Hace poco presencié algunas conversaciones sobre Chile, en parte debido a un aniversario más del derrocamiento de Allende, el 11 de septiembre de 1973. Incluso algunas personas me han preguntado cómo va Chile en el contexto del Cono Sur [2] . Así es que me puse a leer un ratito algunos diarios, prevaleciendo mi selección […]
Hace poco presencié algunas conversaciones sobre Chile, en parte debido a un aniversario más del derrocamiento de Allende, el 11 de septiembre de 1973. Incluso algunas personas me han preguntado cómo va Chile en el contexto del Cono Sur [2] . Así es que me puse a leer un ratito algunos diarios, prevaleciendo mi selección de «La Tercera», uno de los diarios más importantes de ese país [3] .
Como comunicadora, lamentablemente, hace mucho que no espero que los medios masivos me informen. Me acerco a la prensa como termómetro político-ideológico. No me hicieron falta más que diez minutos para percibir el «eje editorial», es decir, la columna vertebral político-ideológica del diario (que no sólo se denota por lo escrito, sino por las publicidades, por ejemplo, o la cantidad de espacio dedicado a deporte y espectáculos, el tipo de suplementos, incluso puede vislumbrarse en los escritores invitados para la redacción de columnas de opinión).
Me puse entonces a leer el diario Chileno, que me abrió sus páginas hacia el universo neoliberal más recalcitrante del Cono Sur, donde en apariencia, todo funciona. Digo esto porque la prensa internacional tiende a atacar con mucha más facilidad a Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, que a Chile. De hecho, la ausencia de Chile en la crítica mediática podría interpretarse como un pulgar en alto: todo va bien en Chile.
Está claro que ese país no ha cambiado de modo sustancial sus políticas tras el fin de la larga dictadura pinochetista. También es difícil de discutir el rol primordial de una elite que ha quedado enquistada en el poder. Sin embargo, para los empresarios Chilenos, es urgente lograr y garantizar un mayor achicamiento del Estado (su desaparición total como ente capaz de impulsar la redistribución de riquezas y recursos). En este sentido, sobresalen dos temas.
El primero es el de la educación. A lo largo de algunas notas se recomienda profundizar en la privatización de la educación. La solución es que el sector privado financie la educación superior. Que los empresarios premien con becas a los jóvenes que «verdaderamente se esmeran por estudiar» y no a los vagos, como suele hacer la educación pública en el imaginario darwinista de la elite. De este modo, el sector privado financia la educación y tiene el «derecho» a conducirla hacia donde sea más rentable. The American Way of Life perfectamente logrado, invisibilizando las luchas de los estudiantes en estos últimos años, y develando el objetivo real: alimentar una sociedad que sólo se «eduque» para producir y consumir, lejos de una educación para la toma de conciencia. Para eso no se necesita de un Estado, sino de la omnipresencia del mercado y sus (des)valores.
Y justamente esa ausencia del Estado se repite en la exigencia, por parte de la elite, de «dejar el pasado atrás», de no remover aguas turbias. Y es que se está discutiendo la derogación de la ley de amnistía, vigente desde el golpe militar de 1973. El discurso es muy claro. Primero tiene la prudencia de publicar una nota aclarando que la amnistía también favoreció en aquel momento a la izquierda. Es decir, alimenta la teoría de los dos demonios, que ha sido ampliamente discutida a lo largo y ancho de América Latina y de hecho ha sido superada por procesos de reconstrucción de la memoria como el impulsado en Argentina.
Asimismo «La Tercera» aduce que sería «inconstitucional» derogar esta amnistía. Es interesante cómo hoy estos grupos de poder defienden a rajatabla una constitución que fue anulada por los gobiernos cívico-militares. A esto se suma el argumento de la «inconveniencia» de volver sobre cuestiones supuestamente cerradas: «reavivar inútiles debates del pasado no contribuye a la concordia nacional, a crear un ambiente que sea propicio para mirar al futuro y tomar la senda del crecimiento, lo que el país requiere con urgencia», dice La Tercera. Esta peligrosa afirmación parte de dos supuestos: que la memoria es factor de quiebre del tejido social (no genera «concordia») y que el crecimiento sólo se logra mirando «hacia el futuro». En este sentido, la historia ha demostrado que sin memoria es difícil construir un presente y un futuro de solidaridad y reconciliación, y sin eso, es difícil lograr crecimiento. O más bien, se puede lograr el crecimiento recomendado por las Instituciones Financieras Internacionales, que se preocupan por el PIB y por la imagen de la economía en los mercados mundiales. Poco les importa la justicia social.
Lo interesante es que las (falsas) premisas ni siquiera se sostienen por sí mismas. El diario tiene que apelar al Gran Hermano para legitimar su punto de vista. Así, entre página y página, entre artículo y artículo aparece Estados Unidos como ejemplo de democracia, de política exterior, de crecimiento económico. Para (re)crear esta imagen recurren a la publicación de un artículo de Moisés Naím (conocido, entre otras cosas, por su repulsión a la Revolución Bolivariana) repleto de alabanzas a Estados Unidos. A lo largo de sus líneas se puede leer sobre las «acertadas decisiones» de Obama, en contraposición a la debilidad de la economía Rusa (Putin estaría pasando por una racha de imagen fuerte que no tiene nada que ver con una Rusia en decadencia) y a la desigualdad estructural planteada por la economía China (poco se dice sobre la desigualdad en Occidente, para no hablar de la pobreza en Estados Unidos). Naím garantiza a los lectores que el resurgimiento de Rusia y el crecimiento chino no amenazan la hegemonía estadounidense, país que acaba de enviar 3 mil soldados a África Occidental para «contener el ébola». Claro que uno se pregunta si para eso no sería más adecuado enviar médicos (lo que hizo Cuba). Entonces, la lectura que podemos hacer es la siguiente: la presencia de soldados estadounidenses es una clara evidencia del modo en que se articula el poder blando, en este caso la asistencia «humanitaria», con el poder duro (el despliegue de tropas), elementos esenciales de la guerra perpetua sostenida por Washington.
El mensaje que leemos a través de las páginas del diario chileno es: Vamos bien porque todavía conservamos algo del American Way of Life. Cuando esto desaparezca, o si intentamos inclinarnos hacia cualquier otra posición, sobrevendrá el caos. No hay nada más allá del neoliberalismo. El Golpe de Estado de 1973 no sólo instaló a los militares y a la minoría privilegiada en la esfera política formal, sino que planteó el «modo correcto» de hacer las cosas, según los asesores de la Escuela de Chicago. Estos son los resultados.
¿Será este el Chile que tod@s quieren? Yo creo que no, y me solidarizo y felicito a l@s compañer@s que dentro y fuera de ese país luchan diariamente por la dignidad y la justicia.
La autora es Doctora en Ciencia Política; Lic. en Comunicación. Docente del Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.
[2] Agradezco especialmente a los estudiantes del curso que estoy impartiendo en la UNAM, que me sorprenden e inspiran en cada clase.
[3] Ver en particular los siguientes artículos de La Tercera, 22 de septiembre de 2014: «Derogación de la Ley de Amnistía»; «Calidad de la Educación Superior»; EEUU y su alerta internacional sobre la amenaza del ébola»; «Osvaldo Andrade revela haber sido beneficiado por la Ley de Amnistía»; «Los privados que financian los Estudios».