Joseph Charles Farman falleció el pasado 11 de mayo de 2013, a los 82 años de edad [1]. Hijo de un constructor y una maestra, Farman había nacido en 1930, en Norwich, en el oeste de Inglaterra. Obtuvo una beca con la que puedo estudiar en el Corpus Christi College, de Cambridge. Tras graduarse en […]
Joseph Charles Farman falleció el pasado 11 de mayo de 2013, a los 82 años de edad [1]. Hijo de un constructor y una maestra, Farman había nacido en 1930, en Norwich, en el oeste de Inglaterra. Obtuvo una beca con la que puedo estudiar en el Corpus Christi College, de Cambridge. Tras graduarse en Ciencias Naturales, trabajó algún tiempo en la industria aeronáutica. A finales de los 50 fue destinado como oficial científico en las islas Malvinas. Durante dos décadas trabajó en las instalaciones británicas de la Antártida. En 1976 regresó al BAS, en Cambridge, como jefe de la Sección de Física, centrando sus investigaciones en la vigilancia del ozono antártico.
JF fue el científico que observó y supo ver el «agujero» en la capa del ozono atmosférico (situada a unos 20-25 kilómetros de altura, protege a todos los seres vivos de nuestro planeta de los efectos nocivos de las radiaciones ultravioletas procedentes del Sol), «agujero» causado por los efectos destructivos de determinados compuestos químicos. El ‘agujero’ es, en realidad, una zona en la capa en la que la densidad de moléculas de ozono es menor, impidiendo así el efecto de filtración.
El trabajo de Farman en la Antártida sirvió de respaldo a la prohibición de los CFC [1] y posibilitó acciones internacionales, con la poderosa y activa oposición de las grandes corporaciones, para poner límite a actuaciones industriales con efectos potencialmente letales a escala planetaria. Los tratados acordados lograron imponer compuestos más seguros…o aparentemente más seguros: «algunos de los agentes a los que se recurrió para sustituir a los CFC han demostrado tener un papel importante en el calentamiento global».
Margaret Thatcher, química de formación, abanderada de los peores vértices de los intereses empresariales, posibilitó los trabajos de Farman. ¿Por amor a la ciencia? ¿Por desinteresado interés en el saber? Nada de eso. La «dama» neoliberal antiobrera salvó de los recortes de financiación la institución para la que trabajaba JF, el British Antarctic Survey (BAS). ¿Por qué? El belicismo y el poder imperial es la respuesta: el BAS era el encargado de la investigación científica en la zona antártica. Y, claro está, tras la reciente guerra de las Malvinas, se había convertido en una pieza muy importante del nada afable ajedrez geoestratégico en el hemisferio austral..
Tras un lustro de trabajo sobre el terreno y cuidadosa evaluación de los datos, JR y su equipo publicaron un artículo en el que demostraba un «descenso del 40% de los niveles de ozono en la columna atmosférica sobre el continente más austral». Fue el primer respaldo empírico de las predicciones que en la década anterior habían conjeturado Frank Sherwood Rowland, Mario Molina y Paul Crutzen. Fue el 16 de mayo de 1985 cuando Farman, Brian Gardiner y John Shanklin publicaron el artículo en Nature, compendio de observaciones realizadas in situ durante los tres años anteriores, trabajo que documentaba cómo la capa de ozono situada sobre el continente antártico se estaba reduciendo con inusitada rapidez. Gracias al uso de los tradicionales globos sonda, en un momento en que ya funcionan varios satélites de investigación, Farman, Gardiner y Shaklin comprobaron un descenso acusado de la concentración de ozono sobre el polo sur y, muy especialmente, cada vez que llegaba la primavera austral.
«Los resultados que nos proveían los globos sonda parecían estar locos», afirmó el propio Farman. Observaron que la densidad de moléculas de ozono había disminuido nada menos que un 40% en menos de una década. La reacción inicial de Farman y su equipo, al estudiar los primeros datos que había tomado en el continente antártico, no fue falsar ninguna teoría sino que pensaron que el aparato con el que trabajaban, un rudimentario espectrómetro, estaba estropeado. Recurrieron a un segundo instrumento. Confirmó los sorprendentes resultados del primer intento.
¿Fue JF el primero investigador experimental de la conjetura de Rowland, Molina y Crutzen? No, desde luego que no. En el arranque de los años ochenta, cuando Farman y su equipo iniciaron su trabajo de campo, parecía que los temores por la capa de ozono eran hipótesis sin fundamento. Simples teorías, hipótesis alocadas. La NASA, con sus satélites y potentes instrumentos de medición, había fracasado en la comprobación de los efectos nocivos de los CFC, los efectos que pronosticaban la teoría y los estudios de laboratorio, no in situ. Tiempo después, tras la publicación del artículo de Farman en Nature, se supo otro vértice de la cuestión: los instrumentos de la NASA, de la agencia estadounidense, habían registrado la drástica disminución del ozono, pero -¡la cosmovisión dominante es la cosmovisión de los grupos científicos dominantes!- los programas informáticos utilizados para tratar los datos «se habían calibrado para rechazar resultados tan anómalos». Eran datos intrascendentes que no encajaban en los esquemas teóricos aceptados.
«Joe era un excelente físico y su trabajo ha cambiado la forma en que vemos la naturaleza», ha señalado Alan Rodger, director interino de la British Antarctic Survey. «Después de hacer el descubrimiento del agujero de ozono se convirtió en un embajador energético de nuestro planeta», ha agregado. En 2012 se registró el agujero más pequeño en la capa de ozono de los últimos 15 años.
Notas:
[1] Mis fuentes han sido: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/05/18/actualidad/1368829656_010276.html
http://spanish.peopledaily.com.cn/92121/8243231.html
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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