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Chile: 16 años de posdictadura

Fuentes: Rebelión

«La derecha no debe tener miedo de nada…» Michelle Bachelet, El Mercurio, 22 de enero de 2006 Que otra cosa sino un simulacro de tensión es lo que nos muestra el cuadro político chileno durante estos últimos 16 años. En efecto, durante las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales, los medios de comunicación transmitieron la sensación […]

«La derecha no debe tener miedo de nada…» Michelle Bachelet, El Mercurio, 22 de enero de 2006

Que otra cosa sino un simulacro de tensión es lo que nos muestra el cuadro político chileno durante estos últimos 16 años. En efecto, durante las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales, los medios de comunicación transmitieron la sensación de que Chile se jugaba entre dos proyectos diferentes de país; por un lado, el de la alianza de derecha, por otro, el de la concertación. Sin embargo, ambos, más allá de ciertos matices -a nivel superestructural–, dan cuerpo al bloque dominante que administra y usufructa del neoliberalismo en alianza con el imperialismo y la burguesía nacional (aunque muchos de la patronal se encuentran en carne viva en el parlamento y otros puestos clave del Estado). Durante la reciente lucha electoral por el control del Estado (que les proporciona a la clase dirigente poder, privilegios, estatus y sobre todo los medios de coerción necesarios para el sostén del actual orden económico y social, y para mantener a raya a los explotados y oprimidos y sus demandas) tanto la concertación como la derecha parecían que se mostraban los dientes, mientras que la prensa orquestando este show hablaba de una «polarización» de las elecciones, que falacia! Todo se encontraba perfectamente armado dentro del marketeo político.

Un breve repaso de lo grueso de la campaña electoral nos da cuenta de lo burdo de su búsqueda por marcar diferencias y como esta se enmarcaba dentro de la estrategia publicitaria para distinguir un producto político del otro que en la práctica no se diferencian. La concertación, por ejemplo, de manera hipócrita utilizaba el lema «Chile no se vende», en alusión a la condición de empresario de Piñera, cuando en su eficiente administración del modelo neoliberal y en una estrategia de desarrollo basada en la venta de materias primas ha vendido el país y sus recursos a las transnacionales. Por otro lado, la extrema derecha, descaradamente se apropia del lenguaje de la izquierda y propugnan igualdad a la vez que fustigan la desigualdad que crece y crece con los gobiernos de la concertación, sin reconocer un ápice de que tamaña injusticia es inherente al capitalismo y se incrementa en su versión más salvaje, violenta y opresiva: el neoliberalismo. La derecha chilena alega que la desigualdad, más que ser resultado de la aplicación de los preceptos neoliberales, deriva de una falla de eficiencia en la administración del modelo. En cualquier caso, la desigualdad social es una cuestión ideológica que da cuerpo a la derecha nacional e internacional, y sus expresiones mediáticas en cuanto a lo escandaloso de la desigualdad y la pobreza en Chile, forman parte de su estrategia de marketing político. Su visión de la superación de la pobreza no pasa más allá de la repartija de unas cuantas migajas, un humanismo patronal y bastante brebaje ideológico tranquilizante como las iglesias y la cultura basura de los medios de comunicación de masas. La solidaridad para ellos solo la entienden como limosna. Ahora, terminadas las elecciones y con las piezas ya ordenadas, los mismos actores del bloque político dominante -antes, según la prensa, «polarizados»- vuelven los ojos blancos por la «democracia» y se vuelven a sobar mutuamente la espalda. Piñera y su conglomerado reconocen que serán una oposición «firme y constructiva», mientras la concertación reconoce el «espíritu demócrata» de la derecha, alabando la normalidad del proceso -«fiesta cívica» según los medios- que vendría a confirmar nuestra tradición republicana. ¿¡Que más alejado de la realidad!? -aun pensando en su ingenuidad, para no denotar un intencional velo ideológico-. La historiografía reciente a desmoronado este mito.

Nuestra historia, a pesar del velo de mentira de la historiografía oficial, ha sido escrita con sangre, los periodos de paz social son relativamente escasos, siempre recubiertos y avalados por un estado autoritario, la impunidad y el consenso dentro de las clases dominantes. El hecho de que los supuestos dos proyectos distintos para Chile, el de la concertación y la derecha, vuelvan a amigarse, abrazarse y hablar de un «espíritu dialogante», no es otra cosa que la llamada «política de los acuerdos» o de los «consensos» de los últimos 16 años, donde los matices son afinados siempre en y por el marco del neoliberalismo, el sistema de los ricos. Derivado de lo anterior, es que el bloque dominante hace gárgaras en torno a la «gobernabilidad», un concepto bastante engañoso y que no significa otra cosa que tranquilizar a las «clases peligrosas» en pos del empresariado nacional, el gran capital y la dominación política de la región por parte del imperialismo necesaria para su explotación. Pero entonces, ¿porque no existe una respuesta por parte de los sectores populares? ¿A que se debe la dispersión del campo popular? ¿Cuales son los factores que inciden en que durante estos dieciséis años los sectores explotados y oprimidos no den forma a una política de clase mas allá de la respuesta de que los sectores conscientes más avanzados fueron aniquilados física y orgánicamente por la dictadura? ¿Que caminos se cierran, cuales se abren? La respuesta es compleja pero podemos apuntar algunos elementos desde el campo popular que nos ayuden a dilucidar el asunto. La supuesta conquista de la democracia de la que se ufanan en la concertación fue una victoria de la lucha del pueblo en su conjunto; sin embargo, las masas fueron rápidamente despojadas de su conquista por la clase política hoy en el poder, precisamente a través de la «política de los acuerdos» con el fin de mantener en lo troncal -la «democracia protegida» y un neoliberalismo acérrimo, paradójicamente protegido «democracia protegida»- el sistema heredado por la dictadura.

Estas cúpulas -que negociaron a espaldas del pueblo- supuestamente representativas del país, y su sistema político legitimado por el reformismo, han conducido a grandes sectores del pueblo a una suerte de fatalismo en la aceptación de este orden económico y social, no porque se considere mejor, sino porque al parecer no se tienen los medios ni se intuyen posibilidades de cambio, es decir, no existen posibilidades realistas de acabar con las desigualdades. En este sentido, las políticas electoralistas del PC -que al parecer busca la mejora de la situación del partido, en franca decadencia, antes que la mejora de la clase trabajadora- han conducido a sucesivas derrotas políticas que han ayudado a este fatalismo en el mundo popular que viene a ser coronado en la vida cotidiana por la adaptación o resignación a la inseguridad material y las privaciones, ya que no se cree contar con el poder de cambiar la realidad optando siempre por el «mal menor». En efecto, a este fatalismo es el que han conducido las políticas electoreras de la vieja izquierda reformista al no contar con un Sujeto social fuerte que las apoye y permita cambiar las correlaciones de fuerza; y por el contrario, han contribuido al fortalecimiento de la «política de los consensos» con todas las nefastas consecuencias que tiene para el campo popular y la acción colectiva de los explotados la legitimación del orden social neoliberal y sus relaciones de dominación. Si para la derecha el fatalismo se argumenta ideológicamente -las sociedades humanas son desiguales per se-, para la concertación y aquellos que llamaron a votar por ellos, al no pretender acabar con la fuente de la desigualdad, es decir, el capitalismo, no nos dicen otra cosa sino que «no hay posibilidades realistas de acabar con la desigualdad». Los magros resultados obtenidos por el Juntos Podemos en las ultimas elecciones no vienen sino a fortalecer el fatalismo y a legitimar la «política de los consensos» y su institucionalidad. La legitimación del orden social y político se nutre del fatalismo. ¿Cómo revertirlo entonces? ¿Acaso nos encontramos en un callejón sin salida? ¿Cómo romper esta realidad reificada y coronada por el fatalismo? Por un lado, la anacrónica política de la vieja izquierda reformista, como señalamos más arriba, al dar centralidad a la lucha electoral viene a legitimar la institucionalidad burguesa y con sus sucesivas derrotas solo contribuye al fatalismo en el mundo popular y sostener por la izquierda el consenso del bloque dominante. Por otro lado, debemos notar el real estado de ánimo de las masas y no pretender como el PC conducir un movimiento popular que en la práctica no existe. La lucha de clases en Chile luego de la derrota y aniquilación de 1973, hoy por hoy, se encuentra en un estado embrionario y se reduce a luchas reivindicativas parciales. Para contrarrestar el aplastante poder del bloque neoliberal en el poder se hace imperativo impulsar políticas que apunten a reconstituir el tejido social de explotados y oprimidos para que se constituyan como sujetos activos y combativos en protagonistas de su historia y no conducirse por estériles caminos de unidad «por arriba» que apuntan sus esfuerzos a la lucha electoral por parte de cúpulas dirigenciales que reducen la «exclusión» del pueblo en la toma de decisiones respecto de su futuro a uno o dos sillones parlamentarios.

Para que el Pueblo se constituya como Sujeto, tomando en cuenta el contexto actual, ciertamente que debe tener por prioridad la unidad y la organización, pero es necesario aterrizar esos principios en las bases del campo popular y sus problemas cotidianos, conectando los problemas del día a día producto de la pura y dura coerción económica con la naturaleza del sistema económico y social que beneficia a unos pocos. Es necesario que la lucha tenga frutos, que demuestre que con lucha y organización el dinero y los poderosos no tienen la ultima palabra, y que los poderosos pueden ser otros, todos, el pueblo. Y efectivamente, así lo han demostrado las luchas recientes en Chile de los deudores habitacionales, los trabajadores contratistas de CODELCO que han abierto la cancha más allá de los instrumentos de reformistas y neoliberales. La única forma de romper con la valla levantada por el aparataje ideológico de las clases dominantes y su institucionalidad burguesa que hace ver el orden económico y social vigente como bueno y justo, es la construcción de un Sujeto popular consciente, organizado y combativo, una tarea que comienza con la lucha por las demandas populares mas inmediatas como primer paso para la recomposición de una conciencia de clase que permita vincular su realidad material a su posición de clase en el actual sistema socioeconómico. Y por ultimo, dos cosas; primero, que no nos engañen, la condición de mujer de Bachelet no puede esconder su pertenencia al bloque político dominante que administra y afina el modelo neoliberal; y segundo, es preferible hablar de mujeres antes que de mujer, lo ultimo significa siempre momificar un tipo de mujer escondiendo toda la diversidad del género.