Es una pregunta que está de moda. La mayoría la responde afirmativamente, endilgando la responsabilidad a quienes sustentan el poder, sea económico, político o religioso. Otros, en cambio, se escudan en la excepcionalidad de los casos de corrupción conocidos. Esto refleja que el tema, como todos aquellos que afectan a la sociedad en su conjunto, […]
Es una pregunta que está de moda. La mayoría la responde afirmativamente, endilgando la responsabilidad a quienes sustentan el poder, sea económico, político o religioso. Otros, en cambio, se escudan en la excepcionalidad de los casos de corrupción conocidos. Esto refleja que el tema, como todos aquellos que afectan a la sociedad en su conjunto, debe soportar miradas diversas. Y, por lo general, miradas condenatorias para los responsables, supuestos a verdaderos, lo que automáticamente deja a quienes las lanzan como jueces ajenos al delito. En realidad, el problema es más complejo.
Recientemente, el presidente saliente de la Corte Suprema de Justicia, Sergio Muñoz, aseveró que los casos de corrupción son excepcionales. Y que por diez o cien corruptos, no se puede hablar de que la corrupción ha invadido Chile. Una opinión respetable, sobre todo que proviene de quien ejerció el más alto cargo del Poder Judicial. Poder que, se supone, debe dar normas de conductas éticas y castigar a quienes se salen del camino establecido por las directrices que hacen posible la convivencia.
Sin embargo, pareciera que Muñoz restringe su mirada del comportamiento social a los casos que llegan a los tribunales. Y en eso su mirada es muy parcial. Si uno observa con alguna detención el comportamiento del empresariado en general, de funcionarios públicos o privados, de dignatarios religiosos, con escasísimas excepciones, ve allí como objetivo central ganar dinero o poder o ambos. Y eso sí involucra a toda la sociedad.
Esto nos lleva a mirar hacia áreas esencial, como la educación. ¿Qué reciben los chilenos como orientación fundamental en su paso por las aulas? Herramientas para ser eficientes en el logro del objetivo primordial: alcanzar el éxito. Y éste se mide en metálico. Eso se constata en la mayoría de los actos de corrupción denunciados por los medios de comunicación y las redes sociales. Es lo que se ve en los mecanismos de financiamiento de la política. Finalmente, tales manejos terminan siempre perjudicando a las arcas fiscales, o sea a todos los chilenos. Cuando Jorge Sampaoli, entrenador de la Selección Nacional de Fútbol, hace que paguen parte de sus sueldos en paraísos fiscales, lo que está haciendo es defraudar al fisco. Cuando empresas productoras de papel y farmacias se coluden para aumentar los precios de sus productos, se está poniendo en juego el mismo mecanismo, claro que allí la defraudación es más directa. Cuando se protesta, la respuesta invariable es que hay que dejar que las instituciones funcionen y castiguen a los culpables. Pero en ese momento se detecta de las grandes falencias. Las leyes o han quedado obsoletas o responden a los intereses de quienes ostentan el poder. Esto último resulta evidente cuando un juez tiene que dictar sentencia sobre un chileno sin recursos y otro con fuerte respaldo monetario.
Sin embargo, la realidad no la muestran solo los medios de comunicación. También se ve en la cotidianeidad. Si se puede dejar de pagar una cuenta, saltarse un lugar en la fila o evitar el pago del pasaje en el Transantiago, adelante. Pero para personaje que debieran ser símbolos de probidad, como Sergio Muñoz, todo eso no es corrupción. Es cierto que no todos los chilenos incurren en tales prácticas. Pero no es menos cierto que la estructura social empuja al comportamiento éticamente reprochable.
Un canal de TV consultó a los transeúntes acerca de si Sampaoli debiera continuar a cargo de la Selección de fútbol. La totalidad de los entrevistados dijo que sí. Y el argumento central fue que nos había llevado a lograr triunfos inéditos para Chile, como ser campeón de la Copa América. El éxito deportivo opaca, esconde, el delito de defraudar al fisco al eludir el pago de impuestos.
¿Se debiera esperar algo diferente cuando el sistema imperante hace que el éxito desplace a la felicidad y la competencia al trabajo solidario? Finalmente, pareciera que son las leyes del mercado las únicas eficientes y que se respetan. Porque en la educación formal, la ética o la educación cívica aún no logan ubicarse en un sitial de privilegio y ni siquiera recuperar el que tenían ante de la imposición de la dictadura. En cambio las leyes del mercado permiten y alientan que las concesionarias de autopistas suban los precios del peaje en los fines de semana o en los días festivos, porque hay mayor demanda. Entre la necesidad del descanso y el lucro, las jerarquías de la sociedad chilena se inclinan por este último. Y siendo así las cosas ¿alguien puede extrañarse del aumento de la delincuencia de cuello y corbata y de la otra? Es como si los estadounidenses se preguntaran ¿por qué las masacres? Y no son capaces de vencer la presión de los lobistas de fabricantes de armas.
¿Chile es corrupto? La respuesta depende de cómo ve usted las cosas y si es capaz o no de juzgarse a sí mismo.
Blog del autor: www.wilsontapia.cl
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