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Los efectos del dogmatismo I

Catastrofismo

Fuentes: Rebelión

RESUMEN: El dogmatismo ha decaído en la izquierda pero persiste en algunas corrientes de la ortodoxia trotskista. Reivindican el catastrofismo, sin registrar el contenido puramente valorativo que hacen de esa noción. Simplifican la crisis identificándola con la explosión y extrapolan las peculiaridades de la entre-guerra a cualquier situación. Asocian la tesis del derrumbe con la […]

RESUMEN: El dogmatismo ha decaído en la izquierda pero persiste en algunas corrientes de la ortodoxia trotskista. Reivindican el catastrofismo, sin registrar el contenido puramente valorativo que hacen de esa noción. Simplifican la crisis identificándola con la explosión y extrapolan las peculiaridades de la entre-guerra a cualquier situación. Asocian la tesis del derrumbe con la revolución, olvidando que fue la doctrina oficial de la social-democracia y del stalinismo. Postulan una visión estancacionista que sustituye el análisis concreto del capitalismo contemporáneo por denuncias obvias de su carácter destructivo.

La rígida contraposición catastrofista entre progreso del siglo XIX y decadencia posterior embellece los padecimientos del pasado y supone que desde 1914 no ocurrió nada relevante. Esta simplificación ignora la perdurabilidad de las reglas del capitalismo y desconoce la importancia de las conquistas de post-guerra que atropellada el neoliberalismo. Por otra parte, la presentación de una «crisis mundial» sin localización, ni temporalidad contradice el carácter necesariamente episódico de esas disrupciones.

Los catastrofistas no explican los mecanismos de la crisis. Mencionan la pauperización absoluta, sin notar que la reproducción del capital exige la expansión del consumo y que la conversión de asalariados en mendigos imposibilitaría el socialismo. Se encandilan con la hipertrofia de las finanzas, olvidando que la interpretación marxista jerarquiza la gravitación de la explotación en la esfera productiva. Realzan la sobreproducción sin definir sus causas y hablan de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, desconociendo que esa disminución opera a través de ciclos periódicos. Presentan, además, una visión naturalista de las leyes del capital, que recuerda el viejo objetivismo positivista e ignora la especificidad de las ciencias sociales.

El catastrofismo es cuestionado por una vertiente moderada que comparte muchas conclusiones del dogmatismo. Esa visión postula una teoría del capitalismo decadente, que atribuye solo a esta etapa contradicciones que son propias de cualquier período. Buscan un punto intermedio entre la aceptación y el rechazo de la teoría del colapso que les impide avanzar en la comprensión del capitalismo actual.

Los catastrofistas establecen una relación directa entre el derrumbe y la revolución social, desvalorizando la importancia de las condiciones propicias o adversas para esta acción. Su enfoque torna superfluas las tácticas y las estrategias socialistas. Ignoran, además, la llamativa autonomía del colapso económico que demostraron las victorias socialistas del siglo XX.

Los catastrofistas presentan escenarios políticos apocalípticos al aplicar indiscriminadamente categorías de la revolución, que fueron concebidas para situaciones muy específicas. Su expectativa en revoluciones inminentes precipitadas por catástrofes financieras es incompatible con el reconocimiento de las reformas sociales.

Los dogmáticos participan en la obtención de estos logros pero descalifican la posibilidad de sostenerlos, al estimar erróneamente que la era de esos avances está cerrada. Esta contradicción conduce a un divorcio entre discursos de derrumbe y prácticas sindical-reivindicativas.

LOS EFECTOS DEL DOGMATISMO I. CATASTROFISMO

Claudio Katz1

El dogmatismo es una deformación de la acción política que se manifiesta en la izquierda en repeticiones de fórmulas y calcos de modelos. El endiosamiento de la Unión Soviética y la copia de la experiencia china, vietnamita o cubana fueron los principales dogmas del siglo XX. Estas modalidades han desaparecido, pero el doctrinarismo perdura entre algunas corrientes trotskistas que construyeron su identidad en la disputa con el oficialismo comunista.

Las tesis de dos autores pertenecientes a una misma organización política –Pablo Rieznik y Luís Oviedo del Partido Obrero de Argentina- ilustran esta permanencia del dogmatismo, en caracterizaciones, posturas y estrategias. Su punto de partida es la defensa del catastrofismo como «alma del marxismo» y esencia de la revolución.

Reivindican explícitamente un término que habitualmente es identificado con la exageración o falta de seriedad. Ilustran su visión del capitalismo contemporáneo con numerosos ejemplos de quiebras industriales, bancarrotas financieras, gastos bélicos y desequilibrios fiscales. Atribuyen estos temblores al predominio del capital financiero sobre la inversión industrial y a la pauperización absoluta. Presentan esta visión como el fundamento insoslayable de un programa revolucionario y cuestionan duramente a los «desmoralizados vacilantes», que no compartimos esa interpretación2.

EL SIGNIFICADO DEL DERRUMBE

Los dogmáticos presentan muchos datos pero pocas justificaciones conceptuales de su reivindicación del catastrofismo. Le asignan a esta noción un contenido puramente valorativo y lo utilizan para describir las nefastas las consecuencias del capitalismo. Esta denuncia es muy acertada, pero no tiene sentido elaborar teorías sobre el «capitalismo espantoso, terrible o truculento».

Los doctrinarios exhiben abundantes citas de Marx que invocan autoridad, pero no sustituyen su falta de razonamientos. Introducen, además, un arma de doble filo, ya que del mismo autor se pueden extractar también elogios al capitalismo (por ejemplo en el Manifiesto Comunista), que no lo convierten en un apologista de la ganancia. Marx legó una teoría del funcionamiento y de la crisis de ese sistema, pero no de su catástrofe. Analizó las contradicciones que empujan periódicamente al capitalismo a severas depresiones y destacó que la irresolución de estos desplomes- en términos socialistas- genera nuevos ciclos de acumulación. Como estos ascensos preparan a su vez crisis más intensas, promovió la erradicación de este régimen, sin imaginar nunca el estallido final que sugieren los catastrofistas.

Marx explicó como las tendencias más explosivas del capitalismo estaban morigeradas por la acción de fuerzas opuestas (contra-tendencias) y distinguió el análisis puramente conceptual de este conflicto (tomo I de «El Capital») de sus manifestaciones concretas (tomo III). Dado que los catastrofistas extractan frases del primer texto tienden a moverse en un terreno de contradicciones genéricas.

La percepción de una catástrofe se insinuó ya en las últimas crisis del siglo XIX, pero se tornó corriente durante la depresión del 30 y la entre-guerra. Por eso el término derrumbe fue adoptado por los socialistas revolucionarios de esa época. Algunos historiadores han utilizado el mismo concepto para caracterizar el período 1915-45 como una «era de las catástrofes», diferenciada de la fase de previa de «optimismo» y de la «edad de oro» posterior3.

Esta clasificación resalta el sentido temporal de la noción en debate, al referirla a un período acotado. En cambio los catastrofistas extienden ilimitadamente su vigencia, como si la historia se hubiera detenido luego de la Primera Guerra mundial. Diluyen el sentido de esa etapa de colapso al ensanchar su duración. Repiten una deformación que afecta al concepto de crisis y que tiende a transformar lo excepcional en cotidiano. Nociones surgidas para explicar lo anormal quedan identificadas con lo habitual y pierden toda utilidad. Si la catástrofe gobierna al planeta en forma invariable desde hace 90 años, resulta imposible distinguir en qué se diferencia de una situación corriente.

Este vaciamiento del concepto contrasta con el significado preciso que presentaba a principio del siglo XX. En ese período, el teórico revisionista alemán Bernstein rechazó la asociación de la teoría marxista con alguna forma de derrumbe económico. Argumentó que la expansión de la clase media y la atenuación de los ciclos morigeraban los traumas del capitalismo, convirtiendo al ideal de justicia en la única justificación del proyecto socialista. Los dogmáticos estiman que cualquier crítica a su catastrofismo equivale a reproducir ese enfoque y recuerdan que esa discusión determinó la división entre revolucionarios y reformistas4.

Pero la acusación choca un severo escollo: el principal oponente de Bernstein fue Kaustky, otro social-demócrata que siguió el camino pro-capitalista inaugurado por su adversario. Se consideraba ortodoxo y recurrió al mismo arsenal de citas que actualmente utilizan los dogmáticos. Argumentó que el derrumbe era inevitable, pero postuló su regulación a través de la acción estatal. Esta postura demuestra que la afinidad con el catastrofismo no otorga patente de revolucionario.

La teoría del derrumbe se mantuvo como doctrina oficial de la II Internacional, a pesar del giro gradualista de esa organización. Algunos teóricos como Cunow desenvolvieron incluso una concepción totalmente evolucionista, sin renegar de la tesis del derrumbe. Esta compatibilidad quedó posteriormente confirmada con la incorporación de la teoría del colapso al programa oficial del stalinismo, bajo la inspiración del economista Yevgueni Varga.

Esa concepción fue adaptaba a las necesidades políticas del momento y en función de estos compromisos, el desmoronamiento del capitalismo podía ser ubicado en un punto próximo o lejano. Este multiuso del catastrofismo persiste hasta la actualidad. Como es una teoría abstracta e inconsistente puede ser acomodada a cualquier requerimiento.

EL ENIGMA DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS

La justificación catastrofista tradicional se apoyaba en una caracterización de estancamiento estructural del capitalismo, que expuso Trotsky a fines de los años 30. El dirigente de los soviets estimaba categóricamente que las fuerzas productivas «habían cesado de crecer». Este diagnóstico no es actualmente explicitado por sus dogmáticos sucesores. Resaltan la «destrucción» o el «bloqueo» de estos recursos, sin definir si el concepto original perdió o no validez5.

Esta confusión es importante porque tanto el bloqueo de las fuerzas productivas como su conversión en instrumentos destructivos forman parte de la naturaleza intrínseca de un sistema, basado en la explotación, la concurrencia y el beneficio. En cambio la tercera noción de freno alude a una coyuntura específica de depresión y no al funcionamiento corriente del capitalismo.

Trotsky diagnosticó esa parálisis en el clima legado por el crack del 29 y en las vísperas de la segunda guerra. Cometió el error de presentar ese dato como un rasgo incorporado a la lógica del capitalismo, en contradicción con su postura distante del catastrofismo. La tesis que elaboró en torno al desarrollo desigual y combinado presupone el funcionamiento dinámico del sistema, ya que observa la mixtura de modernidad y atraso en los países periféricos como resultado de una intensa competencia internacional por el beneficio. Esa coexistencia emerge porque la acumulación sucede periódicamente al estancamiento, en un marco de fluida integración de las economías dependientes al mercado mundial.

También el análisis que presentó Trotsky de la internacionalización creciente del capitalismo se apoyaba en un reconocimiento del dinamismo de este sistema. Su específica interpretación de las curvas del desarrollo de largo plazo -resultantes del desenlace de grandes guerras y revoluciones- es particularmente incompatible con cualquier esquema estancacionista.

Pero las observaciones sobre la parálisis de las fuerzas productivas que expuso sobre el final de su vida fueron transformadas en un estandarte del catastrofismo. Esta interpretación fue desarrollada en 1960-70 por los teóricos trotskistas ortodoxos afines a la corriente de Pierre Lambert, en oposición a las acertadas críticas que formuló Ernest Mandel6.

Los defensores del catastrofismo presentaban el freno de las fuerzas productivas como un dato invariable desde 1914. Omitían que la destrucción y desvalorización de esos recursos -como resultado de la depresión y las guerras- había recreado su expansión cíclica, junto a la recomposición de la tasa de ganancia y la ampliación de los mercados. Como todos los indicadores desmentían las tesis estancacionistas modificaron el significado del concepto fuerzas productivas. En lugar de expresar niveles de productividad, PBI, tecnología o consumo, esa noción quedó identificada con el «desarrollo del hombre». De esta forma desplazaron hacia campo filosófico el tratamiento de un tema nítidamente económico7.

Pero con este equivocado planteo intentaron al menos nutrir de algún fundamento, a la tesis que los dogmáticos actuales simplemente enuncian. Los catastrofistas del siglo XXI omiten cualquier referencia a ese argumento, dando a entender que nadie ha opinando sobre el tema desde 1940. Esta alergia a cualquier reflexión impide entender en qué se apoya su enfoque. Por un lado se resisten a reconocer que en los períodos de reactivación las fuerzas productivas se expanden, pero por otra parte tampoco reivindican la caracterización humanista de estos recursos como un parámetro de realización del individuo. No aceptan el curso fluctuante que adopta la evolución de las fuerzas productivas en función del ciclo económico y se limitan a ilustrar lo obvio: el carácter nefasto del capitalismo en cualquier terreno. Qué relación guarda esta conclusión con el augurio de catástrofe es una incógnita sin respuesta.

¿SOLO DOS ÉPOCAS?

Los dogmáticos recurren a vagas descripciones sobre el «progreso y la decadencia» del capitalismo, para eludir evaluaciones concretas del ascensos y caída de las fuerzas productivas. Contraponen la era de pujanza del siglo XIX con una etapa de regresión iniciada en 1914. Estiman que esa fecha marcó una divisoria de aguas que perdura hasta la actualidad, sin explicar como descubren esa misma decadencia en los textos previos de Marx8.

El contraste entre dos períodos históricos retoma una idea que postularon muchos marxistas de entre-guerra ¿Pero en la centuria posterior no ocurrió nada trascendente? ¿El capitalismo se mantuvo intacto desde esa fecha? El dogmático solo observa una «profundización de las tendencias de la época». No registra que este clásico contrapunto histórico solo tiene validez relativa. Indica acertadamente que las guerras, los genocidios, la explotación y la destrucción del medio ambiente se han multiplicado y que el capitalismo ha perdido capacidad espontánea de acumulación. El sistema necesita recurrir al creciente auxilio estatal para asegurar la continuidad de su reproducción. Pero ninguna de estas modificaciones elimina su sustento objetivo en la competencia por la ganancia, que se dirime en crecimiento, innovación y ampliación de los mercados.

Esta regla explica la continuidad de las crisis periódicas. Si el capitalismo pudiera frenar sus tendencias expansivas, también habría podido regular las reactivaciones, atemperando la sobreproducción. Esta imposibilidad diferencia a este régimen social de otros modos de producción -como el feudalismo o el esclavismo-que efectivamente padecieron estancamientos de largo plazo.

El contraste simplificado entre un período floreciente y otro decadente del capitalismo pierde de vista los rasgos del sistema, que han sido comunes a todas sus etapas. Al enfatizar esa separación se olvida que las reglas de funcionamiento expuestas por Marx perduran hasta la actualidad. En lugar de analizar estas normas, el dogmático recurre a una impugnación moral del presente, que embellece el pasado librecambista. La imagen del siglo XIX como un período floreciente olvida los terribles padecimientos populares de ese período. Es absurdo afirmar que los tormentos de un asalariado en la actualidad son superiores a los padecidos por sus antecesores.

El contraste entre una época de reformas sociales (1880- 1914) y otra de atropellos capitalistas (1914-1940) fue inicialmente establecida para distinguir la expansión de la social-democracia del ascenso del fascismo. Como el dogmático supone que el mundo quedó congelado luego de esas dos experiencias, no percibe que otra secuencia de avances sociales se registró durante el estado de bienestar (1950-70) y otra escalada de atropellos patronales se ha consumado desde el ascenso del neoliberalismo (1980-90).

Esta reiteración confirma que el capitalismo continúa incluyendo etapas de preeminencia de las mejoras populares y de las agresiones burguesas. Quiénes desconocen esta fluctuación -porque han decretado que en el «capitalismo decadente ya no hay reformas sociales»- no pueden reconocer el alcance de las conquistas sociales de post-guerra, ni comprender la reacción thatcherista posterior. Suponen que el capitalismo arremete sin pausa desde hace 90 años contra logros obtenidos a fines del siglo XIX.

Los catastrofistas demuestran poco interés por estudiar la dinámica del capitalismo contemporáneo, porque tienden a atribuir más relevancia a la esfera político-militar del sistema que a sus fundamentos económicos. Presentan descripciones que diluyen la lógica objetiva del capital y que contradicen sus propios augurios de catástrofe. Pero lo más común es la identificación de la decadencia con una «crisis mundial», que observan en todas las esferas del capitalismo9.

Esta imagen de disfunción permanente, sin fecha de inicio, puntos de agravamiento o momentos de distensión resulta particularmente indescifrable. Realza las tensiones contemporáneas, olvidando que la armonía nunca rigió la existencia del género humano. La crisis es siempre un momento de disrupción y nunca una fase perdurable. No puede constituir una «categoría del capitalismo en descomposición», porque solo existe en función de su par simétrico que es la estabilidad. Los catastrofistas dan rienda suelta a su imaginación para encontrar algún sostén conceptual de sus afirmaciones. En esta búsqueda, la invención nunca empalma con el rigor.

LOS MECANISMOS DE LA CRISIS

Todos los marxistas de entre-guerra sabían que el derrumbe es un concepto insuficiente para comprender la crisis capitalista. No permite ir más allá de la enunciación básica de las tensiones del sistema. Permite conocer las contradicciones que oponen a las fuerzas productivas con las relaciones de producción o al valor de uso con el valor de cambio, pero estas generalidades no aclaran los mecanismos de la crisis, que cada teórico atribuyó a fuerzas diferentes.

Kaustky priorizaba la pauperización absoluta, Lenin la supremacía del capital financiero, Luxemburg el subconsumo y Grossman la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Los catastrofistas contemporáneos parten de cero e ignoran esta montaña de trabajos. En lugar de analizar el derrumbe con alguna opinión sobre estos debates, recurren a simples datos periodísticos para ilustrar la miseria creciente o el parasitismo de las finanzas. Como eluden cualquier reflexión teórica, tampoco aclaran cuáles son los vínculos que relacionan entre sí a los distintos procesos que retratan.

Su identificación del capitalismo decadente con la pauperización absoluta ha sido reiteradamente refutada. No solo la teoría del salario de Marx es explícitamente opuesta a esta tesis, sino que además existen sobradas evidencias empíricas contra esa asociación. La polarización total entre riqueza y pobreza degrada por completo a los desocupados o a los precarizados, pero no a la masa de los asalariados, cuya reproducción exige compensaciones del esfuerzo laboral creciente. La propia reproducción del capital requiere, además, una expansión significativa del consumo.

En los países centrales el salario no decae en términos absolutos en el largo plazo, aunque retroceda en comparación a las ganancias o al ingreso total. Unicamente sobre los informales recae el tipo de exclusión, que podría asemejarse a la miseria creciente. Este rasgo se verifica también en la acumulación primitiva que procesan las economías periféricos y en todos los picos de las grandes depresiones. Pero la reproducción corriente genera -junto a la desigualdad de los ingresos- formas solo relativas de pauperización. Si la miseria creciente fuera una tendencia dominante convertiría a todos los asalariados en mendigos, imposibilitando el socialismo. Este colapso conduciría a la disgregación de los trabajadores como sujetos de la transformación anticapitalista10.

El catastrofista no vierte ninguna opinión sobre este tema y tampoco explica cuáles son las conexiones que establece entre la supremacía de los bancos y el derrumbe. Solo enfatiza la existencia de una gran autonomía de las finanzas, propagando la imagen fantasmal del capitalismo, que suscriben todos los encandilados por el universo del dinero. Estas miradas pierden de vista el basamento productivo de la acumulación, que ha sido siempre subrayada por los marxistas para explicar como funciona el sistema, a partir de la expropiación de plusvalía. Esta centralidad explica porque rigen leyes del capital en el ámbito productivo y no en la esfera monetaria. La especulación financiera es un proceso derivado y dependiente del valor generado por los asalariados y apropiado por los patrones.

El catastrofista desconoce estos principios básicos porque está deslumbrado con los vaivenes de la Bolsa. Sigue con atención todas las transacciones con bonos, acciones o títulos públicos, olvidando que estas operaciones son regidas en última instancia por expectativas de ganancias asentadas en la explotación de la fuerza de trabajo. Su deslumbramiento por el corto plazo financiero es congruente con su búsqueda de explosiones, pero no facilita ninguna comprensión de las contradicciones que caracterizan al capitalismo actual11.

En medio de un laberinto de tecnicismos financieros el catastrofista suele argumentar que la hipertrofia bancaria deriva de la «crisis de sobreproducción». Supone que con una escueta afirmación y algunas cifras de excedentes invendibles han dejado establecida la conexión productiva, que le permite cumplir con el credo marxista. Pero una frase al pasar no zanja ningún problema. La sobreproducción es tan solo una expresión de cualquier tipo de crisis capitalista. No define la intensidad de esa turbulencia, ni ilustra los mecanismos de su expansión. El dogmático constata como la producción ha desbordado al consumo en tal o cual sector, pero no explica causas o alcances de esa desproporción y tampoco aclara su relación con el derrumbe12.

Finalmente los teóricos del colapso mencionan con grandilocuentes calificativos otro cimiento posible de su concepción: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia13. Pero mantienen invariable su costumbre de ignorar medio de siglo de discusiones sobre el tema. En esos debates, varios autores intentaron correlacionar esa tendencia con un desemboque catastrófico.

Esa búsqueda incluyó definir en qué momento la continuidad de la acumulación quedaría imposibilitada, por extracciones de plusvalía menores a las requeridas para asegurar la reproducción del capital. Estos ensayos fallaron lógicamente y chocaron con evidencias de funcionamiento cíclico de la acumulación. El capitalismo no se degrada en picada hacia un desmoronamiento final, sino que subsiste a través de espirales de crecimiento y crisis convulsivas14. El dogmático no aprueba estas tesis en debate, ni rechaza las críticas. Simplemente se abstiene de opinar.

FATALISMO Y NATURALISMO

Los catastrofistas no aportan ninguna idea frente a controversias de varias décadas, en torno a la pauperización, las finanzas, la sobreproducción y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Sustituyen esta contribución por una catarata de calificativos, que le asignan al propio término de catástrofe infinitos significados. Utilizan esta palabra como sinónimo de recesión, sobre-inversión o burbuja financiera, como si fueran conceptos equivalentes15. Consideran que el significado de cada término tiene tan poca importancia como la preeminencia de una reactivación sobre la depresión. ¿Para qué detenerse en estas minucias, si todo puede resumirse en la sencilla enunciación de un colapso?

El uso de alguna categoría que permita evaluar etapas o coyunturas del sistema, le parece al dogmático propia de un reformista que actúa como «agrimensor del capital»16. Pero olvida que ese tipo de mediciones son indispensables para comprender el funcionamiento y la crisis del capitalismo. En todo caso, de esas estimaciones siempre pueden surgir hipótesis más incitante que el simple gusto por el oscurantismo.

La discusión que suscitó la teoría del derrumbe durante la entre-guerra no se redujo a temas económicos. Incluyó también un aspecto metodológico que cortó en forma transversal a todos los participantes de ese debate. Al definir el curso del capitalismo (teoría de la crisis) y su proyección política (reforma o revolución), varios autores expusieron su visión sobre la conexión entre los procesos objetivos y subjetivos que caracterizarían a una transformación anticapitalista.

Kaustky interpretaba este curso como un sendero inexorable, en gran medida independiente de la acción humana. Equiparaba las leyes del capitalismo con las fuerzas de la naturaleza y entendía que ese impulso conducía por sí mismo al socialismo. En frontal oposición a ese enfoque, Luxemburg resaltó la gravitación de la subjetividad, el papel de la huelga de masas y la importancia de la espontaneidad en la acción popular. Asignó un papel decisivo a la intervención revolucionaria de los oprimidos, contra la expectativa en un devenir socialista resultante de la auto-disolución del capital.

El trasfondo de esta diferencia era la reivindicación o crítica del naturalismo positivista que prevalecía en todos los esquemas analíticos de la II Internacional. Al revisar este debate surgen inmediatamente preguntas sobre la ubicación de los catastrofistas contemporáneos. ¿Son más afines al universo fatalista de Kaustky o están más próximos al determinismo histórico-social de Luxemburg?

Basta observar las caracterizaciones de los dogmáticos sobre la «naturaleza terminal del metabolismo capitalista» o sus pronósticos sobre la «marcha inevitable de la sociedad burguesa al desmoronamiento», para despejar cualquier duda sobre esta ubicación. Los catastrofistas actuales reproducen el enfoque objetivista de Kaustky, con una adición de elementos voluntaristas. Combinan el naturalismo de la vieja social-democracia con exaltaciones de la acción. El individuo es visto como una fuerza muy activa, pero solo en la materialización de un curso inexorable de la historia.

Los dogmáticos comparten la misma incapacidad positivista de su precursor, para distinguir las formas de la investigación que separan a las ciencias sociales de las ciencias naturales17. Desconocen que en el primer campo no existe una distancia cualitativa entre el sujeto y el objeto de análisis y que por esta razón el cientista social se encuentra directamente involucrado en las conclusiones que postula y en las recomendaciones que propone18. El dogmático ignora por completo esta diferencia.

EXAGERADOS Y MODERADOS

El apego de los catastrofistas por la exageración es muy conocido. Suelen identificar las tensiones del capitalismo con la implosión del sistema y asemejan cualquier recesión, desplome bursátil o quiebra bancaria con un inminente colapso. En sus caracterizaciones de la «crisis mundial» tratan las tensiones económicas de Argentina y Noruega o Ecuador y Suiza, como si fueran equivalentes. Siempre pronostican la inminencia de una explosión, sin detenerse a explicar porque falló su previsión anterior. Han diagnosticado tantas veces semejanzas con la depresión del 30, que ya no se sabe de qué acontecimiento están hablando19.

Estos exabruptos han desatado la crítica de autores que comparten muchas conclusiones del dogmatismo. Estos analistas rechazan la reivindicación del catastrofismo y ponen distancia con todos los excesos de una concepción, que no reúne requisitos mínimos de seriedad20. Estiman que el colapso coexiste con la estabilidad y retoman en parte la visión autocrítica de otro dirigente trotskista (Nahuel Moreno), que intentó sustituir el catastrofismo por una teoría del capitalismo decadente21.

Este enfoque se ubica en un punto intermedio. Reconoce la existencia de varios problemas, pero no encuentra la vía para resolverlos. Aunque percibe que el catastrofismo impide comprender la realidad, mantiene su fidelidad a los fundamentos de esta concepción. En los hechos, intenta erigir una teoría del capitalismo en declinación semejante a la postulada por los autores que cuestiona. Comparte el rígido criterio de división del capitalismo en dos épocas y avala todos los esquematismos que surgen de esa separación.

Los teóricos del capitalismo decadente suelen argumentar que en esta etapa se afianza la «incapacidad del sistema para resolver los problemas que ha generado su regresión»22. Pero es evidente que esta impotencia no es un dato novedoso del siglo XX, sino una contradicción generalizada de este modo de producción, en cualquiera de sus estadios. Este tipo de incapacidad se manifestaba especialmente en el pasado, en la incapacidad para atenuar el impacto de la competencia privada y se verifica en la actualidad, en la impotencia para contrarrestar los efectos de la intervención estatal.

Este enfoque busca también una opción intermedia en el plano teórico, entre el estancacionismo ortodoxo (Lambert) y su crítica (Mandel). Pero como ese lugar equidistante no existe, el resultado es una permanente indefinición frente a las grandes disyuntivas. Postulan un «ni» constante, ante cada problema significativo23.

Como temen deslizarse hacia un reformismo pecaminoso si cuestionan abiertamente las tesis del derrumbe, evitan tomar partido en todos los debates sobre los mecanismos de la crisis o la lógica del ciclo. Emiten un invariable mensaje a favor de «no exagerar» pero tampoco «capitular», sin notar que la economía es un terreno poco propio para tantas vacilaciones,

Esta indefinición les impide avanzar en su intento de la evaluación del capitalismo actual. En este terreno la consistencia de sus diagnósticos está socavada por la ausencia de nítidos criterios de análisis. Por un lado rechazan la imagen de crisis permanente que postula el catastrofismo, pero por otra parte tampoco aceptan las categorías de ciclos cortos, etapas cualitativamente diferenciadas, fases de crecimiento y depresión, que proponemos los críticos del dogmatismo.

Esta indefinición conduce al titubeo permanente. Las advertencias de cautela se suceden al momento de evaluar la coyuntura actual, con llamados a «no sobre-estimar» y no «subestimar» la crisis o la consistencia de la recuperación. Este punto medio constituye una ilusión. Sin adoptar una teoría marxista de la crisis resulta imposible avanzar en esa indagación24.

Esta indeterminación se refleja también en la suscripción de las acusaciones que propagan los teóricos del derrumbe25. Este aval confirma que no se puede ir muy lejos cuestionando formas y aceptando contenidos del catastrofismo.

«LA REVOLUCIÓN A LA VUELTA DE ESQUINA»

En tanto concepción económica el catastrofismo no suscita gran interés. Pero en la medida que constituye un aspecto del dogmatismo tiene significativas consecuencias políticas. Los teóricos del derrumbe establecen una relación directa entre el colapso que siempre avizoran y la revolución social. Resaltan los vínculos inmediatos que ligan a ambos procesos y estiman que el abandono de la tesis del colapso equivale a desertar del socialismo.

Consideran que Marx siempre actuó suponiendo que la «revolución estaba a la vuelta de la esquina…y podía acontecer en el instante siguiente». Estiman que aún «cuando estas expectativas no se cumplieron en los plazos del pronóstico original» legaron conclusiones «proféticas» para las generaciones posteriores. Subrayan que el catastrofismo permite preservar esta conducta contra las recurrentes caídas en la «desmoralización»26.

Pero es evidente que esta opinión incentiva más creencias que reflexiones. Solo convoca a preservar la fe en el estallido social que sucederá a la debacle. Aplicando este criterio, cualquier estrategia socialista parece superflua. Si alcanza con imaginar la proximidad de la revolución para actuar acertadamente: ¿Qué importancia tienen las condiciones de ascenso o de reflujo popular, las victorias o derrotas de la izquierda? ¿Para qué sirven las tácticas y políticas que guían la acción militante?

Marx razonaba de otra forma y por eso buscó ajustar su acción política al contexto que enfrentaba. Rechazó el putchismo de Blanqui y Bakunin que sustituían esa evaluación por el tipo de excitaciones que fascinan a los catastrofistas.

Los dogmáticos resaltan que la revolución se ha tornado inmediatamente factible, desde el momento que el capitalismo obstruye el desarrollo de las fuerzas productivas. Retoman esta idea de un conocido texto de Marx (Introducción a la crítica de la economía política). Suponen que un concepto de 1857 brinda suficiente sostén para anunciar la inminencia de la revolución en el 2007. Pero se olvidan del carácter genérico de esa observación, que el autor de «El Capital» formuló como indicación puramente abstracta. No incluía juicio alguno sobre la insurrección alemana de 1848, la lucha de los cartistas ingleses o las huelgas de los sindicalistas franceses. Solo aludía en términos analíticos a contradicciones objetivas del capitalismo, excluyendo cualquier consideración de la lucha de clases. Por esta razón menciona a la revolución como un proceso sin sujetos.

De ese señalamiento de Marx no surge ninguna relación conceptual, entre catástrofe y revolución. Extendiendo sus hábitos de la economía a la política, el dogmático no aporta ninguna demostración de sus afirmaciones.

La identidad que establece entre derrumbe e inminencia de la revolución choca, además, con la enorme autonomía que demostraron las victorias socialistas del siglo XX de cualquier colapso capitalista. La revolución rusa fue un resultado directo de la guerra y no de la depresión (que estalló posteriormente). Y otros hitos anticapitalistas se consumaron durante el comienzo (Yugoslavia, China) o la plenitud (Cuba, Vietnam) de la prosperidad general de post-guerra. Pero el doctrinario no puede registrar esta independencia relativa porque le ha quitado significado concreto a todos los problemas que enuncia.

SIMPLIFICACIONES Y EXTRAPOLACIONES

La revolución ha constituido en la última centuria un acontecimiento tan factible como excepcional. Nunca fue un dato cotidiano. Irrumpió en pocas oportunidades y no abarcó a todos los países. Cuándo Lenin caracterizó su época como un «período de guerras y revoluciones» se refería estrictamente a la etapa que describía (1914-22). Los dogmáticos convirtieron esta caracterización en un diagnóstico aplicable a cualquier momento y lugar de los ochenta años subsiguientes. También en esta extrapolación, la fe ha reemplazado a la reflexión.

El dirigente bolchevique nunca concibió a la revolución como un encuentro diario «a la vuelta de la esquina». Introdujo muchas categorías para evaluar la posibilidad, factibilidad o proximidad de ese acontecimiento. Jamás atribuyó el estallido a un genérico bloqueo de las fuerzas productivas. Desarrolló numerosos conceptos sobre etapas, situaciones, crisis y coyunturas revolucionarias. El contraste entre este rigor y el verbalismo catastrofista salta a la vista. El líder de octubre no abrumaba a sus lectores con la presentación de escenarios explosivos, ni con invariables retratos de la «crisis de poder», cuyo significado es tan cristalino como la «crisis mundial»27.

Los dogmáticos estiman que todas las luchas parciales se desenvuelven en un marco de catástrofes y guerras, que desembocan en disyuntiva de poder. Dónde, cómo, cuándo y de qué forma se desarrolla este tipo de secuencias es un misterio. Pero como la revolución está esperando a la «vuelta de la esquina», simplemente basta con poner manos a la obra para asegurar el fin del capitalismo. Al catastrofista no le provoca gran inquietud que jamás haya podido materializar sus creencias. Solo le preocupa arremeter contra los «pasatistas desmoralizados», que cuestionan su diagnóstico de incendios sin calendario, ni localización.

Con la misma liviandad que registran colapsos de regímenes políticos en cualquier rincón del planeta, los dogmáticos resaltan la presencia de «situaciones revolucionarias», a veces atemperadas con alguna sub-clasificación («pre- revolucionaria») o incluidas en «etapas» más genéricas pero del mismo signo.

En cualquier caso postulan que el estallido es más o menos inminente, sin tomar en cuenta el sentido que asignaban Lenin o Trotsky a todas las categorías vinculadas con la revolución. Inicialmente desarrollaron esos conceptos para resaltar la gravitación de la acción subjetiva contra el naturalismo fatalista de la II Internacional. Posteriormente adaptaron estas nociones al marco creado por la revolución rusa en el convulsivo contexto de entre-guerra. Siempre aludían a coyunturas específicas y no a decenios, ni geografías planetarias.

El abuso dogmático más común afecta a la noción de «situación revolucionaria», que Lenin originalmente asoció a tres rasgos: crisis de las clases dominantes, agravamiento de la miseria de las masas e intensificación de la resistencia popular. Posteriormente sintetizó esta idea en la conocida fórmula de «los de abajo ya no quieren» y los de arriba ya no pueden» seguir viviendo como en el pasado. Estas caracterizaciones aludían a momentos nacionales concretos, tomaban en cuenta la correlación de las fuerzas y no pretendían ilustrar el estado general del capitalismo. Guardan muy poca afinidad con las generalizaciones doctrinarias sobre la impotencia de los dominadores y la insurgencia de los dominados.

También Trotsky le asignaba al concepto «situación revolucionaria» un alcance específico, referido al desenvolvimiento potencial de la crisis en ciertos países (Gran Bretaña en 1931) o al papel decisivo que podrían jugar los partidos proletarios en grandes confrontaciones (1940). Mantenía una cautela, que no han heredado sus ortodoxos seguidores a la hora de aplicar a ese concepto a variadas coyuntura.

Los dogmáticos transmiten un grado irritación verbal que contrasta con la moderación de caracterizaciones, que predominó entre los líderes que condujeron revoluciones en las últimas décadas. Los dirigentes chinos, vietnamitas o cubanos de estos triunfos no se excedieron en la evaluación de la coyuntura capitalista y habitualmente evitaron las proclamas de colapso. Quizás por esta razón pudieron ajustar sus definiciones al curso de una lucha real. Por el contrario el catastrofismo conduce a un divorcio constante entre proclamas majestuosas y prácticas cautelosas.

REFORMAS Y CONQUISTAS

Quién espera una revolución inminente precipitada por catástrofes financieras no debe lógicamente apostar mucho a la obtención de reformas sociales significativas. Es obvio que si el capitalismo afronta una agonía final, no está en condiciones de otorgar ese tipo de concesiones. Los catastrofistas no asumen esta consecuencia de su enfoque. Eluden el problema con frases ambiguas, que resaltan la creciente necesidad de logros mínimos, pero sin no aclarar si resulta posible obtenerlos28.

Interpretan que su amalgama de escenarios terminales y planteos mínimos constituye una aplicación del Programa de Transición que desarrolló Trotsky en 193829. En ese texto el líder soviético buscaba establecer mediaciones entre las demandas mínimas, el nivel de conciencia de los oprimidos y el desenvolvimiento ininterrumpido de la revolución. Con estos puentes intentaba a favorecer la maduración política socialista de los trabajadores.

Los dogmáticos recitan literalmente esas mismas fórmulas, olvidando que fueron escritas hace 80 años en condiciones económicas (secuela de la depresión), militares (preparación de la conflagración mundial) y políticas (autoridad entre las masas de la Unión Soviética), muy diferentes al contexto actual. En lugar de recoger la metodología de esa plataforma – basada en buscar puentes entre las expectativas de los explotados y el proyecto socialista- reiteran los planteos expuestos a mitad del siglo pasado. Prescinden de lo perdurable y resaltan lo coyuntural.

La concepción dogmática conduce a desvalorizar las conquistas mínimas. Supone que estas mejoras pueden lograrse pero no preservarse. Es evidente que si se identifica el escenario actual con el vigente en la pre-guerra, el espacio para mantener los avances populares es muy reducido.

Esta descalificación es también consecuencia de la atadura al principio de dos etapas invariables del capitalismo. Si se supone que las reformas sociales fueron un rasgo excluyente del siglo XIX -y han quedado por lo tanto vedadas desde 1914- es lógico descartar su viabilidad contemporánea.

Los catastrofistas se irritan frente al señalamiento de esta contradicción que apuntamos en un texto anterior30. Resaltan su defensa de las reivindicaciones básicas e ilustran como su acción militante contribuyó al logro de varias demandas (reducción de la jornada laboral, aumento de salarios, etc). Pero como ese compromiso nunca estuvo en debate, esas menciones están fuera de lugar.

Lo que se discute no es la voluntad de lucha, sino la incongruencia de la tesis del derrumbe con la factibilidad de sostener logros mínimos. Son dos problemas completamente distintos y la polémica gira en torno al contrasentido de postular en forma consecuente la inminencia del colapso, aceptando al mismo tiempo la viabilidad de las reformas. Con la mirada catastrofista se debe suponer que estos avances constituirían a lo sumo, un episodio irrelevante de la disyuntiva que opone a la revolución socialista con la barbarie capitalista.

Nadie puede sostener con sensatez que la «era de las reformas está agotada» y que la obtención de las mejoras sociales es factible. Ambas tesis son inconciliables y resulta necesario optar por una u otra. Si se elude esta definición, el resultado es la típica fractura entre el discurso y la práctica. Con la acción sindical se consiguen, por un lado, las conquistas mínimas (totalmente plausibles). Y con la retórica dogmática se afirma, por otra parte, que esas victorias forman parte de una lucha más o menos próxima por el poder.

El resultado de esta inconsistencia es la presencia conjunta de discursos catastrofistas y prácticas reivindicativas. Las alusiones al colapso conviven con la cotidianeidad reformista, sin causarle al dogmático ninguna molestia. Con frases altisonantes se defiende una lucha básica, imaginando que en estas batallas se juega la insurrección comunista. Bastaría con aceptar que estas acciones constituyen experiencias preparatorias de futuras confrontaciones más significativas con el capital, para evitar tantos contrasentidos. Pero este reconocimiento afectaría un dogma tan inútil, como venerado.

4-10-07

1Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz Allí figuran todos los textos citados del autor.

2 Rieznik Pablo. «En defensa del catastrofismo. Miseria de la economía de izquierda». En defensa del marxismo, n 34, 19-10-06.

3Hobsbawn Eric. Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires 1998 (Introducción, cap 7).

4

 «Katz repite de un modo casi literal a Eduard Bernstein,..(pero) no tiene agallas para presentar sus disquisiciones en el marco de la tradición bernsteiniana…. Haría el ridículo, (ya que) ningún sociólogo de la pseudo-izquierda se atreve en la actualidad a pretender una actualización de (esa) teoría». Rieznik En defensa

5 «El capitalismo está condenado a descomponerse… cuando tiende a convertir el desarrollo de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas». Rieznik Pablo. «Trabajo productivo, trabajo improductivo y descomposición capitalista». En defensa del Marxismo n 21, agosto-octubre 1998. «El viejo régimen no desaparece si no se ha transformado en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas». Rieznik En defensa. Las «fuerzas productivas alcanzaron tal grado de desarrollo, que ya no pueden coexistir con el capitalismo, sin producir una catástrofe permanente». Oviedo Luís. «Socialismo o barbarie: la guerra imperialista y la crisis mundial». En defensa del Marxismo n 30, abril 2003.

6Hemos expuesto nuestra visión de esa discusión en: Katz Claudio. «Ernest Mandel y la teoría de las ondas largas». Razón y Revolución n 7, verano 2001, Buenos Aires.

7 Esta visión presentó: Fougeyrollas Pierre. Ciencias sociales y marxismo (cap 15 a 18) Fondo de Cultura Económica, México, 1981.

8 A fines del siglo XX rigió «la etapa culminante de la civilización capitalista… Fue el período en que el sistema consumó… el apogeo de su misión histórica… Posteriormente se afianzó un momento histórico totalmente diferente… de catástrofes sociales y económicas e… inversión completa de la curva de los progresos de las masas». Rieznik En defensa

9 «La situación internacional (está) dominada por la crisis mundial, que es una categoría histórica específica, referida al momento en que la descomposición del capitalismo como sistema mundial adquiere la forma de crisis políticas (y) de crisis revolucionarias… que engloban un proceso único» Oviedo Luís. «El carácter de la situación mundial». En defensa del Marxismo n 15, septiembre de 1996. Varios ejemplos de estos impactos presenta: Rieznik Pablo. El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo, Biblos, Buenos Aires 2005 (Pag 66-67)

10 Hemos expuesto este problema en Katz Claudio. «Sweezy: los problemas del estancacionismo». Taller. Revista de sociedad, cultura y política, vol 5, n 15, abril 2001, Buenos Aires.

11 Hemos desarrollado este tema en Katz Claudio. «Enigmas contemporáneos de las finanzas y la moneda». Revista Ciclos, n 23, 1er semestre 2002, Buenos Aires

12 Hemos analizado los problemas de la teoría marxista de la sobreproducción en: Katz Claudio. «La teoría de la crisis en el nuevo debate Brenner». Cuadernos del Sur, año 17, n 31, abril 2001, Buenos Aires

13 «La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es la prueba de la tendencia al derrumbe, al colapso y a la descomposición capitalista… Es una demostración práctica del retroceso civilizatorio. de una época de crisis terminal…Este es el significado profundo de la ley». Rieznik Pablo. Las formas del trabajo y la historia. Biblios, Buenos Aires, 2003 (pag 98-99). «La base de la crisis mundial es la incapacidad del capitalismo para contrarrestar la tendencia declinante de la tasa de beneficio». Oviedo Luís. «El carácter de la situación mundial». En defensa del Marxismo n 15, septiembre de 1996.

14 Hemos expuesto este tema en: Katz Claudio «Una interpretación contemporánea de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia». Herramienta n 13, invierno 2000, Buenos Aires

15 «A Katz… el catastrofismo se le ha metido por la ventana… en sus pronósticos puramente empíricos de aterrizaje fuerte (recesión)… burbuja de financiera… sobre-inversiones». Oviedo Luís. «Bienvenido al catastrofismo». Prensa Obrera, n 1009, septiembre 2007.

16 «Katz se preocupa por mensurar las crisis, como un especie de contador que estima cuánto falta para el siempre inalcanzable porvenir del socialismo. (Está)… preocupado por explicar siempre por qué el capitalismo se mantiene en pie». Rieznik En defensa

17

 «El conocimiento científico como tal…vale para las ciencias duras como para la propia ciencia social… Contra lo que pretenden muchos metodólogos no revisten diferencia alguna» -Rieznik Pablo. Marxismo y sociedad, Eudeba, Buenos Airees, 2000. (pag 40). «Quién dice que en el ámbito de la sociedad y de las ciencias sociales… no puede regir las leyes exactas, perfectas y armoniosas del mundo natural es porque no sabe nada de la ciencia exacta y natural…. Como va a estar mal naturalizar la ciencia social si de carne somos, si venimos de las ratas… Afirmar que no se debe naturalizar la ciencia social… es simplemente una tontería desde el punto de vista conceptual». Rieznik Pablo. El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo, Biblos, Buenos Aires 2005 (Pgs 54-55). Esta visión explica también, porque condimenta su visión del derrumbe económico-social con tantas referencias a «la ciencia moderna de la catástrofe» o la «matemática de la calidad». Rieznik, Defensa

18Analizamos este tema en. Katz Claudio. «El desafío crítico a los economistas ortodoxos». Kabái, n 10, junio 2002, Universidad Nacional de Colombia, Medellín.

19 Un ejemplo de este tipo análisis ofrece: Rieznik Pablo. «Bancarrota económica, disolución social y rebelión popular». Razón y Revolución n 9, otoño de 2002.

20Estos cuestionamientos plantean: Mercadante Esteban, Noda Martín. «Entre el escepticismo y la catástrofe inminente». Lucha de clases, n 7, 2007, Buenos Aires

21«Hemos tenido una concepción catastrofista… la idea era que el capitalismo se dirigía a una crisis sin salida por sus leyes intrínsecas. Hemos compartido esta concepción hasta el punto de caer en un criterio milenarista y esta concepción siguió vigente hasta hace poco entre nosotros…pero el tiempo ha demostrado que no existe una ley por la cual llega inexorablemente la catástrofe. Lo que existe es un dilema de socialismo o barbarie (que)… ya se anuncia con esclavitud en campos de concentración nazis. Hace veinte años en todos los países aumenta el hambre y la miseria». Moreno Nahuel. Conversaciones Antídoto, Buenos Aires 1986.

22 Ticktin Hillel. «Trotsky: el más dialéctico de los pensadores». Estrategia internacional n 16, invierno 2000, Buenos Aires.

23Esa equidistancia teórica intenta: Albamonte Emilio, Romando Manolo. «Trotsky y Gramsci». Estrategia Internacional n 19, enero 2002.

24 En nuestro enfoque partimos de una teoría multi-causal de las crisis para distinguir las etapas de funcionamiento diferenciado del capitalismo y fases de prosperidad o depresión de largo plazo. Katz Claudio. «Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis». Ensayos de Economía, n 22, septiembre 2003, Medellín.

25«Katz propone un socialismo sin revolución…desarrolla concepciones gradualistas… propicia un enfoque reformista (a lo Sombart) y… reflexiona como agrimensor del capital». Mercadante Noda. Entre el escepticismo

26 Rieznik En defensa

27 El catastrofista describe siempre colapsos simultáneos con imágenes variadas. Un ejemplo entre tantos: «La guerra contra Irak tiene lugar en un marco de crisis histórica de la dominación social del capitalismo…crisis financieras… bancarrotas capitalistas (y)… quiebra de regímenes políticos. Oviedo Luís. Socialismo o barbarie: la guerra imperialista y la crisis mundial. En defensa del Marxismo n 30, abril 2003

28 «Esas reivindicaciones no están determinadas, como ocurre con Katz, por la posibilidad del capital, sino por las necesidades de las masas. La catástrofe del capital no cancela la lucha reivindicativa, sino que la potencia y en última instancia la convierte en revolucionaria». Rieznik En defensa

29 «El Programa de Transición.…Este es el camino de la historia, el de la catástrofe a la revolución, el camino inverso es el de Katz y sus amigos». Rieznik En defensa

30

»Katz naturalmente miente… en el texto en cuestión». Katz Claudio. «Pasado y presente del reformismo». Herramienta n 32, Buenos Aires, junio 2006.