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Algunos comentarios críticos

Chomsky y el Foro Social Mundial

Fuentes: Rebelión

I Nadie puede discutir la importancia y dimensión que la obra y el pensamiento infatigable de Noam Chomsky han cobrado para todos aquellos que, en cualquier parte del mundo, luchamos por algún tipo de transformación en las condiciones de existencia del género humano. El compromiso de Chomsky como intelectual -esto es, en el sentido fuerte […]

I

Nadie puede discutir la importancia y dimensión que la obra y el pensamiento infatigable de Noam Chomsky han cobrado para todos aquellos que, en cualquier parte del mundo, luchamos por algún tipo de transformación en las condiciones de existencia del género humano.

El compromiso de Chomsky como intelectual -esto es, en el sentido fuerte de la palabra, en su raigambre francesa- con la esfera pública de la sociedad norteamericana es permanente, y su aporte, invaluable. Su denuncia constante de los crímenes cometidos, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, por parte del gobierno republicano de George W. Bush -baste recordar sus continuas y certeras declaraciones sobre torturas en la base militar de Guantánamo- ha devenido en una suerte de martillo que golpea con fuerza la conciencia de la opinión pública mundial, ese actor decisivo que poco a poco vemos constituirse.

Por eso mismo, es a veces necesario –diría más, se vuelve un deber– relativizar algunas de sus opiniones, a fin de reducir el impacto que estas, de todos modos, han de tener sobre nosotros.

El 9 de marzo del presente año, la revista www.rebelion.org publicó una entrevista a Chomsky -realizada en Boston, Massachussets, en los Estados Unidos- por Bernie Dwyer. La misma era titulada «Por primera vez hay una internacional de la Izquierda» [1].

En dicho encuentro, Chomsky celebraba algunos cambios espectaculares en la correlación de fuerzas Norte -Sur durante los últimos años. A partir de la afirmación de la democracia como régimen político, señalaba, Estados Unidos había perdido el arma más utilizada durante los procesos revolucionarios de los años sesenta y setenta en América Latina: la imposición de dictaduras cívico-militares profundamente autoritarias, muchas de las cuales no dudaron en cometer toda clase de crímenes de lesa humanidad -e incluso genocidios- a fin de detener el curso de los acontecimientos.

En su lugar, y aprovechando la ya secular balcanización de Nuestra América, el Gobierno de la potencia del Norte había recurrido a la dictadura menos visible, y políticamente menos costosa, de los mercados. El latiguillo del «Libre Comercio» -en concreto, la generación de condiciones óptimas para la expoliación de los recursos humanos, materiales y naturales de los países latinoamericanos al menor costo posible por parte del capital extranjero- habría reemplazado así al actor militar, para obligar a las flamantes democracias de la región a seguir la ruta del «Consenso de Washington».

No obstante, señalaba Chomsky con acierto, el desmoronamiento -primero económico, y enseguida político- del proyecto neoliberal había implicado el inicio de un profundo ciclo de cambios al interior de nuestros países.

En primer lugar, destacaba el impulso novedoso a la integración entre los diferentes Estados. El MERCOSUR, la relación de Cuba con Venezuela, eran el primer signo de un cambio en el modo en que América Latina se insertaba en el mundo.

En segundo lugar, la victoria reciente de Evo Morales en Bolivia, y los sucesos conocidos en Ecuador, planteaban el surgimiento del actor indígena, largamente marginado de los asuntos públicos, a la vida política de sus países.

En tercer lugar, los países latinoamericanos estaban expulsando al FMI, el arma económica favorita del Departamento de Estado. Los casos brasileño y argentino eran la marca de un nuevo rumbo, en el cual la implicación directa del gobierno norteamericano en la política interior de los Estados latinoamericanos se reduciría notoriamente.

Cuarto, aparecía un tipo diferente de integración Sur – Sur, visible, por ejemplo, en la relación más cercana entre países como Brasil y la India.

Finalmente, América Latina estaba reformulando sus relaciones comerciales con Europa, pero, sobre todo, con China. El desembarco de inversiones de capital procedentes de este último país planteaba un cambio radical en el equilibrio político de la región. Las exportaciones latinoamericanas al cada vez más demandante mercado chino permitían a nuestros países adquirir un balance distinto y más estable en sus ingresos.

En todo esto, estamos prácticamente de acuerdo con Chomsky. El problema radica en la explicación que el reconocido analista hallaba para este cambio de escenario. Para no correr riesgo alguno de tergiversación, le dejaré la palabra:

«Y, una vez más, las fuerzas bajo la superficie que están presionando todo esto son las organizaciones populares internacionales de un tipo que jamás existió antes; las que se reúnen anualmente en el foro social mundial. […] Estos son verdaderos movimientos de masa muy poderosos de un tipo sin precedentes en la historia: las verdaderas internacionales. Todo el mundo ha hablado siempre de las internacionales de la izquierda, pero jamás hubo una. Este es el comienzo de una»[2]

Este párrafo condensa tal cantidad de equívocos que su exégesis crítica llevaría una eternidad. En las líneas que siguen, con todo, intentaré dejar en claro cuáles me parece son los errores más peligrosos.

II

El primero de los problemas que quisiera considerar es aquel que atañe a la relación entre las concepciones que utilizamos y las realidades que designan. Por ejemplo ¿qué es «una internacional»? ¿Qué significa hoy pertenecer a «la Izquierda»? Los propios participantes del Foro Social Mundial -en adelante, FSM- dudan a la hora de caracterizarlo, y sus encarnizados debates ya han se han desarrollado en este mismo espacio[3].

No ingresaré hoy al plano de las discusiones al interior del FSM. Sólo diré que estas divergen en las siguientes líneas. Por un lado, se cuentan quienes -como Atilio A. Borón, por ejemplo- consideran que la reciente reunión del FSM en Caracas, dominada por preocupaciones de orden temático cercano a la llamada Izquierda tradicional y a los proyectos nacionales – estatales, representó un avance indudable en comparación con los congresos anteriores[4].

Por el otro, podemos percibir a quienes comparten esta misma visión de los hechos, pero la valoran de manera negativa. Este grupo de militantes ha vivido Caracas como un retroceso, en la medida en que la resurrección del pensamiento estadólatra de izquierdas propio de la década del setenta representaría una amenaza directa a la continuidad y autonomía de las experiencias horizontales de base popular de las que forman parte[5].

Finalmente, están quienes -como Carlos Gabetta- sostienen que Caracas ha significado meramente una crisis de crecimiento en la historia de la organización, pero no una del tipo de las que pueden llevar a una secesión dentro del Foro, y por lo tanto, no habría motivos para la preocupación[6].

Sea cual fuere el resultado de estas polémicas, así como el futuro del FSM en los congresos que vendrán, la mera enumeración de los argumentos demuestra que no podemos dar por descontado el sentido y carácter de la organización aludida, al menos, si respetamos el significado que le otorgan quienes hoy la constituyen.

III

Por otra parte, tampoco es certero el análisis que privilegia la importancia de las «organizaciones populares internacionales» como factores decisivos de orden de prelación causal en los cambios políticos recientes de las sociedades latinoamericanas. Al contrario, estas organizaciones -bastante poco «populares», en el sentido de que no es allí donde se juega la disputa real todavía-, son la prolongación política de los verdaderos movimientos sociales que, en cada nación por separado, han enfrentado -y, en muchos países ya, han derrotado- al neoliberalismo.

La coordinación de actividades reales a escala regional que superen el debate, actualmente álgido, que estas organizaciones llevan a cabo respecto de la posibilidad, viabilidad y necesidad de unificarse en un comando estratégico propio es de hecho un eje de la agenda del FSM a futuro, y de ninguna manera parte de una lectura que los grupos componentes del Foro, en cualquiera de sus matices y variantes, puedan haber realizado respecto de sus actividades pasadas.

Al contrario, es el fracaso del neoliberalismo -económico y político, pero sobre todo ideológico- en la gestión de estas sociedades el que ha permitido el derrumbe de sus administraciones a manos de los movimientos populares, existentes o novedosos, y la consiguiente interacción con experiencias que, pese a sus diferencias, se sienten fuertemente cercanas. Si esta interacción debe o no transitar el camino que la distancia de la constitución efectiva de una organización internacional con capacidad política propia, es este un interrogante que sólo el futuro podrá responder.

IV

Como queda claro, no estamos lidiando con universales, esto es, con categorías naturalmente válidas para todo tiempo y lugar. Veamos entonces qué han significado en tiempos recientes, en términos históricos reales, los conceptos mencionados.

A lo largo de los siglos XIX y XX, el pensamiento de izquierda se debatió en torno del socialismo, y, desde los años 1850-1890, del marxismo. Fue esta última corriente la que estableció los parámetros de lo que significaba ser «de izquierda» durante casi todo el siglo pasado.

Dicha pertenencia quedaba firmemente ligada a un proyecto socialista revolucionario, de tipo insurreccional, ligado a la movilización política del proletariado industrial, como clase social hegemónica de un bloque social destinado a derribar al Estado burgués, e imponer la dictadura de dicho proletariado.

En ese contexto, las Internacionales fueron vistas como herramientas de coordinación de los diferentes movimientos obreros locales, como una suerte de «Estado Mayor» del ejército popular que comandaban los partidos socialistas y comunistas locales, convertidos en «Destacamentos Nacionales» de la nueva lucha política mundial.

El apogeo de esta concepción llegó con la Tercera Internacional leninista -estalinista (vale decir, más lo segundo que lo primero), que desde 1921 estableció un control férreo sobre los Partidos Comunistas locales, mientras éstos ejercían uno igual de fuerte sobre todas las organizaciones afiliadas.

En este contexto, el verticalismo fue el lógico corolario del estilo organizativo pregonado por los líderes comunistas, especialmente después del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, y de la difusión de un texto de Lenin, Qué hacer, que, pese a ser escrito en 1902 -es decir, no sólo quince años antes de la revolución, sino en un contexto de represión política muy diferente al vivido en el corazón de Europa occidental, y en la propia Rusia tras la primera revolución, de 1905- se convirtió, por muy interesadas razones, en la nueva Biblia de los revolucionarios rusos tras la muerte de su autor en 1924.

Cualquier lector del libro toma inmediata conciencia de la primacía que Lenin otorga en él a la organización -esto es, el Partido- sobre el movimiento en general y sobre la clase obrera en particular, a punto tal que la plena identificación del primero con la vanguardia esclarecida de ésta última permitió, en la práctica, la sustitución directa de los líderes inmediatos de las bases obreras por los dirigentes del Partido.

Si a esto se agrega la fundamentación que la política marxista hallaba en quienes, como sus propios padres fundadores, afirmaban que las herramientas teóricas legadas al porvenir eran los pilares de la única ciencia verdadera, puede observarse a simple vista el carácter autoritario que esta concepción de la transformación social implicaba.

En pocas palabras, toda actividad científica es a la vez política -en lo cual podríamos acordar-, pero también toda actividad política es científica -es decir, no queda lugar alguno para el disenso una vez que se ha establecido cuál es el camino «verdadero»-.

Así revestido del manto autoritario propio de la ciencia positivista, el Partido político marxista devenía, en sus mandatos concretos, tanto o más infalible que el Sumo Pontífice o las autoridades religiosas principales de las que se burlaba en todas partes. El fetiche del Partido que nunca se equivoca, financiado por la única revolución victoriosa, tuvo efectos desastrosos sobre la conformación de las alternativas políticas al capitalismo, y en todas partes el proceso histórico local quedó reducido a la antinomia Capitalismo – Comunismo, donde éste último lugar era usufructuado con exclusividad por la URSS.

Mientras tanto, la experiencia de la Unión Soviética iba demostrando cada vez más que la crítica -imposible en cercanías del Kremlin- era, más que necesaria, obligada, si quería salvarse algún retazo de la vieja popularidad del socialismo. Esa experiencia demostraba, en definitiva, que toda forma de transición que implique la continuidad de estructuras coercitivas no era en verdad una transición hacia lugar alguno, sino un fin en sí mismo.

Y las Internacionales sirvieron a este proyecto de perpetuación de la casta burocrática soviética. Pusieron los recursos políticos de todo el campo progresista al servicio de la política exterior de la URSS. Impidieron y denunciaron como una traición al movimiento obrero -del cual parecían más bien el oráculo que una prolongación organizativa- cualquier forma de actividad política autónoma que se pretendiese de izquierda. Finalmente, cayeron cuando dejaron de ser útiles al grupo dirigente de la Unión Soviética, y ya no lograron levantarse de nuevo, sin el apoyo de una superpotencia detrás.

V

En síntesis, la casi totalidad de los proyectos de cambio social programado, global y radical han fracasado, y las organizaciones Internacionales que estos proyectos emancipatorios animaron cayeron con ellos.

Tal vez por ello, Chomsky prefiere afirmar que «todo el mundo ha hablado siempre de las internacionales de la izquierda, pero jamás hubo una. Este es el comienzo de una.»

Si mi argumento es correcto, como creo, entonces el análisis de Chomsky omite deliberadamente el proceso histórico real tout court, y le quita historicidad al presente. Si el pasado tiene sentido y explicación, si ese sentido es cognoscible a través de determinantes, condicionamientos o causas, entonces lo históricamente sido es todo menos aleatorio.

Sí hubo Internacionales, instrumento de la burocracia estalinista para la hegemonía del PCUS sobre la izquierda mundial. Afirmar que no la hubo equivale a plantear que tampoco hubo socialismo, independientemente de la experiencia de los hombres que lo hicieron posible, para bien o para mal. Equivale a mensurar la calidad de «real» de lo sucedido a partir de su parecido con una entidad ideal completamente inexistente -Internacionales no estalinistas, socialismos «no reales»-. Equivale, finalmente, a una renuncia definitiva a la búsqueda de una razón en la Historia, razón que debemos rastrear, reitero, en las causas que hacen del presente lo que es, y no otra cosa.

Por supuesto, siempre será válido criticar lo real desde lo posible, único horizonte proyectivo para apoyar con firmeza una alternativa al presente. Pero lo que no podemos hacer, creo, es ignorar lo real en beneficio del más puro, rancio e injustificado idealismo.

 

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[1] Bernie Dwyer: «Entrevista a Noam Chomsky: Por primera vez hay una Internacional de la Izquierda», en www.rebelion.org, 9 de marzo de 2006.

[2] Ibídem.

[3] Hernández Navarro, Luis: «El Foro Social Mundial de Caracas: un balance», en www.rebelion.org, 1 de marzo de 2006; Borón, Atilio A.: «El Foro de Caracas: la otra mirada», en www.rebelion.org, 24 de febrero de 2006; Malimé: «La otra mirada de Atilio A. Borón», en www.rebelion.org, 28 de febrero de 2006; Sanmartino, Jorge: «Tres estrategias en el movimiento alter – globalización», en www.rebelion.org, 1 de marzo de 2006; Gabetta, Carlos: «Al cabo de la reunión de Caracas: Avances y dilemas del Foro Social Mundial», en www.rebelion.org, 2 de marzo de 2006; Ramos Ludueña, Eddy: «Foro Social Mundial: encuentros y desencuentros», en www.rebelion.org, 11 de marzo de 2006; De la Torre, Verónica: «En defensa de la autonomía e independencia de las organizaciones sociales latinoamericanas», en www.rebelion.org, 12 de marzo de 2006, son algunos de los artículos que debaten estas cuestiones. Como puede apreciarse simplemente contemplando los títulos, el porvenir es todo menos claro en lo relativo al carácter del Foro. He de dedicarme a discutir estas cuestiones en un artículo por escribir.

[4] Borón, Atilio A.: «El Foro de Caracas: la otra mirada», en www.rebelion.org, 24 de febrero de 2006.

[5] Hernández Navarro, Luis: «El Foro Social Mundial de Caracas: un balance», en www.rebelion.org, 1 de marzo de 2006; De la Torre, Verónica: «En defensa de la autonomía e independencia de las organizaciones sociales latinoamericanas», en www.rebelion.org, 12 de marzo de 2006.

[6] Gabetta, Carlos: «Al cabo de la reunión de Caracas: Avances y dilemas del Foro Social Mundial», en www.rebelion.org, 2 de marzo de 2006.