Las mujeres se han propuesto dar la batalla contrahegemónica en la red. Las reivindicaciones feministas en Internet tienen sexo, y la violencia viral de troles reaccionarios, también
Las reivindicaciones feministas en la red tienen sexo, y el acoso y la inquina virales contra ellas también. Muchas activistas han tomado el ciberespacio como un lugar desde el que interpelar y subvertir el discurso en la red, desde el que tejer tramas y espacios horizontales donde las mujeres se dotan de autonomía y se empoderan. Muchos troles reaccionarios lo invaden constantemente hostigando y acusando de feminazis o de hembristas a las mujeres que utilizan la red para hacer activismo feminista.
En el espacio virtual se mueven tecnoartistas, mujeres desarrolladoras de software libre y hackers, académicas, periodistas… Activistas que promueven acciones y reflexiones políticas para transformar las relaciones de género en el ciberespacio o que ironizan y deliberan sobre el sujeto femenino dentro y fuera de la red. Son herederas, discuten y actualizan a la pionera Donna Haraway con su Manifiesto Cyborg (1985), en el que dio vida a ese organismo cibernético, el cíborg, cruce de máquina y organismo, criatura de una etapa posgenérica, sin géneros. Surgía así una figura blasfémica que ponía en cuestión el sujeto monolítico de cierto feminismo (blanco, heterosexual, de clase alta) y que venía a ocupar una posición de sujeto político híbrido y mestizo plagado de contradicciones y atravesado por relaciones de poder.
Al hilo de Haraway, muchas ciberfeministas han encontrado en el mundo virtual un lugar ideal para descorporeizarse, para generar nuevos modelos e identidades contrahegemónicas. Eligen parodiar con fuerza irónica, como las Guerrilla Girls o las Riot Grrrl, chicas guerrilleras, chicas disturbio que utilizan la figura metafórica del cíborg o la monstruosidad y la rebeldía de forma operativa. Con sus cabezas de gorilas, las Guerrilla Girls pretenden cuestionar las representaciones y las relaciones de poder en el arte a través de la performance.
Con su Manifiesto de la Zorra Mutante, las artistas y activistas australianas VNS Matrix tomaron el espacio cibernético como una matriz, un territorio femenino en el que ejercer una fuerza subversiva: «Somos el accidente maligno que cayó en tu sistema mientras dormías. Y cuando despiertes, terminaremos con tus falsas ilusiones digitales, secuestrando tu impecable software». Para describir el sistema mundial de producción/reproducción aliado del desarrollo tecnológico, Haraway habló de la «informática de la dominación».
En ese circuito integrado, las más vulnerables tienen menos posibilidades de resiliencia. Incluso las mujeres desarrolladoras de software y cultura libre, como las comunidades FOSSchix Colombia, Debian Women, Fedora Women o Chicas Linux, han de trabajar duro por hacerse hueco y visibilizarse en la comunidad hacker, muy masculinizada y de difícil acceso. Hackeando al patriarcado, estas ciberfeministas pretenden utilizar sus herramientas para cambiar sus estructuras, para romperlas. Apropiarse de la tecnología para impulsar el empoderamiento tecnológico de las mujeres.
El ciberfeminismo también interviene y ocupa espacios a partir de otras prácticas políticas de intervención en la red: Enredándose, como el colectivo catalán Donestech, que desde la academia impulsa la investigación ciberfeminista como espacio para repensar la tecnología y sus representaciones, para comprender sus relaciones con nuevas formas de producción, de trabajo, de afectos, de deseos, sentimientos, acciones. Remangándose virtualmente, como la wikipedista Emily Temple-Wood, que ha iniciado su particular cruzada feminista plagando la enciclopedia libre de artículos sobre mujeres científicas. Ironizando y riéndose, como la ilustradora Ana Belén Rivero, que al estilo cun art de los noventa viralizó su descanso estival con su personaje coño en Facebook e Instagram al grito de «¡Mi coño y yo nos vamos de vacaciones!».
Sublevándose, como hace la periodista anónima Barbijaputa o Lula Libe en sus entradas de Twitter y en varios medios digitales en los que se manifiesta, sin pelos en la lengua, sobre la actualidad desde una perspectiva feminista activista. Poniendo en juego el cuerpo como un herramienta política, como las activistas de Femen, que utilizan su cuerpo para impugnar y cuestionar la identidad femenina impuesta en el espacio público, asociada a la fetichización y al erotismo sexista. Retando a la violencia de género desde la perspectiva netartivista, como el sitio web artecontraviolenciadegenero.org, en el que se imbrican arte y política, creación, irreverencia y provocación vehiculados por medios digitales.
Subvirtiendo al patriarcado con modelos fuera del canon, como las activistas que reescribieron la publicidad pro operación biquini «Are you beach body ready?» preguntándose si el cuerpo de la modelo de bañador amarillo que la protagonizaba era el único body verdaderamente listo para lucir en la playa. Seguramente, las tecnologías y la informática no garantizan la ausencia de peligros, de paradojas, de desigualdades.
Es sorprendente, advierte Braidotti, la persistencia de la circulación de productos con imágenes pornográficas violentas y humillantes para las mujeres o la existencia de programas de diseño en los que se pueden perpetrar «asesinatos y violaciones virtuales». Si las mujeres se han propuesto dar la batalla contrahegemónica en la red, algunos hombres han tenido claro que debían desplazar ahí el campo de actuación y la estrategia frente a la «amenaza feminista». Troles que actúan sin descanso, desenredando, acosando desde sus propios espacios y tratando de conquistar y de destruir los ajenos, intimidando en un ciberespacio ya atestado de violencias hacia las mujeres. Dominación machista, insultos, denigración, patrañas, odio virtual.
El ciberespacio está atravesado por relaciones de poder. En él, las portavocías siguen siendo abrumadoramente masculinas, hablando o pretendiendo hablar por las subalternas que no tienen voz, por las vulnerables que tienen dificultad para hacerse oír.
Cuando las mujeres nos erigimos en portavoces, interpelamos y tratamos de lograr objetivos políticos concretos a través de prácticas de resistencia ciberfeminista, estalla la violencia viral sexista. Pero la ofensiva en la red no tiene fin. Como dijo Haraway: «Prefiero ser cíborg que diosa». Es decir: mejor ser mestiza, híbrida, monstruosa y activa, que ser una diosa pura, bella y pasiva. Toda una declaración de principios.