ilusión del «desarrollo», aunque cada vez es más notoria y evidente su imposibilidad.
Todo lo antes expuesto explica por qué afloran cada vez más concepciones alternativas a la idea misma de «desarrollo» en diversas partes del planeta, incluyendo regiones donde sus habitantes han alcanzado mejores niveles de vida. Incluso, a medida que el desencanto se expande por el mundo, emergen con creciente fuerza discusiones y propuestas que paulatinamente vislumbran un escenario de posdesarrollo.
Lo destacable y profundo de estas propuestas alternativas es que muchas provienen de grupos tradicionalmente marginados, y permanentemente explotados. Ejemplo claro son pueblos indígenas que, aún en la adversidad, procuran mantener sus valores, sus experiencias y sus prácticas consideradas como ancestrales, pero que a los ojos del «progreso» occidental son vistas como meros signos de atraso.
En definitiva, luego de años de desencanto queda claro que la competencia por el «desarrollo» es una competencia perdida. Por ello, hoy lo crucial es criticar y superar al propio concepto de «desarrollo», más cuando éste se ha vuelto una entelequia que norma la vida de gran parte de la Humanidad, a la que perversamente le sería imposible alcanzar el estilo de vida de los países enriquecidos, que nos sirve de faro orientador. No solo eso. El empeño por «desarrollarse» ha sacrificado en gran medida la posibilidad de construir y transitar caminos propios, diferentes a la modernización y el progreso que Occidente ha adoptado casi como religión. Una religión que, sea por la reacción de la conciencia humana ante la explotación o sea por las graves consecuencias causadas por la fractura metabólica dada entre seres humanos y Naturaleza , tienes sus días contados.
En 1992, Wolfang Sachs ya lo anticipó:
«Los últimos cuarenta años pueden ser denominados la era del desarrollo. Esta época está llegando a su fin. Ha llegado el momento de escribir su obituario. (…) la idea de desarrollo se levanta como una ruina en el paisaje intelectual, (…) el engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañeros permanentes del desarrollo y cuentan una misma historia: no funcionó. Además, las condiciones históricas que catapultaron la idea hacia la prominencia han desaparecido: el desarrollo ha devenido anticuado. Pero sobre todo, las esperanzas y los deseos que dieron alas a la idea están ahora agotados: el desarrollo ha devenido obsoleto».
Así, a punto de cumplirse 70 años de una alocada carrera detrás de un fantasma llamado «desarrollo», urge cambiar el rumbo y transitar hacia el Pluriverso; caso contrario el fantasma seguirá provocando destrozos y frustraciones cada vez más irreparables. Y, sobre todo, no olvidemos que la tarea de enterrar al «desarrollo» es uno de los varios pasos a cumplir frente a un deber mayor, de carácter hasta civilizatorio que debemos acometer tanto desde el sur como desde el norte global: salir del laberinto capitalista.
Notas:
[2] Récord de desigualdad en Estados Unidos en 2016: el 1% controla el 38,6% de la riqueza del país.
[3] En los Estados Unidos, 39% de los niños afroamericanos, 36% de los niños indios americanos y 32% de los niños hispanos vivían en 2013 en familias pobres, definidas como hogares con ingresos menores al nivel de pobreza establecido por la autoridad federal. El porcentaje para los niños blancos de ese país es del 13%, similar a los niños asiáticos.
[4] Para dimensionar el impacto de China basta indicar que este país, en tres años -2011, 2012, 2013- empleó 6.500 millones de toneladas de cemento, 1,5 veces más que lo utilizado por EEUU en todo el siglo XX
El autor es economista ecuatoriano. Profesor universitario. Exministro de Energía y Minas. Expresidente de la Asamblea Constituyente.
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