El Chile del bicentenario, posee una imagen externa contradictoria, desde una óptica, es el terruño de terremotos devastadores, de mineros atrapados a setecientos metros trabajando en condiciones miserables; es la huelga de hambre de un pequeño número de prisioneros Mapuches. Otros, en el extranjero, tienen la imagen del país económicamente exitoso, de una transición política […]
El Chile del bicentenario, posee una imagen externa contradictoria, desde una óptica, es el terruño de terremotos devastadores, de mineros atrapados a setecientos metros trabajando en condiciones miserables; es la huelga de hambre de un pequeño número de prisioneros Mapuches. Otros, en el extranjero, tienen la imagen del país económicamente exitoso, de una transición política «impecable», ordenado, seguro y confiable.
En lo interno, existen diversos discursos y miradas que apuntan a una evaluación más global. Una de ellas, tal vez la más ácida y a la que intelectualmente adhiero, retrata un país puertas adentro, arribista, poseedor de una clase alta con una riqueza obscena, disgregado, militarista, respetuoso del orden sea democrático o dictatorial su origen, carente de memoria histórica y en esencia consumista e interesado.
En resumen, el Chile actual no es otra cosa que un paraíso de aprendices de dictadores, donde la plutocracia, el clasismo y la discriminación racial, han echado raíces.
Teniendo como marco de referencia esta imagen triste y perversa de mis compatriotas, hay una pregunta que ha rondado mi cabeza durante todo el mes de septiembre ¿En qué momento nos jodimos tanto? Y la respuesta por cierto, no puede agotarse desde una perspectiva única.
Seguramente hay fenómenos sociológicos, sicológicos que han cooperado al proceso de construcción político y social que tenemos. El autoritarismo de nuestras instituciones, el largo proceso de inquilinaje donde se ancló la cobardía bajo el principio de «se acata, pero no se cumple». El despojo territorial, cultural y sexual al que fueron sometidos los pueblos originarios, los hijos naturales como extensión del hálito del patrón, las matanzas y persecuciones premiadas desde el poder central, como la masacre impune acontecida en la Escuela Santa María de Iquique.
Desde una perspectiva histórica, los tres o cuatro procesos de modernización contradictoria y anómala que nuestro país ha afrontando, han dejado huellas.
El descubrimiento y conquista como primer intento, la construcción del Estado-Nación, el proceso de modernización a través del Estado docente y finalmente la revolución neo-liberal liderada por los militares.
Todos asuntos dignos de analizar a fondo, sin embargo, creo que la última modernización, la neo-liberal, es la más profunda porque alteró los fundamentos de la sociedad chilena, exterminando a los ciudadanos como instrumentos de presión y atomizando a los movimientos políticos y sociales, en pos del mercado.
Así se construyó el paraíso
El esfuerzo de tres cuartos de siglo, desde el inicio y ascenso tanto de la mesocracia, como del movimiento obrero, expresado en leyes sociales, reformas políticas, construcción de nuevas mayorías, hasta llegar a la Unidad Popular, fue borrado de un plumazo con el golpe de Estado de 1973.
La reconstrucción de la arquitectura política y económica, sentada sobre las bases de la muerte, acoso y tortura ejecutada por los militares y apoyada en lo ideológico y político por la derecha civil y económica, rompe el equilibrio histórico de los tres tercios, para reemplazarlo por un nuevo tejido político centrado en dos fuerzas y conocido como (Sistema Binominal).
El marco jurídico instalado en 1980 y elaborado por Jaime Guzmán, entre otros, lega a las nuevas generaciones, una constitución autoritaria, de naturaleza excluyente, obligando a los chilenos y chilenas a acatar un modelo de sociedad donde el mercado en su maquillaje neoliberal y la propiedad privada, pasan a tener categoría divina.
Ni siquiera las modificaciones logradas por los gobiernos de La Concertación, pudieron extirpar el sentido anti-democrático, economicista e individual de la carta fundamental impuesta.
La construcción del paraíso terrenal, cuenta entonces con un marco jurídico pomposo, en lo político, económico y social, porque ha generado un sistema de autoalabanza y autoreproducción casi perfecto, donde los consumidores (votantes) tienen poco y nada que aportar. No existe la posibilidad de proyectos de ley elaborados por la ciudadanía, tampoco derecho a revocación de mandato de ninguno de los llamados representantes de la sociedad civil, el nuevo pacto social los redujo a simples habitantes, carentes de ciudadanía.
En lo económico, Chile es un país con dueños de nombre y apellido, que expropiaron el esfuerzo de generaciones de chilenos, adjudicándose las empresas del Estado, apropiándose de los medios de comunicación, de la salud, la educación y de casi todos los recursos naturales.
La condición de chileno se ha reducido a la de ser meros arrendatarios o una especie de neo-inquilinos, viviendo bajo la presión de deudas permanentes, con sueldos de supervivencia, con horarios infrahumanos, cumpliendo con ello el rol de sostenedores de un modelo que los posterga, porque su función se encuentra previamente determinada y encapsulada.
Chile, ha hecho un tránsito político exitoso, para beneficio de la oligarquía y plutocracia instaladas, generando un desplazamiento desde «el secuestro político permanente a la usurpación y despojo».
Resulta llamativo observar, como una minoría económica, política y militar, ha impuesto sus condiciones. En esa perspectiva ¿Cuál es el papel que jugaron los gobiernos de La Concertación? Lamentablemente el más triste de todos, cediendo y negociando incluso lo inaceptable. Hasta llegar a tal mixtura, que hoy los civiles cómplices de la dictadura, se atreven a dar clases de democracia y Derechos Humanos, los que ocultaron la tortura y el genocidio político, caminan con total impunidad.
Hemos sido testigos, de la construcción del paraíso conservador, edificado en concubinato con quienes posaban de progresistas. Este Edén del egoísmo, ha expulsado de su territorio a las ideas básicas que inspiraron el rumbo de las revoluciones modernas, como son: la igualdad, la fraternidad y la libertad.
El Dios del consumo, de las armas, con rostro masculino y de apellido vinoso, tomó posesión de la Finis Terrae, encaminando a los chilenos a la aceptación y apoyo, al sometimiento y en el menor de los casos a muestras de resistencia.
El Chile gordinflón de comida chatarra, cierra los ojos y se tapa los oídos, para no ver, ni escuchar de ayunos y huelgas de hambre, para eso están las pastillas, las cervezas, el programa Pelotón y en último caso, una muy buena película adquirida por la módica suma de mil pesos, en la feria del barrio.
Porque en Chile, hay una cosa simple y clara «de los alzados no es el reino de los cielos».
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