La cobertura de La Izquierda Diario sobre el atentado contra la revista «progresista» Charlie Hebdo viene mostrando los hechos, las movilizaciones de repudio, la posterior muerte de los sospechosos, la política de los gobiernos para consagrar la unidad nacional reaccionaria en Francia y en Europa en su conjunto, y publicando distintos análisis. Ya vendrán las […]
La cobertura de La Izquierda Diario sobre el atentado contra la revista «progresista» Charlie Hebdo viene mostrando los hechos, las movilizaciones de repudio, la posterior muerte de los sospechosos, la política de los gobiernos para consagrar la unidad nacional reaccionaria en Francia y en Europa en su conjunto, y publicando distintos análisis. Ya vendrán las denuncias contra PODEMOS y Syriza por no ser lo suficientemente antiterroristas… Aunque la formación del Estado Español se está esforzando para lo contrario y anuncia que su «responsable internacional» estará presente en la marcha de este domingo en París en representación del partido.
Aportamos una reflexión en tres planos, que consideramos importantes: el estratégico-programático, uno que podríamos denominar ideológico-cultural y un tercero, histórico-filosófico.
Sobre la cuestión estratégica y programática
En su ponencia presentada en un Congreso realizado en Brasil sobre los 150 años de la Primera Internacional -a la que accedimos por gentileza de las compañeras Andrea D’Atri y Celeste Murillo-, el intelectual italiano Pietro Basso señalaba que el fenómeno de la inmigración (que ha crecido exponencialmente desde hace algunos años) y la relación entre nativos e inmigrantes en las metrópolis es un problema estratégico del movimiento obrero desde la época de Marx en adelante. Marx mismo había tomado con especial énfasis la cuestión irlandesa en sus múltiples aspectos, incluyendo la división de los proletarios irlandeses e ingleses en todos los centros industriales británicos. Basso también dice que además de los obvios motivos de explotación por los cuales el capitalismo se beneficia de la presencia de los inmigrantes sin papeles (mano de obra a bajo costo) y las tendencias xenófobas alentadas por la extrema derecha (y no tan extrema) la convivencia de trabajadores de todos los colores y países recrea las bases para el internacionalismo proletario.
Totalmente acertado su planteo, ya que la contracara de la unidad nacional reaccionaria, que busca efectuarse tras un discurso republicano (que incluso rechaza aliarse a la ultraderecha de Marine Le Pen), es una suerte de «cosmopolitismo de los ghettos», como se puede ver en París, tanto en la banlieue como en barrios un poco más cercanos al centro de la ciudad, considerados de «máxima peligrosidad» por el sólo hecho de que sus habitantes son de origen africano.
En este sentido, si pensamos el rol que asignaba Trotsky a los sindicatos dentro de una estrategia proletaria en Europa Occidental como instituciones de democracia obrera conquistadas luchando bajo y contra la dominación de la burguesía (Gramsci diría trincheras) son precisamente los sindicatos y organizaciones obreras los que debieran plantear una política independiente de los gobiernos y sectores reaccionarios, reclamando la unidad de toda la clase trabajadora más allá de las diferencias étnicas, religiosas y «administrativas» (con o sin papeles) contra el curso represivo y la política de austeridad. Si las conducciones burocráticas de los mismos no lo tienen en su agenda e incluso participan de la unidad reaccionaria, es una batalla elemental de las organizaciones de la extrema izquierda y clasistas en los sindicatos, como exigencia para lograr la unidad de la clase obrera.
En cuanto a la cuestión ideológico-cultural (religiosa)
Un atentado brutal contra periodistas para «vengar al profeta», como bien se dijo, es algo totalmente oscurantista y reaccionario y brinda razones a la reacción islamofóbica interesada del Estado francés y los imperialismos europeos que están en búsqueda rabiosa de un «otro», a quien responsabilizar por su propia crisis. Sin embargo, el laicismo liberal y autoritario del Estado francés, que busca relegitimarse, junto con la policía, el gobierno, etc., no es más «progresista».
Para decirlo provocativamente, es tan ideológica la creencia religiosa en Mahoma como la creencia no menos «religiosa» en los valores supremos y supraterrenales de la democracia liberal occidental. Ambas son «falsas conciencias» fundadas en motivos dogmáticos, algunos más extravagantes que otros. Y si el Islam es el opio del pueblo musulmán, la democracia liberal es la pasta que receta el psiquiatra-burgués al ciudadano occidental (o el tratamiento psicoanalítico interminable según los cánones argentinos y porteños, criticados implacablemente por Salvador Benesdra, que como su nombre lo indica no puede ser tachado de antisemita, promusulmán, ni nada por el estilo).
En este contexto, el ateísmo irreconciliable del marxismo es un poco más «soreliano» que «ilustrado». No cree en los mitos, pero reconoce su génesis y su función histórica, es decir intenta comprender por qué la gente cree en ellos, para combatirlos tanto en el terreno ideológico, como y fundamentalmente, en el suelo de las bases materiales que le dan sustento.
Por eso Lenin escribió: La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideológica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. «El miedo creó a los dioses».
En esto, Lenin seguía a Marx, que en sus Tesis sobre Feuerbach ya había explicado que después de criticar la «alienación religiosa» falta hacer lo fundamental, es decir explicar las contradicciones sociales que le dan origen y subvertirlas en la práctica.
No cederle «ni tantico así» de poder al Estado imperialista (y a ningún Estado) para atacar a las libertades democráticas, entre ellas la libertad de expresión, no es sinónimo de abstenerse de la crítica al contenido político de las manifestaciones periodísticas de Charlie Hebdo, más aún cuando en el último tiempo había tomado al Islam como uno de los blancos predilectos de su sátira. Y con mayor razón cuando esta religión es a la que adhieren sectores mayoritarios de pueblos oprimidos, que son blanco de ataque de la guerra «antiterrorista». Con muchas razones para la impotencia frente a las fuerzas ciegas y salvajes (¡Palestina!) que desata un sistema decadente y bárbaro.
Para ejemplificar, no es lo mismo la crítica satírica y artística al catolicismo en la Argentina (León Ferrari) que a la misma religión, pongamos por caso, en Irlanda del Norte. Allí se convirtió en forma ideológica de los que se oponían a la opresión inglesa y en legítima demanda democrática para ejercerla «libremente».
Si esta crítica ideológica toma formas artísticas, como es el caso de Charlie Hebdo, ese mismo contenido político-artístico no está eximido de la crítica. Las mismas convicciones del combate contra cualquier tipo censura estatal y contra los bárbaros actos de terrorismo del fueron víctimas, habilitan la crítica.
«Así, la crítica de los cielos se transforma en crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica de la ley, y la crítica de la teología en la crítica de la política», como dijera Marx.
Esto es, rastrear las raíces profundas de la religión como ideología, las condiciones de opresión y explotación de gran parte del mundo árabe e islámico, el uso de sus burguesías locales y el abuso del imperialismo mundial.
En cuanto a la cuestión histórico-filosófica
La imagen de un atentado bárbaro «medieval» contra un semanario de humor político con ribetes «posmodernos» es, de por sí, una trastocación de cualquier sentido del tiempo histórico. Parafraseando a los Redondos, el futuro llegó hace rato… y es un retroceso.
Si el marxismo del siglo XX permite analizar el imperialismo como reacción en toda la línea (Lenin) o como combinación de reacción y reconfiguraciones del poder estatal-societal que garantizan la duración de un sistema en crisis orgánica, incluso con alguna pose «progresista» (Antonio Gramsci), desde ambas lecturas se abre la posibilidad de una descomposición del tiempo histórico: el tiempo lineal y vacío del «progreso» deja su lugar a una temporalidad en proceso de descomposición, donde el pasado y el presente se superponen y crean combinaciones originales que pueden resultar aberrantes. En este contexto, la teoría de la revolución permanente de León Trotsky (basada a su vez en otra teoría, la del desarrollo desigual y combinado) presta un marco de referencia para pensar la reversión de una temporalidad que no para de retroceder por el «lado malo» de la historia. La condición es que el sujeto histórico proletario vuelva por sus fueros, con la bandera de un nuevo internacionalismo concreto.
Fuente original: http://losgalosdeasterix.blogspot.com.ar/2015/01/charlie-hebdo-el-futuro-que-llego.html