Chile es el país más desigual del mundo, donde el 99% de la población se reparte las migajas de la torta que se lleva apenas el uno por ciento, según las más reciente cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El informe de la OCDE -una Organización intergubernamental que reúne […]
Chile es el país más desigual del mundo, donde el 99% de la población se reparte las migajas de la torta que se lleva apenas el uno por ciento, según las más reciente cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
El informe de la OCDE -una Organización intergubernamental que reúne a 34 países comprometidos con las economías de mercado -, toca dos temas ausentes del debate político y presidencial: la repartición de la torta, y la protección a los más vulnerables (es la nación que menos gasta para proteger el empleo y a los desempleados).
Tras la dictadura de Augusto Pinochet y los sucesivos gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, junto con el poder fáctico intacto que pervive, Chile es confirmado como el país con más desigualdad de la OCDE, el que tiene el índice de Gini más elevado. Primeros en desigualdad…
y primeros en la despreocupación por los miserables. Por uno y otro lado, somos primeros, señala el portal Politika.
El coeficiente de Gini normalmente se utiliza para medir cualquier forma de distribución desigual. Es un número entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y donde el valor 1 se corresponde con la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno).
Muy desiguales para el PNUD
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lanzó a mediados de 2017 el libro «Desiguales: Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile», donde se señala que «El machismo y el clasismo gatillan todo tipo de experiencias de menoscabo y discriminación».
En el reciente estudio se visibiliza la desigualdad en Chile. «Está en los tonos de piel, en la estatura y en los apellidos, en la geografía de las grandes ciudades y sus barrios estancos, en las amplias casas con vista al mar y en los parques perfectamente mantenidos, en las calles que se inundan, en los buses repletos y en los paraderos rotos…»
La estructura productiva, el sistema educativo, el rol del Estado, la concentración de la riqueza y el ingreso, la representación política y los patrones culturales que justifican o critican la desigualdad existente, son «seis nudos» que determinarían la reproducción y transformación de la desigualdad socioeconómica en Chile.
La investigación del PNUD en Chile arroja que un 41 por ciento de los chilenos reconoce haber «experimentado en el último año alguna forma de malos tratos». En tanto, un 43 por ciento de estas personas señalan que se debe a su clase social y un 41 por ciento por ser mujer. Como otros causantes de discriminación se determinó su vestimenta (28%) y su trabajo u ocupación (27%).
De igual modo, identificó que 33 por ciento del ingreso que genera la economía chilena lo capta el uno por ciento más rico de la población. En tanto, el 0.1 por ciento del segmento más rico, unas 10.000 personas, concentra el 19.5% del ingreso, mientras el 90% de los trabajadores de clase media alta asegura que su salario le alcanza bien para vivir, un 47% de los de clase baja afirma que apenas logra sobrevivir. «Para una enorme cantidad de trabajadores chilenos, el salario simplemente no es un soporte eficiente para salir adelante», señala el PNUD.
La asimetría en la distribución del capital y la influencia existe en este territorio desde antes de que Chile fuera Chile, plantea este trabajo liderado por el economista Osvaldo Larrañaga junto al sociólogo Raimundo Frei y el ingeniero y sociólogo Matías Cociña, investigadores del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El libro, reúne estudios preexistentes, presenta otros nuevos e incluye encuestas y entrevistas para explorar el fenómeno de la desigualdad desde distintas perspectivas.
La revisión histórica sostiene que el «pecado original» en Chile es la asignación de tierras que se realizó en la colonia a españoles y sus descendientes blancos y dio origen a la clase alta chilena, y a una estructura social que se perpetuó a través de la hacienda, la cual dividió a la sociedad en patrones, empleados, inquilinos y peones con diferencias de recursos y poder muy significativas. La brecha de ingresos se ha mantenido bastante estable desde mediados del siglo XIX.
Eso significa que hoy Chile es un país desigual, y en amplios segmentos de la población existe la percepción de que la brecha no se acorta y este tema ha adquirido creciente relevancia en la política y las encuestas.
De acuerdo al libro, en 2015 la mitad de los trabajadores chilenos (empleados 32 horas semanales o más) tenían un sueldo que no le permitía mantener a una familia promedio sobre la línea de la pobreza (343 mil pesos ese año). Los más afectados eran los jóvenes de entre 18 y 25, las mujeres y las personas con educación escolar incompleta. Añade que si la cifra de pobreza (11,7 %) no era más alta es porque en la mayoría de los hogares más de una persona trabaja.
En ese contexto, no sorprende que cerca del 70% de los trabajadores de sectores populares diga que considera que gana menos o mucho menos de lo que merece. El 58% de los de clase media contesta lo mismo y en promedio las personas aseguran que los salarios de menores ingresos deberían aumentar en un 60% y las de los gerentes y políticos bajar en 30 y 75%, respectivamente.
«Si el trabajo no aporta reconocimiento, resulta inefectivo como mecanismo de movilidad social, no constituye un espacio de aprendizaje y perfeccionamiento, no permite solventar las necesidades básicas y menos construir proyectos a largo plazo, como el financiamiento de la vivienda propia o la educación de los hijos, la inserción laboral pierde sentido», añade en Pnud.
Discriminación
«Te miran con desprecio, o te miran como a un delincuente», dice un entrevistado para esta investigación. El libro dedica un extenso capítulo al trato diferenciado que la gente percibe que recibe en función de su posición social, uno de los temas menos estudiados de las desigualdades socioeconómicas. Ahí aparece uno de sus hallazgos principales: que los malos tratos en Chile son uno de los rasgos de la desigualdad que les resultan más intolerables a las personas.
Según la encuesta el 41% de la población reporta que en el último año ha vivido situaciones como ser pasado a llevar, ofendido, mirado en menos, discriminado o violentado. «La experiencia de sentirse tratado injustamente no se distribuye al azar»: mientras un tercio del segmento alto reporta alguna experiencia de este tipo, la mitad de las personas de clases bajas dicen haber vivido lo mismo.
No hay diferencias significativas, en cambio, en la probabilidad de ser maltratado entre hombres y mujeres (42 vs. 39%, respectivamente), pero mientras ellas perciben que cuando estos ocurren se deben tanto a su condición de mujer como a su clase social, en el caso de los hombres el género no es una razón que explique el menoscabo o la falta de respeto, tanto en el trabajo como en la calle.
Se manifiesta la segregación de la ciudad, que difícilmente puede concebirse como un espacio público común y de acceso igualitario. Las calles y los barrios no son neutros, sino «territorios», y todos los grupos evalúan constantemente si pertenecen al lugar, lo que determina si pueden andar tranquilos o no. Recorrer la ciudad no es sólo desplazarse físicamente, sino que socialmente, añade el informe.
En cuanto a las razones a las que atribuyen el menoscabo, la más mencionada es la clase social (41%), seguida de otras relacionadas como el lugar en que se vive (28%), la forma de vestir (27%) o la ocupación o trabajo (27%).
Pero la falta de respeto y discriminaciones no sólo provienen de otros individuos, también desde las instituciones como los servicios de salud o de educación, donde «el buen trato» sólo está disponible para los que pueden pagar, lo que a su vez es motivo de gran irritación y frustración.
En tercer lugar, antes incluso que las diferencias de oportunidades, poder o de dinero, aparecen reflejadas en el informe las desigualdades en el trato como una gran fuente de malestar y sensación de injusticia. «Se observó claramente que la dignidad en el trato es una de las demandas por igualdad más urgentes. Las expectativas de que las relaciones sean más horizontales, de que todos sean considerados iguales en dignidad, hoy chocan con la costumbre clasista y con el machismo», afirma el documento.
Desigualdad política y socioeconómica
La desigualdad política, entendida como las distintas capacidades de influir en las decisiones en ese ámbito, y la socioeconómica se refuerzan mutuamente, plantea el informe del Pnud, que estudió a los ministros, diputados y senadores desde 1990 hasta mediados de 2016: Estos cargos han estado dominados por un segmento pequeño de la población y por ejemplo, el 50 y 60% de ellos se educaron en colegios particulares pagados (hoy menos del 8% de la matrícula nacional).
El libro alude a lo que la Comisión Engel describió como «una cultura de financiamiento irregular, y a veces ilegal, de la política», y plantea que eso contribuyó a una sobrerrepresentación de los segmentos con más recursos en la política. La percepción de los encuestados es que «los políticos» están desconectados de la realidad, lo que a su vez deslegitima el sistema: Los espacios de toma de decisión son «como un espejo roto en el cual la nación no puede reconocer su propia imagen».
La existencia de una serie de canales no institucionales en los que se definen proyectos y cursos de acción pública a puerta cerrada sólo refuerza la idea de que éste es un ámbito clausurado. Por lo mismo el Pnud sugiere que para aumentar la participación electoral y su credibilidad, la actividad política debe abrirse a voces representativas de las distintas realidades del país.
La cuna sigue determinando
Los investigadores hicieron un ejercicio que seguramente va a llamar la atención: analizaron los apellidos de más de ocho millones de adultos chilenos que egresaron de la enseñanza media entre 1960 y 1990, y los asociaron a sus oficios, títulos, sexo y edad, y buscaron los que tienen más representación porcentual en las profesiones más prestigiosas y mejor pagadas: médicos, abogados e ingenieros.
En un escenario de perfecta igualdad de oportunidades, en el que la cuna no determina la trayectoria, el resultado debiera ser aproximadamente similar para todos los apellidos. El cuadro que resultó, es radicalmente distinto. En la mitad izquierda predominan los ligados a la antigua aristocracia castellano-vasca y otros que eran comunes en los inmigrantes que se incorporaron a la elite en el siglo XIX. En la mitad derecha, donde no hay ningún profesional de prestigio, casi todos los apellidos son de origen mapuche. «Esto sugiere fuertemente que la actual estructura de oportunidades reproduce desigualdades de muy larga data».
Cecilia Vergara Mattei , socióloga chilena, investigadora asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.