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Che Guevara: el reposo del guerrero

Fuentes: Rebelión

Cincuenta y siete años después del asesinato de Ernesto Che Guevara, requiere este artículo una introducción de contexto, aunque mucho de cuanto afirmo está siendo confirmado por la Historia, la más implacable de las maestras. Sobre todo, este decir de Federico Engels: «Llegará el día en que las grandes luchas pasarán de las barricadas a las urnas».

Lo publiqué en el website opositor al proyecto socialista criollo CubaNet, el 20 de octubre de 1997; era entonces un supuesto periodista independiente cubano; pero en verdad un agente encubierto de la Seguridad del Estado de Cuba, enfrentado desde las sombras a la «éticamente inaceptable» política de Estados Unidos hacia mi país, al buen decir de Juan Pablo II.

Para ese entonces CubaNet me publicaba cuanto enviara y mi jefatura ni se molestaba en revisar o aprobar un artículo mío. Si acaso, mis jefes enunciaban algunos objetivos de carácter general, a lo que sumaba «de mi cosecha».

Vi así la oportunidad de rendir mi personal homenaje al Che, en tan extrañas circunstancias, mediante un lenguaje apropiado para el medio, y en el momento en que sus restos recibían el homenaje del pueblo que le idolatró y no le idolatra: quisiera verle en el puente de mando de esta nave cuyo nombre es Cuba, mientras echa por la borda a burócratas de «clase en sí y para sí», a aduladores, a corruptos…

Más allá de sus aciertos o errores, el Che es para los cubanos la personificación de un valor hoy ¿escaso en mi país?; me refiero a la correspondencia entre palabras y obras. «Digo ésto y predico con mi ejemplo»: pura subversión en esta Cuba que echa de menos una que fue – como apunto – «del picadillo de soya».

No más: un par de arreglillos y juzgue el lector.

LA HABANA, octubre/97 – Treinta años después de su asesinato recibe el Che Guevara un homenaje a la altura del lugar que ocupa en el curso de este agitado siglo, quién sabe si todo un símbolo del adiós a la violencia como partera de la Historia, no obstante la apología beligerante implícita en las tardías exequias.

Sus restos descansarán en la ciudad cubana que fuera escenario de su mayor victoria militar –Santa Clara–, hoy urbe típica de la era del picadillo de soya. Allí, el fantasma del que intentó liquidar al subdesarrollo manu militari quizás aparezca en las noches de luna para recordar la cotidianidad de un desarrollo frustrado. ¿Habrá reposo para el guerrero?

Una izquierda demodee hará del evento el símil de un acto de fe, tanto como una de cuello y corbata asistió a una peregrinación en Valle Grande, Bolivia, buena oportunidad para que madame Miterrand expusiera en el lugar su habitual elegancia de ex-primera dama. Este mundo ¡qué complicado se ha vuelto!

Piense la izquierda, y en especial la cubana, ya que anda de homenajes al gran iconoclasta. La globalización capitalista es hoy el pronóstico confirmado de un tal Carlos Marx, quien hizo el vaticinio en un librillo casi olvidado cuyo título es el Manifiesto Comunista. El diz que socialismo en un solo país condujo al desplome del campo diz que socialista, y las contadas excepciones de relativo y asiático éxito parecen cada vez más cercanas a un capitalismo autoritario. Desde Cuba, un académico neomarxista escribe que la izquierda sabe lo que no quiere, pero no parece saber a qué aspira y cómo lograrlo en tiempos postmodernos – hasta de romances en el ciberespacio -, los cuales no ocultan el hambre cuasi genética de buena parte de la Humanidad.

Piense la izquierda; hora es de que deje de apostrofar al llamado imperialismo y se ocupe de presentar programa concreto, bien concreto, donde el culto a la libertad del individuo, la justicia social y la solidaridad, se apoyen sobre una definición exacta sobre qué se quiere en materia de propiedad, derechos de gestión, participación de los trabajadores. En los umbrales del tercer milenio nadie aceptará que en nombre de la Revolución Mundial se repitan los horrores del Gulag o la colectivización forzosa, o el Pacto Germano-Soviético, o el aborto escandaloso de una primavera en Praga. Mucho menos se aceptarán complicidades, pues no por gusto los obreros polacos invocaron una palabra mágica: Solidaridad. Como nunca, el funeral magno de Che Guevara recuerda un párrafo visionario de Rosa Luxemburgo, la comunista más lúcida de la Historia: «Libertad sólo para los partidarios del gobierno, solamente para los miembros de un partido –no importa cuán numerosos sean– no es libertad. Sólo lo es si es libertad para aquél que disiente.»

Palabras como ésas sirven para comprender cuánto hay de mito en el Che Guevara, y hasta dónde la realidad de su ejemplo, sin dudas singular, revela una esencia trágica. Ungido por los dioses, representó como nadie al agente de una violencia que condujo al fracaso, cuando no al holocausto. Si en la primera mitad del siglo tocó a Lenin ese papel shakesperiano, fue el Che Guevara el Hamlet de la segunda. Piense la izquierda en el fantasma que hoy se invoca. Detrás de Lenin se ocultó Stalin, la cara opuesta de Trotski, y uno de los autores intelectuales de Adolfo Hitler. A la sombra de Che Guevara prosperaron desde un Pol Pot hasta la piñata de Managua.

Sin embargo, el muerto de esta hora exhibe cierta impronta de eternidad. Mientras la doble moral hace de las suyas, y hasta parece chic predicar la austeridad desde una mesa colmada de néctares y ambrosías, Che Guevara abofetea el rostro de sus apologistas mayores. Vivió como pobre y murió en nombre de los pobres, razón de peso para que los fariseos del momento intenten santificarle, a ver si le castran la arista subversiva. Por ello, en su error, está su absolución. Nadie puede imaginar al Mahatma Ghandi con un fusil entre las manos, ni es necesario. Basta pensar en el Che Guevara. Ahí está el secreto de la inmensa y equivocada grandeza de su ejemplo.

Ese contrapunto constante entre una vocación dictatorial y una moral prístina es la causa profunda de los sentimientos encontrados que provoca en La Habana su osamenta ilustre. Si se ha visto rodar lágrimas por los rostros de hombres bien curtidos, también se observa la aparición de un misterioso síndrome del ¡nunca más! tal como lo describió ese forense del «comunismo de cuartel» cuyo nombre es Francois Furet. Resulta un dato curioso que a la altura de la mañana del 13 de octubre, a dos días de expuestos en el memorial José Martí los restos del Che Guevara y sus camaradas de armas, sólo 55 mil personas habían acudido a rendir homenaje, según informes de la radio oficiosa. Eso es 2 % de la población de la ciudad, mundialmente conocida por su talento para votar de rutina con las manos y de verdad con los pies. Claro, después apareció cuanto fuera necesario para facilitar la asistencia; desde los celebérrimos y temibles «camellos» cubanos-¡tan añorados en este 2024, tan ausente de transportes públicos! -, hasta un transbordador espacial si hubiera hecho falta. Ironía tremenda, èsa de abordar al símbolo mayor del fracaso económico de Cuba para decir adiós a este Prometeo, llorado en pleno por La Habana treinta años atrás. Pero los tiempos cambian y las generaciones también.

Los monumentos perpetúan los errores y aciertos de los hombres y revelan al profano grandes paradojas. Che Guevara, ese gran enemigo del dinero, corre el peligro de verse convertido en fuente de ingresos en divisas a costa del turismo de peregrinaciones, cual si fundárase una Meca de los condenados de la tierra, tal como por su parte les describiera Frank Fanon en casi el mismo estilo de Furet. Así descansará el guerrillero, si es que lo dejan, ilustrando desde su tumba definitiva sobre su modo incorrecto de luchar por la libertad y la justicia social. Será un llamado de alerta y será una lección. Quiera Dios que descanse en paz. Quiera Dios que repose el guerrero.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.