El secretario general de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Valparaíso, Sebastián Farfán Salinas, hace un balance positivo de la movilización estudiantil y afirma que nuevas acciones permitirán avanzar en 2012 hacia una educación pública gratuita y de calidad, desde la prebásica a la superior. Farfán dice que el verano permitirá reponer fuerzas […]
El secretario general de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Valparaíso, Sebastián Farfán Salinas, hace un balance positivo de la movilización estudiantil y afirma que nuevas acciones permitirán avanzar en 2012 hacia una educación pública gratuita y de calidad, desde la prebásica a la superior.
Farfán dice que el verano permitirá reponer fuerzas y planificar un nuevo impulso a la causa estudiantil. Pero esta vez -observa- con mayor conciencia sobre la relación de las demandas estudiantiles con otras, que reclaman cambiar el modelo neoliberal y la institucionalidad heredada de la dictadura. Reconoce diferencias al interior del movimiento estudiantil, que tienen que ver con la exigencia de educación gratuita y con el rol que se asigna al Congreso como lugar para dilucidar las demandas sociales. Farfán se expresa de manera crítica sobre los dirigentes políticos y los parlamentarios, y predice que los estudiantes intervendrán en las próximas elecciones como un grupo de presión, a favor de quienes se comprometan con la transformación no solo de la educación sino también del país.
Sebastián Farfán tiene 23 años, nació en Playa Ancha (Valparaíso) y vive cerca de Quilpué. Estudia historia en la Universidad de Valparaíso y le interesa la investigación, en particular de la historia de Chile. Reconoce que sus profesores han jugado un papel importante en su formación política y en la comprensión de los fenómenos sociales. Pertenece al Colectivo Estudiantes Movilizados, que agrupa a una vasta gama de jóvenes de Izquierda. De manera silenciosa ese colectivo viene agrupándolos para ganar las direcciones estudiantiles de planteles de educación media y superior en todo el país. «Llegué a este cargo -explica- luego de un largo proceso para desplazar a direcciones conciliadoras que representaban al PC y a la Concertación».
¿Qué significa hoy una «Izquierda revolucionaria»?
«Con la arremetida neoliberal de los 80, hubo una dispersión de la Izquierda y un vacío que aún no se ha llenado. Nosotros somos un colectivo que quiere ocupar ese espacio para contribuir a la transformación radical de las actuales condiciones de vida de chilenos y chilenas.
Todavía no apostamos a levantar un referente como tal, creemos que es una construcción de largo plazo, aunque los tiempos se van haciendo cada vez más cortos. La palabra revolución ha sido manoseada y los grupos que han reivindicado esos conceptos son más bien marginales. Por eso, apostamos a generar un proyecto masivo que logre cambiar la institucionalidad política y económica. Programa, estrategia y tácticas son elementos que están por construirse. Pero tenemos la voluntad de producir cambios de fondo, reconociendo que quienes lucharon antes fueron borrados intencionalmente de la memoria colectiva de nuestro pueblo».
Esa Izquierda tiene una historia de derrotas. ¿Cuál sería su fisonomía en una nueva versión?
«Hay derrotas, experiencias y aprendizaje. No se pueden sepultar los sueños de más de un siglo de lucha revolucionaria. Tenemos la convicción de que los experimentos del siglo pasado fueron la alborada de un cambio. Llegamos a la conclusión que ahora hay que actuar, superando los dogmatismos que nos llevaron a esquemas cerrados de pensar la realidad.
Hoy existe una sociedad más compleja, con un capitalismo que ha mutado en relación con los análisis que hicieron Marx y otros pensadores. Todo está por construirse y a partir de ahí, tenemos que pensar cómo terminamos con la burocratización de la política, aprendiendo a hacer política con nuevas formas de trabajo y de entender la lucha social. Para ser dirigente hay que estar ligado a las bases y es vital fortalecer la capacidad de organización. Sin un pueblo organizado y educado, el grupo dirigente termina burocratizándose y apropiándose del poder para sus propios fines.
Para transformar la sociedad no hay fórmulas preestablecidas, aunque existen diversas experiencias que recogemos. Nuestro desafío es hacer un análisis concreto de la sociedad chilena y del mundo de hoy, y desde ahí diseñar la estrategia. Hay asuntos en los que podemos aportar, pero también otros en que tenemos que aprender de las generaciones anteriores para un proyecto que permita transformar a Chile.
Muchos jóvenes que este año saltamos a la política, tenemos disponibilidad absoluta para pensar estas cosas que parecían preocupaciones de personas aisladas. Es de lo que se habla en las tomas y en las movilizaciones, las ideas que no se hablaban. Ante la dispersión de la Izquierda y ante la desconfianza, hay que dar un paso adelante y a eso estamos dispuestos».
Balance y proyección
¿Cuál es el antes y el después del movimiento estudiantil?
«Es importante hacer un balance y una proyección. Reconocer cómo cambiaron las condiciones del propio movimiento estudiantil. Se había caracterizado por luchar sólo por demandas gremiales, por unos pesos o por un crédito más, etc. Ahora hemos logrado posicionar demandas de fondo, que traspasan lo gremial. Esto nos ha permitido como estudiantes dar un salto cualitativo en nuestra mentalidad.
Aunque nos tilden de ‘ultras’, insistiremos en la educación gratuita, porque esa demanda nos obliga a preguntarnos ¿cómo lo hacemos? Entonces respondemos: si el cobre lo tienen las empresas extranjeras, hay que expropiar; si los ricos no pagan impuestos, hay que hacer una reforma tributaria, y si la Constitución no sirve para democratizar el país, cambiémosla.
En pocos meses comprendimos que los estudiantes no somos los únicos agentes del cambio, que debemos actuar junto con otros actores sociales. Sin los trabajadores no hay transformación social posible. Tenemos que construir esa fuerza común. Por eso nos vinculamos con trabajadores y pobladores en asambleas populares en Valparaíso y en muchas otras regiones de Chile. La movilización social ha puesto en cuestión la institucionalidad heredada de la dictadura. Hoy se debate abiertamente sobre la legitimidad de la Constitución y de las leyes de amarre. Está abriéndose el horizonte de una institucionalidad democrática, similar a la que ya viven otros países de América Latina, en que los pueblos se empoderan e inician procesos de cambios sociales.
Hoy en Chile se está gestando una crisis de hegemonía, los conceptos que tenía acuñada la clase dirigente en torno a la democracia y crecimiento económico, tambalean. La ciudadanía los cuestiona y comienza a debatir proyectos alternativos.
Aunque los trabajadores no se movilizaron masivamente con nosotros este año, hubo atisbos de eso. Me impactó ver en las barricadas del 4 de agosto en Santiago a vecinos de Ñuñoa, Puente Alto y otras comunas, apoyándonos tocando cacerolas y en otras formas. Hay un despertar social que se expresa en la calle, ya sea por la mala calidad del transporte público, por mejoras salariales, por la reconstrucción de viviendas destruidas por el terremoto, por la defensa del medioambiente o por el gas en Magallanes. Estos focos de conflicto revelan un malestar que comienza a expresarse en diversos sectores de la sociedad».
La vieja Izquierda
¿Cómo influye el factor generacional en la lucha social?
«Hay una generación que sufrió una triple derrota: la de 1973, la transición pactada que desplazó a la reactivación del movimiento popular entre los años 83 y 87, y el golpe emocional de la caída de la Unión Soviética y los ‘socialismos reales’. Los sueños de transformación se esfumaron y hasta se proclamó el fin de la historia.
La nueva generación irrumpe con una nueva forma de pensar que nos permite decir que estamos hartos de lo que sucede en Chile. Por eso tomamos la decisión de salir a la calle, sin saber bien al comienzo lo que estábamos haciendo. Ahora hay miles y miles de jóvenes discutiendo de política en los centros de estudios y las redes sociales. Los que dirigen este país, encerrados entre cuatro paredes, deben tomar nota de que hay una generación nueva que no sólo quiere cambiar la educación, sino que tiene metas mucho más ambiciosas».
¿Qué críticas hacen a la vieja Izquierda?
«Hay una Izquierda de sello revolucionario que sufre una dispersión impactante y hasta tragicómica. Hay mucho dogmatismo, muchas heridas abiertas, muchas divisiones. Se necesita unidad y una alternativa clara común. A partir de la movilización social creemos que es necesario dar el paso de recrear la alternativa de Izquierda.
También hay una Izquierda tradicional, que se expresa principalmente en el PC, partido que respetamos y valoramos pero que carga con muchas taras del pasado. Esto hace que la gente no considere al PC una alternativa válida. El estalinismo todavía pesa y hay mucho dogmatismo que lleva a ese partido a autoconsiderarse como única alternativa posible de la Izquierda chilena. Esa Izquierda tradicional rinde culto a la institucionalidad vigente y aunque nosotros no descartamos ocupar cargos como alcaldes, diputados o senadores, que son tribunas importantes, no estamos dispuestos a ser vagón de cola de sectores políticos a los que criticamos. ¡Cuántas críticas ha hecho el PC de la Concertación y ahora quiere llegar a acuerdos con ella, incluso ya hablan de una candidatura presidencial conjunta!
Esa es una señal muy negativa. Si bien dicen que es un paso táctico, esos pasos definen muchas veces la estrategia. La estrategia del PC va en una dirección incorrecta y ese partido pierde la oportunidad de encabezar una alternativa real contra este sistema, en conjunto con otros actores de Izquierda».
Diversidad en el movimiento estudiantil
¿Cómo maneja la diversidad el movimiento estudiantil?
«Hemos aprendido que las federaciones, los centros de alumnos y las organizaciones sociales hay que cuidarlas. Antes algunos grupos de Izquierda apostaban a crear organizaciones paralelas. Nosotros formulamos una estrategia distinta. Si no tenemos la hegemonía, luchamos por alcanzarla. Dimos la batalla de ideas y estamos influyendo en la Confech. Hemos logrado convivir con visiones distintas. Hay diferencias en el movimiento estudiantil, pero mantenemos la unidad para fortalecer la organización como una herramienta que es útil para la lucha del pueblo».
¿Cómo se expresan esas diferencias y en qué aspectos están centradas?
«Algunos decían que demandar educación gratuita es una meta muy alta y otros, estábamos por convertirla en un tema a discutir. Logramos imponer la postura de la educación gratuita como demanda de fondo para superar meras demandas gremiales estudiantiles. Esa fue la base del debate entre las universidades de Santiago y las de regiones. También fue nuestra diferencia con dirigencias que obedecían al PC y a la Concertación. Además, discrepamos en cuanto a la forma de conducir la movilización estudiantil. Algunos no estaban por las tomas ni por la movilización en la calle. Además consideraban conveniente llegar a acuerdos con los rectores. Nosotros dijimos que era necesaria la movilización a través de tomas, porque eso permitía enfrentarse a la presión del gobierno y la derecha. Las tomas se iniciaron en regiones y pasó largo tiempo antes que los estudiantes de Santiago se sumaran. Fue la presión de las bases la que obligó a esos dirigentes.
Algunos parlamentarios de la Concertación intentaron acercarse a la Confech diciendo: ‘Chiquillos, nosotros tenemos la disposición de cambiar las cosas’. Nosotros dijimos: hay que marcar claramente las diferencias, no podemos dar a la ciudadanía una señal de que la Concertación es una alternativa viable, cuando ha sido una de las responsables de lo que sucede en materia de educación».
¿Cómo se expresa eso en la discusión del presupuesto en el Congreso?
«Algunos dirigentes estudiantiles, como Camila Vallejo y Giorgio Jackson, pusieron todas sus esperanzas en el presupuesto 2012 y en la necesidad de conversar con la Concertación. Nosotros dijimos que en el Parlamento no se iba a zanjar una reforma a la educación como la que buscamos y que nuestros compañeros nos iban a recriminar una actitud conciliadora.
Fuimos al Congreso a ver si algo se podía avanzar; nos dimos cuenta que la derecha es dogmática en defensa de su modelo de educación y que la Concertación tiene también muchos negocios involucrados en este sistema educacional. El resultado está a la vista. Algunos compañeros pensaron que a partir de su representación en el Congreso, podrían lograr cambios, en realidad no consiguieron nada.
Somos partidarios de cambiar la institucionalidad actual, porque no puede satisfacer lo que el pueblo demanda. La única opción es seguir luchando para terminar con este sistema que estructuraron la dictadura y la Concertación. Chile es una olla a presión que en algún momento reventará»