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«Cautiverio feliz»

Fuentes: Fortín Mapocho

  Para Nelson Villagra, actor, Premio Municipal de Arte [Santiago y Chillán], ‘el valor de primera fuente que contiene ‘Cautiverio Feliz’ me ha inducido a destacar varios fragmentos del libro que reafirman la idea que el ‘problema mapuche’, no es asunto de loables acomodos, comisiones, informes, etc. O se toma el toro por las astas […]

 
Para Nelson Villagra, actor, Premio Municipal de Arte [Santiago y Chillán], ‘el valor de primera fuente que contiene ‘Cautiverio Feliz’ me ha inducido a destacar varios fragmentos del libro que reafirman la idea que el ‘problema mapuche’, no es asunto de loables acomodos, comisiones, informes, etc. O se toma el toro por las astas o los primeros 200 años de República se oscurecerán aún más en la región de la Araucanía’.

Con esa intención Villagra comenta las memorias de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, joven soldado español cautivo de los mapuches en el siglo XVII. El gobierno de Michelle Bachelet, sigue la tradición ya secular de los gobiernos de la república, de mirar hacia el lado cuando se trata de cumplir tratados, ejercer la justicia e incorporar definitivamente la nación mapuche y de los demás pueblos originarios del territorio chileno a la república. Junto al escrito del hombre de teatro publicamos en esta edición de Fortín Mapocho la carta de Patricia Troncoso dirigida al pueblo de Chile.

«…Habéis de saber, capitán [dijo el cacique], que cuando entraron los españoles a nuestras tierras, con facilidad y gusto se sujetaron nuestros antepasados a ellos, porque naturalmente nos lleva los corazones y el afecto el traje y la bizarría de los huincas, a quienes servíamos a los principios con amor y buena voluntad;…»

Quien haya leído «Cautiverio Feliz», verdaderas memorias de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, joven soldado español cautivo más de 8 meses entre los mapuches durante el periodo de mayor resistencia [S. XVII] que los indígenas hicieron en contra de la Conquista española en Chile, quien haya leído ese libro, digo, le es fácil concluir que la tal Conquista, revestida de gesta civilizadora y evangelizadora se transformó en una guerra de usurpación y pillaje, sobre todo durante el S. XVII. Usurpación y pillaje que no ha terminado durante 500 años, encubierto como siempre en artilugios «legales».

En fin, este libro que he vuelto a releer a propósito de las graves noticias que llegan desde la Araucanía, es además de un testimonio histórico, un testimonio de humanidad, de interrelaciones humanas, un testimonio de grandezas y de miserias. Y sobre todo, el libro testimonia que es posible convivir en paz si se respetan los derechos ancestrales de los pueblos y/o naciones.

En «Cautiverio Feliz» han buceado historiadores, poetas, psicólogos, sociólogos, antropólogos, etc., y nosotros, los simples mortales. Verdaderamente el libro es además casi una novela. Esto último lo impiden las excesivas citas que Núñez de Pineda y Bascuñán – aunque hay novelas y novelas – introduce a su testimonio. Porque claro, Francisco también quiso testimoniarnos su amplio conocimiento histórico además del de los pensadores conocidos en la época, que los jesuitas en Chillán del S. XVII incentivaron en el joven Francisco.

Sin embargo, el valor de primera fuente que contiene «Cautiverio…» me ha inducido a destacar varios fragmentos del libro que reafirman la idea que el «problema mapuche», no es asunto de loables acomodos, comisiones, informes, etc. O se toma el toro por las astas o los primeros 200 años de República se oscurecerán aún más en la región de la Araucanía.

Francisco Núñez, entre otros, recoge el relato que le hace un viejo cacique:

«Principiaron a poco tiempo a llevar nuestras mujeres, nuestras hijas y muchachos a sus casas las señoras, para servirse de ellas y de ellos, como de nosotros lo hacían; y esto fue lo que nos empezó a desabrir, que parece que sólo cuidaban de menoscabar y consumir nuestra nación, no dándonos de comer, teniéndonos en un ordinario trabajo de las minas, dejándonos morir en ellas, sin asistencia de nuestras mujeres, sin el consuelo de nuestros hijos, y sin el regalo de nuestras casas; los continuos y lamentables robos de nuestras reducciones, llevándonos los hijos y las hijas con violencia, vendiéndolas por esclavas de secreto; la crueldad tan feroz de las mujeres, que a sus criadas las quemaban vivas y dentro de sus aposentos las enterraban, después de haber hecho con ellas mil anatomías; la libertad con que se servían de nuestras hijas y mujeres, hasta forzarlas los hombres a vista de sus padres y de sus madres, y aun de sus maridos; y otras cosas más que pudiera referiros…»

Reflexiona Francisco [en la época de su cautiverio por los alrededores de Nueva Imperial, tenía 22 años, sin embargo el libro lo escribe cuando ya tenía 66, luego de 40 años en la guerra]:

«…Pues, ¿qué paz pueden dar estos indios bárbaros si experimentan cada día y han experimentado las traiciones y engañosos tratos que tengo referidos? Los príncipes avaros y codiciosos ministros no buscan la paz ni la quietud del reino, porque son allegados y ejecutores del príncipe de las discordias, quien los gobierna y rije por apoderarse de ellos, tomando por instrumento la esclavitud de esta desdichada nación. Pues, ¿cómo no ha de ser esta guerra perpetua y inacabable?, ¿y cómo no ha de acabar y consumir Chile?…»

De acuerdo al testimonio de Pineda y Bascuñán no se puede por menos de concluir que las guerras son una catástrofe, que de paso incitan la corrupción. Y en el S. XVII ya se había impuesto la misma táctica y estilo de los triunfadores de hoy en Chile: «saber pegarse a la teta». Se lamenta Francisco:

«…Y ya que el miserable soldado, continuo y asistente en esta guerra, que ha servido a S. M. 20 y 30 años con hambres, desnudeces y varios infortunios, no tiene más premio ni más galardón que lamentarse triste y dolerse desgraciado, por considerar y ver al otro, o a los otros que apenas pusieron los pies en tierra cuando se llevan la encomienda y el mejor oficio por recomendados de algunos dependientes, por hermanos de oidores y deudos consejeros, y lo más en estos tiempos, porque tuvieron dineros con que solicitarlos; …»

Luego de leer ese párrafo hay que restregarse los ojos, porque leyéndolo pareciera que en Chile en cuanto a su estructura social y a sus métodos del reparto de riquezas, la historia se hubiera congelado desde aquellos tiempos.

Verdaderamente es recomendable la relectura para quienes hoy tienen la sartén por el mango en Chile. Y más aún para quienes tienen el deber de resolver radicalmente el estatus de nuestros pueblos originarios. Mientras tanto les entrego un fragmento más de «Cautiverio Feliz», con los sinceros deseos que no volvamos a los vergonzosos y luctuosos años de la «pacificación de la Araucanía». Un viejo cacique evalúa el momento que vivían los mapuches hacia 1630:

«…Después que cojimos las armas en las manos y nos opusimos al rigor insano de estas fieras [los conquistadores], ¿qué fue el galardón y premio que alcanzamos? ¿Qué la victoria honrosa que tuvimos? Yo os lo diré en breves razones [dijo el viejo]: destruimos y abrasamos las ciudades de Valdivia, la de Osorno, Villarrica, Engol y las demás que nos oprimían, y desembarazamos de enemigos tiranos de nuestras tierras; la pesada carga que nos aflijía y atormentaba, echamos de nosotros; y de un cautiverio penoso nos libramos; con cuya resolución más que atrevida gozamos, libres hoy: de nuestras mujeres, y asistentes tenemos nuestros hijos, y en nuestras casas vivimos consolados. Este es el trueque y cambio que hicieron nuestras manos, esta la diferencia que tenemos, y pues son nuestras conveniencias conocidas después que manejamos nuestras armas, ninguno se sujete a servidumbre, y aunque no quede más que un indio solamente, muera en su tierra con la lanza y la flecha en sus manos….»

También hay flores para el capitán general Pedro de Valdivia. Otro anciano le cuenta a Francisco:

«… que no me acuerdo haberle conocido [a Pedro de Valdivia], mas de tan solamente por el nombre que entre los españoles y los indios era mui nombrado: tenía grande opinión de cudicioso y avariento, y entre las reparticiones que hizo de las regües, que son parcialidades, se quedó con cinco o seis de las más opulentas de indios y de minas de oro conocidas, por cuya causa cargó la mano en los tributos, que fueron intolerables…»

Pese a las injusticias que relata el libro, también sus páginas describen costumbres, gestos de amistad, convivencia cotidiana, ceremonias, en fin, contenidos que convierten a «Cautiverio Feliz» en uno de los libros más interesantes y singulares de nuestra literatura histórica. Pienso que para nosotros «los huincas», este libro es lectura obligada.

Razón tenía mi amigo Merardo [Q.E.P.D.], quien además de aprender a leer estudiando en la Biblia, leyó seguramente «Cautiverio Feliz». Refiriéndose a episodios de la Conquista, escribió Merardo:

«Total, se hizo una enmienda
y se escribió en el reverso
que para ser converso
había que soltar prenda,
es decir, toda la hacienda.
Las leyes fueron dictadas
y se impusieron a espada.
Así se echaron al buche
la tierra de los mapuches
hasta dejarlos sin nada.

Trescientos años lucharon
los mapuches y huilliches
y el mismo Ercilla lo dice
que nunca aquellos cejaron,
y con su arrojo admiraron
a todos los capitanes
que ya, con los musulmanes,
sabían lo que es valiente,
de modo que en esta gente
reconocieron sus pares».