El centro para menores Antuhué se encuentra al interior de la cordillera de la Costa, a los pies de un cerro que cada invierno se cubre de nieve. En su interior hay cuatro casas, donde viven 64 jóvenes segregados de acuerdo a su peligrosidad. Los rodea una guardia perimetral con gendarmes armados. La mayoría de […]
El centro para menores Antuhué se encuentra al interior de la cordillera de la Costa, a los pies de un cerro que cada invierno se cubre de nieve. En su interior hay cuatro casas, donde viven 64 jóvenes segregados de acuerdo a su peligrosidad. Los rodea una guardia perimetral con gendarmes armados.
La mayoría de los chicos son de Santiago, y cuando sus padres los van a ver, los días de visita, deben viajar 90 kilómetros hasta un cruce carretero cercano a Graneros y luego internarse 10 minutos por un camino de tierra sinuoso, sin ninguna construcción en kilómetros a la redonda. Cuando al final aparece Antuhué con sus garitas de vigilancia y sus alambres de púa, impresiona por su aislamiento.
Por dentro Antuhué tiene el aspecto de llevar varias décadas funcionando. Las lámparas de los pasillos están quebradas y con los cables al aire. Los techos de latón están rajados en varias partes y abollados. Los baños son simplemente dantescos: en uno, los inodoros no tienen separaciones y los jóvenes los usan ante la vista de todos. Las tasas están quebradas y los restos de loza se esparcen por todo el lugar. El piso de otro baño está cubierto de orina y el olor es insoportable.
En el sector administrativo, hay una puerta echa pedazos y un educador explica que los menores rompen las instalaciones para fabricar armas.
Hace sólo tres años, este centro estaba nuevo, impecable. Pero con una velocidad pasmosa Antuhué ha adoptado la violencia y la lógica de cualquier penal de adultos.
-En varios casos el centro presenta daños grave. Para arreglarlo requiere de una inversión mayor -dice hoy escuetamente el Seremi de Justicia, Abelardo Meza, quien hace un mes visitó el Antuhué y fue testigo del deterioro que presenta.
Los funcionarios que trabajan ahí están alarmados también por «las condiciones de convivencia». El viernes 6 de mayo, por ejemplo, un allanamiento a las habitaciones de los menores permitió incautar gran cantidad de «puntas» y «platinas»: armas que los jóvenes fabrican para pelear entre ellos. Las puntas se usan una en cada mano. La más corta sirve para bloquear el ataque. La más larga es para atravesar al rival.
-Atacan directo a los pulmones -señala un funcionario del centro. Agrega que «los enfrentamientos por el poder entre los jóvenes son feroces» y en muchas ocasiones deben ser derivados al Hospital de Graneros para curarlos.
Cuando fue inaugurado en 2003, el Sename lo anunció como un recinto modelo para la rehabilitación de menores. Tras visitar el centro en tres ocasiones The Clinic pudo comprobar que de esa promesa no queda absolutamente nada.
LAS SEÑORAS Y LOS MOZOS
En uno de los baños del centro Antuhué alguien escribió «Al Jaime se lo culea el Francisco». Lo que en otros lados usualmente es una broma aquí es una de las formas que tienen los educadores de enterarse de los abusos que ocurren entre los jóvenes a su cargo.
Buena parte de esos abusos están registrados en los «libros de novedades» donde los educadores anotan los principales acontecimientos de cada día. La revisión de esos documentos muestra un panorama feroz.
El 3 febrero de este año un educador escribió que en una habitación descubrió a cinco chicos tratando de violar a otro. La denuncia dio pie a un sumario que aún no concluye.
El 26 de febrero otro educador anotó que había encontrado a un joven desnudo «intimidado y con magulladuras en la espalda».
Más grave es el caso de L.A. En 2003 fue violado al interior de la Casa 1, donde viven los menores de mayor peligrosidad. El chico hizo la denuncia cuando fue sorprendido apaleando a uno de sus agresores. Hoy, explica un educador, L.A. es parte de los menores que actúan como mujeres para el resto de los internos. En la jerga juvenil se los conoce como «los huecos» o «las señoras» y hay una decena de ellos en Antuhué. Usan ropa ajustada y hablan con un tono marcadamente femenino.
-Ni siquiera se puede hablar de homosexualidad. Son conductas provocadas por el régimen carcelario- explica un funcionario del centro. Agrega que muchos chicos adoptan este rol para evitar ser golpeados y para tener protección de los más fuertes.
Durante el 2004, el libro de la Casa 2, registró que dos chicos dormían en la misma habitación y con las camas unidas. En múltiples ocasiones fueron sorprendidos dándose besos. Eran pareja. Uno era «el hombre», el que la llevaba, el que por su violencia podría someter a otro. El otro era su «señora».
En febrero de este año los libros registraron que, al parecer, otro de los menores más violentos se encontraba «formando» a una señora. Lo golpeaba repetidas veces y lo obligaba a obedecer sus órdenes. «Lo maltrata.» señala el libro.
Pero ser «señora» no es lo peor en Antuhué. En la parte más baja de la jerarquía social que se ha formado en el centro están «Los mozos», los niños más débiles. Estos son abusados constantemente, incluso por las «señoras» Hacen las camas, les abrochan los zapatos a los menores más fuertes, cocinan y ceden su comida.
Los educadores explican que no pueden hacer más. Que la cantidad de menores hace que ellos vivan prácticamente según su propia ley. Pero Antuhué no está hacinado. Según la norma nacional, se considera bueno que haya un funcionario por cada 16 menores. Y en Antuhué el promedio es de 12 chicos por educador.
¿Qué pasa en Antuhué?
AQUÍ MANDO YO
El centro está dividido en cuatro casas autónomas, donde los menores se distribuyen según su peligrosidad. En las casas 1 y 2 viven chicos acusados de robos y asesinatos y son, por lejos, los más conflictivos del centro. En la Casa 3 conviven menores acusados de violaciones y chicos que han llegado por delitos de drogas. En la Casa 4 -donde funciona un Centro de Observación y Diagnóstico- permanecen los jóvenes que aún no tienen destino judicial. En ese lugar se mezclan delitos tan distintos como robos, violaciones y asesinatos.
En Antuhué hay otras dos casas que permitirían distribuir mejor a la población, evitando mezclas de delitos. Pero esas dos casas han sido desmanteladas para que las restantes sigan funcionando.
-Es que no llega dinero para hacer reparaciones y se funciona con lo que se tiene -señala un funcionario del centro.
La norma interna indica que los jóvenes no deben salir de sus casas sin una expresa autorización. Pero los menores que la llevan no están para cumplir las normas.
Un joven que debiera estar en un taller de nivelación se pasea gritando. No tiene más de 15 años y está profundamente molesto. Se niega a volver a su lugar y en un instante se acerca decidido a un funcionario.
-¿Qué te pasa chuchetumare? ¿Creís que te tengo miedo? Aquí mando yo -le dice mostrando la dentadura, a un centímetro del rostro. El adulto se queda inmóvil. Permanecen así unos segundos hasta que el menor sonríe y retrocede. Luego se pierde por un pasillo.
Los desbordes son frecuentes y no siempre terminan sólo en la amenaza.
Cada semana hay por lo menos un motín que termina con la intervención de gendarmería y con heridos para ambos bandos. El libro de novedades registra que el viernes 6 de mayo «después de una serie de desmanes de parte de algunos jóvenes, el centro comenzó a vivir una larga y angustiante jornada de violencia y destrozo». Cuchillo en mano, los jóvenes redujeron a un educador, «destrozaron las instalaciones» y subieron al techo del centro para prenderle fuego junto a colchones y frazadas. Luego tomaron a un menor de rehén y comenzaron con una serie de exigencias. Se mantuvieron ahí por más de ocho horas.
El registro nacional de Sename señala que el Antuhué es el centro con mayor índice de siniestralidad de todo Chile. Sus empleados son los que han sufrido mayor cantidad de accidentes del trabajo «producto de las labores propias del centro».
-En lo que va del año tenemos a un funcionario con fractura nasal. Otro con una contusión severa y un intento de violación en contra de una funcionaria -señala un trabajador del Sename.
CASTIGO A LOS SUICIDAS
El trato que reciben los jóvenes del Antuhué es un buen indicio para entender por qué no parecen respetar nada. El motín del 6 de mayo lo confirma. Los que participaron en él fueron encerrados en las «celdas de segregación». Se trata de habitaciones de dos metros de ancho por uno de largo donde solo cabe una cama. Los menores permanecieron ahí durante 48 horas seguidas, recibiendo la comida en la misma puerta. La norma del Sename señala expresamente que sólo se los puede segregar por un máximo de 4 horas y como medida de emergencia. Pero los libros de novedades registran que estas celdas se ocupan también como medida de «rehabilitación». El 21 de febrero un menor fue sorprendido cortándose las venas y fue enviado a la celda.
Al momento de nuestra visita a Antuhué cuatro menores se encontraban ocupando esas dependencias. Uno de los chicos golpeaba incesantemente su cabeza contra uno de los muros y el sonido profundo y rítmico se escuchó durante varios minutos.
Otro caso refleja la vulneración de derechos en el tema de la salud. El sábado 14 de mayo el menor de iniciales R.P fue llevado de urgencia e inconsciente hasta el hospital de Rancagua. Llevaba una semana quejándose de intensos dolores abdominales. Los funcionarios del centro pensaron que se trataba de una hernia inguinal y no le dieron mayor importancia. Tras operarlo en el hospital descubrieron, sin embargo, que presentaba una virulenta infección producida, según la enfermera jefe, «por una enfermedad venérea».
La madre confirmó a los facultativos que R.P padecía gonorrea. Hoy el joven está en cuarentena a la espera del resultado de una biopsia. Llevaba dos semanas adentro del centro y las autoridades no tienen idea si durante su estadía contagió a otros menores.
La precariedad de la atención de salud también se demuestra en otro caso. El 7 de mayo pasado el joven JCM de la casa 1 se subió al techo del gimnasio aduciendo estar «sicoseado». Los educadores lo convencieron de que bajara, pero cuando volvió a su casa, se cortó las venas. En el libro de novedades el educador anotó: «No se cuenta con botiquín para realizar las curaciones del joven».
COSERSE LA BOCA
Hace un mes, otro menor santiaguino se cortó las venas. Su hermana había muerto recién en un accidente automovilístico y él recibió la noticia en absoluta soledad. Los jóvenes de la capital representan el 80% de la población del centro y casi nunca reciben visitas. El principal motivo es la distancia. El segundo, las relaciones conflictivas que tienen con su familia.
-La soledad acá adentro termina por volverlos locos. Los motivos de los motines son principalmente en torno a este tema -señala un funcionario del centro.
Hace tres semanas un menor tomó aguja e hilo y se cosió toda la boca. Aunque fue un acto de reclamo por la mala calidad de la comida, dejó en evidencia el profundo daño que le ha producido el encierro y la soledad.
La gran estrategia que tienen estos jóvenes para enfrentar el abandono es dar vueltas en el patio. Cada casa tiene uno de no más de ocho metros de largo. Los jóvenes van y vienen incesantemente, sin detenerse ni mirar. Parecen autómatas y recuerdan la angustiante película El Expreso de Medianoche.
Como medida rehabilitadora, al interior de una casa un menor sigue un taller artístico. Tiene 17 años y los educadores le han pasado un dibujo de Tribilín para que lo coloree. Mientras pinta, fuma un cigarro y cuando termina, pide más material. «No hay más» le responden. Se levanta y acompaña a otros dos que ven televisión. O pintar monos o ver tele. «No hay nada más que hacer», dice el joven.
No anda muy lejos de la realidad. Los cursos de nivelación básica que recién se instauraron hace unos meses, han sido un fracaso. Los menores no van a clases y como el Sename entrega el dinero de acuerdo a la asistencia, es posible que pronto desaparezcan. A los menores parece importarles un bledo, están más preocupados de subsistir o deprimidos por la vida dentro del centro. Los dos psicólogos y tres asistentes sociales que se turnan durante la semana no son suficientes para sacarlos del hoyo. Si se respetara la norma nacional, deberían haber entre cuatro y cinco profesionales de cada rama.
Como resultado, algunos menores llevan hasta un año viviendo en el centro, esperando ser rehabilitados cuando por norma no deberían pasar ahí más de seis meses. Un educador explica que los casos de menores que registran dos, tres y hasta cuatro ingresos al centro, son demasiados como para contarlos.
La pieza de uno de ellos parece el fiel reflejo del estado en que se encuentran. Hay un catre y sobre él una colchoneta de no más de ocho centímetros de grosor, fétida a orina. No hay ni un mueble más. La ventana da hacia el cerro, fuera de la cárcel. El joven sacó la hoja de una revista y la colocó como afiche. Dice: «El Mundo Infinito».
RECUADRO
Carta de los funcionarios del Antuhué a Sename
El 2 de marzo de 2005, funcionarios del Antuhué enviaron una carta a la dirección nacional del Sename, denunciando una gran cantidad de falencias al interior del centro. Aunque The Clinic intentó tener la opinión de el Sename, no obtuvimos respuesta.
Baños
Denuncian que los baños no tienen tapas «desde hace más de un año, provocando la obturación de los ductos de alcantarillado, y generando que sean los propios educadores quienes deban cumplir la función improvisada de gasfitería». También destacan la falta de utensilios básicos para mantener el higiene en el centro. «Se entrega solo una máquina rasuradora por casa y siendo esta de la más inferior calidad, (marca BIC), siendo que la ocupan hasta 18».
Enfermería
Reclaman la falta de medicamentos y la ausencia de botiquines en las casas para efectuar curaciones a los menores. «La misma enfermería adolece de una buena presentación sanitaria y de camas debidamente equipadas para albergar a jóvenes, ya que esta pasa a cumplir la función de una casa albergue más»
Fue posible averiguar que efectivamente, la enfermería del Antuhué actualmente se ocupa para albergar a los menores relacionados con el narcotráfico.
Desabastecimiento.
Señalan que el centro no cuenta con agua durante 8 horas cada día. La carta también protesta por la comida que reciben los menores cada día. Señala que es de baja calidad e insuficiente en cantidad. «Como dato ilustrativo, hay que recordar que siempre se entrega de postre jalea.»