Existe un discurso recurrente de un sector de la izquierda chilena, y que se refleja en diversos artículos publicados en Rebelión, el discursos de la «continuidad», es decir que los Gobiernos de la Concertación sólo serían la simple continuación de la dictadura de Pinochet. Esta tesis en mi opinión solo refleja; o un profundo desconocimiento […]
Existe un discurso recurrente de un sector de la izquierda chilena, y que se refleja en diversos artículos publicados en Rebelión, el discursos de la «continuidad», es decir que los Gobiernos de la Concertación sólo serían la simple continuación de la dictadura de Pinochet. Esta tesis en mi opinión solo refleja; o un profundo desconocimiento de la realidad chilena o una prejuiciada mirada de la realidad. Mirada que se encuentra en la base de la impotencia de esa misma izquierda por convertirse en alternativa de gobierno a diferencia de las que ellas consideran sus hermanas como son la izquierda boliviana o venezolana por ejemplo.
El Chile de 2006 es muy distinto de 1980 y más aún de 1973. Y es eso lo primero que deberían tratar de comprender aquellos que quieren hacer política en la forma que sea en el país de estos tiempos. No comprender esto tiene (y ha tenido) una sola consecuencia: la imposibilidad de construir una propuesta política de izquierda alternativa a la Concertación. Esto, porque cualquier intento de levantar esa «alternativa» a los sectores socialdemócratas de la Concertación, pasa por reconocer que los millones de chilenos que votan por esta alianza política lo hacen porque están convencidos que ha representado una opción de progreso para ellos y sus familias.
Y esto no solo es un «espejismo de las masas», es en gran medida una realidad, cualquiera que haya conocido y vivido el Chile de hace 30 años atrás o de los años de la dictadura, sabe que el país ha progresado en muchas áreas y que la calidad de vida del ciudadano común ha mejorado sustantivamente. Esto producto de políticas públicas llevadas adelante por los gobiernos de la Concertación y que no son de simple continuidad con la dictadura.
Hoy millones de chilenos incluso de sectores de clase media baja y de trabajadores tienen acceso a bienes de consumo que hace años no se habrían imaginado. Por otra parte temas como el «hambre» o la desnutrición infantil no son parte de la agenda política de nadie (incluido el de esta izquierda) porque simplemente ya no son parte de la vida cotidiana de los sectores populares por más que algunos propagandistas lo señalen en encendidos artículos y discursos, de hecho el principal problema de salud pública relacionado con la alimentación es la obesidad de niños y adultos y no la falta de alimentos. Quizás eso explique el fracaso de todos los intentos de tratar de movilizar a los sectores populares tras consignas «catastróficas», como cuando a fines de los noventa la Central Unitaria de Trabajadores convocó a una «marcha del hambre» a la cual no llegaron ni 500 manifestantes. ¡Como es posible tratar de convocar a una marcha de ese tipo en un país que no hay hambre!.
Chile no es un país sin injusticias, aun hay muchas batallas que dar, como por ejemplo contra la desigualdad económica abismante, por un empleo precario y para terminar con sectores de pobreza muy fuerte que aún persisten, especialmente en zonas rurales y entre indígenas. Del mismo modo cuenta con un sistema democrático débil e incompleto. Es un país en el cual la clase dominante usa y abusa de su poder como en cualquier nación capitalista. Sin embargo, en el concierto latinoamericano es un país que se encuentra, en la gran mayoría de indicadores de bienestar social, desarrollo económico y estabilidad política, por delante de la mayoría de nuestro socios latinoamericanos. Y eso la población lo percibe y valora.
Esto es una realidad que debería llevarnos entender el porque los chilenos continúan tercamente apoyando al mismo conglomerado político y porque la izquierda radical continúa sin poder despegar del 5 % en los procesos electorales. Porcentaje que no es solo resultado de los efectos perversos del sistema electoral binominal, y que compartimos que abolir es una de la tareas democráticas pendientes, y que toda la izquierda correctamente agitó en la última elección para condicionar su voto a favor de Michelle Bachelet..
Son todos estos hechos los que van construyendo la realidad sobre la cual las personas toman decisiones políticas, entregan apoyos y los quitan en el chile de hoy. Y muchos chilenos (entre ellos mis padres ancianos y jubilados ya), allendistas de toda la vida, han votado por Aylwin, Frei, Lagos y ahora Bachelet, y lo hacen porque para ellos el pinochetismo esta representado por la UDI y RN, ellos no piensan que la Concertación sea más de los mismo ni menos la continuación de Pinochet. Y así lo ven miles de chilenos y que no por eso dejan de sentirse profundamente izquierdistas.
Si la que se autodenomina la izquierda «consecuente» para diferenciarse de los izquierdistas que apoyamos a los actuales gobernantes quiere realmente sumar a cientos de miles de chilenos a sus propuestas, necesita con urgencia renovar su mirada del Chile actual. Esto es una exigencia mínima para poder pretender ser alternativa. No se puede continuar construyendo en nuestra cabeza gigantes de barro para cual David tratar de derribarlos de un simple piedrazo. En Chile el neoliberalismo es aún un gigante y no exacatmente de barro, es de roca y muy sólida. Y una roca sólo la pueden derribar golpes de un mazo poderoso y no con cualquier panfleto tecleado en Word.
Para ser una fuerza alternativa que incida en la realidad no basta con reconocer e identificar cada una de las inequidades e injusticias de una sociedad, ejercicio del cual vemos muchos en los artículos que en estas páginas se escriben sobre Chile. Concedo que puede ser un ejercicio necesario pero que no podemos confundir con tener un programa efectivo de transformación de esa sociedad.
Alvaro Vivanco H. es profesor de Historia
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