Sin duda el proceso electoral chileno concita, en estos momentos, una parte importante del interés de las fuerzas progresistas de América Latina, toda vez que Chile aparece como una economía donde el modelo neoliberal pareciera ser exitoso. A primera vista todo parece reducirse a la lucha por el poder de bloques monolíticos: uno de derecha y […]
Sin duda el proceso electoral chileno concita, en estos momentos, una parte importante del interés de las fuerzas progresistas de América Latina, toda vez que Chile aparece como una economía donde el modelo neoliberal pareciera ser exitoso. A primera vista todo parece reducirse a la lucha por el poder de bloques monolíticos: uno de derecha y otro de centro (levemente) de izquierda, que se disputarán el poder en las próximas elecciones primarias en el mes de junio y las posteriores parlamentarias el 17 de noviembre junto a la primera vuelta presidencial. La segunda vuelta presidencial, de ser necesario, está fijada para el 15 de diciembre del 2013.
Esta, como siempre es la apariencia del fenómeno, abstraído de sus condiciones reales, que como toda realidad concreta es mucho más complejo. De partida lo que aparece como bloque de derecha,»Alianza por Chile» que llevó al poder por el período de 4 años a Sebastián Piñera, hombre formado en Estados Unidos y enriquecido por el imperio a través del negociado de las tarjetas de crédito, es la amalgama de los gestores y protegidos de Pinochet y las vanguardias integristas más reaccionarias de la sociedad chilena (como Opus Dei y Legionarios de Cristo) que se parapetan en la llamada Unión Demócrata Independiente (UDI) y por otro los representantes tradicionales de la burguesía del empresariado manufacturero y agrario que se encuentran en la llamada «Renovación Nacional» (RN). Curiosamente ambos se rotulan como «partidos de centro». Pero llevados a la realidad no casual tampoco que el presidente de este último conglomerado sea uno de los hombres más ricos de Chile y dueño de la estancia Cameron, de 100 mil hectáreas, en la Región de Magallanes.
El otro bloque de poder está compuesto por el Partido Socialista (PS), al que pertenece la ex presidenta Michel Bachelet (y actual candidata); el Partido por la Democracia (PPD), ; la Democracia Cristiana, que alguna vez antes de la Unidad Popular fue el partido más grande de Chile y que ha ido en continua decadencia, pero que así y todo, posterior a Pinochet, logró tener dos presidentes: primero Patricio Aylwin (Uno de los gestores del golpe de estado contra Allende) y luego Eduardo Frei hijo. El padre de este Eduardo Frei Montalva fue otro de los gestores del golpe de Estado, pero pagó caro pues posteriormente fue asesinado por la dictadura, cuando, monitoreado por los aparatos de inteligencia yanqui encabezó el movimiento que promovieron estos para poner fin al monstruo que habían creado y también para poner atajo a una lucha militar – popular que iba en ascenso. Como vagón de cola existe en el conglomerado un llamado Partido Radical Socialdemócrata, unión de un antiguo Partido Radical y el Partido Social Demócrata y que se escindió del mismo Partido Radical para aglutinar a los opositores de la Unidad Popular de la cual el antiguo Partido Radical era adherente. Este partido PRSD es un partido de cúpula que le da amplitud al bloque y que negocia puestos de gobierno para sus adherentes, principalmente en la administración pública y algunos cupos en el parlamento. Todos estos partidos están cobijados bajo el rótulo de «Concertación por la Democracia». En el último tiempo se agrega la incorporación, no reconocida abiertamente, del Partido Comunista que pese a que sólo cuenta con un 4 o 5 % de la votación son votos decisivos para la Concertación, en caso de que la votación que sea muy cerrada. La nueva consigna de esta última para derrotar a la Alianza es de conformar «la nueva mayoría».
El eje más significativo de todos los gobiernos de la «Concertación» fue su dedicación central en administrar el modelo económico y la Constitución Política dejado por la dictadura. En la última elección esta coalición perdió, pero lo importante y paradójico es que la Alianza, pese a ganar la elección nunca tuvo en realidad la adhesión de los chilenos; más bien se trató de un voto de castigo hacia la Concertación; Concertación que representaba cada vez menos las aspiraciones populares y que iba de más en más con una corruptela que parecía imparable.
Que este voto de castigo que se volcó, por falta de alternativas, hacia Sebastián Piñera es tan cierto que este durante todo su mandato ha estado entre un 22 % y un 30 % de adhesión. Su gobierno como tal, con la debida excepción de alguno de sus ministros, tampoco ha contado con el apoyo del pueblo de Chile. Al 2013 la derechista Alianza cuenta con 26 % de adhesión. En general la desaprobación hacia el presidente Piñera entre los chilenos llega al 54 %.
La Concertación no logra tampoco un apoyo significativo como coalición política y sólo cuenta con un 28 %. Escapa como una anomalía el apoyo con que cuenta la ex presidenta Bachelet, que después de desempeñar un alto cargo en las Naciones Unidas vuelve al país con una adhesión que según las encuestas, supera ampliamente el 50 %. Esto hace que todas las predicciones apunten a su reelección. Sin embargo, la izquierda como conjunto, no incluido el Partido Comunista están haciendo esfuerzos que pudieran, como suele ocurrir en la historia, convocar a las mayorías, cuando al parecer no figuraban entre las expectativas más viables. Es posible que una nueva fuerza logre posicionarse en una primera vuelta, pues como ya se dijo, la Concertación como tal, sigue concitando un gran rechazo entre los electores. Entonces la pregunta es si alguna de las nuevas fuerzas logra cohesionar y representar las aspiraciones del conjunto del pueblo chileno.
Estos candidatos son un ex Ministro de Hacienda del gobierno de Bachelet, un ex diputado e hijo del líder histórico del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) asesinado por la dictadura (Miguel Henríquez) Carlos Henríquez Ominami que en la última elección obtuvo un 20 % de la votación, cifra inédita para un candidato independiente en una elección presidencial y que posteriormente ha fundado un nuevo partido político: el Partido Progresista (PRO); por último está la candidatura cobijada en el Partido Humanista y de una llamada Izquierda Unida que lleva como abanderado a Marcel Claude un economista progresista cuyo programa de gobierno entre otras cuestiones es el único que contempla la nacionalización del cobre la principal fuente económica del país.
El gran tema para todas estas fuerzas en pugna es primero quién ganará las elecciones parlamentarias que dará viabilidad a los respectivos programas de gobierno en un país donde hay 7 millones de electores que no votan (El voto es voluntario) por razones que van desde el desencanto a la desidia. Es un año de inflexión política, donde el modelo económico neoliberal y la constitución que lo sostiene están definitivamente cuestionados.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.