Si para realizar la más compleja tarea me dieran a escoger entre un partiquino imbuido de valores morales y un sabiondo inmoral, que tanto abunda, escogería a ojos cerrados al primero. Ni siquiera al conocedor profundo de la ciencia, pero paticojo en lo moral, le confiaría un saco de alacranes, pues el científico inmoral malgasta […]
Si para realizar la más compleja tarea me dieran a escoger entre un partiquino imbuido de valores morales y un sabiondo inmoral, que tanto abunda, escogería a ojos cerrados al primero. Ni siquiera al conocedor profundo de la ciencia, pero paticojo en lo moral, le confiaría un saco de alacranes, pues el científico inmoral malgasta su conocimiento y es tan culpable del estado calamitoso en que se encuentra la humanidad, prácticamente al borde del colapso total, como el poderoso mandamás que le paga. Vale mucho más el poco saber con moral que ser genial y
carecer de ella.
Jamás se debe creer a ciegas en la bondad intrínseca de la ciencia porque, por ser manejada por el hombre, está sujeta a ser manipulada. Prueba de ello son las armas de destrucción masiva, por las que pende de un hilo el destino del planeta; los cálculos matemáticos basados en artimañas, culpables de la crisis actual; la sobreexplotación de los
recursos naturales, que no le deja nada a las futuras generaciones, todo obra de científicos inmorales.
Es hora de dudar del mal llamado desarrollo -dizque basado en el conocimiento científico-, algo que, por la superficialidad del pensamiento humano, nunca se trata a profundidad, pues es de necios negar la verdad y desconocer su esencia.
Ciencia y moral deberían coincidir en la tarea de servir a la verdad y, por lo tanto, al hombre, porque la ciencia no satisface sus necesidades espirituales ni da una respuesta valedera a cuestiones tan importantes como cuál es el propósito de la vida. Solo la ciencia con principios morales aprovecha al máximo su racionalidad, pues no hay contradicción entre ciencia y moral ni tampoco un conflicto antagónico entre las mismas. Es evidente la necesidad de imbuir a la ciencia de moral, más que nada por la supervivencia de la especie. El científico está obligado a respetar la verdad y su saber se debe basar en valores morales, para que lo emplee considerando la dignidad del hombre y el desarrollo de las generaciones venideras.
La moral, que en mi opinión tiene origen divino, otra explicación no le encuentro, genera la luz que permite distinguir el bien del mal, para que la ciencia no sirva al poder organizado que extermina la naturaleza y al hombre.
Es muy posible que Dios sea la razón evolutiva del universo y nos diera inteligencia para que colaborásemos con Él en la conservación de su creación actuando sin temor en esta empresa; para ello debemos comprender las leyes de la naturaleza, huellas de la Divina Inteligencia.
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