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Cincuenta años con Camilo

Fuentes: Editorial Revista Insurrección

Inicia el año número cincuenta de la caída en combate de Camilo Torres Restrepo y desde distintos ángulos de la sociedad avanzan preparativos que conmemoran su vida y obra. En el Ejército de Liberación Nacional consideramos insuficiente pretender un «retorno» a su figura e ideario; ello no sólo nos situaría en un plano puramente ideológico […]

Inicia el año número cincuenta de la caída en combate de Camilo Torres Restrepo y desde distintos ángulos de la sociedad avanzan preparativos que conmemoran su vida y obra. En el Ejército de Liberación Nacional consideramos insuficiente pretender un «retorno» a su figura e ideario; ello no sólo nos situaría en un plano puramente ideológico y conmemorativo, sino que sería una intención esquiva, por cuanto elude lo que para nosotros es fundamental: su permanencia.

A Camilo le terminaron la vida, pero su misión no finalizó. La mirada actual de ese acontecimiento, ha supuesto un ir más allá del instante de su partida física, para situarnos en la realidad de su decisión y práctica continuada. Camilo Torres se afirma en la actualidad de su pensar, siendo éste, su «pensar», lo siempre inseparable de la acción que emprendió. Pero, con ello, no nos estamos refiriendo a una convencional comunión entre pensamiento y acción. Camilo se define primariamente en la acción. Imaginar su ideario fuera de ella es imposible. Quizás esto resultaría admisible si sólo hubiese sido un académico, en cuya altura teórica se distanciase del compromiso activo. Sin embargo, no fue esa, al menos, su intención. Digámoslo de otro modo: no es posible afirmar algo sobre Camilo Torres, si evitamos la referencia a la acción, que se despliega como definitiva y le da dimensión a su obra; es decir, si se omite la realización de la decisión que lo llevó hasta las últimas consecuencias. El reconocimiento de esta preeminencia es lo que permite explicar la superposición de su ser guerrillero a su ser sacerdote; pues aunque no existió en él una renuncia voluntaria a este último, sí hubo una elección vital.

Camilo Torres no partió entonces de una doctrina para aplicarla a la vida, sino de la realidad misma, la cual, en su desenvolvimiento, le reveló el sentido de toda doctrina plausible. Este encuentro con la propia «verdad» es la base de sus ideas políticas. Entre sus posiciones, apareció la siguiente formulación, que, sin duda, señalaría el derrotero de su vida: son las mayorías las que deben acceder al poder político, pues sólo así es posible -y esto por su formación sacerdotal- aproximarnos a la idea cristiana de justicia y liberación. El asunto se reducía a esto: ¿Cómo hacerse con el poder para las mayorías? Para responder, encontraba dos únicas vías. En 1965, poco antes de unirse al ELN, expresó el problema del siguiente modo: «Hay que preguntarle a la oligarquía cómo van a entregar el poder. Si lo van a dar de forma pacífica, creo que lo tomaremos de forma pacífica. Pero, si sólo lo van a entregar con violencia, entonces lo tomaremos de forma violenta». Sus palabras son más que dicientes frente a la elección y misión que tuvo entre manos.

Hoy, cincuenta años después de su experiencia junto a la primera guerrilla del ELN, su mensaje se escucha incisivo y determinante. En los actuales diálogos de paz, le hacemos la misma pregunta a los gobernantes de este país. Si, tras años de violencia, van a entregar el poder a las mayorías por vías pacíficas, tengan la absoluta certeza de que sabremos corresponder a esa voluntad. Pero, mientras continúen cerrando las opciones, que permiten avanzar a un país con justicia social y auténtica democracia, bastará con decir que el camino hacia la paz seguirá presentando obstáculos.

Es nuestro deseo para este 2016 lograr avances en la paz de Colombia. Estamos convencidos que si ello representa cambios, los esfuerzos no serán en vano. Como gestos de esta disposición, no quisiéramos terminar estas líneas sin manifestar lo que sigue, a propósito del cumplimiento de los cincuenta años de la caída en combate de Camilo. En primer lugar, llamamos a que sus restos físicos, cuya ubicación se desconoce desde el día de su muerte, sean entregados y se les brinde, en nombre de su dignidad, la debida sepultura. En segundo lugar, exhortamos a la Iglesia Católica, este Año de la Misericordia, como lo definió el Papa Francisco, a que reconozca en Camilo la realización más sincera del compromiso social de la Iglesia con los pobres, otorgándole nuevamente su lugar como sacerdote. Ese es un clamor de todo cristiano de compromiso.

Fuente: Editorial N.510 / Revista Insurrección