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Chesterton y el universalismo como posibilidad

Fuentes: Rebelión

Transcripción de las notas leídas el 19 de marzo en el debate con Santiago Alba Rico en torno a El Napoleón de Notting Hill en la Facultad de Filosofía de Madrid.

Esta invitación de La Caverna(1) me ha dado el pretexto para volver a leer El Napoleón de Notting Hill y encontrarlo de nuevo tan divertido y fecundo como siempre. Fecundo en un sentido muy preciso: Chesterton nos provee en este libro de una batería de imágenes, reflexiones y paradojas para romper la alternativa que organiza hoy mismo las ideas dominantes, esto es, o bien aceptamos las oligarquías políticas y económicas (aceptamos ser representados por partidos políticos o billetes), o bien defendemos el poder de las identidades cerradas (étnicas, religiosas, nacionales, etc.). El cartel que convoca este acto se pregunta si El Napoleón… es una parodia del nacionalismo o una exaltación del patriotismo. Mi convicción por el contrario es que Chesterton anima a imaginar un nuevo universalismo emancipador, basado en la posibilidad de crear lo común a partir de la multiplicidad radical, pluralidad que es según Chesterton la manera en que Dios hizo al mundo.

Para exponer esta idea necesito resumir el argumento del libro, ¡aviso a quien aún no lo haya leído!

La trama

Al comienzo de El Napoleón…, Inglaterra vive en un régimen despótico y gris, utilitario e higiénico, repetitivo y mecánico. ¿Qué ha ocurrido? Chesterton lo explica en la primera página del libro de modo muy claro: la gente ha dejado de creer en revoluciones, ya sólo cree en evoluciones, en el progreso, en que lo que existe hoy se hará irremediablemente más grande mañana, en lo inevitable. Abolida la voluntad de ruptura, Inglaterra vegeta en una «paz maligna», dice GKC. Como nadie cree ya en revoluciones, cualquiera puede gobernar. Por tanto, el régimen existente es una monarquía no hereditaria, sino por sorteo: se coloca a cualquiera en el poder, a sabiendas de que no podrá ni querrá modificar lo existente, el curso de lo necesario, el mecanismo compuesto de «dinero, poder, razón y respetabilidad». Pero este «despotismo popular» va a encontrar la horma de su zapato al elegir como Rey a un humorista. Chesterton nos explica que los hombres se vuelven locos cuando dejan que una idea fija ocupe su cabeza: por ejemplo, dinero, poder, razón o respetabilidad. «Todos los hombres están locos, salvo el humorista, que no se ocupa de nada y lo posee todo», dice GKC.

Abro aquí un paréntesis: acabo de ver en la portada del ABC (19 de marzo de 2007) de hoy una entrevista con un experto en psicopatías que afirma que en el mundo de los negocios y la política hay muchísimos más locos que entre la población normal, pero que no se nota porque son quienes hacen las leyes. ¡Es una idea completamente chestertoniana!

Sigamos. A este Rey-humorista, ávido de emociones fuertes, se le ocurre la broma de convertir cada barrio de Londres en una ciudad medieval, con su muralla, su estandarte, su escudo y su propio grito de guerra, con el fin de «despertar un sentido más profundo de patriotismo local en los diversos municipios de Londres». Los ricos comerciantes que gobiernan realmente por detrás de esta monarquía estrafalaria toleran con algo de fastidio el excéntrico plan y siguen con sus negocios. Pero pronto se plantea un problema: el «gran Preboste de Notting Hill» es un chiflado que se ha tomado tan en serio el nuevo «fuero para las ciudades» que impide seguir con las obras de construcción de una gran avenida que implicaría la destrucción de Pump Street y la expulsión de sus habitantes. Se produce entonces una guerra de todos los barrios de Londres contra Notting Hill en la que, después de mil peripecias, Notting Hill triunfa y se constituye de ese modo un imperio, el Imperio de Notting Hill.

¿Chesterton anti-nacionalista?

Ahora debería decir que la obra de Chesterton se abre a diversas interpretaciones y que yo voy a dar la mía. Pero la verdad es que la filosofía de Chesterton me parece bastante clara y se repite con distintos argumentos y personajes en todos sus libros. En todo caso, no debo de tener yo razón porque hay reivindicaciones de Chesterton para todos los gustos: ahora mismo acaba de aparecer el número 2 de la revista «Chesterton», de venta en kioskos, animada por la «nueva derecha» española de Luis del Pino, Pío Moa, etc. No voy a detenerme ahora en esta paradoja póstuma de Chesterton: ser tan claro y al mismo tiempo admitir tantas lecturas. Pero sí querría decir que hay lecturas más descabelladas que otras. Por ejemplo, al final de uno de esos veranos inolvidables en Oropesa del Mar, José María Aznar declaró a la prensa que su libro de veraneo había sido El Napoleón…: según Aznar, Chesterton «ridiculizaba como nadie a los nacionalismos». Una pizca de conocimientos históricos sobre Chesterton le hubieran obligado a replantearse su tajante afirmación: Chesterton no fue un enemigo de las naciones, defendió vivamente las luchas de los boers, los irlandeses y los indios contra el Imperio Británico. De hecho, se cuenta que Michael Collins se inspiró para su guerra de independencia precisamente en El Napoleón…, que según Aznar ridiculiza como si fueran «reinos de taifas» las luchas de las pequeñas naciones.

Cuando el Rey-humorista se encuentra a solas con Adam Wayne, el Napoleón de Notting Hill, le pregunta si realmente se toma en serio su humorada y éste responde: «Notting Hill es una elevación que se encumbra sobre la tierra de todos, donde la gente ha construido casas para vivir, ha nacido, se ha enamorado, se ha casado y ha muerto. ¡Por qué iba a parecerme absurdo? (…) Es un trozo de tierra que amo porque jugué de niño, allí me enamoré y platiqué con mis amigos en noches celestiales».

Claro que si Sabino Arana hubiese leído alguno de los libros de Chesterton tampoco encontraría muchos apoyos para sus ideas. Porque Chesterton habla por un personaje de El Napoleón… cuando dice: «Supo que, por norma, el verdadero patriotismo canta penas y desesperanzas más que victorias. Supo que en los nombres propios está la mitad de la poesía de todos los poemas nacionales. Y sobre todo conoció, con el delicioso rubor de una amante, que el principal aspecto psicológico del patriotismo reside en el hecho de que éste no se jacta de la grandeza del país, sino siempre, y necesariamente, de su insignificancia».

Imperio y desierto

Quizá para entender mejor qué tipo de patriota era Chesterton, y de qué patrias insignificantes se reivindica, podemos empezar por analizar qué es lo que aborrecía: el cosmopolitismo abstracto, la Civilización como Imperio uniforme y plano, el universalismo formal, normativo.

Esto queda clarísimo en El Napoleón… cuando se desarrolla el diálogo entre los poderosos comerciantes que gobiernan la ciudad y un personaje que resulta ser el exilado Presidente de una Nicaragua recién conquistada y sometida por «los yanquis, los alemanes y los brutales poderes de la modernidad»:

-«Nosotros, los modernos, creemos en una gran civilización cosmopolita, en la cual debemos incluir todas las inteligencias de los pueblos absorbidos….

-El señor me perdonará (…). ¿Puedo preguntarle cómo, en circunstancias ordinarias, captura un caballo salvaje.

-No capturo nunca caballos salvajes -replicó Barker con dignidad.

-Precisamente -dijo el Presidente-. Aquí termina su absorción de las inteligencias. Aquí es donde compadezco su cosmopolitismo. Cuando dice usted que quiere ver todos los pueblos unidos, quiere usted decir, en realidad, que quiere ver a todos los pueblos unidos para aprender los trucos del suyo. (…) En Nicaragua teníamos un sistema de coger los caballos salvajes lanzando el lazo a cuatro patas, que era tenido por el mejor de Centroamérica. Si tiene usted que incluir todos los talentos, vaya usted y hágalo. Si no, permítame que le diga lo que he dicho siempre: que algo desapareció de este mundo cuando Nicaragua fue civilizada».

¿No es éste el cosmopolitismo de los flujos de dinero, el universalismo imperial? Un universalismo normativo (dicta un deber-ser) que suprime (o turistiza) las diferencias demasiado diferentes, que eleva a universal una particularidad: esto es, el modo de vida dominante. El Imperio se propone como final de la Historia. Reina allí donde no pasa nada (sólo transacciones de poder, dinero, cálculo y respetabilidad). Extiende un desierto uniforme, aunque su apariencia sea multicolor. Se parece notablemente a nuestro capitalismo neoliberal contemporáneo. Chesterton lo odiaría. Os leo una soflama de Adam Wayne que resume 100 años antes muchas de las provocaciones tan escandalosas hoy de Slavoj Zizek, un autor de inspiración muy chestertoniana también:

«Menuda farsa la liberalidad moderna. En esta civilización nuestra, por libertad de expresión se entiende, en términos prácticos, hablar tan sólo de cosas intrascendentes. No debemos hablar de religión, porque eso es intolerancia; no debemos hablar de pan y queso, porque eso es propio de comadres; no debemos hablar del nacimiento, porque es indecoroso; no debemos hablar de la muerte, porque eso nos entristece. No, no puede durar. Algo ha de acabar con esta incomprensible indolencia, con este incomprensible egoísmo ensoñador, con esta incomprensible soledad de millones de individuos. Algo tiene que cambiarnos. ¿Por qué no damos usted y yo el primer paso?».

¡Este discurso incendiario se lo suelta Adam Wayne a un pobre boticario estupefacto de Notting Hill al que quiere reclutar para su lucha contra los demás barrios londinenses!

Pero no pienso que los dardos de Chesterton contra el universal normativo y guerrero se dirijan sólo contra el universalismo de las mercancías: la acción política «progresista» y «revolucionaria» se ha basado también en los universales abstractos, esto es, modelos válidos para todos. Se hacía un calco del pensamiento científico: las ideas políticas correctas, como los conceptos científicos, son universales, necesarios y sobrevuelan lugar, tiempo y circunstancia. La estrategia debe obedecer «líneas correctas» y desplegarse en espacios lo más lisos posibles. La guillotina siempre ha sido la consecuencia lógica de ese ideal, su correlato material: el terror es la forma más eficaz de formatear la multiplicidad de lo real y suprimir «desviaciones» en el pensamiento y «tramas densas» en el territorio.

La guerra de los mundos

Quizá se pueda arrojar más luz sobre la naturaleza de las metáforas de Chesterton desde otro lado: ¿cómo se defiende Notting Hill?

En toda la obra de Chesterton hay un elogio de la espada, es decir, de la lucha y el conflicto. El cristianismo de Chesterton no es en absoluto una filosofía de paz, sino que «trae sobre el mundo una espada para separar y dividir». La misma bienaventuranza sobre los mansos, dice Chesterton, es «una afirmación muy violenta, en cuanto que se opone violentamente a la razón y la probabilidad» en un mundo edificado sobre las maltrechas espaldas de los esclavos y que adoraba la forma-Estado. A Chesterton no le extraña que el símbolo de muchas filosofías plenas y circulares (desde las orientales al hegelianismo) sea la esfera: «la cruz», por el contrario, «es colisión, crujido, lucha en piedra».

En El Napoleón… podemos hallar también citas similares: «la espada engrandece lo que toca», «la espada embellece las cosas. Ella ha hecho que el mundo sea romántico». ¿Se trata de una exaltación jüngeriana de la «guerra por la guerra» contra un mundo de pasividad e indiferencia? ¿desvela aquí Chesterton cómo se fabrican las naciones, siempre a partir de la sangre y la espada (los nacionalismos crean las naciones y no al revés)? Desde luego, para Chesterton la lucha es en sí un modo de vida deseable, no sólo un medio para alcanzar un fin: como dice en su Dickens, «contra el vacío lacerante de la aprobación sin alegría, no hay más que un antídoto: la fe súbita y belicosa en el mal. Podemos hacer hermoso de nuevo el mundo, a condición de tomarlo por campo de batalla. Cuando hayamos delimitado y aislado el mal concreto, todo lo demás volverá a poblarse de colores. Cuando las cosas malas sean realmente malas, las cosas buenas, gracias a un apocalipsis ardiente, recobrarán su bondad. La tristeza de algunos hombres viene de que no creen en Dios; pero la de muchos más hombres se debe a que no creen en el diablo».

Pero, ¿qué conflictos nos describe concretamente Chesterton? Lo fundamental es que en la obra de Chesterton no hay conflicto en el interior de un mismo mundo, sino conflicto entre mundos (de ahí alguna alabanza que otra de Chesterton a las «guerras de religión»). Esto es muy importante. La batalla que enfrenta a Notting Hill y al resto de Londres es, como explica Chesterton, una batalla entre «atmósferas». La atmósfera de los ejércitos que asolan Notting Hill es el cálculo. Como dicen los generales enemigos de Adam Wayne, «todo lo relacionado con la lucha se reduce a una simple operación de artimética», «no comprendo qué puede esperar un hombre que se enfrenta a la aritmética, por no decir a la civilización. Menuda superchería es el genio militar. Barrunto que acabo de descubrir lo que ya descubriera Cromwell, a saber, que no hay mejor general que el comerciante juicioso, y que el hombre capaz de comprar y vender también los puede acaudillar y matar», «es físicamente imposible que una calle derrote a una ciudad entera». Después de sufrir la primera derrota inesperada, los generales-comerciantes se lo explican así: «nos derrotaron porque no supimos ser matemáticos ni físicos ni nada».

¿Y cuál es la atmósfera de los defensores de Notting Hill? Podríamos decir que la explotación imprevisible de las posibilidades del propio territorio: la forma de las calles, las farolas que las iluminan, el gran depósito de agua. No ocupan un territorio, son el territorio.

Por tanto, Notting Hill es un territorio, una atmósfera, un mundo.

Posibilidad contra Imperio

La victoria de Notting Hill es al mismo tiempo su derrota, porque sus habitantes ceden a la tentación de constituir un Imperio, ceden a la tentación del universal normativo y suprimen las costumbres y la autonomía de los demás barrios londinenses. Entonces, Adam Wayne se revuelve contra ellos y les arenga así:

«¿Por qué tenemos que rebajarnos a ser un simple imperio? ¿no os podéis resignar al mismo destino que Atenas y Jerusalén, al humilde propósito de crear un mundo nuevo? Como Atenas y Jerusalén, Notting Hill es madre de un estilo, de un modo de vida, que renovó la juventud en el mundo. (..) ¿Se encolerizó Nazaret porque la pequeña aldea que es quedase como modelo de todas las aldeas de donde, como dicen los pedantes, nada bueno puede salir? ¿Se encolerizó Atenas porque romanos y florentinos se apropiasen de su fraseología para expresar su propio patriotismo? ¿Exigió Atenas que todo el mundo vistiese clámide? ¿Quedaron todos los seguidores del nazareno obligados a llevar turbante? ¡No! Pero el alma de Atenas ha seguido viva y hecho que los hombres beban cicuta, y el alma de Nazaret ha seguido viva y hecho que los hombres se dejen crucificar. Y también el alma de Notting Hill ha seguido viva y ha hecho que los hombres se den cuenta de lo que significa vivir en una ciudad. Tal y como nosotros inauguramos nuestros símbolos y ceremonias, ellos han inaugurado los suyos. ¿Y sois tan locos para buscarles pelea? Notting Hill está bien. Siempre ha estado bien. Se ha hecho a sí mismo según sus necesidades, según su propio sine qua non, y ha aceptado su propio ultimátum».

Como decía al principio, la atmósfera dominante nos presenta hoy una alternativa aplastante: «la modernidad, la civilización y la monotonía» (ser gobernados por partidos o leyes del mercado), o bien la guerra total entre identidades cerradas. Chesterton nos propone las parábolas y las paradojas de Notting Hill para encontrar una salida de este atolladero axfisiante. Las resumo en seis ideas:

1- Chesterton no propone ningún «repliegue» en una identidad, sino crear mundos de sentido y defender con uñas y dientes lo que hace relevante nuestra vida, «las cosas que hacen nuestra vida digna o miserable» (GKC). Hace más un siglo, Chesterton pensaba que esos mundos de sentido tenían la forma de territorios físicos con límites geográficos. Hoy yo no lo creo, no pienso que podamos ser literales ahí: lo que hace relevante mi vida no se circunscribe a lo local. Hay que descartar la idea de oponer lo local al cosmpolitismo abstracto del Imperio: ambos son abstractos. Se trata de defender «lo que nos abraza a la vida» (GKC) y lo que nos abraza a la vida tiene límites (la filosofía de Chesterton es una filosofía del límite), pero no geográficos. Aunque una forma de vida pueda desplegarse en un territorio concreto, lo importante es la idea de que no tiene porqué ser así.

En la batalla final, Adam Wayne exclama, apoyado en un árbol y rodeado por sus propios vecinos de Notting Hill que se disponen a matarle: «Ahora hago lo mismo que he hecho durante toda mi vida, lo único que da felicidad, lo único universal. Estoy abrazado a algo. Dejad que caiga y que allí quede. Necios, vais por allí y veis los reinos de este mundo, y sois liberales y cosmopolitas, que es cuanto os puede dar el diablo, cuanto éste pudo ofrecer a Cristo sólo para ser repudiado. Estoy haciendo lo que hace el auténtico sabio. Cuando un niño sale al jardín y se agarra a un árbol diciendo «que este árbol sea lo único mío», al momento sus raíces arraigan en el infierno y las ramas en las estrellas». Las formas de vida atraviesan la polaridad local-global. Son espacios-tiempo de vida concretos donde recuperamos nuestras potencias, donde las cosas tienen sentido y nos creemos lo que hacemos, donde sentimos que la existencia merece la pena. Pueden circunscribirse a un territorio concreto, pero hacia dentro son infinitas: «sus raíces arraigan en el infierno y las ramas en las estrellas».

2- Notting Hill es un universal concreto. Es decir, no se eleva como modelo, pero sí se comunica como ejemplo. Chesterton lo dice en varios momentos del libro: ¿qué es lo que aterrorizaba de la Nicaragüa sometida? Que su ejemplo «pueda prender y cundir por doquier». El universal no queda así definido como identidad, sino como posibilidad: «hemos comunicado el idealismo de Notting Hill a otras ciudades», «batiéndome por Notting Hill me bato por Bayswater». Su extensión es trasversal y por contagio, no geométrica ni cuantitativa. No crece sumando casos idénticos, sino que multiplica lo diferente y común al mismo tiempo. Recuerda a los zapatistas, que explican que la solidaridad con ellos debe significar «traducir el zapatismo» allí donde cada uno se encuentre, en su propio Notting Hill.

3- La lucha no hay que pensarla como relación de fuerzas en un único mundo (toma del poder), sino como conflicto entre mundos, entre atmósferas. Para luchar hay que crear otro mundo: el mismo impacto de la negación depende de la positividad del mundo común que sepamos crear.

4- El mundo común es un sentido de la vida compartido. Las ideas dominantes nos dicen que «lo común es vulgar», que lo que nos es más propio es lo menos común. Para Chesterton es siempre lo contrario: lo común es lo verdaderamente extraordinario, la verdadera aventura. Las luchas de los libros de Chesterton siempre tienen objetivos estrafalarios: por un barrio, por volver a la Edad Media, etc. Esa exageración es un elemento de polémica chestertoniana contra el determinismo «materialista» dominante en su época: no luchamos sólo por dejar de ser estómagos rugientes, sino por necesidades subjetivas de sentido, por crear otros mundos. Por lo supuestamente «superfluo».

5- Otro mensaje muy actual de El Napoléon… es que no debe haber antagonismo entre la risa y el respeto, entre el amor y el humor, entre el rey-humorista y Adam Wayne, «los dos lóbulos de un mismo cerebro que nunca debieron pelearse». No voy a desarrollar este punto aquí ahora: pero si sólo nos quedamos con el humor, tendremos la ironía posmoderna, debilitadora; y si sólo nos quedamos con la convicción, obtendremos fanatismo «premoderno».

6- Por último, Chesterton arremete contra la superstición de la duración, de que lo que dura vale y lo que no dura no vale. Chesterton afirma otra lógica valorativa cuando Adam Wayne exclama antes de morir: «la condena al fracaso, innata a todos los sistemas humanos, afecta a las almas tan poco como los gusanos de la ineludible tumba a los niños que corretean por los prados. Notting Hill ha fracasado. Notting Hill ha muerto. Pero eso no es lo más formidable: Notting Hill ha vivido». Contra todo fatalismo, contra todo lo que apuntaba a que no podría ser, la posibilidad de Notting Hill se dio. Y si se dio una vez, se puede volver a dar.

1 Asociación de estudiantes de la Facultad de Filosofía de la UCM.