Contaba mi tía monja que en sus giras de apostolado se topó en algún pueblo de Colomba con la siguiente historia:
Una mujer devota y de bien, quería conducir por el buen camino a su pequeña hija; en virtud de tal propósito, el rezo del rosario noche a noche era una actividad imposible de eludir. La puesta del sol llamaba a la oración y justo entonces se armaba el alboroto: la chiquilla quería jugar cuando mamá se empeñaba en desatar la oración; súplicas, jalones y amenazas como preámbulo al fluir de lágrimas infantiles y al copioso sudor de la mujer.
Se le ocurrió a la madre la buena idea de apagar el bombillo e ¡invocar al diablo! lo cual, a su juicio, “la pondría bajo cintura”, pero para su asombro, con tales llamados verbales al señor de los infiernos, no logró contener la energía de la pequeña.
Desesperada de ver a su hijita torcer por el mal camino, craneó otra brillante estratagema: convidó a la empleada doméstica a meterse bajo la cama con la directriz de que en tanto fuera avanzando el rezo, hiciera aterradores ruidos y de cuando en cuando moviera el mencionado mueble; esto, sumado al hecho de tener la habitación a oscuras, sin lugar a duda sería para la niña la contundente presencia del diablo…
Llegó la noche de la puesta en escena. Comenzó la oración y por supuesto el alboroto; entonces la empleada entra en acción con sonidos guturales y mecida de cama… La niña guardó silencio… “Dios te salve María llena eres de gracia…” el silencio se prolongaba… “el Señor es contigo…” silencio… y así durante un ratito, hasta cuando de repente un grito triunfal brotó debajo de la cama: ¡mami! ¡mami! ¡prenda la luz que cogí el diablo!!!
Hace como más de un mes la gente está dando ese grito triunfal de haber “cogido el diablo…” Quienes hemos caminado más tiempo por la vida, hemos presenciado el forcejeo, las diferentes tentativas de guiar esta Colombia por “el camino del bien”, bien para pocos gremios claro está; esos que como la tozuda señora creen tener la potestad de señalar el camino. Habrá quienes argumenten que la niña debe dejarse guiar, al fin y al cabo es una niña y como la tabula rasa de Aristóteles es responsabilidad maternal llenarla de contenido. Ahí se incoa el problema porque desde la infancia se ha de aprender a negociar…
Negociar es dialogar y dialogar dista mucho de invocar el miedo; invocar el miedo es propio de quienes tienen intereses miopes y hasta mezquinos, pero no tienen argumentos para convencer. El camino del miedo es áspero doloroso y sangriento; el camino de convencer convoca al escenario el bien común el cual para apalancarse requiere educación, cooperación y empatía.
El camino del miedo se ha posicionado en la humanidad, porque dirige todo su equipamiento al instinto basal de proteger la vida. No es casualidad que la educación sea la Cenicienta entre las consideraciones de la distribución de los dineros de la administración pública, en tanto exceden en cantidad los recursos para las fuerzas militares. No es casualidad que la bandera de la competitividad sea izada desde la economía y encuentre eco en iniciativas individuales o de grupúsculos, pues fomentar la cooperación y el trabajo en equipo, implicaría la preparación de la ciudadanía para el diálogo, la negociación y para el acto de ceder en favor del colectivo.
Apartado especial merece la empatía. ¿Cómo-hallarla en ese pedazo de pueblo que ha sido apartado para vestirle de verde o de camuflado y a quienes después de cánticos y discursos les han entronizado el perfil del enemigo: guerrillero, campesino o la joven muchachada… y les han dotado con el poder de las armas? Pero también ¿cómo hallarla en la gente de a pie que sin duda viene con el hambre de anteayer, de ayer, de hoy… y que sale a vociferar ¡aguacates! ¡piñas!… o a cantar en las calles vestidos de mariachi a cambio de cualquier moneda para entretener el estómago? Lo ha poemado Miguel Hernández quien vivió en su España una época similar a esta: El hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende. Y la ferocidad de nuestros sentimientos, allá donde el estómago se origina, se enciende.
Un poco de buen juicio habilita para pensar que la mayor parte de la humanidad solo ansía tener lo básico para deleitarse con el asombroso y azaroso camino de la vida. La menor parte de la humanidad ansía más de lo básico y entonces, a través del miedo, va erodando la dignidad de sus congéneres, va fracturando la fraternidad dejando expedita la grieta para la dominación que tiene su punto de quiebre: cuando no hay nada que perder, se arriesga todo.
Hoy en Colombia ni el Covid 19, ni el castrochavismo, ni la guerrilla, que hasta ahora habían sido los nombres dados por nuestros políticos al diablo de la buena señora de la historia, lograron contener los embustes sempiternos de la élite dirigente; ¡quienes protestan hoy han agarrado al diablo! ¡mengua el miedo!
La tía monja ya murió y de su voz no sabré el final de la historia; qué hizo la mamá con la intrepidez de su hija, qué hizo la mucama cuando se vio atrapada y, sobre todo, qué hizo la niña con el diablo en sus manos… Ni Lucas, ni Santiago, ni Alisson, ni cada una de las personas que han muerto en la presente orgía de fuerza aterrorizante, conocerán la forma como se encause este profundo descontento social; sin embargo, serán referentes de valentía en esta horrible noche colombiana, que a pesar de la letra nuestro himno donde se repite y se repite en cada voz y en cada cántico no hay tal, la horrible noche no ha cesado…
Cantos, estribillos, pasacalles, una que otra piedra, contrapuesto todo con las armas sofisticadas “made in USA”. La confrontación ha vertido sangre y lágrimas, más de los protestantes que de quienes la contienen, pero estos últimos, como Fredy, sin duda también habrán de ser recordados; trozos de pueblo quizá con el cerebro formateado, persiguiendo la seguridad de un salario y muy probablemente con la vida endosada; enviado a la protesta callejera sin uniforme, camuflado de paisano… una vez pillado, es linchado. Para sus superiores, dispuestos a esparcir miedo, poner en riesgo una vida, vale.
Hoy, con el diablo cogido, el deber es resistir desde cada escenario, marchando, protegiendo, artistiando, debatiendo, maestriando, divulgando…, e ir juntando, como los leños en la chimenea, la lucidez y la solidaridad para amasar el futuro y entonces cantar a grito pelao cesó la horrible noche, porque para entonces habrá cesado.