Recomiendo:
0

Gramsci y la sociedad intercultural, cuarta aproximación

«Cesarismo, ideología, cultura unitaria»

Fuentes: Rebelión

Publicado por Montesinos en 2014, Giaime Pala, Antonio Firenze y Jordi Mir Garcia fueron sus editores, Gramsci y la sociedad intercultural es un libro que, como señalamos en nuestras anteriores aproximaciones debería merecer nuestra atención. Aproximarnos a él es el objetivo de estas notas. Tras el índice y la presentación, abre el volumen un artículo […]

Publicado por Montesinos en 2014, Giaime Pala, Antonio Firenze y Jordi Mir Garcia fueron sus editores, Gramsci y la sociedad intercultural es un libro que, como señalamos en nuestras anteriores aproximaciones debería merecer nuestra atención. Aproximarnos a él es el objetivo de estas notas.

Tras el índice y la presentación, abre el volumen un artículo de Francisco Fernández Buey. «Sobre culturas nacionales y estrategia internacionalista en los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci» es su título, uno de sus últimos textos. Sigue a continuación: «¿Traducido o traicionado? Las aventuras del pensamiento de Gramsci en el «mundo grande y terrible» de hoy» de Guido Liguori y, en tercer lugar, «Antonio Gramsci: Cesarismo, ideología, cultura unitaria» de Andrea Di Miele [ADM], investigador de la Università «Federico II» de Nápoles (la traducción del italiano es de Francisco Amella Vela).

Al final de la segunda edición de El 18 brumario de Luis Bonaparte, recuerda ADM, Marx se sirve marginalmente de dos figuras históricas -el arzobispo de Canterbury y el Gran Sacerdote Samuel- para mostrar la inconsistencia de la categoría «cesarismo». «Según Marx, el anacronismo se hace patente al comparar las condiciones históricas de la antigua Roma, donde un proletariado pasivo asistía inerme a la lucha de clases de un exiguo grupo de ciudadanos libres, con la de una sociedad moderna, en la que un proletariado activo produce riquezas para una élite privilegiada».

Quedaba así descartada toda reformulación del concepto de cesarismo. «Aventurarse en tan inútil demostración significaba establecer una analogía impracticable, tanto como la existente entre el último juez de Israel y el primado de la iglesia de Inglaterra, el Arzobispo de Canterbury». Es esta, sostiene ADM, una observación interesante porque, pese a conocer dicho juicio, «es precisamente en esa dirección en la que Gramsci parece querer avanzar: habla expresamente de cesarismo y, como se sabe, le dedica al asunto una importante reflexión». Se diría que Gramsci transgrede la dura sentencia de Marx, «una «desobediencia» que ha sido subrayada recientemente y aducidas las razones de semejante ‘violación». Por Luciano Canfora nada menos.

La primera reflexión que propone ADN trata de demostrar «lo próximas que están, por el contrario, ambas visiones y, por consiguiente, lo infundado de la «infracción» de Gramsci». Otra reciente intervención, prosigue, sobre el tema del cesarismo «ha contribuido a reavivar el debate sobre dicha categoría al formular la hipótesis de que en las páginas de Gramsci parecería que aflora una nueva forma de «cesarismo progresivo»: el ‘cesarismo colectivo». Alberto Burgio es aquí la referencia.

Un segundo hilo argumentativo, nos comenta ADM, «tratará de demostrar que esta sugerente tesis oscurece una parte del discurso de Gramsci, vinculada estrechamente al cesarismo: la del discurso relativo a la ideología».

ADM inicia su reflexión con un breve repaso del análisis gramsciano de la noción y de los temas con ella relacionados a lo largo de los Quaderni. Un apunte de ello:

«[…] el cesarismo nace de una situación de fuerzas en liza. Un conflicto así perdura incluso en una fase de estancamiento, porque las perspectivas del momentáneo equilibrio son «catastróficas»: «las fuerzas -dice Gramsci- se equilibran de tal modo que la reanudación de la pugna no puede concluir más que con la destrucción recíproca». El epílogo se abre a escenarios diversos: no sólo puede suceder que la fuerza A venza a la fuerza B, sino también que «una fuerza C intervenga desde afuera y someta cuanto queda de A y de B». Así pues, el cesarismo adquirirá un carácter «progresivo» o «regresivo» según el carácter de la fuerza que triunfe. «De lo que se trata es de ver si en la dialéctica revolución-restauración el que prevalece es el elemento revolución o el elemento restauración». César y Napoleón I son ejemplos de «cesarismo progresivo» porque produjeron una transformación de época, revolucionaria. Napoleón III y Bismarck son modelos de «cesarismo regresivo» porque al secundar a las fuerzas conservadoras provocaron un cambio de fase de corto alcance».

El cesarismo, por supuesto, puede tomar incluso la forma de un «cesarismo sin César», «es decir sin una fuerza «heroica» y representativa». Gramsci aduce el caso de Mac Donald «para referirse, evidentemente, a la contradicción que supone un primer gobierno laborista nacido con el apoyo de los liberales. Por lo tanto, también un sistema parlamentario puede adquirir una forma cesárea; más aún, en un sentido amplio, «todo gobierno de coalición -subraya Gramsci- es un grado inicial de cesarismo», mientras que «la opinión corriente es que los gobiernos de coalición son el «más sólido» baluarte contra el cesarismo».

Hay sin embargo, señala ADM, «otro sector del razonamiento de Gramsci que, con perjuicio de los anteriores, ha sido dejado de lado, a nuestro juicio injustamente: el análisis de la peculiaridad ideológica del cesarismo». Su contribución sigue este sendero.

En diversas ocasiones, al analizar las diferentes formas de cesarismo, Gramsci añade un importante contrapunto que ADM subraya. «En el Cuaderno 13, después de discutir sobre las formas «regresivas» y «progresivas», escribe: «En definitiva, el significado exacto de toda forma de cesarismo se puede reconstruir a partir de la historia concreta, y no a partir de un esquema sociológico». Y más adelante: «Por lo demás, el cesarismo es una fórmula polémico-ideológica y no un canon de interpretación histórica»; y aún: «el cesarismo es ni más ni menos que una hipótesis genérica, un esquema sociológico (para comodidad del arte de la política)»». Inferencia: «Así pues, en primer lugar, el terreno sobre el que descansa el cesarismo es la historia y no su interpretación».

Como toda ideología, sostiene ADM, también el cesarismo tiene un origen práctico. «Las ideologías nacen por la fricción entre grupos humanos con exigencias económicas diferentes; son por lo tanto caducas, y están destinadas a renacer y perecer mientras perdure el conflicto. La propia fundación y pervivencia de las clases radica en tal contradicción. Así pues el cesarismo, como «ideología», se origina en ese mismo enfrentamiento, ese conflicto de «perspectivas catastróficas» sobre el cual, como hemos visto, discurre Gramsci». En este sentido, un cesarismo abstracto, «desprovisto de vínculos con su concreta y precisa situación, no existe más que como pura fórmula». El cesarismo, según Gramsci, «no posee siempre el mismo significado histórico». No en vano, señala ADM, «a cada una de sus alusiones a esta categoría añade Gramsci una puntual referencia: César, Napoleón I, Napoleón III, Bismarck, los gobiernos «laboristas». Pero también la Italia de su tiempo, cuyos acontecimientos históricos pertinentes al concepto en cuestión no deja de señalar rigurosamente»:

Nos le desvelo más. Sirva como aperitivo de lectura. Es verano pero vale la pena. Nunca uno se atraganta, gramscianamente hablando.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.