«El grito que ahora resuena de una punta a otra del mercado mundial es: ¡no hay más mercancía que el dinero! Y como el ciervo por agua fresca, su alma brama ahora por dinero, la única riqueza». Carlos Marx, «El Capital», vol. I, pág. 95 (Fondo de Cultura Económica, México, 1973). E n un país […]
«El grito que ahora resuena de una punta a otra del mercado mundial es: ¡no hay más mercancía que el dinero! Y como el ciervo por agua fresca, su alma brama ahora por dinero, la única riqueza».
Carlos Marx, «El Capital», vol. I, pág. 95 (Fondo de Cultura Económica, México, 1973).
E n un país donde las relaciones mercantiles encauzan las relaciones sociales y el comportamiento ético de las personas, resulta natural que la oligarquía suplante a la soberanía del pueblo. Es lo que está sucediendo en Chile con las próximas elecciones presidencial y parlamentaria. Ante el enrarecimiento del cuadro político que amenaza colocar a la Asamblea Constituyente en el centro de la demanda ciudadana, el empresariado decidió «cortar el queque» y entregar su apoyo a la coalición Nueva Mayoría y a reformas que permitirían dar oxígeno al extenuado modelo neoliberal.
Aprisionado en las redes del gran capital -que estruja sus recursos naturales, corrompe las prácticas políticas y degrada las relaciones sociales-, Chile avanza hacia una crisis institucional. Esta no tiene otra solución democrática que convocar a una Asamblea Constituyente para que redacte la nueva Constitución que necesita el país para desarrollar todas sus potencialidades económicas, sociales y culturales.
La Constituyente es lo que más teme la derecha económica y política, porque sabe que una Constitución democrática -y el proceso de movilización y debate para su convocatoria-, terminará con una desigualdad social vergonzosa. Ante la incapacidad de la derecha política para asumir la nueva realidad que vive el país a partir de las movilizaciones sociales -en especial de los estudiantes-, el empresariado decidió entrar al campo de maniobras políticas e imponer su estrategia que consiste en apropiarse del descontento, subordinarlo al sistema y conceder cambios menores para que nada cambie. La línea empresarial consiste en apoyar a la Nueva Mayoría y a su candidata presidencial, Michelle Bachelet, conformando un frente inédito en la política chilena. Abarcará desde la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), bastión de la derecha empresarial, hasta la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), gobernada por la alianza comunista-socialista-
Para implementar esa estrategia y enviar una clara señal a su sector, los más destacados voceros del empresariado, como Andrés Santa Cruz López, presidente de la CPC, han expresado su acuerdo con las reformas que propone Bachelet, incluyendo las reformas tributaria y constitucional. Santa Cruz representa al gremio más conservador dentro de la CPC: la Sociedad Nacional de Agricultura, de la que fue presidente. Sin embargo, con un discurso de impecable corte liberal, se ha pronunciado a favor de la reforma de la Constitución por vía institucional, como plantea Bachelet. Esto significa entregar a la más desprestigiada institución del Estado -el Congreso- la facultad de decidir las reformas constitucionales. Santa Cruz está de acuerdo asimismo en que el sistema electoral binominal ha llegado a su fin y debe consensuarse uno más democrático, lo cual a estas alturas no es novedad puesto que Nueva Mayoría y Renovación Nacional están de acuerdo en «modificar» el binominal, aumentando el número de senadores y diputados en un amistoso reparto de cupos parlamentarios. En cuanto a la reforma tributaria anunciada por Bachelet, destinada a recaudar 8.500 millones de dólares, el presidente de la CPC sorprendentemente también está de acuerdo. Pero sugiere discutir el porcentaje y gradualidad de la mayor tributación. En materia de reforma educacional, Santa Cruz no está del todo convencido, pero no se cierra a «conversarlo». En resumen, existe gran coincidencia entre la CPC y Nueva Mayoría. Y esto en momentos en que todas las encuestas señalan que habrá segunda vuelta. Bachelet que marcaba más del 50% de preferencias hace seis meses, ahora se ubica en torno al 40%. ¿Por qué el empresariado -tradicionalmente derechista- apoya una opción reformista que incluye al Partido Comunista?
Desde luego porque la derecha tradicional está fracturada y desmoralizada, sumida en una verdadera guerra intestina. Por lo tanto, anticipadamente derrotada en la elección presidencial. La Alianza ya no garantiza la continuidad del modelo. En cambio lo hace la ex Concertación de Partidos por la Democracia. Así quedó demostrado durante los cuatro gobiernos concertacionistas. Ellos abarcan un periodo que significó enormes ganancias para el capital nacional y extranjero así como el empleo de eficaces formas de contención de la lucha social, incluyendo la represión y el uso de la Ley Antiterrorista contra el pueblo mapuche. La debilitada situación de la derecha la perciben con claridad los líderes del sector. «Las ideas de libertad económica han perdido terreno en la sociedad chilena», admite Luis Larraín Arroyo, director ejecutivo de Libertad y Desarrollo, el think tank del neoliberalismo. Este ex ministro de la dictadura intervino el 8 de octubre en un foro organizado por la Sociedad de Fomento Fabril y la Universidad del Desarrollo. Dijo que el retroceso liberal se percibe en el «mensaje estatista y antiempresa» en los medios de comunicación y en los partidos… incluyendo la Alianza. A la falta de legitimidad del modelo -añadió el desalentado Larraín- se agrega la falta de legitimidad política. La conmemoración de los 40 años del 11 de septiembre de 1973 -dijo- ha significado deslegitimar el golpe militar y a la derecha que apoyó a la dictadura.
Es la opinión que comparten los empresarios que apuestan a la Nueva Mayoría. Estamos ante lo que visionariamente planteó el diputado Sergio Aguiló en Chile entre dos derechas, su lúcido ensayo publicado en marzo de 2002.
No se puede negar que los empresarios son más consecuentes que muchos políticos de la centroizquierda. Han comenzado a hablar de un capitalismo «inclusivo», que sería el programa de Bachelet. Lo dice con entusiasmo el presidente de la Asociación de Bancos, Jorge Awad: «Yo ya voté por ella (Bachelet) y ahora me voy a repetir el plato», (La Segunda, 23 de agosto 2013). Awad tampoco se opone a la reforma tributaria ni le preocupa la participación del Partido Comunista en la Nueva Mayoría: «Es otra forma del capitalismo inclusivo -dice-. ¿Queremos que haya chilenos sin participación? Bienvenidos (los comunistas), si quieren juntarse con los buenos». Awad tiene poderosos motivos para impulsar un capitalismo «inclusivo». Las ganancias de los bancos en el periodo enero-agosto de este año alcanzaron a 968.579 millones de pesos, en una curva ascendente que consolidaron los gobiernos de la Concertación. Lo mismo puede decir el capital extranjero que está despojando a Chile de sus riquezas mineras. En 2012 las ganancias de las empresas extranjeras alcanzaron a 16.409 millones de dólares. La CEPAL señala que sólo Brasil -la quinta economía del mundo, el país más grande del continente con 200 millones de habitantes- supera a Chile en las ganancias del capital extranjero (24.564 millones de dólares). Gracias a la vista gorda tributaria de la Concertación y la derecha, los tiburones transnacionales pueden exprimir en esta «larga y angosta faja de tierra», ganancias que superan las que consiguen en países del vecindario como Colombia (15.958 millones de dólares), Perú (11.980), México (10.122), Argentina (8.956) y Venezuela (5.789). La cota más alta se registró durante los gobiernos de la Concertación y en particular, en la administración de la presidenta Bachelet, llegando a 22.832 millones de dólares el 2007.
El retraso en la construcción de una alternativa popular impide todo optimismo respecto a las elecciones del 17 de noviembre. Hay candidaturas como las de Roxana Miranda, del Partido Igualdad, y Marcel Claude, del Partido Humanista, que se inscriben en la tradición programática de la Izquierda. Sin embargo, sólo puede esperarse que dejen alguna base orgánica para continuar la lucha. Se ha perdido un tiempo precioso en levantar la alternativa de cambios concebidos desde la perspectiva del humanismo y la solidaridad social. Ahora que el modelo muestra sus grietas, no hay una agrupación social y política capaz de liderar una alternativa al capitalismo.
Ese enorme vacío que significa la ausencia de la Izquierda, deja vía libre al ensayo que la Nueva Mayoría y el empresariado se proponen implementar. La percepción de lo inevitable hace que la mayoría ciudadana se mantenga indiferente a la contingencia electoral. El pueblo no espera cambios políticos, sociales o económicos importantes. Pero todos sabemos -empezando por los empresarios-, que las reformas superficiales de la Nueva Mayoría no resolverán una crisis que reclama cambios económicos, sociales y políticos de fondo.
Editorial de «Punto Final», edición Nº 792, 25 de octubre, 2013