Después de un prolongado periodo de tranquilidad y paz gracias al cese unilateral del fuego determinado por las Farc, Colombia regresa a los horrores de la guerra como consecuencia de las trampas santouribistas del Jefe de la Casa de Nariño, empeñado en imponer mediante la muerte y los bombardeos, la paz neoliberal de los vencidos, […]
Después de un prolongado periodo de tranquilidad y paz gracias al cese unilateral del fuego determinado por las Farc, Colombia regresa a los horrores de la guerra como consecuencia de las trampas santouribistas del Jefe de la Casa de Nariño, empeñado en imponer mediante la muerte y los bombardeos, la paz neoliberal de los vencidos, los sepulcros, las cárceles y la dictadura de los mercados. Santos y la Fuerza Aérea han iniciado un nuevo ciclo de guerra mediante atroces masacres para imponer el Plan de desarrollo dictado por la OCDE para facilitar el despojo de las multinacionales mineras, agroindustriales y petroleras. Para favorecer los negocios de los poderosos cacaos de la oligarquía dominante.
Con la suspensión del cese al fuego unilateral ordenado por las Farc, el conflicto social y armado ha regresado a su plenitud. El Cerac, un foco privado de seguimiento del conflicto nacional y la Defensoría del Pueblo, han hecho reportes sistemáticos del incremento geométrico de los incidentes y hechos de guerra en los últimos 22 días (mayo/junio), detallando cada confrontación, los militares/policías muertos, las torres eléctricas derribadas, las vías bloqueadas, las rupturas de oleoductos y la parálisis de los carro tanques petroleros.
Este difícil panorama de violencia es consecuencia de las incoherencias y estrategias perversas del señor Santos, quien juega como un tahur con los anhelos de paz de millones de colombianos. Como bien es sabido, el jefe de la Casa de Nariño realiza las negociaciones para terminar el conflicto con un esquema engañoso y ventajista, el cual plantea que hay que dialogar en La Habana ignorando lo que sucede en Colombia en materia de confrontación y hay que seguir en el país como sino se estuviese conversando en Cuba para terminar la guerra civil de mas de 60 años.
Dicha formula es la premisa de las conversaciones en medio de la guerra, preferidas por el santouribismo. La almendra de esa magia liberal no es otra que la de alcanzar ventajas, debilitando militarmente al adversario, para imponer una paz neoliberal de los vencidos, los sepulcros, la cárcel y la dictadura del mercado. Las luminarias asesoras de la Casa de Nariño, como los politólogos británicos de la Tercera vía, se inventaron el cuento de que la resistencia campesina revolucionaria funciona con la idea de una guerra a perpetuidad hasta tomarse el poder, ignorando su permanente voluntad de conseguir la paz con justicia social y democracia ampliada para terminar los sufrimientos que genera un conflicto que solo al pueblo golpea con cientos de muertes y millones de desplazados.
El mecanismo santouribista es de la misma estirpe del embeleco pastranista utilizado en los diálogos de San Vicente del Caguán, como lo confeso su artífice en varias memorias publicadas después de que se suspendieron los dialogos de aquella época. Andres Pastrana, admitió que toda su artimaña con los diálogos en el Caguán era darle un respiro a los militares para, con el apoyo financiero y militar de los gringos a través del Plan Colombia, reorganizar el dispositivo bélico del Estado y así aplastar a la insurgencia revolucionaria, objetivo que fracaso a la luz de lo que se ve hoy cuando el Estado debió sentarse de nuevo con las Farc para intentar poner fin a la guerra interna, desde enero del 2011.
Pero Santos, un político traidor, formado en la escuela de la felonía liberal, es parte de esa visión contrarrevolucionaria que maniobra para impedir la quiebra del modelo neoliberal.
Es lo que explica la intensa coyuntura de guerra que vive Colombia en la actualidad. Una acción defensiva de la insurgencia revolucionaria sirvió de pretexto a los bombardeos criminales de la Fuerza Aerea en Guapi, Segovia y Riosucio/Choco, lugares en que murieron en situación de completa indefensión varias docenas de integrantes de las guerrillas, provocando adicionalmente cientos de desplazados en el Pacifico, Antioquía y el Choco.
Lo que ha ocurrido y los sucesos de las últimas horas lo que indican es el inicio de un nuevo ciclo de guerra en el prolongado conflicto armado nacional. La confrontación civil colombiana se alimenta de esos ciclos de sangre orquestados por las oligarquías dominantes y sus aparatos armados. Significa que la guerra civil nacional adquiere hoy, en el siglo XXI, otros niveles de complejidad porque nuevos sectores del pueblo reaccionaran, como ha ocurrido en otras épocas, para defenderse de estas acciones enfiladas básicamente a imponer violentamente el Plan de Desarrollo neoliberal recientemente aprobado por el corrupto Poder legislativo, para facilitar la explotación de las multinacionales mineras, agroindustriales y petroleras y los negocios de los grandes cacaos de la élite dominante.
El pueblo responde y la movilización social debe ampliarse demandando la paz democrática. El cese al fuego bilateral es parte de esas reivindicaciones nacionales que deben conquistarse mediante la acción de los campesinos, los trabajadores y las otras expresiones de la nación.
¡Cese al fuego bilateral e indefinido, ya!
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