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Chile y las protestas estudiantiles de otoño

Fuentes: Radio TV Continente

Cuenta del profeta Elías la tradición judaica que, recorriendo las tierras del Oriente Medio, en compañía del rabino Yacanán, llegó hasta la humilde choza de una pareja de campesinos. Eran escasos los peregrinos que frecuentaban esos parajes y el encuentro con alguna persona constituía siempre un motivo de alegría para los lugareños. Así sucedió tanto […]

Cuenta del profeta Elías la tradición judaica que, recorriendo las tierras del Oriente Medio, en compañía del rabino Yacanán, llegó hasta la humilde choza de una pareja de campesinos. Eran escasos los peregrinos que frecuentaban esos parajes y el encuentro con alguna persona constituía siempre un motivo de alegría para los lugareños. Así sucedió tanto con el campesino como con su mujer que, a la vista de los viajeros, salieron a su encuentro para saludarlos y ofrecerles su hospitalidad; en el hogar de ese matrimonio pernoctaron Elías y Yacanán. Ocuparon la cama de aquel, comieron de su pan de cebada y bebieron la leche de la vaca, único sustento de aquel hogar.

A la mañana siguiente, al despuntar el alba, hora propicia para reiniciar el camino, supieron el profeta y el rabino de la sorpresiva muerte del animal. Lamentando la desgracia que asolaba a esa familia, agradecieron ambos a los campesinos la hospitalidad recibida, se despidieron de ellos, y reanudaron la marcha. La noche los sorprendió frente a la casa de un rico mercader. Golpearon ambos varones a la puerta en demanda de hospitalidad. Fueron recibidos por la servidumbre que sí los acogió, alojándolos en el establo, junto a los demás animales, y dándoles tan solo un vaso de agua por provisión.

Cuando, al día siguiente, y luego de agradecer la hospitalidad recibida, quisieron ambos viajeros reanudar la marcha, descubrió Elías que una de las paredes de la casa estaba en mal estado y amenazaba con derrumbarse. Solicitó, entonces, ayuda a Yahvé para que la restaurase de la mejor manera, tras lo cual partió acompañado del rabino.

Lejos ya del hogar del rico mercader, preguntó Yacanán, extrañado, al profeta acerca del por qué de tan injusto proceder que premiaba al rico indolente y sancionaba al pobre necesitado.

«Ah», repuso Elías, satisfecho de dar una respuesta que estimaba enteramente lógica. «Estaba escrito que la mujer del campesino moriría esa noche. Oré, por consiguiente, e imploré a Yahvé que evitase esa desgracia y, en lugar de la mujer del campesino, se llevase la vaca. Por eso murió el animal. No sucedió lo mismo con el rico mercader. Tras la muralla que amenazaba con derrumbarse había un cofre repleto de oro, fácil descubrir si aquella se desplomaba. En consecuencia, solicité a Yahvé la restaurase para que, de esa manera, jamás pudiese aquel hombre descubrir el cofre y hacerse más rico».

No puedo dejar de pensar en Chile, cada vez que escucho esa historia, ni de establecer analogías que bien pueden resultar odiosas para algunas personas. Porque la sociedad construida por la alianza denominada Concertación, con posterioridad a la dictadura, jamás ha dejado de ceñirse a lo que establecen los designios superiores como los de esa historia, ni de respetar la voluntad de ese «señor» inmaterial aunque omnipresente, manifestada en constituciones, leyes, decretos, ordenanzas, costumbres, comportamientos, formas de ser. Como si todo lo que existe fuese resultado de un ineludible sino conservador según el cual lo que así es, así fue y así deberá serlo en el futuro. De ahí a sostener que dentro de esa sociedad ha de intentarse sólo lo que es «verdaderamente posible», y disponer que los petitorios de los diversos sectores sociales deben formularse dentro de estrictos márgenes «racionales», hay sólo un paso. Las consecuencias de semejante razonamiento se deducen por sí solas: cualquier negociación de las organizaciones sociales con las autoridades estará regida, también, por otro fatalismo: jamás se ha de conseguir todo lo que se pide; negociación implica satisfacción parcial de las reivindicaciones. Y si las clases y fracciones de clase dominantes pudieron una vez (bajo formas dictatoriales de gobierno) dictar leyes y reglamentos a su antojo y sancionar en esos cuerpos legales la forma de modificarlos o derogarlos, también dejaron establecido que el brocardo aquel según el cual «las cosas se deshacen de la misma manera que se hacen» sólo sería válido dentro de una sociedad en que rigiese el «estado de derecho». Lo que ellas puedan hacer nadie más debe intentarlo: porque así está escrito y así se hará.

Una sociedad que se construye sobre la base de la aceptación de todo lo que viene de arriba, que acalla el pensamiento crítico y sólo acepta las alabanzas de los incondicionales, es una sociedad conformista: construye caracteres conformistas, induce a aceptar lo único que tiene porque es incapaz de ofrecer otra alternativa o pretensión; o, simplemente, no le interesa hacerlo. Cada persona que vive en su interior «adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea» .

Así, las autoridades democráticamente elegidas podrán hacer todo lo que quieran; nadie cometerá la abominación de criticarlas. Nadie censurará los actos del gobierno. La sociedad ha de transformarse o convertirse en «un mundo feliz». Ha de ser la perfecta encarnación de la profecía de Aldous Huxley. Nadie podrá aspirar a algo mejor: estará estrictamente prohibido hacerlo.

Por eso, resulta altamente gratificante descubrir que un vasto movimiento estudiantil de nuevo cuño, generado desde las bases mismas, fuertemente compenetrado de los derechos que le competen, profundamente convencido de la rectitud de sus demandas y hondamente desilusionado de las autoridades, haya osado desafiar esa apatía conformista y, por consiguiente, el poder del estado, sin más armas que la unidad de todos sus miembros y la fortaleza de sus argumentos.

¿Por qué ha sucedido todo aquello?

Desde los tiempos de la dictadura fue la educación uno de los sectores más golpeados por la inclemencia del modelo de acumulación; luego de aquella y en los años que siguieron, tal situación en poco o nada se alteró. Bajo los sucesivos gobiernos de la Concertación fue la enseñanza un área «abandonada» por el estado a las leyes reguladoras del mercado. Abandono por parte del estado no significa otra cosa que empleo exhaustivo de esos recursos por parte de la empresa privada; lo que uno deja, otro lo toma. La educación cambió de naturaleza. Como las demás actividades del estado, se transformó en parte de la economía; allí iba ésta a ejercer con mayor efectividad la práctica de la compraventa. Los colegios se multiplicaron; también las Universidades y demás centros de estudios. Pero no al servicio de la comunidad. Quedó estatuido que los fondos necesarios para mantener ese «negocio» provendrían directamente de la administración del estado, de las municipalidades (como parte del estado) y del bolsillo de los padres de los alumnos, cuando no de los propios alumnos, en los casos que trabajasen y estudiasen simultáneamente. Aquel parecía un buen negocio «rentable». Los dineros acudirían desde todos los rincones. Chile fue, así, reconocido como uno de los pocos países del mundo en donde la carga de la educación había de recaer sobre el bolsillo de los padres de los alumnos o de éstos, en su caso. La educación no estaría destinada a la superación de los jóvenes sino para satisfacer la demanda de la fuerza o capacidad de trabajo que requiere el sector empresarial; los grados académicos y planes de estudio comenzaron a establecerse de acuerdo a ciertas pautas internacionales, pero respetando, fundamentalmente, las necesidades de las empresas. Porque es sabido que la educación dinamiza la competencia mercantil.

En la actualidad, no existe, por regla general, participación del profesorado en la dirección de las escuelas, colegios o centros de estudios; tampoco participan en ellas los apoderados. Mucho menos, los alumnos. Donde existen ciertos atisbos de algún «principio» de participación, jamás éste se refiere al control de los dineros de esos centros ni a su forma de distribución. La revisión de sueldos del profesorado y del personal administrativo es función privativa de la dirección, su acceso está prohibido a todo sujeto extraño al universo de esa dirección, toda ingerencia en el manejo económico de los institutos se encuentra drásticamente sancionada; no existe participación en la confección de planes de estudio o el nombramiento y selección de profesores. Esta forma de administración exclusiva y excluyente es corriente tanto en los organismos estatales (municipales) como en los privados. Los representantes del poder tanto estatal como privado (consejos de administración o directorios), respaldan incondicionalmente las acciones de quienes ejercen la dirección sin considerar para nada las opiniones de los otros sectores vinculados a la educación (centros de apoderados y de alumnos). Así como el ciudadano es, para el estado, un sujeto cuya función política primordial ha de ser votar, también el estudiante es, para el sistema educacional chileno, un actor cuya misión política fundamental no debe ser otra que la de estudiar.

Fraile dominicano, considerado padre del Derecho Internacional, Francisco de Vitoria (1486/1546) enseñó en la Universidad de Salamanca, dentro de una época en que los alumnos ya ejercían el derecho de elegir a sus profesores. Vitoria fue constantemente seleccionado por los estudiantes. Y se dice de él que, en los últimos años de su vida, ya viejo, cuando no podía caminar, era llevado en parihuelas hasta las aulas por aquellos discípulos suyos que aún seguían deslumbrados con sus enseñanzas. Esta es una historia ocurrida hace más de 500 años; era la Edad Media de España. Y, no obstante, esos mismos derechos que se ejercían hace ya tanto tiempo son hoy, en gran medida, conculcados en Chile. ¿Qué ha sucedido con nuestra sociedad? ¿Cómo ha podido caer tan bajo? ¿Cómo ha podido mantenerse durante todos estos años tan brutal regresión, sin que nadie haya intentado abrogarla? ¿Qué clase de individuos se ha querido formar para el futuro de la nación?

El movimiento estudiantil desencadenado el pasado mes (mayo de 2006) si bien parece haber sorprendido a los incautos, es una respuesta vigorosa a quienes creían haber resuelto el problema de las grandes mayorías nacionales en el sólo ejercicio del derecho a sufragio. Digámoslo de otro modo: las protestas de mayo han demostrado que el simple cambio de gobierno no significa en modo alguno cambio de sistema sino, por el contrario, su prolongación bajo otras formas. He visto a algunos de los dirigentes estudiantiles exponer, ante las cámaras de Televisión, las razones que les impulsaron a adoptar tan extrema actitud como lo han sido las protestas y las tomas de colegios. Estamos cansados de ser víctimas constantes del engaño, han expresado con una honestidad conmovedora. No le creemos a las autoridades .

He visto a las bases, que apoyan a esos jóvenes, manifestar con entusiasmo la convicción que tienen en cuanto a la rectitud de sus demandas. Ahora lo queremos todo, dicen. ¿Reacciones desmesuradas? En modo alguno. Francesco Alberoni nos enseña que cuando el entusiasmo de las masas se desborda, un nuevo umbral se hace presente: «el estado naciente», esa «sperienza tanto individuale quanto collettiva che genera un nuovo tipo di azione sociale, una nuova solidarietà, un’onda d’urto sulle strutture stabilite ed una volontà di rinnovamento radicale, un’esplorazione del possibile per cercare di realizzare qualcosa di quanto era stato intravisto».

El «estado naciente» es un entusiasmo desbordante que puede o no mantenerse en el tiempo; cuando lo hace, se torna incontenible y da origen a los grandes movimientos que pueden alcanzar transformaciones sociales de extraordinaria magnitud. Es el momento en que las peticiones primarias se tornan mezquinas y es el «todo» lo que interesa. Así, no resultará extraño escuchar a los representantes de un movimiento social en «estado naciente» pronunciar palabras como éstas: antes peleábamos por ciertas reivindicaciones; ahora lo queremos «todo».

Los fenómenos, los acontecimientos, los hechos tienen sus propias historias; también los movimientos sociales. Y, por consiguiente, la tiene el movimiento estudiantil, de mayo de 2006. No ha sido, pues, un movimiento «nuevo»; mucho menos, un movimiento contra el régimen actual. Por el contrario: ha sido la respuesta contundente a una forma históricamente errada de resolver los conflictos, que se viene practicando desde los inicios de la era de la Concertación hasta desembocar en el gobierno actual. Ha sido la reacción no a una negativa a satisfacer las necesidades más sentidas de la población estudiantil ?que ni siquiera se ha dado?, sino a una forma hipócrita de estar posponiendo, una y otra vez, la solución a los problemas reales que existen, de estar mintiendo constantemente al interlocutor estudiantil sin tener la menor intención de resolver los conflictos. Ha sido, en suma, una respuesta a la práctica usual de autoridades, interesadas solamente en la mantención de sus prebendas y privilegios, muchas de las cuales ignoraban, incluso, el tipo de solución que debían entregar. No en vano reconocería, más tarde, el parlamentario socialista Alejandro Navarro que la Concertación, a la fecha de las protestas, no sabía aún qué hacer con la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) ni con las municipalidades .

El movimiento estudiantil chileno, de mayo recién pasado, no ha obedecido a los parámetros clásicos de movilización social que conoce tanto la dirigencia como la militancia de los partidos políticos; obedece, más bien, a los actuales parámetros de la sociedad digital y se desarrolla en un mundo conmovido por el avance de las comunicaciones, cuyos adelantos técnicos permiten una transferencia casi instantánea de información, celeridad en la discusión, análisis y emisión de las resoluciones, contacto intensivo entre dirigencia y base y, consecuencialmente, una coordinación más efectiva entre las agrupaciones sociales. El movimiento estudiantil chileno, de mayo de 2006, ha recurrido al empleo exhaustivo del teléfono digital, de los «bloggs» y, en general, de dos de los más geniales instrumentos de trabajo creados en esta nueva era: Internet y la computadora u ordenador; ha sido, por lo mismo, un movimiento propio de la sociedad digital. No arrastra, siquiera, los defectos y lastres de la generación anterior que, poseyendo los mismos medios, no los usa o, si los usa, no los emplea como forma normal de comunicación, porque no tiene ganas, porque estima que su uso le resulta muy difícil o, simplemente, porque no quiere usarlos. Por lo tanto, el movimiento estudiantil chileno, de mayo de 2006, no ha poseído una naturaleza diferente a la de ese movimiento de protesta realizado, igualmente, en mayo, destinado a paralizar el tráfico vehicular en las principales ciudades de España (Barcelona, Madrid, Valencia, etc.); la hora y el lugar exactos de la «sentada» se coordinó tan sólo por medios digitales al igual que lo han hecho, en diferentes oportunidades, otros movimientos sociales planetarios.

El movimiento estudiantil chileno, de mayo de 2006, ha exhibido, además, otras características. Al igual que lo hicieran, en 1983/1984, las protestas sociales realizadas contra la dictadura pinochetista, también el movimiento estudiantil chileno, de mayo de 2006, se organizó al margen de las cúpulas políticas y sindicales; ha sido, por lo mismo, un movimiento «autoorganizado» cuyos ancestros sólo pueden encontrarse en los fenómenos gobernados por las leyes de la autoorganización de la vida y, por ende, de la autoorganización de la materia. Como tal, ha de considerársele, en consecuencia, en el carácter de autónomo, como la generalidad de los movimientos sociales; las organizaciones políticas cumplen tan sólo un papel secundario y se hacen presentes cuando las protestas se convierten en realidad; entonces, como siempre sucede con las organizaciones jerárquicas, buscan controlar o dirigir el movimiento.

En su desarrollo, este movimiento estudiantil se ha autorregulado. En otras palabras, ha controlado su propio crecimiento, ha evaluado su propia marcha, ha incorporado las reivindicaciones de otros sectores estudiantiles que se sumaron en forma tardía a sus demandas y ha equilibrado tanto su forma como su contenido orgánicos.

No obstante, el rasgo más distintivo de este movimiento de nuevo cuño, su característica más esencial, ha sido esa capacidad manifiesta que ha demostrado de plantearse como fuerza alternativa frente al poder estatal. Los estudiantes han dado una lección a la sociedad chilena en su conjunto al evidenciar que la unidad y coordinación de las masas pueden, en todo momento, desafiar la institucionalidad que sea. Desde este punto de vista, constituye en sí, la manifestación particularizada de una toma de conciencia que comienza a darse en la sociedad chilena; por lo mismo, una manifestación local de la toma de conciencia a nivel planetario que comienza a adquirir presencia en protestas como la de los inmigrantes en Estados Unidos, la de Seattle, la de los estudiantes franceses contra la dictación de una ley que pretendía abaratar el precio de la fuerza de trabajo juvenil, en fin.

De qué pasará en el futuro con el movimiento estudiantil chileno, de mayo de 2006, es algo que nadie puede predecir. De alguna manera, las manifestaciones protagonizadas por los jóvenes chilenos nos recuerdan con nostalgia las protestas, realizadas también durante el mes de mayo, en el Paris de 1968, cuando el entusiasmo propio del «estado naciente» hacía presa de las masas haciéndoles exclamar: «Pidamos (hagamos, consigamos) lo imposible». Ese grito, que compartimos en toda su extensión, también nos ha parecido escucharlo en boca de nuestros jóvenes dentro de esas memorables jornadas.

Nuevos rostros han irrumpido en la historia de Chile, se quiera o no reconocer. Los hijos de la democracia (estudiantes, jóvenes de todo el país) enseñan a los hijos de Pinochet (administración estatal, comunal, burocracia) cómo es posible hacer funcionar una democracia y cuáles deben ser sus prioridades. La génesis y desarrollo de ese movimiento estudiantil ha sentado las bases para que, en fechas no muy lejanas, otros sectores se organicen en demanda de sus derechos y un vasto movimiento social testimonie, una vez más, el nuevo rumbo que adquiere la conciencia planetaria. Como para volver a tener «fe en Chile y su destino».