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Che y cuarenta

Fuentes: CubaInformación/Rebelión

Me gustaría compartir con vosotros-as en las próximas líneas una pequeña reflexión en torno a la herencia y vigencia de la obra del Ché, precisamente en estos días en los que se cumple el 40. aniversario de su asesinato en tierras bolivianas. Una reflexión que parte necesariamente de la Cuba que él amó y desde […]

Me gustaría compartir con vosotros-as en las próximas líneas una pequeña reflexión en torno a la herencia y vigencia de la obra del Ché, precisamente en estos días en los que se cumple el 40. aniversario de su asesinato en tierras bolivianas. Una reflexión que parte necesariamente de la Cuba que él amó y desde la que os escribo y en la que, pese a las contradicciones de un proceso de luces y sombras (humano, demasiado humano) que sigue adelante entre chavitos, turismo y sueños postergados, la figura de Ernesto Guevara es reivindicada como en ninguna otra parte del mundo.

Es verdad que en la Plaza de Armas de la Habana Vieja se venden en moneda dura los libros de economía del Ché o que su figura sigue siendo acuñada por el Banco Nacional cubano en billetes de tres pesos, paradojas caribeñas, pero paralelamente es en esta isla revolucionaria donde la reivindicación del legado de Ernesto Guevara está más vigente que en ninguna otra geografía. Quizá porque nadie como los cubanos han entendido, como señalara el poeta y trovador Vicente Feliu, que «nuestro deber, Ché, es defenderte de ser dios». Y creedme si os digo que esto no es nada fácil en una sociedad educada en la mística revolucionaria, en una sociedad que ha crecido entre consignas y «seremos como el Che», o entre los muchachos y muchachas de una sociedad que hoy como ayer llevan la efigie de Guevara en sus pullóveres, la colocan en sus paredes o portan su estampita en la cartera como un santo protector al lado de Camilo y a la izquierda de Changó, lo contaba Frank Delgado.

Hace diez años, con motivo de la evocación del aniversario 30. de su asesinato, aparecía en esta Isla un documento excepcional: se trataba de una entrevista en la revista mensual «Tricontinental» al comandante Manuel Piñeiro Losada, más conocido como «Barba Roja». Por primera vez el que fuera máximo responsable de la Dirección General de Inteligencia del Ministerio de Interior de Cuba en aquellos convulsos años 60 decidía hablar sobre Ernesto Guevara y sus vínculos con el movimiento revolucionario del Tercer Mundo, uno de los secretos mejor guardados por la Revolución. Piñeiro, compañero de la conocida pensadora marxista chilena Marta Harnecker y que moriría en 1998, expone en la entrevista una serie de elementos de capital importancia para ubicar en su verdadero contexto el compromiso de Guevara y, paralelamente, para mostrar su vigencia en este mundo uniformizado por las teorías y las prácticas de la globalización y el neoliberalismo.

«Barba Roja» habla de aquellas reuniones eternas presididas por un termo de agua caliente, una bombilla, mate y un tabaco en la boca del Che, siempre con un mapa central como referencia. De la serie de encuentros que se propiciaron, en aquella Cuba efervescente, entre Guevara y los dirigentes revolucionarios del continente como los nicaragüenses Fonseca o Borge, los guatemaltecos Lima o Ramírez, los peruanos Béjar o Heraud, los peronistas argentinos, los guerrilleros colombianos, los salvadoreños, los uruguayos, los venezolanos, los chilenos… En definitiva, con buena parte de los líderes de la izquierda latinoamericana, siempre con el objetivo claro de expandir la práctica solidaria de la revolución cubana a todo el continente. Siempre con el objetivo claro de integrarse en la batalla liberadora en otros países de América Latina.

Nos situamos así ante un primer tema de absoluta actualidad en el pensamiento de Guevara: su concepción internacionalista. Cuarenta años después de su muerte y en plena ofensiva ideológico-cultural de este nuevo viejo orden internacional, es innegable que la actual situación del mundo y en particular de América Latina y del Caribe presenta notables diferencias respecto a aquella sobre la que el Ché reflexionó. Ahora bien, como señala el sociólogo cubano Luis Suárez, «sería una simplificación aún mayor aseverar que los problemas actuales del continente son radicalmente distintos a los que existían en aquellos años 60. Por el contrario, todas las evidencias indican que a pesar de, o quizás por todos los cambios mundiales y regionales acaecidos desde entonces hasta acá, la mayor parte de las naciones de América Latina y el Caribe, aunque han «modernizado» sus economías y sus sociedades, aunque han obtenido ciertos márgenes de autonomía en sus relaciones políticas y económicas internacionales, esencialmente no han podido superar su desarrollo desigual y distorsionado».

En América Latina, es cierto, existen todavía 200 millones de pobres. De ellos, 190 millones son pobres absolutos, para una tasa regional que se sitúa en el 44,9% del total de la población. En América Latina hay un 15,5% de analfabetismo mientras que la escolaridad media sólo alcanza al 45% de la población. Junto a la pobreza manifiesta de amplios sectores sociales, la doctrina neoliberal ha intentado reducir la vida de millones de latinoamericanos y latinoamericanas a una mera supervivencia, imponiendo así el instinto como única alternativa de lucha. Las calles de América Latina están llenas de niños-hombres y niñas-mujeres que no pueden explicarse el por qué ni el para qué de sus vidas. Como señala un analista mexicano, «son simples espectadores de la felicidad de los otros y ante sus risas, aprenden a negar la propia». De esta forma, América Latina es la región más violenta del mundo con un promedio anual de 30 asesinatos por cada 100.000 habitantes, más del doble que en cualquier otra parte del planeta.

Pero detrás de las cifras se sitúa también la consciente realidad de este «continente de la esperanza», como lo definiera Salvador Allende, un continente que perfila los cambios en su capacidad de lucha y de resistencia, al igual que hace cuarenta años; al igual que hace un siglo. O cinco. Y así lo demuestra el proceso de transformaciones socio-políticas vividas en Latinoamérica en este nuevo siglo con la llegada al poder de gobiernos progresistas y transformadores de norte a sur y de este a oeste del continente haciendo realidad en la práctica muchas de las predicciones de Guevara.

Permitidme, al hilo de estos datos, que os proponga un pequeño ejercicio de política-ficción, de esos que gustan tanto en los ateneos europeos, al margen de otro tipo de prácticas sobre el cambio social. ¿Dónde estaría actualmente el Ché?. Quiero decir, ¿creéis que podría ser hoy, con sus 79 años, un asesor por ejemplo de la Internacional Socialista? ¿O acaso un compañero de mate y de tertulias en la selva de Lacandona o en la casa en La Paz de Evo? ¿Le situaríais en esta Cuba actual, contradictoriamente revolucionaria? ¿O quizá en un apacible retiro argentino mientras espera la puesta de sol en la selva de Misiones para continuar la escritura de sus memorias? Simple cuestión de agudeza ideológica admitiendo más de una respuesta-solución…

En estos días del aniversario de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, vuelven a proliferar las biografías, las radiografías, los estudios científicos sobre su pensamiento, los ensayos, las evocaciones, los análisis psicológicos… Para los autores de alguno de estos «ilustres» trabajos, su militancia se explicaría por su condición de asmático, por sus complejos, sus obsesiones, sus delirios de grandeza o su carácter inestable. Fruto de un contexto y de una época, el pensamiento del Ché quedaría así excluido de toda reivindicación actual, como si realmente fuera imaginable, por ejemplo, que la caída del Muro hubiera desarmado ideológicamente a un hombre que ya desde los primeros años 60 había venido denunciando el carácter autoritario y burocrático de lo que ya algunos-as (y muchas veces con la boca pequeña) habían denominado «socialismo real». Este aspecto, además, nos sitúa ante otro elemento de indudable actualidad en el pensamiento de Guevara: su humanismo revolucionario, una aportación de especial importancia ante realidades como la nuestra.

En el discurso pronunciado por el Ché, siendo ministro del gobierno revolucionario cubano, en la ciudad uruguaya de Punta del Este en agosto de 1961 con motivo de una reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, aparece claramente expresado este espíritu esencialmente humanista:

«Déjenme señalarles -decía Guevara- a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad».

Palabras de un romántico, sin duda alguna. De un, como dijera Paco Ignacio Taibo II, «marxista primitivo que no se parece en nada a la mayoría de los marxistas latinoamericanos». Ni a los europeos, podríamos añadir nosotros-as…

Su vocación inicial fue la de médico revolucionario en función de la humanidad. Después guerrillero internacionalista al incorporarse a la lucha insurreccional en Cuba. Luego asumiría las funciones de organizador y constructor de la nueva sociedad socialista, para finalmente retornar a la lucha guerrillera junto a otros pueblos del mundo. Un círculo completo de ideas y de acción. Todo ello articulado en torno a tres pilares básicos en su pensamiento: su humanismo marxista, la moral del combatiente revolucionario y su concepción sobre el hombre nuevo. ¿Creéis de verdad que han perdido actualidad estos postulados?

El núcleo central del pensamiento ético del Ché es precisamente el hombre y la mujer nueva, en sus palabras los actores «de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de seres únicos y miembros de la comunidad». Un objetivo a alcanzar en el proceso de transición socialista. Un sujeto activo, inmerso en las múltiples y complejas tareas propias de la transformación revolucionaria. La tesis del Che es clara: frente a la mercantilización de la vida , la solidaridad y la ética de la dignidad colectiva.

Para Guevara, la transformación social se realiza en función del ser humano y éste, sujeto activo de esta transformación, se modifica a sí mismo en el proceso revolucionario, adquiriendo nuevos valores.

El humanismo marxista del Che tiene como antecedente su amor juvenil a la humanidad, plasmado en la esfera individual. Este amor, como señalan las economistas cubanas Elena Díaz y Delia Luisa López, «fruto de su sensibilidad ante el sufrimiento, le impulsa a modificar su vocación profesional, inicialmente dirigida hacia la ingeniería, dedicándose a estudiar medicina». En sus viajes juveniles por América Latina, el Ché observa de primerísima mano la miseria, el hambre, la injusticia, las enfermedades, la explotación…. La opción está tomada: «Para ser médico revolucionario o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución».

En el combate, su actitud será también reflejo de una concepción ética esencialmente revolucionaria. Parafraseando a Martí, el Che señala que «es criminal quien promueve en un país la guerra que se puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable». Valentía y capacidad de sacrificio. Lucha y solidaridad. Pero una lucha que debe contar siempre con un aliado imponderable como es el pueblo…

Llegamos así al concepto del hombre nuevo-mujer nueva , un concepto de indudable actualidad, que nos habla de la problemática del ser humano como sujeto activo y consciente en la construcción de una nueva sociedad. El comunismo será así, para el Che, un fenómeno de conciencia y no solamente un fenómeno de producción. Se trata, en definitiva, de una transformación social en la que, sin renunciar a la perspectiva individual de cada persona, se piense y se actúe cada día más de forma colectiva. Una ética que traslada también a la concepción del poder político. En 1961, el Che anuncia a los recolectores de azúcar un racionamiento masivo de alimentos, tomando un compromiso que levanta el entusiasmo de los participantes: «En la nueva etapa de la lucha revolucionaria -señala- nadie recibirá más que los otros, no habrá ni funcionarios privilegiados ni latifundistas. Los únicos privilegiados en Cuba serán los niños». Es la base para la nueva moral del trabajo, del nuevo esfuerzo cotidiano sustentado en la combinación de producción y educación. Es la base también para todo un discurso teórico y práctico sobre la emulación, la necesidad de establecer diferentes tipos de estímulos para los esfuerzos individuales y colectivos más destacados…

Os decía anteriormente que esta reflexión ética sobre el hombre y la mujer nueva tiene una manifiesta actualidad. Es verdad que la utopía socialista ha sufrido en estas últimas décadas un golpe de consideración con el derrumbe de muros, burocracias y estatismos elevados a la categoría de «modelos insoslayables» . Pero, como diría Eduardo Galeano: «Nos han invitado a un funeral sin cuerpo presente. El socialismo no ha muerto. Simplemente, todavía no ha sido»…

Muchas de las reflexiones de Ernesto Guevara serían reactualizadas precisamente en Cuba en el llamado «Proceso de rectificación», desarrollado entre 1988 y 1989. Un intento de recuperar el espíritu de solidaridad entre los seres humanos reivindicando los valores éticos, el estilo y el pensamiento del Ché que se han mantenido como referencia renovada en estos últimos años de nuevos saltos en el vacío y búsqueda de alternativas propias…

Un pensamiento que no persigue únicamente un modo distinto de creación y distribución de la poca o mucha riqueza existente, sino que conlleva fomentar una constante transferencia de poder hacia la sociedad y las personas. Un pensamiento que nos recuerda que no puede haber una adecuada planificación socialista sin la participación consciente y organizada de los trabajadores y especialmente de los productores. Y que ello debe ir unido a una transformación radical de la cultura, de los valores, de las motivaciones, de las relaciones cotidianas entre el Estado y la sociedad, entre los grupos sociales, entre los hombres y las mujeres, entre las distintas generaciones, razas, etnias o naciones. En definitiva, como señala Luis Suárez, «el proyecto socialista y comunista entraña una inmensa revolución democrática, participativa, ideológica y moral que en su dialéctica dé lugar a hombres y mujeres nuevos capaces de ser protagonistas y dueños plenos de la transformación individual y social, dispuestos a defender, en cualquier lugar del mundo, los más nobles ideales de la humanidad»…

Esa es la verdadera vigencia del Che a cuarenta años de su asesinato. En sus propias palabras: «No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que construye o está construyendo el socialismo, como de índole mundial en relación con todos los pueblos que sufren la explotación imperialista»…

Termino ya. Y querría hacerlo recordando lo que encontraron los asesinos de Ernesto Guevara en su mochila para el inventario de rigor. Dos diarios de campaña, una agenda de códigos, un cuaderno de notas y un libro de poemas copiados. Ni siquiera llevaba consigo el vaporizador para atenuar sus crisis de asma. Sólo libros, poemas, ideas nobles y un gran corazón revolucionario. Una vez, el Che le escribió al gran poeta español León Felipe, exiliado en México, una carta en la que le pedía perdón por no haberle podido agradecer en su momento el envío de un libro dedicado. «Nunca se lo agradecí -decía el Che- pero siempre lo tuve muy presente. Le diré, con todo, que es uno de los tres libros que tengo en mi cabecera. Pocas veces puedo leerlo porque todavía en Cuba dormir, dejar el tiempo sin llenar con algo o descansar, simplemente, es un pecado de lesa diligencia».

Así era el Ché. Bueno sería terminar recordando un breve verso del propio León Felipe: «¡Qué lastima que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla!». Es verdad. Pero aquí en Cuba, querido León, todos los niños son hoy nietos del Ché. Y siguen ganando la batalla. Esa es su principal herencia, pese a quien pese Y al cierre, una confesión personal a modo de coda-epílogo: todos los días paso una o dos veces por la Plaza con el coche. Siempre me fijo en su figura observando la calle desde el edificio del Ministerio de Comunicaciones. Os puedo asegurar que en todo este tiempo le he visto varias veces sonreír o esconder la mirada, a veces incluso alguna que otra lágrima pasajera por quién sabe. Pero habitualmente, comprobación empírica, el Ché me guiña, nos guiña un ojo desde su observatorio (fijaos la próxima vez) compartiendo esa complicidad eterna de los compañeros que presagian el final de la historia más allá de eclipses, huracanes y todo tipo de fenómenos pasajeros…

Joseba Macías es sociólogo y periodista. Profesor de la Universidad del País Vasco y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba).

Miembro del equipo asesor de Cubainformación.